DISCLAIMER: Naruto no me pertenece.
ADVERTENCIA: Muerte de personajes/ Leve OoC/ Universo alterno.
SUMARY: "En este laberinto de la vida donde tanto domina la maldad, todo tiene su precio estipulado: el amor, el parentesco y la amistad" Anónimo; como los protagonistas de esta historia, porque a pesar de sus nombres de ficción, casi todo lo contado, está basado en la vida real.
Espero que lo disfruten.
El precio a pagar
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Capítulo 1: Jade
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Sakura nunca había considerado agradecer el hecho de que su mejor amiga fuera tan mesalina como para tener un closet atestado de vestidos seductores hasta que llegó ese día. Solo Dios sabe lo que le hubiera tocado hacer de no haber conseguido el atuendo adecuado para presentarse esa noche en el restaurante del Hotel Mangetsu, unos de los establecimientos más caros y exclusivos de la ciudad, a cumplir con su cita.
Cita. Ella meneó la cabeza en un gesto de negación. El encuentro que tendría en un par de horas estaba muy lejos de ser una cita propiamente dicha. No se parecía en nada a la primera vez que su esposo le propuso salir. En lo intangible de sus pensamientos, Sakura rememoró como se lo había dicho de una forma tan casual que casi parecía inofensiva: la banda de Sasuke había terminado de tocar cuando él, todavía sudoroso, el pelo negro adherido al rostro y la guitarra sujetada por una correa al cuerpo, bajó del escenario y le ofreció ir por un café. Juntos. Ellos siempre se reunían en la cafetería aledaña al instituto con el resto de sus amigos, pero el que ese día él le hubiera pedido expresamente que lo acompañara, Sakura lo supo enseguida, lo cambiaba todo. En esa ocasión se besaron por primera vez y a partir de entonces fueron inseparables. Su noviazgo, ella aún lo recordaba con cierta añoranza, no fue miel sobre hojuelas sin embargo. Ambos tenían diecisiete años y con toda la volubilidad que la adolescencia implica, tuvieron tantos desaciertos que los llevaron a creer que no era su destino estar juntos.
El tiempo más temprano que tarde les daría la razón.
Así que no; lo de esa noche, definitivamente, no era una cita. Plenamente consciente de la diferencia, Sakura se sacudió el recuerdo y empujó la nostalgia lejos; donde no pudiera estropear sus planes. Donde el recuerdo de aquel único amor no pudiera interponerse en lo irrestricto de su decisión.
Terminando de ajustarse el liguero de encaje negro al muslo, ella observó el reflejo de su cuerpo semidesnudo en el espejo de la cómoda mientras se aplicaba un poco de perfume. Al hacerlo, notó a través de la débil luz que bañaba la habitación que sus curvas todavía eran definidas; sus piernas torneadas y sus senos firmes. A sus 29 años, seguía siendo una mujer poderosamente atractiva; cuyo color extravagante de cabello y el intenso verde de sus ojos, podía despertar la virilidad de cualquier hombre a su alrededor, aun cuando ella se hallara completamente vestida. Sus amigas solían decirle que ella no tenía verdadera consciencia de lo hermosa que era. Tal vez tuvieran razón, pues Sakura jamás consideró como útiles tales atributos... Hasta ahora.
A pesar de que las ventanas estaban cerradas y las persianas beige corridas, ella se sentía entumecida; olas de frió lacerándole más que la piel el alma. Haciendo a un lado la incipiente sensación gélida, giró sobre sus talones para bordear la habitación; el largo pelo liso ondeando por la topografía de su espalda desnuda a la par que miraba con palpable ansiedad, el corto vestido de tafetán rojo sobre la corcha de su cama. Con el preludio de una mala decisión tomada, planeando sobre su cabeza, no pudo hacer otra cosa que estremecerse.
La habitación estaba medio alumbrada por una lámpara encendida en la mesa de noche junto a la cama y la poca luz que se colaba por la puerta entreabierta del cuarto de baño. Aun así, Sakura pudo observar claramente cada detalle: el pulido piso de granito rociado de un camino de prendas de vestir esparcidas por doquier, el cielorraso con su ventilador inmóvil en el centro, las paredes blancas divididas a la mitad por el papel tapiz de motivos floreados que las circundaba horizontalmente, los desgastados muebles de ébano que contenían el pequeño mausoleo de los discos y el retrato de Sasuke, rodeados de crisantemos. Había vivido en esa casa al menos por los últimos cinco años y desde hace tres, cuando su esposo murió en aquel aparatoso accidente, no había sido capaz de mover ni un solo alfiler de lugar. Ino no dejaba de alentarla para que remodelara la residencia y abandonara esa absurda creencia urbana de que mientras todo permaneciera igual, esa persona que perdiste no te dejaría nunca. Su mejor amiga había sido categóricamente cruel en señalar que Sasuke estaba muerto y que por mucho que ella se resistiera al cambio él no encontraría el camino de vuelta. Aunque era una mujer supersticiosa, Sakura sabía que su amiga tenía razón. Eso, sin embargo, no hacía su pérdida más llevadera; menos cuando Sarada empezó a echarlo en falta y el peso del dolor de su ausencia se duplicó sobre sus hombros.
―Tú puedes ―exhaló Sakura; ni siquiera reconociendo su propia voz mientras intentaba insuflarse valor para ponerse el vestido―. Sabes que tienes que hacerlo.
…
Haciendo caso omiso del mal presentimiento que se filtraba por su columna vertebral como gotas de agua helada, Neji condujo por las atestadas y luminosas calles de la ciudad con la mente desbordada de indecisiones. Más temprano, él había resuelto que no aceptaría el regalo de su amigo, pero a estas alturas de su vida si de algo podía estar consciente era de lo casi imposible que resultaba rechazar la oferta de un Uchiha; sobre todo cuando se trataba de alguien tan persuasivo como Shisui. Al final, además, la curiosidad había vencido a su sentido común y Neji había terminado tomando un desvío de su camino original: la mansión que compartía con su prima Hanabi, en la que probablemente ella lo esperaba para discutir respecto a otra posible pista del paradero de Hinata. En cambio, ahora mismo estaba aparcando su flamante Lamborghini azul en uno de los estacionamientos del Hotel Mangetsu.
Él, por supuesto, no era el tipo de hombre que tuviera necesidad de pagar por favores sexuales. Neji Hyuga, aparte de ser un hombre en extremo apuesto y felizmente divorciado, estaba a punto de casarse por segunda vez con una exitosa abogada con quien, además, se entendía perfectamente en la cama. Como era obvio, él no tenía ningún problema para conseguir citas o mujeres que quisieran pasar el rato con él. ¿Entonces por qué había permitido que el asesor financiero del Emporio Hyuga, -conocido en los bajos fondos como el gilipollas de su mejor amigo- derrochara una significativa fortuna en su regalo de despida de soltero? Dinero que estaba seguro, saldría de sus inversiones en la Bolsa de Valores.
La respuesta cruzó por su mente al mismo tiempo que el camarero lo conducía, a través de un amplio corredor intercalado de chimeneas en desuso por la temporada, ventanales abiertos de par en par, hacia la mesa que Shisui Uchiha le había reservado para su encuentro de esa noche. Durante el trayecto, Neji captó como la opulenta decoración del restaurante tenía el sello característico de la Cadena Mangetsu, con sus pisos exquisitamente alfombrados en moquetas monocromáticas, haciendo juego con las cortinas de satén vinotinto, que oscilaban por el vaivén de la brisa veraniega en torno a los grandes ventanales mientras los altos techos de mármol arrojaban sobre los enseres atiborrados de refinada cristalería, tenues destellos de luces plateadas desde los brillantes candelabros.
―El señor Uchiha dejó esto para usted ―anunció el mozo, haciéndole entrega de la llave de una suite―. También me encomendó que me asegurara de que leyera esto.
Tomando la llave y un sobre pequeño, Neji frunció ligeramente el ceño con desconfianza; extrajo del interior un pedazo de papel prolijamente doblado y oteó el contenido. En abultada letra imprenta, había escrito un mensaje, que rezaba de la siguiente manera:
¡Sabía que vendrías!
Eres predecible, mi querido amigo. Bueno, eso no es del todo cierto, pero solo tú estás lo suficientemente mal de la cabeza como para divorciarte y casarte de nuevo, en un mismo año. Por lo tanto, lo único que puedo deducir es que estás demasiado aburrido de tu patética vida. Y para ello el único antídoto es la diversión: así que diviértete, Hyuga. Pásala bien, teniendo sexo salvaje con una verdadera puta, aunque sea por una única noche…
¡La casa invita!
Att: Shisui Uchiha.
¡Bastardo!, rumió Neji silenciosamente. Arrugó la nota en el bolsillo de su saco al tiempo que una contradictoria mezcolanza de sentimientos, que se debatían entre la irritación por haber caído tan a la ligera en los enredos de Shisui o el éxtasis por lo que ese encuentro le deparaba, lo sacudía desde adentro, precipitándole el pulso de pura expectación. Su mejor amigo, él podía dar irrefutables pruebas de ello, era un maldito loco, cuyo mayor placer en esta vida era corromper a las personas sanas hasta conducirlas hacía el camino sin retorno de la perdición. Sin embargo, y a pesar de ese poderoso conocimiento, Neji se sorprendió consintiendo que su vida necesitaba un poco de crepitante brillo y después de esa admisión no le importó convertirse en otra pieza de la conspiración de Shisui para acelerar su irremediable descenso al infierno. Con una taimada sonrisa coronando sus finos labios, él prosiguió su trayecto apenas notando las exóticas pinturas con motivos Imperiales que tapizaban las paredes de estuco blanco del restaurante. El resto del mobiliario, trabajado en selecto abenuz, estaba dispuesto en una larga hilera de mesas forradas de bayetas oscuras alrededor del local y en el centro de cada una de ellas reposaba una pequeña fuente artificial de agua, capaz, con su bisbiseo hipnótico, de calmar los ánimos más impetuosos.
Neji oteó todo con la asumida apatía de quien ha estado en el lugar demasiadas veces como para impresionarse por su extravagancia, hasta que llegó a su destino: una discreta mesa para dos, bastante apartada de la algazara nocturna y a media ración iluminada por la lamparilla fluorescente que sobresalía de una de las paredes de yeso. Tomó asiento y ordenó coñac mientras esperaba. Faltaban cerca de treinta minutos para que ella, quien sea que fuera la susodicha en cuestión, llegara. Y efectivamente, veintiún minutos y dos vasos de coñac después, Neji la vio. Entró en su campo de visión como un tornado estival acicalado todo de rojo, desatándole un insólito subidón de adrenalina por el torrente sanguíneo que lo sumió de porrazo en un episodio pletórico. No sabía si se debía al aire inusual que timbraba el encuentro o al hecho de que la belleza de la mujer superaba con creces sus expectativas; lo cierto es que se levantó de su puesto como expelido por un resorte y no pudo dejar de observarla mientras ella completaba, ahora sin la asistencia del mozo, su parsimonioso avance hacia él.
A la distancia, su tez pálida se veía absurdamente suave; una invitación a tocarla. Neji, atendiendo el único atisbo de raciocinio que logró imponerse a sus instintos, apuñó las manos dentro de los bolsillos de su pantalón como una forma de controlar el impulso de entrar en contacto con aquella radiante piel. Se suponía que ella era una prostituta acostumbrada a ser manoseada, pero él, no sabía bien por qué, no sintió deseos de tratarla de ese modo. Desechó la mar de ideas impúdicas que se apilaron, porfiadas, en su mente durante ese fugaz instante y mientras trataba de conseguir una frase ingeniosa que rompiera el hielo, su aroma lo golpeó distrayéndolo de nuevo. Olía a cerezos. A brisa estival y a cerezos frescos.
Una vez que ella alcanzó la mesa, la tensión –Neji no sabría si sexual- se instaló entre ellos. Eso, sin embargo, no fue impedimento para que la mirada del hombre vagara en reconocimiento de los atributos femeninos: torneadas piernas largas, cintura estrecha y, fácilmente detectables gracias al generoso escote, se apuntalaban un par de núbiles y apetitosos senos. No fue hasta que sus ojos grises se prendieron de los de ella que Neji notó, debajo de las veladas pestañas, el brillo lemanita de su mirada cristalina; tan transparente como para dejar fluir a través de ella sus incongruentes emociones y tan oscura como para ocultar al mundo sus más sórdidas intenciones. Todo en ella parecía cuidadosamente diseñado para atraer. Era, en compendio, una mujer devastadoramente hermosa, y aunque su belleza no era una como la que Helena de Troya había tenido alguna vez, Neji igualmente pudo ver la tragedia grabada en cada perfecto trazo de su cuerpo. Como si algún día tuviera que pagar el precio por ser una criatura tan bella.
Tal vez, ya lo estaba pagando, especuló Neji con los pensamientos sumidos en un desordenado caos dentro de su cabeza. Tal vez, vender caricias a un hombre distinto cada noche, era su condena. Neji la miró y se hubiera compadecido de ella a no ser porque todo ese demoledor encanto prohibía rotundamente cualquier viso de la lástima.
Un ligero temblor se abrió paso por el carmín de aquellos labios cuando quisieron esbozar una sonrisa a la par que su cabello, un alegre carnaval de hilos rosados, era sacudido por una ligera corriente de aire que, como heraldo de un mal presagio, le heló la sangre en las venas. Pero, otra vez, él se hizo el de la vista gorda, abandonándose a sus deseos. Acatando sus instintos más primarios, Neji deslizó su mano por sobre la mesa y con un tono un tanto ronco murmuró:
―Mucho gusto. Soy Neji Hyuga.
―El gusto es mío… señor Hyuga ―replicó ella, acentuando el rubor de sus mejillas ante el firme agarre del hombre sobre su mano (constató Neji, entre cosquilleos, tersa) al tiempo que lo observaba por entre las oscuras pestañas embardunadas de rímel.
Sin poder evitarlo, él bosquejó una sonrisa particularmente ladina. Acto seguido, inquirió:
―¿Cuál es tu nombre?
―Sak ―Ella se interrumpió de súbito, otra vez con los mofletes, inocentemente, encendidos―. Jade ―anunció con una sonrisa sutil, escorando a nerviosa―. Puede llamarme Jade.
A Neji no se le hizo realmente difícil conjeturar que Jade era su nombre de oficio. Uno que le iba como anillo al dedo, además; dado el centelleo felino de sus ojos verdes. Todavía encandilado por su estrambótica beldad, él sopesó la idea de ayudarla a sentarse solo como una forma de seguir teniendo acceso a más de su piel, pero cuando las palabras de Shisui revolotearon en su cabeza, optó por indicarle con un amable gesto que tomara asiento a la par que él hacía lo mismo. Ella lo hizo, rehuyendo a todo costo cualquier tipo de contacto visual; Neji, por el contrario, no dejaba de memorizar cada sinuosa línea de su cuerpo entero; cada brillante detalle de su nacarado rostro.
―Jade ―repitió él y hubo algo en la forma en la que Neji arrastró las sílabas al pronunciar el nombre que la hizo palidecer con la misma celeridad con la que antes se habían ruborizado sus mejillas―. Estoy realmente encantado de conocerte, Jade. Y nada de señor Hyuga; puedes llamarme Neji.
Ella levantó las comisuras de sus labios en algo cercano a una sonrisa mientras le dedicaba una recatada mirada de soslayo. Pero, a excepción de eso, no hizo absolutamente nada más por un buen rato. No es como que hiciera falta. El efecto de la sonrisa y las pestañas juntas era como un pequeño terremoto de atractivo.
Entre aperitivos y la cena, transcurrió más de media hora, durante la cual ella contestó de forma lacónica cada inquietud de Neji, evadiendo cualquier interacción de carácter personal. Neji se dio cuenta entonces que Jade era una profesional versada en el arte de seducir, que conocía cuánto podía llegar a embelesar a un hombre una mujer enigmática; cuyos devastadores ojos verdes no dejaban de prometer un sinfín de cosas distintas. La amalgama de belleza pueril e inocencia letal, junto con la promesa del pecado era desequilibrantemente apetecible.
―¿Y hace cuánto qué haces esto? ―le preguntó a Jade, queriendo abofetearse al instante siguiente que las palabras abandonaron su boca.
Era una duda razonable dado que no sabía nada de ella y ella parecía, groso modo al menos, tener conocimiento de algunas cosas de él. Era, asimismo, una pregunta que él hubiera hecho a cualquier persona con la que alguna vez hubiera cenado; bien fuera para establecer antecedentes profesionales o patrones de interacción de acuerdo a la experiencia de la contraparte. Pero, y Neji estaba vergonzosamente consciente de ello, no era la clase de pregunta que le haces a una prostituta con la que pretendes follar toda la noche. ¿Cuánto tiempo hace que tienes sexo por dinero? ¡Qué Dios lo perdonara por su falta de tacto!
―¿Perdón? ―repuso ella, aclarándose la garganta en lo que parecía una condenación mutua a la impertinencia de Neji. La luz de la lamparilla coloreaba su piel y él notó el calor subiéndole a las mejillas en un gesto de reprobación que gritaba: ¡En serio no estás haciendo esa pregunta!―. ¿A qué te refieres?
Él no respondió; básicamente porque no fue capaz de hallar una réplica coherente que no supusiera un insulto.
―¡Ah, ya! ―Ella pareció comprenderlo; un destello de inhibición rutilando en sus ojos. Nunca antes la certeza de ser entendido había apenado tanto a Neji―. Yo no…
―No tienes que contestarme ―se apresuró él―. Fue una pregunta indiscreta.
―Fue más que indiscreta ―murmuró ella, más para sí mientras concentraba su atención en el burbujeo del agua de la fuente.
Cayeron en una merecida tregua, durante la cual Neji no se atrevió a encararla de frente; pudo, sin embargo, reparar en ciertos aspectos interesantes de sus mudas o cuidadosamente calibradas reacciones. A pesar del frío retraimiento con el que ella pretendía sobrellevar la situación, Jade no consiguió disimular la inexpresiva mirada herida de una niña que acababa de ser ultrajada intempestivamente: vulnerabilidad y desconcierto, apilándose en sofocante estado líquido en el iris de sus oscurecidos ojos verdes. No había manera, pensó Neji avergonzado, de que él pudiese lidiar correctamente con cualquiera de esas emociones. De repente, y como si un interruptor hubiese sido pasado, sus gráciles rasgos de porcelana se iluminaron con el indicio de una sonrisa renovada; el brillo regresó a su rostro, mostrándolo en tenue carmín e intenso verde de nuevo y Neji se aprovechó de ese momento de inusitada resurrección para cambiar de tema.
―Apenas tocaste tu plato ―señaló, dándole otro trago a su coñac después de atraer la atención del camarero con un movimiento de su mano―. ¿No te gustó la cena?
Neji había ordenado por ella pasta a la carbonara y ensalada césar, mientras que él se conformó con una suculenta porción de pato a la naranja con raviolis; también le había ofrecido Champagne, que ella declinó a favor de una botella de vino de la mejor cosecha de la casa.
―Todo ha estado exquisito ―le aseguró Jade; medio aletargada por el sereno rumor de la fuente sobre la mesa―. Pero no tengo mucha hambre.
―¿Ordenaras postre? ―Quiso saber cuándo el camarero les ofreció los menús de agregados y levantaba los restos de comida para llevárselos―. ¿Alguna preferencia gastronómica?
―En realidad, no me apetece nada más.
Él asintió en su dirección, intentando desenmarañar algo del disturbio que envolvía sus pensamientos: ¿Estaba molesta o incómoda? ¿Se sentía ofendida? ¿Acaso su curiosidad había sido lo suficientemente humillante como para que ella decidiera que no pasaría nada entre ellos? Era difícil saberlo, puesto su sepulcral y, todavía así, excitante silencio. Neji contorsionó el rostro en señal de irritación: lo único que había obtenido de su fracasado intento de telepatía fue acrecentar sus deseos iniciales; así que, adelantándose a cualquier resolución que pudiera tomar Jade, se aclaró la garganta y con determinación le propuso:
―¿Quieres otro vaso de vino o prefieres que subamos ya?
Pareciendo consternada, ella dio un respingo en su asiento y Neji casi pudo asegurar que la palidez de su rostro se acusó, resaltando el tormentoso verde de su mirar y el brillo escarlata de sus pecaminosos labios. No obstante, la vacilación se extinguió entre un parpadeo y el siguiente. Él la escrutó concienzudamente; sus esmeraldinos ojos eran como estrellas, brillando con la intensidad de una supernova, pero ahora sin dar ninguna pista sobre sus intrincadas emociones. Después de tragar saliva, Jade gestó la mejor de sus sonrisas e hizo una ligera mueca de asentimiento.
―Subamos ―dijo ella.
Y esta vez, Neji se olvidó de los consejos de Shisui y le retiró la silla para ayudarla a levantarse; las manos cosquilleándole por tocarla.
He vuelto con otra historia. Parece drama, pero no lo es. Parece romance, quizás lo sea; es algo que a la larga solo decidirán los personajes... Porque a resumidas cuentas, es solo otra historia, como la vida misma. espero que les guste.
Feliz existencia.
