Nota de la Autora: Este es el primero de una serie de relatos escritos sobre Alexandra Shepard (una de mis personajes en uno de mis recorridos del juego, parangón, origen terráqueo, único superviviente). Aunque este se centra en lo que ocurre antes del juego para presentar y situar al personaje y a algunos de los OCs recurrentes, le seguirán otros que se ambientarán durante los tres títulos (serán en su mayoría one-shots o pequeñas sagas como esta). Finalmente, la pareja principal de estas series será la de Shepard/Liara, cuya historia iré "desarrollando" en esos próximos one-shots. Sin más, espero que disfrutéis ^^.
I .- EL COMIENZO
— SUEÑOS —
La Tierra. Año 2.163
Siempre que Kenan no conseguía dar con ella y nadie parecía saber dónde estaba escondida, solo se le ocurría un lugar en que buscarla; no se trataba de un escondrijo como en el que muchos niños de su edad se metían para evitar a los muchachos más mayores de los que tenían miedo, tampoco uno de los refugios bajo las calles de la ciudad en los que gente como ellos pasaban las largas noches de invierno al resguardo de los elementos. No. El sitio donde ella se «escondía» estaba bien alto y lejos del suelo, realmente, lo más alto que podía alcanzar en aquella megalópolis atestada de gente que iba a lo suyo sin preocuparse de los de su clase lo más mínimo. Era un viejo edificio a medio construir, abandonado años atrás y que se alzaba en aquellos arrabales como mudo vestigio de una época en que esa parte de la ciudad fue considerada importante, pero la obra nunca fue terminada y los muros a medio hacer languidecían bajo el paso del tiempo. Las plantas que todavía conservaban paredes eran hogar de una de las bandas de la ciudad, la misma a la que ellos pertenecían, que cuidaba de ellos a cambio de su trabajo, que era su familia, dura y brutal, pero familia para aquellos que no han conocido ni tienen otra.
Kenan, tras preguntar y buscar por las plantas inferiores sin resultado alguno, dirigió sus pasos hacia el último piso, una azotea sin parapetos que se abría al cielo y al viento que siempre soplaba allí arriba. Sus ojos enseguida vieron la menuda figura que se sentaba no muy lejos de uno de los bordes. La cabeza de castaño cabello enmarañado inclinada hacia atrás y la mirada perdida en la oscura bóveda nocturna que se cernía sobre ellos, apenas punteada por un puñado de estrellas, aquellas que conseguían brillar más fuerte que las luces devoradoras de la ciudad a sus pies.
—Ey, hermanita, ¿soñando otra vez con viajar a las estrellas? —inquirió el muchacho sentándose a su lado, el oscuro pelo cayendo salvaje por sus hombros, meciéndose en la sempiterna brisa de aquellas alturas.
—Tú no eres mi hermano de verdad, ¿por qué me sigues llamando así? —preguntó la niña con su sinceridad directa habitual, sin apartar los oscuros ojos verdes del cielo.
—Tenemos el mismo apellido, hermanita —sonrió Kenan, nunca molesto por aquella clase de preguntas.
—Sí, Shepard… Pero solo porque tú me lo pusiste. Eso no nos hace hermanos de verdad.
—¿Quién lo dice?
—Otros —la niña, que no tenía más de nueve años, dirigió sus inquisitivos ojos hacia el muchacho de dieciséis—. Finch, Mica, Cachorro y los demás —dijo sacudiendo los hombros.
—Esos no tienen ni idea de las cosas —negó con la cabeza Kenan, la sonrisa siempre en sus labios.
—Pero tienen razón, no somos hermanos de sangre… Solo de nombre y solo porque tú me lo pusiste.
—¿No te gusta?
—Claro que sí, más que tener solo mi nombre —sonrió—. Pero…
—Pero Finch y los otros se equivocan —le puso una mano en el hombro—. No somos hermanos de sangre, pero la sangre no es lo único que hace hermanos. Cuidamos el uno del otro y nos queremos, eso ya es suficiente para mí.
—Eres tú quien cuida de mí, Ken —su tono era casi pesaroso.
—Porque eres la pequeña y los hermanos mayores cuidan de los pequeños. Les protegen.
—Como tu hermano, tu verdadero hermano mayor hizo antes.
—Sí, como él lo hizo antes…
Por un momento los dos permanecieron cayados, compartiendo un recuerdo que solo pertenecía a uno de ellos, pero que la otra conocía. Antes de la banda, antes de las calles, Kenan tenía una familia de verdad, unos padres que le querían y un hermano mayor que cuidaba de él, mas todo aquello le fue arrebatado cruelmente y él acabó en las calles, sin nada ni nadie hasta que primero una anciana y después la banda lo encontraran y la segunda decidió que bien podría darle una oportunidad.
—Ken, ¿piensas alguna vez en vengarte? —la niña le miraba seriamente y de repente a Kenan le pareció más mayor de lo que realmente era.
—Alguna vez —el muchacho sonrió de medio lado, un gesto que, había descubierto recientemente, ella estaba tomando de él.
—Entonces yo te ayudaré —dijo toda convencida—. Porque eres mi hermano mayor.
—No. —Su tono vehemente y tajante atrajo una mirada entre asustada y preocupada de ella—. Ese es mi sueño, hermanita, el tuyo es el de volar a las estrellas, salir de este lugar, de esta ciudad y de este planeta y descubrir los secretos del universo.
—Mi sueño es casi imposible de alcanzar. —Alargó una mano hacia el cielo, para después dejarla caer sobre su regazo—. La banda…
—La banda no es tu dueña —la cortó—. Trabajaremos para ella hasta que llegue el momento en que puedas cumplir tus sueños. Encontraremos la manera, hermanita, te lo prometo.
La niña le miró sonriente y asintió, era fácil para ella creer en sus palabras y sus promesas, pues hasta ahora, él nunca le había fallado. Kenan le devolvió la sonrisa. Su vida en las calles no era fácil y la «familia» que cuidaba de ellos no les permitiría marchar así como así, pero él no dejaría de darle esperanzas a ella, de mantener vivos sus sueños, para que la frustración y la desesperación no la alcanzaran como a otros muchos como ellos, para que lo bueno que todavía había en ella, pese a los reveses y las decepciones de su corta vida, no desapareciese por completo.
Kenan conoció a la niña cuando la anciana que cuidaba de él la trajo al pequeño y destartalado piso hacía seis años. Una mocosa de tres años, con más mugre que ropa cubriendo su cuerpo escuálido y unos tristes ojos verdes que ganaron su corazón, como habían ganado el de la buena mujer. Entonces el tenía diez años y todavía a alguien que se ocupaba de él como mejor podía; la comida a veces faltaba en la mesa y la ropa se remendaba una y otra vez, pero tenía una cama y un techo y unas manos y una sonrisa amables. Pero tras la llegada de la pequeña, Kenan se dio cuenta de que la anciana no podría darles de comer a ambos; su triste historia y el tiempo que pasó en la calle lo habían vuelto mucho más maduro de lo que correspondía a su edad. Y consciente de las estrecheces que iban a sufrir, decidió ayudar de alguna manera.
La banda que dominaba aquellas calles fue esa manera. Siempre dispuestos a aceptar a nuevos miembros entre sus filas. Kenan era rápido, listo, hábil con las manos y aprendía rápido. Se ganó su sitio entre los Rojos de la Calle Diez robando carteras y otros objetos de valor, ejerciendo de mensajero y a veces de distracción. Lo poco que ganaba tras el reparto del botín, lo llevaba a la casa y la anciana nunca le preguntó de dónde salía aquel dinero o la comida que de vez en cuando traía. Porque aunque estuviese mal, los tres necesitaban comer y calentarse en invierno.
La vida fue un poco más fácil por un tiempo y durante tres años la anciana y los niños sobrevivieron gracias en parte a las aportaciones de Kenan. Y él se convirtió en un hermano mayor para la niña, que con seis años quería seguirlo a todas partes, era su ídolo. Kenan le enseñó muchas cosas durante ese tiempo, se aseguró de que también estuviera bajo la protección de la banda y sintió que volvía a tener una familia. Pero cuando la anciana murió al poco tiempo de cumplir él los trece años, se encontró de nuevo en una situación delicada.
De nuevo solo, ahora con una cría que dependía de él. La decisión de ir a vivir con la banda no fue una difícil, era la única manera de evitar que los lobos y chacales de piel humana la devorasen, aunque él perdiese para siempre su libertad, era un precio que estaba dispuesto a pagar. Porque desde el día en que ella entró en su vida, se prometió cuidarla y protegerla, como su propio hermano mayor, del que apenas recordaba ya su rostro, había hecho con él la noche en que su familia murió.
—Veré cumplidos tus sueños, Alexandra —dijo rodeando sus hombros y atrayéndola ligeramente hacia sí.
Ella asintió en silencio y se abrazó a él. Cuando Kenan utilizaba su nombre, aquel que estaba grabado en una desgastada pulsera metálica que se le había quedado pequeña y que ahora llevaba pendiendo de una cinta de cuero desgastado alrededor del cuello, era que de verdad hablaba en serio.
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La Tierra. Año 2.169
—¡Corred!
El grito de Finch los puso a todos en movimiento; los cuatro muchachos echaron a correr por aquella avenida principal en busca de una calle lateral que les permitiese llegar a zonas más conocidas en las que les resultaría más fácil perder a sus perseguidores.
Alexandra había empezado la carrera la última, pues era ella la que había estado forzando todas las cerraduras de aquel local comercial en el que había conseguido colarse minutos antes por una de sus puertas traseras y cuando Finch dio la voz de alarma, estaba tratando de abrir la caja fuerte que el dueño del sitio tenía en su despacho; casi lo tenía pero las voces y las sirenas de la policía le hicieron desistir, recoger su parco equipo y poner pies en polvorosa detrás del resto de sus compañeros de fechoría. Había salido la última del local, pero era la chica de quince años más rápida de los Rojos de la Calle Diez, o al menos eso era lo que Kenan solía decirle, así que pronto había sobrepasado al grandote de Cachorro y poco a poco estaba alcanzando a Mica y Finch.
Le faltaban unos pocos metros para llegar a su altura, cuando de repente chocó con una persona que salía de uno de los bares que jalonaban la avenida; el golpe fue considerable y la envió un par de pasos hacia atrás y al suelo de espaldas, pero no tenía tiempo para quejarse del dolor y se levantó mascullando disculpas al desconocido contra el que había impactado.
—Lo siento, señor… No le he visto y… —La cara de Alexandra palideció al darse cuenta de dos cosas al alzar la vista y mirar hacia delante; la primera era que el desconocido, un hombre en su treintena, de complexión fuerte y atlética, piel oscura, pelo corto y ojos marrones, vestía uniforme y la segunda, que tras él se habían detenido dos oficiales de policía; debían haber venido desde el otro lado de la avenida, alertados por alguno de los agentes que les perseguían.
—¡Señor, no deje que se escape! —dijo uno de los policías al desconocido que se interponía ahora entre Alexandra y sus pronto aprehensores.
La muchacha maldijo entre dientes, echó un vistazo sobre su hombro, pero por donde había venido podía ver las luces de los coches patrulla. Entre resignada y asustada, supo que no había salida, que de esa se iba directa al reformatorio y desde luego, las historias que algunos chicos de la banda contaban sobre él no eran nada alentadoras. "Y una vez que entras en el sistema ya estás marcado de por vida", solía repetir Finch, aunque él nunca había dado con sus huesos en la "prisión juvenil" como solía llamarla más de media banda.
—Disculpe, oficial, ¿pero por qué no debería dejar escapar a mi sobrina? —Alexandra miró sorprendida al desconocido, aunque se apresuró a esconder tal emoción, si aquel hombre le estaba dando una vía de escape, era mejor no desaprovecharla.
—¿Su sobrina? —Ambos policías miraron a Alexandra y al hombre alternativamente, como si no acabaran de creerle. La joven podía entenderlos, dado el estado desgastado de sus ropas y lo salvaje y descuidado de su largo pelo, y el aspecto cuidado del uniforme del hombre.
—Así es, agente —el desconocido puso una mano sobre su hombro y Alexandra hizo todo lo posible para no recular un paso, experiencias pasadas le hacían mantener las distancias con todo el mundo—. Mi cuñada está pasando unos meses difíciles, desde que murió mi hermano las cosas han estado complicadas para ellas, ya sabe, él era la única fuente de ingresos en la casa y están teniendo algún problema para poder cobrar la pensión.
Alexandra no pudo más que felicitar mentalmente a aquel hombre por su capacidad para improvisar una historia como aquella rápidamente y que además sonase creíble, pero claro, el uniforme podía tener algo que ver para ganarse la confianza de aquel par de polis. Pese a que era casi de noche y muchas tiendas estaban cerradas ya, alrededor de ellos se había formado un pequeño corro de curiosos, que otros agentes estaban tratando de dispersar. Al parecer, se habían olvidado de Finch y los demás.
—Entiendo, señor…
—Teniente Anderson, Marina de la Alianza —se presentó el hombre.
«Así que ese es el uniforme de la Alianza», pensó Alexandra para sí; no es que no supiera de la existencia de la organización que representaba a la humanidad en la sociedad intergaláctica y del ejército que se ocupaba de mantener el espacio seguro (al menos, eso era lo que decían los pocos vids al respecto que había visto), pero nunca había estado cerca de un soldado, mucho menos de un oficial de la Marina; uno no intenta robar los bolsillos de alguien que está entrenado para estar alerta y que puede revolverse en cualquier segundo y dejarte K.O. Sí, Alexandra procuraba mantenerse alejada de la gente que vestía uniforme, de cualquier tipo.
—Perdone las molestias, teniente —se disculpó el policía—. Nos habían dado el aviso de que un grupo de muchachos sorprendidos en medio de un robo venía huyendo hacia aquí, entre ellos una chica que se ajusta a la descripción de su sobrina, pero es evidente que nos hemos equivocado.
—No pasa nada agente —sonrió el marine—. Un error lo comete cualquiera y los críos son tan parecidos a esta edad. No hay problema, ¿verdad, Lill?
—Claro que no, tío —respondió Alexandra sonriendo de medio lado, cuando el teniente la miró.
—Pues todo en orden. Agentes —Anderson hizo un gesto con la cabeza y los dos policías asintieron y les dejaron marchar.
El marine mantuvo la mano sobre su hombro, guiándola hacia delante unos metros, alejándose de la zona. Alexandra no tuvo más remedio que seguir el camino que él le indicaba.
—Será mejor que no eches a correr todavía, chica —le susurró unos minutos después, apartando finalmente la mano—. No sé si se han tragado del todo lo que les he contado, pero supongo que no querrás comprobarlo por si todavía nos siguen.
—Gracias —dijo Alexandra sin dejar de caminar a su lado; el hombre tenía razón, echar a correr ahora sería una tontería.
—¿Te perseguían a ti? —Inquirió con curiosidad.
—¿Por qué?
—Bueno, venías corriendo bastante rápido cuando has chocado conmigo —sonrió el teniente, parecía un hombre amable.
—Puede que simplemente me guste correr —Alexandra se encogió de hombros, tampoco tenía que andar confesando sus fechorías.
—Puede… —concedió él riendo.
—¿Por qué ha mentido por mí? —No pudo evitar preguntar la muchacha llena de curiosidad, no pasaba todos los días que un extraño ayudase a alguien como ella.
—Me pareció que no tenías muchas ganas de ir con los policías… —exhaló un suspiro—. Independientemente de lo que hayas hecho y si te perseguían a ti o no, creo que todos merecemos una segunda oportunidad.
—¿Así que me está dando mi segunda oportunidad? —Inquirió divertida Alexandra deteniéndose ante la boca de una estrecha calle que la llevaría de vuelta a los barrios bajos de Nueva York, su hogar.
—Exactamente. —Se detuvo frente a ella y la miró seriamente—. Y espero que la aproveches. No sé el tipo de vida que tienes, pero estoy seguro de que no es nada sencilla y sí muy dura. Te daré un consejo, para salir de ella no tomes el peor camino.
—Para usted es fácil decirlo —Alexandra torció el gesto—, no vive en las calles ni tiene quince años.
—Eso es verdad. Pero siempre hay una salida, solo tenemos que dar con ella. Ten —le tendió un pequeño folleto que sacó de un bolsillo—. Los he repartido hoy en un instituto donde he estado dando una charla sobre la vida militar en la Alianza. Quizá sea la salida que estás buscando. Tampoco es la más fácil, pero no es la peor —le guiñó un ojo al final.
Alexandra cogió el folleto y le echó un rápido vistazo a la portada; era un folleto de la Alianza, de las posibilidades y salidas profesionales que uno podría encontrar si decidía alistarse.
—Piénsalo, chica, dentro de tres años podrás alistarte y dejar la vida en las calles —dicho aquello, el teniente hizo un pequeño gesto de despedida con la mano y se giró para irse.
—¡Ey! —Alexandra llamó haciéndole detenerse, su expresión pensativa—. ¿Si me alisto, podré viajar al espacio?
El hombre sonrió y asintió.
—Podrías recorrer la galaxia, conocer otros mundos. Pero piénsalo bien, porque la Marina no es para débiles o inconstantes. Hasta entonces, cuídate, chica. —El hombre se volvió y siguió su camino, perdiéndose entre el resto de viandantes.
Alexandra se guardó el folleto en uno de sus bolsillos y echó a andar hacia casa, si Finch y los otros ya habían llegado allí, era posible que Kenan y los demás se estuviesen preguntando dónde demonios andaba o si la había cogido la policía, sería mejor darse prisa. Y durante todo el camino vuelta, no pudo dejar de pensar en las palabras del marine.
Aquella misma noche, más tarde, después de que los jefazos de la banda les felicitarán por dar esquinazo a la policía y les echaran la bronca por no haber podido hacerse con todo el botín, Alexandra dejó caer el folleto en la destartalada mesa que Kenan y ella usaban para comer o cenar en su reducido alojamiento, lo que en tiempos debió ser el proyecto de un pequeño apartamento, que la banda había dividido en cubículos todavía más pequeños.
—¿Qué es esto? —Inquirió su hermano tomando el brillante papel.
—El camino que lleva a mis sueños —contestó sonriente Alexandra.
—¿La Alianza? —Su hermano la miró desconcertado.
—La Marina de la Alianza—puntualizó la joven—. Si me alisto, podría ir al espacio.
—Hm, es posible. Si te gradúas en su Academia. ¿Estás segura, hermanita? No será fácil.
—¿Cuándo he tenido yo las cosas fáciles? —sonrió de medio lado.
—Jaja, tienes razón —ojeó el folleto y se encogió de hombros—. Si es lo que quieres, te ayudaré a conseguirlo.
—Gracias —su sonrisa se hizo completa.
—Nah, no me las des todavía. Como digo no será fácil. El ejército… hay que tener cierta vocación para ello.
—O no tener nada mejor como futuro —suspiró—. No quiero pasarme la vida robando para la banda, Ken. Quiero… quiero… no sé, quiero ir a las estrellas, quiero dejar estas malditas calles atrás.
—Lo sé, hermanita —Kenan sonrió amable y le palmeó la mano que tenía sobre la mesa.
—Si el ejército es el camino, entonces será el camino que tome, difícil o no. Además, puede que no esté tan mal, ¿eh? Me ensañarán cosas nuevas, tendré una paga desde el principio, tres comidas al día, un techo seguro… Ya sabes, esos pequeños lujos —rió.
—Ya. Muy bien, la Alianza, pues —asintió y segundos después le dedicó una mirada traviesa—. ¿Se lo has dicho ya a Andy?
—No, ¿por qué debería?
—Es tu novia, Alex —rió divertido—. Deberías contarle que tienes intención de alistarte.
—Me faltan tres años para ello, así que no hay prisa. Y además, Andy solo es mi novia porque puedo conseguirle cosas bonitas en algunos de mis robos. No es que me queje de lo que yo consigo a cambio —la media sonrisa socarrona reapareció en su rostro.
—Vaya, vaya con la inocente Alex —volvió a reír su hermano.
—Tú eres el único que me cree inocente aún —le sacó la lengua.
—Porque siempre serás mi hermanita —le revolvió el desgreñado cabello—. Y diría que va siendo hora de cortar esta maraña que tienes por pelo.
—Ja, mira quién fue a hablar —Alexandra le tiró de un mechón del pelo que le caía por los hombros, enmarcando un rostro más enjuto que unos años atrás.
Las risas de ambos llenaron el pequeño espacio que era su hogar. Y, cuando más tarde, pasada ya la media noche, Alexandra subió a la azotea del edificio y dirigió su mirada a las estrellas que podía ver desde allí, pensó que quizá sus sueños estaban ahora un poco más cerca. Ahora tenía un camino que seguir.
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La Tierra. Año 2.172
La plataforma de embarque era un mar de gente que bullía de ruido y vida; había personas de todas las clases, edades y profesiones, solas o en grupo, incluso varios alienígenas de turismo o por negocios, esperando a ser llamados para abordar su vuelo, despidiéndose de amigos y familiares. Alexandra se preguntó cuántos de ellos compartirían su destino, si alguno de aquellos jóvenes también se dirigía a la misma base de instrucción a la que la Academia Militar de la Alianza la había destinado a ella en Macapá. Quizá varios de ellos o quizá ninguno. Respiró hondo y volvió a manosear la bolsa de lona que era todo su equipaje, apenas un puñado de objetos personales y algo de ropa, la vida en las calles no te hacía poseedor de muchas cosas precisamente.
—¿Nerviosa? —Le preguntó su hermano sentado a su lado en una de aquellas sillas de plástico tan incómodas.
—Puede que un poco —contestó volviéndose a mirarle; Kenan había cambiado poco en aquellos años, era más alto, sí, le sacaba algo más de una cabeza, pero seguía siendo igual de delgado y fibroso que cuando tenía dieciséis, ahora tenía el pelo más corto y el rostro más enjuto, sus ojos verdes todavía eran brillantes y vivos, llenos de aquella expresividad que Alexandra siempre había visto en ellos, un poco más duros tal vez, el tatuaje con el emblema de la banda medio visible en su cuello. Alexandra también tenía el suyo, pero en un lugar menos visible; un número diez romano grabado en rojo oscuro en su omoplato izquierdo.
—Todo te irá bien, hermanita —le sonrió tranquilizador—. Superarás la instrucción sin problemas y la Alianza te ayudará a cumplir tus sueños, serás una marine, servirás en la flota y podrás recorrer la galaxia, ver todas sus maravillas.
—Todavía tengo que superar la instrucción y que de verdad me admitan en los marines. No es tan fácil como lo dices, Ken —sacudió la cabeza, pero media sonrisa se dibujaba en sus labios, las palabras de su hermano seguían teniendo la cualidad de animarla.
—Bah, seguro que el entrenamiento que te espera no será tan duro como sobrevivir en las calles.
—Pero tú no estarás allí para ayudarme —sonrió tristemente ahora.
—¡Ey!, ni falta que te hago. Eres fuerte, hermanita, y sabes cuidar de ti misma. Es lo que te he estado enseñando a ser todos estos años. Puede que cuando eras pequeña me necesitarás, pero hace ya un tiempo que sé que puedes volar sola. Muchos de los Rojos te respetaban y sabían que no debían meterse contigo.
—No se metían conmigo porque sabían que luego tendrían que responder ante ti. Y respetar… los nuevos o los más jóvenes, pero no los perros viejos, esos… bueno —la media sonrisa apareció de nuevo—, de esos me mantenía alejada, a no ser que me quisiesen encargar un trabajo.
—Cuánta modestia —rió de repente Kenan—. ¿Ya se te ha olvidado la bonita cara que le dejaste a Jim aquella vez que intentó pasarse de amistoso contigo? ¿O que todos saben que eres la mejor hacker de la Décima? ¿Hm? Todo eso es cosa tuya.
—Está bien, está bien —rió Alexandra—. Pero solo porque tuve un buen hermano mayor que me enseñó a defenderme y usar mi talento para la tecnología.
—Todo eso te servirá en la Alianza, no lo dudes.
Justo en ese momento, por megafonía anunciaron que el siguiente vuelo a Brasil estaba abierto par ser abordado.
—Es la hora —dijo Kenan levantándose.
—Sí —Alexandra se puso en pie y se colgó la bolsa de lona al hombro. Volvió a respirar hondo.
—Aquí comienza el camino a tus sueños —Kenan la tomó por los hombros y la miró seriamente—. Sigue luchando por ellos, hermanita y alcanza las estrellas. Hoy dejas atrás la vida miserable en las calles. No más delitos, no más correr y esconderse de la poli, no más peleas. Hoy los Rojos quedan atrás.
—Los Rojos, pero no tú, Ken. Te escribiré siempre que pueda, así que intenta mirar algún terminal de Extranet de vez en cuando —tomó aire y se abrazó a él—. Te voy a echar de menos, hermano.
—Y yo a ti, hermanita, más de lo que puedas imaginar —la estrechó una última vez y se separó de ella—. La próxima vez que nos veamos llevarás ya tu uniforme y la gente que siempre te ha ignorado, te mirará con respeto. Ve y demuéstrales lo que vales, Alexandra Shepard.
Kenan la empujó levemente hacia las puertas de embarque, Alex sonrió conteniendo las lágrimas, agitó una última vez la mano diciéndole adiós y se giró hacia su destino, su rostro adoptó la expresión seria y decidida que era su máscara, levantó de nuevo las barreras que protegían su interior y se encaminó hacia su futuro.
. — . — . — .
Un cielo inmenso y cuajado de estrellas se abría sobre las aguas calmas del mar aquella noche, pocos eran los ruidos que rompían el silencio de la base a aquellas horas, salvo el continuo vaivén de las olas y las voces distantes de algunos de los reclutas de guardia. Todavía no era hora de luces apagadas, pero la mayoría de sus compañeros estarían en la cantina o ya en sus barracones, charlando, divirtiéndose, escribiendo a los suyos, contando los días que les faltaban para terminar su instrucción y graduarse, para recibir sus nuevos destinos, para seguir su formación o entrar ya al servicio activo de la Alianza.
—De verdad —oyó suspirar a alguien a su espalda—, uno pensaría que estarías celebrándolo con los demás, en vez de estar escondiéndote aquí en la playa, Alex.
—No me estoy escondiendo, Kim —se defendió la joven—. Solo quería pensar y aquí se está tranquilo.
Y se veían más estrellas que en ninguna otra parte de la base o la cercana ciudad de Macapá; por eso le gustaba pasear o sentarse en la playa a la caída de la noche, sobre todo cuando quería estar a solas con sus pensamientos, algo que el resto de sus compañeros respetaba, salvo Kim López. La morena y extrovertida canadiense, que se había convertido en su mejor amiga durante los primeros meses de instrucción, siempre aparecía cuando pensaba que más que soledad, lo que necesitaba era compañía. Normalmente, solía tener razón, pero normalmente Alexandra nunca lo admitía.
—¿Y qué tienes que pensar? —Preguntó sentándose en la arena junto a ella—. Te han escogido para uno de los programas más prestigiosos de la Alianza. La Academia para Combatientes Interplanetarios, eso es algo con lo que muchos reclutas solo pueden soñar.
—Y es una gran responsabilidad —suspiró Alexandra—.Normalmente no suelen seleccionar candidatos a punto de graduarse de la Academia. ¿Y si no estoy a la altura?
—¿Lo dices en serio? —Los ojos marrones de Kim la miraron incrédula.
—Por supuesto que hablo en serio. Quiero decir, no soy más que una recluta más, como el resto, con algo de talento para la tecnología y la informática, a la que el Jefe Ellison grita día sí y día también. He crecido en las calles y si no estuviera aquí, lo más seguro es que ahora anduviese en malas compañías haciendo cosas poco legales. O en la cárcel.
—Pff —resopló Kim—. Eso no te lo crees ni tú. Lo de la cárcel digo, te he visto correr y, amiga, eres rápida —rió para luego adoptar un tono un poco más serio—. Vamos, Alex, ¿una recluta como los demás? Ja. Eres la primera de nuestra promoción, tienes las mejores calificaciones, eres líder de escuadrón y tienes varios reconocimientos en tu expediente. El Jefe grita a todos por igual. Algo de talento dices, en mi vida había visto a alguien tan hábil con la omniherramienta como tú. Y ya no estás en las calles. Si te han recomendado para la Escuela N es porque vales para ello y lo harás tan bien como aquí. —Kim le palmeó el hombro dándole ánimos—. Además, ¿sabes dónde es la segunda fase de ese programa, no?
—En el espacio. —No pudo evitar que una sonrisa aflorase a su rostro.
—Exacto. Lo que quiere decir que muy pronto abandonarás la Tierra y viajarás a esas estrellas que tanto te gusta mirar —Kim sonrió a su vez.
—Cumpliré mi sueño, tal como Kenan dijo que haría. —Sus ojos verdes se elevaron una vez más al cielo nocturno, a su meta y más allá. No importaba lo duro que fuese a ser el entrenamiento, haría todo cuanto pudiese, se esforzaría al máximo para poder realizar la segunda fase.
—Eso es. Seguro que tu hermano estará muy orgulloso de ti. ¿Se lo has contado ya?
—Sí —bajó de nuevo la mirada a su amiga—, le escribí en cuanto me lo comunicaron. Aunque no sé cuándo leerá el mensaje. Espero que antes de que me tenga que ir para Río. Me gustaría poder verle una vez más antes de marcharme, no sé cuándo tendré tiempo libro una vez comience el programa. Según lo que se cuenta, probablemente no mucho.
—Quizá no sea posible.
—Lo sé, pero aun así me gustaría —suspiró—. Uo, la «vila», todavía me cuesta creerlo.
—El primer paso para convertirte en N7 —comentó Kim.
—No nos adelantemos. —Alexandra sacudió la cabeza—. Es un camino muy largo, difícil y duro. Tengo entendido que el nivel de abandono es alto.
—Es cierto —asintió Kim—. Pero siendo tú, seguro que lo consigues. Cuando estés por ahí en misiones especiales, salvando el culo a gente importante y recibiendo medallas, acuérdate de nosotros —rió.
—Nunca podría olvidaros —sonrió de medio lado—. Sobre todo a la cansina de López, que no me dejaba ni a sol ni a sombra.
—¿Cansina, eh? —Los ojos marrones brillaron traviesos—. Hace un par de noches, no muy lejos de donde estamos ahora, no oí que te quejarás sobre mi compañía.
—Eso fue porque no me estabas aburriendo con tus palabras —dijo en tono de broma y la media sonrisa se tornó pícara—. Tu boca estaba dedicada a cosas más interesantes.
—Ajá. Y dime, soldado… —Kim se sentó a horcajadas sobre su regazo, rodeándole el cuello con sus brazos, las manos de Alexandra fueron a caer en sus caderas—. ¿Quieres que pasemos a cosas más interesantes, como has dicho? —Se inclinó hacia delante hasta que sus bocas quedaron a escasos centímetros.
—Puede… —Una de sus manos ascendió levemente por el costado de la morena, que empezó a juguetear con su corto cabello castaño, enredando los dedos en él.
—¿Sabes que cuando estemos sirviendo en unidades o naves diferentes, ya no nos podrán acusar de confraternización? —Kim se pasó la lengua por los labios.
—Lo sé —sonrió Alexandra—, pero ese nunca ha sido un problema que nos preocupase mucho.
—Cierto…
Finalmente, sus bocas se encontraron y desataron sus deseos, rindiéndose a ellos sobre la arena de aquella playa, bajo la única mirada de las estrellas en aquella noche de luna nueva.
Volvían a su barracón, antes de que las luces tuvieran que apagarse y con el pelo y la ropa más o menos libres de arena, cuando Kim la hizo detenerse a unos metros de los largos edificios, en una zona apenas iluminada por las cercanas farolas, lejos de oídos indiscretos.
—Alex… —llamó.
—¿Hm? —se detuvo a mirarla al percibir el tono serio en su voz.
—Cuando nuestro tiempo aquí acabe, cuando cada una marchemos por nuestro propio camino, nada de promesas, ni ataduras ¿de acuerdo? Me gustas un montón, es genial estar contigo y siempre serás mi mejor amiga, pero… —vaciló.
—Pero no estás segura de poder mantener una relación a distancia o poder esperarme —terminó por ella Alexandra, que se acercó y puso una mano en su mejilla—. Está bien, Kim, lo entiendo. Y pienso igual —la sonrisa de medio lado volvió a aparecer y retiró la mano en una caricia—. Quién sabe a dónde nos destinarán una vez terminemos nuestro entrenamiento. O dónde acabaré yo si supero el programa de Combatientes Interplanetarios. Puede que no volvamos a vernos en mucho tiempo.
—Suenas casi demasiado tranquila —comentó Kim—. Te lo estás tomando con mucha calma.
—De nada serviría que me enfadase o intentase convencerte de lo contrario. Desde el principio tú y yo hemos sido conscientes del tipo relación que tenemos y que cuando la instrucción termine, también terminará esa relación. Valoro mucho tu amistad y sé que eso no lo voy a perder… Echaré de menos el sexo, eso sí…
—¡Alex! —Exclamó la morena sintiendo enrojecer sus mejillas.
—¿Qué? Es la verdad —sonrió traviesa.
—Así que solo habré sido unos cuantos polvos para ti… —Alexandra detectó enseguida que Kim estaba bromeando, pero de todas formas quiso asegurarle que no era así.
—No. Has sido una estupenda amiga…
—Con beneficios —señaló Kim.
—Y seguirás siendo una gran amiga —continuó Alexandra ignorando el comentario.
—Tú también —sonrió Kim—. Y tienes suerte de que sea una persona de mente abierta y no deje que el sexo estropeé nuestra bonita amistad.
—Sí. Soy muy afortunada —rió Alexandra.
—Mucho, Shepard, no lo olvides.
—Nunca podría.
—Bien. Ahora será mejor que volvamos al barracón antes de que se nos haga más tarde y acabemos metidas en algún lío.
—Sí, señora —sonrió de medio lado y siguió a Kim hacia su unidad.
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Lanzadera de la Alianza. Año 2.173
Las estrellas. El espacio. Alexandra apenas podía despegar sus ojos de la ventana de observación de la lanzadera en la que viajaba, junto a varios marines más, hacia la estación espacial donde iban a recibir su primera instrucción en gravedad cero. Su sueño se hacía realidad ante su atenta mirada. La Tierra había quedado atrás, como poco a poco iba quedando atrás aquel pasado en las calles, miserable y oscuro la mayoría de las veces, criminal algunas, al que había logrado sobrevivir gracias a la ayuda y cuidado de Kenan y también de su propia entereza y fuerza, de su capacidad para seguir adelante, para ser lobo y no cordero, para esconder y proteger tras murallas de dureza su parte buena, aquella que Kenan se había esforzado tanto en mantener viva; aquella parte que la llevaba a preocuparse y cuidar de otros, casi siempre de lo más débiles, a encararse con los fuertes y demostrarles lo que valía, a ganárselos a todos y ser el tipo de líder que la Alianza busca en sus hombres y mujeres.
Su sueño se hacía realidad, pero, como Kenan le había dicho en su último mensaje, tras darle noticia de que había conseguido acceder al N2, aquello no era más que el principio, un paso más hacia una meta más grande. La siguiente fase del programa de la Escuela N la esperaba en aquella estación espacial, el siguiente escalón para alcanzar nuevos sueños.
