Monodia: Una Historia de Dos Mundos
World of Warcraft
! ALERTA !
Contiene relaciones interraciales (Trol x Elfo de la Noche).
Clasificado como Maduro (para edades 16 en adelante). Tener en cuenta que puede desarrollarse a MA (18+), pues podría llegar a contener en un futuro descripciones detalladas de índole violenta o sexual. Por demás, es una historia de amor extremadamente cursi.
Disclaimer
No soy dueña de Warcraft, WoW, o personajes de la franquicia utilizados en esta obra de ficción. Son propiedad de Blizzard Entertainment, y no mi propiedad intelectual. No recibo ganancia financiera a partir de la producción de esta obra ni tampoco será buscada. Esto fue escrito con propósitos meramente de entretenimiento.
Cualquier crítica constructiva es bienvenida. Apreciaría que se marquen errores ortográficos y/o gramáticos que hayan podido escapárseme al realizar el proofread.
Sin más preámbulos,
Monodia
Una Historia de Dos Mundos
Capítulo I
Una Voz en los Árboles
Era una noche fervientemente estrellada. Subida a una de las ramas más altas que podía alcanzar, la cazadora observaba con melancolía la frondosa jungla. La azulina luz nocturna no hacía más que añadir a lo exótico de la flora de Tanaan; sin embargo, extrañaba los bosques de casa más que nunca. Se sentía sola y perdida en el extraño lugar, aún si llevaba viviendo allí bastante más tiempo del que hubiera querido admitir.
No hacía mucho que se había enlistado en el ejército de la Alianza. Era una elfa joven, que no había alcanzado aún la adultez, pero había avanzado entre las tropas con sorprendente destreza. Siendo un as con el arco desde pequeña, había aprovechado su habilidad para dedicarse al cuidado de su hermana mayor, quien era de complexión delicada y poco podía dedicarse a cazar su propio alimento. A cambio, ella ayudaba a la pequeña cazadora con sus libros y estudios, que poco conseguían conquistar su espíritu libre y salvaje. El progreso sin igual de la joven elfa llamó pronto la atención de los más ancianos, recomendando siempre que se tome las cosas con calma, y que piense antes de actuar; si bien la elfa siempre había escuchado a sus mayores, obligaron a las centinelas a acogerla pronto en su regimiento, lo cual beneficiaría a todos. Así fue como se convirtió en la más reciente neófita del círculo protector de su nuevo hogar, Teldrassil, una vez su comunidad se vio obligada a huir de las inmediaciones de Bashal'Aran, el lugar que la vio nacer.
Neófita - como había adoptado llamarse la cazadora, luego de casi un siglo de ser la más novedosa adquisición de las centinelas - hubiera acogido Teldrassil como su hogar rápidamente, pues le parecía un sitio de lo más agradable, si no hubiera sufrido por casi medio siglo el desmejoramiento de la salud de su hermana. Casi inmediatamente después de haber huido de su hogar, su amadísima felore parecía ir gradualmente perdiendo la cordura. Una vez que Neófita comprendió lo que estaba sucediendo con ella, fue demasiado tarde.
Sacudiendo la cabeza con ligereza, provocando que las rastas y ornamentos de su casco hicieran ruidos sordos al chocar entre ellos y sus hombreras, se obligó a volver al presente. Alzó la cabeza buscando la luz lunar, pidiendo una vez más a Elune que tuviera piedad por su hermana, a pesar de todo lo que había pasado. Suspiró y se puso en pie con dominado equilibrio sobre la delgada pero firme rama. Asiéndose a una grieta de la corteza del árbol, estiró el torso y entonó un canto, talento que no habría adquirido jamás si no fuese por su -también recientemente adquirida- naturaleza solitaria. Lo consideraba una manera de entrenar las cuerdas vocales que no fuera el hablar sola en su casucha, ubicada unos árboles más allá, mal construida, pero con dedicación, y tan bien camuflada que durante años había sido imposible de detectar siquiera por expertos exploradores que Neófita había tenido el desagrado -y miedo- de encontrarse en la jungla de Tanaan.
El gran bullicio de la jungla no desmerecía en absoluto el delicado sonido de la canción, sino que lo acompañaba a la perfección. De hecho, no se distinguía si era Neófita o la animada -aún en la oscuridad de la noche- fauna de la jungla quien dictaminaba la entonación de la melodía.
Rala jamás había escuchado algo tan hermoso en su vida.
El tosco cazador podría haber dedicado prácticamente su vida eterna a la batalla y no saber mucho de cosas hermosas, pero sin duda supo detectarlo una vez que lo oyó. Cada ave, cada grillo, cada espíritu de la jungla, parecían hacer eco de una melodiosa y armoniosa melodía que jamás había oído pero que se instaló en su corazón cual recuerdo más tierno de la niñez, cual cariño más necesitado, o... cual comida más tibia en un estómago vacío. Ciertamente, Rala no tenía la menor idea de cómo ser un poeta, pero no encontraba palabras para describir lo que escuchaba; quizás porque era algo que no se escuchaba, se sentía. Lo sentía allí dentro, donde se aloja todo lo mejor de nuestro ser. Jamás podría olvidar esa melodía, si bien no lograba ni escucharla con claridad, ni entender lo que decía.
Solo algo sabía bien: debía saber de dónde venía.
Calzándose el arco a la espalda, comenzó a escalar árboles, buscando la fuente de tan hermosa voz. Su mente le reprochaba una y otra vez que no podía ser tan descuidado, ¡era un soldado! No debía adentrarse tan descuidadamente en la frondosa jungla sin cuidado, pero él confiaba en sus habilidades, y de ser una trampa, podría sobreponerse a ello con facilidad.
Inmersa en el canto, Neófita advirtió tarde la presencia que se acercaba con rapidez hacia donde ella se encontraba. Era tan buena acechando presas como poniéndose en su lugar para saber la mejor forma de escapar de un depredador potencial - este sencillo pero efectivo método le había sido extremadamente útil tanto en la vida ordinaria como en la guerra. Así, su concierto quedó vagamente interrumpido - pues las aves se negaban a acabar todavía, y seguían reviviendo la melodía.
Esto confundió a Rala, que cayó en la cuenta de que la voz se había silenciado unos mortíferos segundos demasiado tarde, pues cuando se propuso a pensar sobre ello, tenía ya una elfa de la noche encaramada a sus pies, arco tensado y con una flecha apuntando a tan poquísima distancia de su cuello que parecía mentira. ¿Cómo había podido pasar? Él, un veterano soldado de la Horda, un cazador de las sombras, burlado tan solo en segundos. Su cerebro no dejaba de repetirle "Te lo 'ije, mon".
Sin embargo, algo había hecho dudar a Rala - ¿por qué seguía vivo?
La cara de la elfa estaba bien oculta bajo su casco, el cual únicamente permitía ver sus vacíos pero brillantes ojos carentes de iris. Rala jamás se había sentido tan estúpidamente al borde de la muerte como en ese instante, siendo escudriñado por ojos inescrutables, reducido a la vergüenza de vivir el tiempo suficiente para entender lo fácil que había sido engañado. El sudor perlaba todo su cuerpo, y pudo saborear la sal cuando el de su frente completó su recorrido hasta la comisura de su boca. Estaba aterrado, por más que no quisiera admitirlo.
Sin embargo, el terror pasó a ser suplantado por incredulidad cuando la elfa corrió la flecha de su peligrosa posición y le hizo una señal con la cabeza para hacerla marchar. La oyó pronunciar con ferocidad unas palabras que no pudo comprender, y que le sonaban como el siseo de una serpiente a punto de atacar. Solo que no lo estaba atacando. Le estaba permitiendo marcharse.
- ¡Woo! ¿De verdá' me eh'táh de'ando ir? - inquirió el trol. Como única respuesta, obtuvo un ligero ladeo de cabeza por parte de la elfa. Nada más. Ni siquiera una reiteración de la supuesta amenaza que le había oído decir. Si hace unos momentos su cerebro le estaba ordenando regresar por donde vino porque podía ser una trampa, no imaginaba qué estaría pasando por la cabeza de la arquera que le había perdonado la vida.
Rala se distendió un poco y se rascó ligeramente la nuca. En un día había sentido demasiadas emociones diferentes como para hacerse una idea de qué, en el nombre del Loa, estaba sucediendo allí. Dos enemigos mortales, luchando por el equilibrio en una rama de un árbol, ¿intentando entablar una conversación?
Neófita quizás sí tenía una ligera idea de qué pasaba. Estaba cansada de derramar sangre. Evitaba todo lo que podía los enfrentamientos con la Horda, agradecida de que cada vez que tenía ganas de regresar a su fortaleza -una vez cada semana, o semana y media- la mayoría de las solicitudes comprendían tomar decisiones en contra de los peligros de Draenor y no contra la Horda, a quienes les había comprendido y estimado un poco más luego de tantas batallas en las que habían de unificarse para enfrentar peligros por mucho superiores a las disputas que sostenían por temas que, a decir verdad, quizás ya no eran tan importantes como para merecer una eternidad de odio entre las facciones. De hecho, todo se había desarrollado más que nada por un conflicto entre humanos y orcos, que a su comunidad no le importaba un bledo hasta que decidieron meterlos a ellos en el medio de todas las disputas.
No podía hacerse una idea siquiera de lo que el trol había dicho, pero lo había notado relajarse, y eran cosas que la cazadora no pasaba por alto. Lo miró de arriba abajo rápidamente: era obviamente un soldado, ataviado con ropajes y armaduras similares a los de ella, elaborados con elementos de lo más naturales, recolectados y confeccionados de la naturaleza de Draenor, como usaría cualquier buen guerrero que quisiera pasar inadvertido en el salvaje paisaje. Tenía la piel de un intenso color azul-celeste que recordó a Neófita a la luz lunar que tanto admiraba, seguramente reforzado por esta misma. Si se volteaba hacia ella, seguramente sus afilados y prominentes colmillos habrían quedado a escasos y peligrosos centímetros de su cara.
Suspirando, Neófita preguntó si lo que buscaba era abatirla. Rápidamente, musitó una maldición, y volvió a preguntar, acompañando de muecas y señas con las manos para ver si el trol lograba comprenderla.
- ¿Buscas batirte a duelo conmigo? - pronunció cada palabra lentamente, acompañándose de las manos, como si le hablara a un niño.
El trol arqueó una ceja, en señal de que estaba, al menos, intentando comprender a qué se refería. Medio segundo después de que la cazadora hubiera terminado, abrió los ojos y la boca con asombro, gesto que ella apenas advirtió ya que el trol tenía la cara casi completamente cubierta. La gestualidad de su cuerpo fue lo que le dio a entender que él se había sorprendido, pues se echó ligeramente hacia atrás... y casi cae de la rama al hacer semejante estupidez.
En un acto reflejo, Neófita se asió con una mano de una rama cercana, y tomó el brazo del trol con la otra. De haber sido una enclenque, no habría logrado sostener al corpulento trol de esa manera, pero no estaba segura de que la rama sí lo tolerara, así que rápidamente lo atrajo hacia sí para salvarlo de la temible fuerza de la gravedad. Esta vez, quedaron más cerca del tronco... y el uno del otro.
Atónitos, se miraron escasos momentos a los ojos, ambos con el corazón acelerado por el susto y por la repentina cercanía. El trol se apresuró a mirar hacia otro lado, mientras que la elfa bajó lentamente la mirada al suelo con las mejillas ardientes de furia, desconcierto y vergüenza. Permanecieron de esa manera durante un minuto que había parecido horas a los dos, hasta que la rasposa y despreocupada voz del trol se hizo oír por encima de los nocturnos ruidos de la jungla.
- Erah tú... La que cantaba ante' - declaró el trol, volviendo a mirar a la elfa, quien apenas había alzado la vista, sorprendida de que el cazador se dirigiera a ella una vez más -. Tieneh una voh he'moza.
Rala se arrepintió de lo que había dicho ni bien lo pronunció. ¿Elogiando al enemigo? Pero, ¿qué rayos le pasaba por la cabeza esa noche? Se alegró de que la elfa no pudiera entenderlo, pues hubiera sido de lo más humillante. Se rascó la barbilla con gesto aparentemente ausente mientras daba otro vistazo a la elfa, a quien no se había tomado el tiempo de observar hasta ese momento. Su armadura no permitía que revelara casi ni un sólo centímetro de piel al mundo, pero podía observar la fuerte tonalidad de sus músculos incluso de esa forma. Nunca había tenido la oportunidad de observar que los elfos fueran casi tan altos como él. El campo de batalla no daba tiempo para tales observaciones. Notó que la elfa estaba tensionada, y luego entendió por qué - tan sólo hace unos momentos él se había sentido igual.
Estaba acorralada entre el trol y el tronco del árbol, en una posición extremadamente incómoda como para lograr defenderse. Seguramente, pensó Rala, como guerrera que es, está analizando el entorno para encontrar la manera de escapar y defenderse de él, tal como el cazador haría si estuviera en su posición. Se sintió extrañamente enorgullecido del sentimiento de comprensión que había alcanzado, como si se sintiera honrado de estar en presencia de un soldado tan valioso (o más) como él; y el orgullo era algo que Rala difícilmente dejaba de lado, pero tuvo que admitir, por fin, que había sido superado esa noche.
- ¿Sabéh? - habló Rala -. Tú me ha' salva'o doh veceh en una noche... - dijo, y tomó distancia entre ambos, permitiéndole a la elfa contar con un espacio que no se esperaba; el cazador lo dedujo por la expresión, seguramente, de incredulidad con que lo miró... con esos ojos tan vacíos pero con un brillo renovado que le pareció que era gratitud -. Soy un trol, pero ha'ta algunoh de no'otroh tenemo' prin'ipioh, elfa-mon.
Neófita no entendió ni una palabra de lo que el trol decía, pero algo en su voz hizo que se tranquilizara. Enturbiada como estaba, olvidó por una vez más en su vida el consejo de los venerables ancianos de su comunidad. Sin entender muy bien por qué, tomó la muñeca del trol y tiró de ella, señalando un camino a través de ramas y lianas. Sorprendida de que el cazador la siguiera en silencio y sin titubear, su corazón empezó a latir con más fuerza a cada paso.
Ninguno de los dos sabía si se estaban dirigiendo a la muerte de uno, de otro o de los dos - o quizás de ninguno.
Lo que verdaderamente no sabían era que iban a cambiar el mundo como lo conocían para siempre.
Así, después de un camino sorteado de obstáculos, llegaron a la casucha escondida de Neófita.
