Disclaimer: Dragon Ball Z y sus personajes pertenecen a Akira Toriyama.
¡Hola! Este fic va dedicado a mi buena amiga Diosa de la Muerte, gran fanática de Bardock, ya que sin ella ni siquiera me habría planteado de escribir esto. Ni Bardock ni Gine son de mis favoritos, pero igual me llama la atención la clase de relación que tenían en una sociedad tan bruta como la saiyajin. Así que amiga, ¡feliz cumple! Ojalá te guste este regalo de cumpleaños :D Que sea un nuevo año de vida muy exitoso en todo lo que te propongas porque te lo mereces con creces. Y sé con toda seguridad que, a diferencia del titulo de este fic, tú eres una mujer que vale mucho la pena :)
Y ahora volviendo al fic supongo que, igual que a mí, a muchos/as la salida de Dragon Ball Minus los decepcionó. Yo siempre pensé que la madre de Goku había sido toda una guerrera así que verla como una carnicera que no peleaba fue una gran decepción para mí. Pero con el paso del tiempo fui aceptando la idea de que Gine fuera amable y diferente al común de los saiyas, pues eso la hace interesante al ser diferente al resto. No me cabe duda de que Gine debió afrontar situaciones duras por ser distinta y más en una sociedad como la saiyajin en que la brutalidad y la impiedad predominan. Por eso me animé a hacer este fic y espero que me salga bien xD Por supuesto cualquier sugerencia o critica es bienvenida. Incluso las destructivas :P
Dicho esto pongo aquí lo que dijo Toriyama en una entrevista porque en esto me basaré para escribir:
1.- Gine formó parte de un grupo de 4 Saiyan, entre los que estaba Bardock, y luchó junto a él.
2.- Gine no estaba hecha para la batalla, era demasiado gentil.
3.- Gine empezó a tener sentimientos hacia Bardock después de que éste le salvase la vida varias veces.
4.- Gine y Bardock eran una pareja especial porque los saiyan normalmente no desarrollan las relaciones hombre-mujer salvo para reproducirse.
5.- La mayoría de los saiyan eran de rango bajo. Sólo había 10 saiyan de rango medio y 2 de rango alto (Vegeta y su padre).
6.- Toriyama confirma que la esperanza de vida de los saiyan es más larga que la de los humanos.
7.- También confirma que la idea de Bardock salió del staff del anime y que él sólo modificó los diseños un poco.
Sin más que añadir, ojalá lo disfruten ^^
La mujer que no vale la pena
La nave espacial comenzó a sacudirse con fiereza, dando señal clara de que penetraban en la atmósfera del nuevo planeta que conquistarían. El planeta Braxis ya estaba aquí, presentando ante ellos su magnífica y única naturaleza. Tras pasar la masa principal de nubes, árboles de cientos de metros podían vislumbrarse por el ventanal y asombrar a cualquiera que visitara el planeta, pues parecían verdaderas arañas gigantescas. A diferencia de lo que sucedía en la Tierra, cada una de las gruesas ramas se enraizaban en el suelo, dándoles el aspecto de un arácnido gigantesco. Desde el privilegiado lugar que la nave ocupaba en el cielo también podían observarse glaciales inmensos, selvas frondosas y llamativos desiertos de arena color púrpura. Sin duda era una vista digna de admirar, un paisaje que todos los pintores del mundo terrícola quisieran enmarcar para siempre. Era un planeta realmente hermoso, incluso hasta más que la Tierra. Sin embargo, Braxis nació con un pecado que marcaría su destino para siempre: era el principal contenedor de Mantium, el metal más fuerte del universo conocido. Algo que el Emperador Freezer ansiaba tener en su poder lo antes posible para usar en las celdas del siniestro planeta Sharoth, destinado a torturas y experimentación.
Tener ese metal era el pecado que el hermoso mundo de Braxis y sus habitantes tendrían que pagar. Ese era el pecado que sería castigado.
A través de la ventana principal de la nave, la joven saiya llamada Gine admiró el paisaje del planeta afirmando las palmas en el cristal reforzado de la nave. Sus bellos paisajes, su contorno, su precioso mar de color turquesa, los animales que corrían sin hacer daño a nadie. Esa sería la primera y última que lo vería así. No le fue necesario observar más de un par de minutos para darse cuenta de lo bello que ese mundo era. Era una lástima que todo ese precioso paisaje muy pronto cambiaría por uno de total oscuridad. Dio un suspiro acongojado. Ese era el destino que tenía aquel planeta, así como ella también tenía el suyo. Un hado del que no se puede huir ni cambiar, puesto que el destino, en gran medida, ya está escrito. Un león no puede dejar de comer carne, tal como un saiyajin no puede dejar de ser un guerrero.
Finalmente la nave cesó la magnitud de sus turbulencias, dando cuenta que habían sobrepasado la capa atmósferica más riesgosa. Un par de minutos después los saiyas aterrizaban tranquilamente en uno de los desiertos púrpura que Gine había divisado antes entre las nubes.
De pronto una grave y potente voz la sobresaltó, sacándola de los pensamientos en que se había sumergido de forma tan profunda.
—¡Maldita sea, Gine! ¡Es la segunda vez que te hablo! —la irritada voz del comandante de escuadrón se adentró en sus oídos con suma potencia. Tanta que la joven mujer pensó que le había gritado directamente en sus orejas, pero al voltear comprobó que su líder en realidad estaba a varios metros de ella.
—¡Señor Bardock! —respondió ella tensando todos sus músculos. A pesar de ya llevar meses en su escuadrón, la imponente presencia del clase baja más poderoso la hacía sentir subyugada con sólo tenerlo en frente.
—Siempre lo mismo contigo Gine, distraída en quien sabe qué. Un día terminarás muriendo por no concentrarte en lo realmente importante —la recriminó duramente—. Además, cuantas veces te he dicho que me llames Bardock a secas —advirtió agravando aún más su voz —. No sé como mierda lo haces para irritarme siempre — espetó expresando abiertamente su enfado a través de vehementes ademanes con sus manos.
—Lo siento, Bardock —se excusó bajando su cabeza, cuidando de no agregar el "señor" que tanto le disgustaba a él.
—Ven, vamos a ver qué tal es este planeta. Una vez comprobada la presión de gravedad y la calidad atmosférica daré mis órdenes —dicho esto, le dio la espalda y avanzó dispuesto a preparar su equipo de combate.
—Sí, señ... digo, Bardock —se excusó mientras tragaba saliva con nerviosismo. El casi cometer ese error nuevamente la hizo tragar saliva de forma tan profunda que su garganta emitió un sonido claramente audible.
Bardock dio un suspiro invocando paciencia mientras alzaba los ojos hacia el techo de la nave.
Sin perder tiempo, cada uno de los cuatro saiyas se pusieron sus respectivas armaduras, botas y guantes de combate. Un par de minutos más tarde todos estaban alrededor de la puerta de salida principal. No pronunciaron palabras pero sus ansiosas sonrisas, ojos agresivos y colas meneándose de un lado a otro demostraban claramente que deseaban entrar en batalla lo antes posible. Todos ansiosos por luchar, excepto una.
La puerta principal abrió lentamente a la vez que producía un sonido hidráulico-robótico. Sin demora, las cuatro figuras salieron a través de ella con tranquila prestancia; con cuidado inhalaron el aire del planeta, comprobando empíricamente que no era tóxico.
Las miradas se enfocaron en el horizonte. Bardock, Toma y Selipa forjaron muecas de desagrado en sus rostros. Gine, en cambio, miraba el horizonte como queriendo perderse en él.
El silencio que era dueño del lugar no tardó en ser despojado de su dominio, pues Toma escupió el suelo expresando así su desprecio.
—Este planeta es una basura, su fuerza de gravedad es prácticamente nula.
—Así es —concordó Selipa, la que antes de llegar Gine era la única fémina del grupo— sino fuera por el tal Mantium que quiere el gran Freezer este planeta no serviría para nada.
—Una lástima, con esta ínfima presión de gravedad dudo que haya enemigos fuertes aquí para divertirnos —la voz de Bardock salió realmente decepcionada.
Gine avanzó un par de pasos por delante y con las manos unidas por detrás de su espalda. Estaba ansiando la frontera con su mirada. Luego se giró para verlos a todos.
—Pues a mí me parece un planeta agradable. El clima es benigno y el paisaje es bello. Me gusta —comentó con toda naturalidad, opinando en forma totalmente contraria a sus compañeros.
Los tres se miraron entre sí con ceños fruncidos. Desde que Gine había entrado al escuadrón a todos les había parecido una saiya particularmente extraña. Siempre fijándose en cosas que el resto ni siquiera notaba. Detalles que no importaban, Gine los tomaba en cuenta. Como si eso fuera poco siempre parecía estar soñando despierta, pensando en quien sabe qué. Y con el comentario que acababa de emitir comprobaba una vez más lo rara que era.
—En las tonterías que te fijas, Gine. Odiaría vivir en una planeta basura como este —Toma contradijo su opinión con decisión.
—Vivir en este planeta tan aburrido sería un infierno —apoyó Selipa a su compañero de armas.
Bardock no dijo nada pero la miró con reprobación, tal como se regaña a un niño que comete una infeliz travesura.
La joven se limitó a dar un suspiro resignado, pues sabía que nadie allí la entendería. De modo que ahorró respuestas y espero las órdenes que su líder pronto daría.
—Seguramente este planeta está lleno de alfeñiques —comentó Toma a la vez que daba un suspiro lleno de decepción —. Eso es lo peor de ser guerreros de clase baja, siempre nos toca purgar planetas basura como este —su faz hizo una mueca de asco. Odiaba el destino que le había tocado. Quería pelear contra guerreros poderosos y no las escorias que a menudo debía enfrentar. Pero como simples guerreros de clase baja siempre les asignaban las misiones más aburridas. El no pertenecer a la élite saiya realmente era una maldición.
—Órdenes son órdenes, así que debemos cumplirlas por más que no nos guste —argumentó Bardock —. Aunque sabes que comparto tu opinión, Toma —agregó con un gruñido lleno de insatisfacción a la par que su puño diestro chocaba contra el siniestro.
Los saiyas comenzaron a estirar sus músculos tal como lo haría alguien que recién se levanta de la cama. Terminada la acción dirigida a concluir el letargo de sus cuerpos, el capitán de escuadrón retomó la palabra.
—Bien, llegó la hora de purgar este planeta y los insectos que viven en él —anunció mientras su cola se agitaba de arriba hacia abajo, mostrando las ansias que poseía por entrar en combate de una vez —. Pero como este mundo no tiene un satélite natural para transformarnos en Ohzaru deben ser precavidos. A pesar de que la gravedad es una mierda no tenemos datos fidedignos de qué clase de enemigos nos esperan aquí, así que no se confíen o terminarán como Nobara —recordó al compañero de su escuadrón caído en combate. Su exceso de confianza había sido su perdición.
—Ah, el buen Nobara, como me gustaba molestarlo por las hembras tan feas que siempre se cogía —se rió Toma, recordando a su compañero.
—Tenía muy mal gusto. Yo siempre creí que ese tipo era medio ciego. Yo creo que por eso murió realmente —comentó Selipa muy segura de lo dicho.
El líder largó una risotada, Toma también lo hizo.
—No sean malos con el pobre Nobara, era un buen guerrero —lo defendió Bardock tras controlar su risa—. De todas formas —agregó dispuesto a cambiar el tema —estoy trabajando en hacer una técnica que imite una luna pero todavía me falta para concretar su eficacia. Una vez que la logre correremos menos peligro, aunque también volverá los combates mas aburridos. Es un arma de doble filo.
—No importa. Ojalá puedas hacerla pronto, Bardock. Me encanta destrozar cráneos con esa transformación —comentó Selipa haciendo gala de su sonrisa más sádica. Instantáneamente recordó a los miles de seres que, en comparación a su gigantesco tamaño Ohzaru, eran como hormigas. Como a la mayoría de saiyas, a ella también le gustaba jugar con sus víctimas antes de matarlas, de forma similar a como lo hace un gato con un ratón.
Bardock asintió con una sonrisa sardónica. Luego observó a todos para formular sus comandos.
—Bien, mis órdenes son simples. Nuestra misión principal es exterminar todo tipo de vida inteligente de este planeta. Toma y Selipa vayan hacia al norte, una vez que exterminen la zona irán hacia el este. Yo, con la novata, iremos hacia el sur y luego al oeste. Terminado el día nos reuniremos en el ecuador del planeta en el punto Z.
—Lo de costumbre —dijo Selipa relamiéndose los labios.
—Sí —confirmó—, pero con una acotación. Si pueden obtengan información de la ubicación del Mantium. Eso ahorraría tiempo y esfuerzo en hallar los yacimientos del metal.
—Torturando a los habitantes no nos costará nada obtener esa información —señaló Toma con una gran sonrisa, relamiéndose en la misma forma en que lo hizo su compañera antes.
—Bien, entonces a cumplir con la misión. Los habitantes de este patético mundo presenciarán una ferocidad que nunca antes han visto. Hay que mostrarles la fiereza de nuestra suprema raza guerrera —señaló el futuro padre de Goku con entusiasmo.
—¡Sí! —gritó Selipa.
—¡Ahora comienza la parranda! —agregó un emocionado Toma.
Los tres saiyas más antiguos del escuadrón chocaron sus puños con alegría, festejando la violencia y destrucción que muy pronto desatarían.
—Se me ocurre algo... —de improviso, Selipa anunció una idea— si matas más gente que yo, seré tu esclava esta noche —desafió mirando a Toma mientras se le acercaba como una felina en celo, para terminar ronroneando coquetamente en oído izquierdo.
Toma sintió una descarga eléctrica instantánea, así que por lo mismo estuvo a punto de hacerle honor a su nombre y tomar a Selipa allí mismo.
—¡Entonces ten por seguro que te superaré! —exclamó realmente animado con el desafío —Prepara tu vagina porque hoy va a sufrir como nunca —advirtió con una sonrisa llena de confianza.
Bardock se rió con el particular comentario. No cabía duda que ambos eran unos desvergonzados.
—Ja —se burló ella—, una apuesta siempre tiene una dificultad... si yo mato más gente, tú serás mi esclavo y harás lo que yo te diga —anunció Selipa con una maquiavélica idea manifestándose en su cabeza.
—No me preocupa —desdeñó Toma enseguida— porque por supuesto que ganaré yo —dijo sacando a relucir el orgullo de macho.
—Ni lo sueñes, mentecato, quien ganará seré yo —y ella sacó el de hembra.
Bardock comenzó a reírse otra vez, esos dos siempre tenían que salir con sus cosas.
—Ustedes siempre tan entusiastas. Sólo tengan cuidado y no se confien —aconsejó manteniendo su sonrisa.
—No te preocupes, Bardock —le guiñó un ojo Selipa.
Así, los saiyajins apostadores se fueron a toda velocidad en la dirección antes indicada por Bardock. Tras perderlos de vista en el horizonte, el capitán se ajustó los guantes y las botas; terminada la acción miró a su compañera. A él también le habría encantado apostar de esa manera, pero Gine era tan extraña que las ganas se le fueron tan pronto como llegaron.
—Gine, vámonos —ordenó simplemente.
—Sí —asintió tras unos cuantos segundos. De nuevo parecía estar sumergida en otra dimensión paralela donde sólo sus pensamientos existían.
Ambos alzaron el vuelo queriendo encontrar el primer asentamiento de civilización. El púrpura desierto dio paso a ríos de enorme tamaño, rodeados en sus riberas por los arácnidos árboles antes descritos. De súbito los rastreadores de ambos emitieron un sonido, a la vez que información destellaba en forma intermitente delante de sus ojos izquierdos. Una suma de poderes de escaso nivel yacía más adelante, ligeramente hacia el oriente. Los saiyas tornaron su vuelo en la dirección que indicaban los scouters hasta que poco después un poblado de pequeño tamaño se hizo presente ante sus ojos.
Bardock descendió en medio del asentamiento para hacer notar su imponente presencia y enseguida miró a los habitantes con suma agresividad. Algunos nativos huyeron con miedo; otros más valientes, en cambio, observaron con mucha curiosidad. Claramente aquellos que se quedaron allí no conocían el dicho que decía que la curiosidad mataba al gato.
El saiya líder de escuadrón ni siquiera se dio el tiempo de analizar la apariencia de los braxianos, pues ya había visto tantas razas que una más u otra menos le daba exactamente igual. Ni siquiera recordaba a cuantas había aniquilado en total. Llevando un dedo a su scouter, el instrumento le indicó lo que tanto le desagradaba... cada uno de esos alienígenas apenas llegaban a los diez puntos de poder. Eran sólo basura que no merecían seguir viviendo, de modo que sin perder tiempo alzó la voz con potencia, dispuesto a realizar su terrorífica amenaza.
—Escuchen insectos —su voz sonó como un feroz trueno en medio de una tormenta—, díganme de inmediato dónde están los yacimientos del metal llamado Mantium o mujeres y niños sufrirán la peor de las torturas —su vasta experiencia invadiendo mundos le había enseñado que la gran mayoría de razas tendían a proteger a los mencionados por sobre todas las cosas.
La respuesta, tras intensas murmuraciones y agitaciones, no tardó mucho en llegar: disparos láser provenientes desde todos lados se dirigieron hacia ellos. Diez minutos más tarde el lugar sólo era ruinas por doquier. Gine ni siquiera tuvo que participar, limitándose solamente a esquivar hábilmente los disparos. Bardock se encargó de todo con la perfección de un cazador curtido en mil batallas. Sin embargo, a pesar del intenso despliegue de su poder, se aseguró de dejar una hembra viva para interrogarla a placer.
Dirigiéndose hacia ella, la agarró por el pescuezo preguntándole por el metal deseado.
—Dime, maldita, ¿dónde está el Mantium? —sus dedos presionaron con salvajismo el delicado cuello de su víctima.
Los ojos de ella estaban inyectados en miedo ante la muerte inminente. El terror se convirtió en dueño de su ser, provocándole horribles espasmos de nervios contraídos.
—Yo... no lo sé... —susurró con voz apenas audible. Sus cuerdas vocales muy pronto se cortarían por el terrible ahorcamiento al cual Bardock la estaba sometiendo.
La respuesta no satisfizo al comandante de escuadrón, quien comenzó a golpearla sádicamente una y otra vez para que confesara la verdad. Golpes en su estómago, pechos y muslos se sucedieron consecutivamente. Sin embargo, a pesar de lo entusiasmado que se veía castigándola, siempre midió su fuerza para no matarla, pues lógicamente una muerta no podría confesar nada.
Fue entonces que Gine, sin poder resistir más semejante nivel de crueldad, habló con la intención de rescatar a la desafortunada mujer de tanto sufrimiento.
—Bardock, ella no sabe nada —le dijo clavándole los ojos a la vez que un excepcional aplomo en su voz hacía acto de presencia.
El aludido se giró para mirarla con ojos llameantes.
—¿Cómo sabes tú eso? —espetó con suma molestia, la cual de paso le obligó a fruncir su ceño.
—De saberlo ya habría hablado. Mírala como está, nadie resistiría tanto castigo —de no ser porque debía contenerse ante su superior, habría intentado quitarle de las manos a la desafortunada chica.
Bardock suspiró con evidente hastío. Sabía perfectamente qué clase de emoción desprendían los ojos de Gine en ese instante.
—Y una vez más vuelves a demostrar compasión, Gine —negó con su cabeza mientras sus labios se torcían con desagrado— ¿Cuantas veces tendré que repetirte que la piedad es para los débiles?
La mujer saiyajin bajó su cabeza. El tema de la compasión era algo que ya habían hablado antes. La futura madre de Goku, por alguna razón, no podía presenciar torturas para sacar información. Incluso matar le producía alguna clase de remordimiento. Pero cuando se veía obligada a hacerlo procuraba asesinar instantáneamente, para así evitar dolor innecesario a sus víctimas.
El de cabellos morenos profundizó su mirada hacia los ojos femeninos y, por alguna razón ajena a su común razonamiento, decidió no torturar más a la mujer. De una onda de energía la desintegró en el acto.
—¿Satisfecha ahora? —preguntó alardeando un marcado tono irónico.
Ella no respondió. La palabra "satisfecha" no era precisamente la que describía su sentir.
El capitán avanzó un par de pasos hasta quedar frente a ella, mirándola directamente a sus ojos.
—Te diré algo, Gine. No sé que diablos pasa por tu cabeza, pero esto te lo diré como un consejo: tener compasión sólo te debilita. Si dejas viva a esta mujer o a cualquier otro, sólo será un riesgo para ti pues vivirán para buscar venganza. Estos insectos no merecen vivir. Son sólo basuras sin ningún poder. El fuerte vive, el débil muere. Esa es la ley natural de las cosas. No lo olvides nunca. Las cosas son como son y no como te gustaría que fueran.
La fémina dio un suspiro emanado desde lo más profundo de su interior.
—Sí, Bardock —asintió con clara pesadumbre.
—No lo digas si realmente no lo crees, pero deberías reflexionarlo, Gine. La razas que buscan vivir en paz van en contra de lo natural. La guerra es lo normal, la paz es un accidente que crean estos patéticos seres para sobrevivir de algún modo, pues no disponen de ningún poder. ¿Para qué creemos que nacimos con estos poderes si no es para utilizarlos? Si no hiciéramos uso de ellos sería como tener ojos y nunca abrirlos. Un total desperdicio. No pierdas tu vida pensando en otros. No hay ningún ser en este mundo que no haya vivido guerras. Observa a esta misma raza, ¿por qué crees que tienen armas láser?
La mujer no había intercambiado muchas palabras con Bardock, pues a pesar de los meses transcurridos siempre había sido distante con ella. Sin embargo, le sorprendió sobremanera que conociera tan bien sus pensamientos. Al parecer su líder de escuadrón era alguien perceptivo.
—Tienen armas para protegerse de tipos como nosotros —respondió tras algunos intensos segundos. Frustración podía notarse en sus ojos a cada palabra dicha.
—No, Gine —rechazó él sin la más mínima vacilación —, tienen armas porque son violentos, igual que nosotros. Igual que todas las razas en el universo. La violencia y las guerras son la ley universal. No hay ninguna especie que pueda escapar a eso —sentenció a la vez que desprendía un semblante lleno de seguridad.
Gine no respondió y no hizo ademán alguno de hacerlo; no encontró ninguna manera sólida de protestar aquella afirmación. Seguramente Bardock tenía razón y era ella quien estaba equivocada.
Ante el silencio expresado por ella, el capitán quiso entender que había asimilado sus palabras.
—Bien, aquí nos separamos. Como veo que no eres capaz de torturar para obtener información simplemente mata toda vida inteligente que veas en este planeta —le ordenó sin emoción. Acto seguido, se preparó para emprender el vuelo pero la voz de la joven lo detuvo.
—Bardock... —tragó saliva antes de hablar—, quiero plantearte una duda.
—No hay tiempo para eso —cortó de inmediato—, después de cumplir la misión dime lo que necesites. Ahora ve a las ciudades y mata. Ante cualquier duda sólo sigue tus instintos, ellos no te traicionarán —sonrió, pues eso siempre le había funcionado en toda situación.
—Sí, Bardock —contestó tras un par de segundos a pesar de que no estaba conforme. De sus pulmones inevitablemente emanó un sentido suspiro.
El saiya la miró con cierta consternación. Gine era muy extraña, demasiado de hecho. Sabía que existían hembras raras, pero definitivamente Gine se salía de toda escala imaginable.
—Y como consejo —agregó el hombre— pelea con todo lo que tengas porque esta vez no estaré a tu lado para salvar tu culo. Aquí es matar o morir. Punto. Ten eso siempre presente.
—Sí — asintió mientras una leve sonrisa se formaba en su faz. Bardock, a diferencia de otros líderes de escuadrón, si se preocupaba por sus camaradas. Un compañerismo que era poco usual entre saiyas. Eso fue la que causó esa pequeña sonrisa en ella.
Sin esperar más el capitán emprendió el vuelo a toda velocidad. Gine lo vio alejarse ansiando por alguna razón que no la dejara sola. Por su mente rondó la forma de ser de Bardock, pensando en que él también tenia singularidades que lo hacían diferente al resto de saiyas. No tanto como ella, pero en él definitivamente había algo especial. Pero sin querer que sus pensamientos la distrajeran de sus impuestos deberes, alzó el vuelo dispuesta a cumplir las órdenes recibidas. Él ya la había salvado en algunas ocasiones y no quería ser una molestia nuevamente. Sin embargo, tenía un debate mental que no la dejaba concentrarse al cien por ciento en la misión, como si debería hacerlo. Un debate que ningún otro saiya se cuestionaría. Y mucho menos en los albores de una batalla. Cualquier distracción en combate, aunque fuera de un solo segundo, podía significar la muerte. Pero no podía dejar de pensar en que, a pesar de ser una saiya, quizás ella no había nacido para esto...
Hundida en ello, no se dio cuenta cuando finalmente el primer centro urbano surgió ante sus negros ojos. Miró la ciudad con suma atención, analizando cada detalle como siempre solía hacer.
—Pobres, no saben lo que les espera... —los compadeció genuinamente; tanto que dio un gran suspiro. ¿Qué tretas le estaba jugando su mente? ¿Por qué tenía que ser tan diferente al resto de saiyas? ¿Por qué imaginarse en su mente la destrucción de esa ciudad la perturbaba a un nivel que no podía comprender?
Voló y aterrizó en la azotea del edificio más alto, el cual le permitió contemplar muy bien el panorama. Por las calles caminaban miles de transeúntes, sin tener la más mínima idea de lo que sucedería. Hombres, mujeres y niños que muy pronto dejarían de existir por causa de su mano.
"¿Por qué tengo que aniquilarlos si no me han hecho daño?", cuestionó su cerebro con la abierta intención de perturbarla. —¡Diablos! —reaccionó exasperada con el pensamiento que recién vino a visitarla— ¡Cumple con tu deber, Gine! — se gritó a sí misma rellena de odio. ¿Cómo podía estar vacilando de esa manera? ¿Cómo rayos podía pensar en dejarlos escapar con vida? Aún si lo hiciera no serviría de nada, pues sus compañeros los masacrarían de todas maneras. Y de una forma mucho peor. Por lo menos ella podía darles una muerte instantánea sin dolor alguno. Sí, eso tenía que hacer... eso era lo único que podía hacer por ellos. Ahorrarles una tortuosa muerte y matarlos a todos de una sola vez.
Decidida a cometer su idea, destellos luminosos empezaron a difundirse a través de su mano. La energía se hacía cada vez más nítida y brillante. Su tamaño también fue creciendo paulatinamente hasta que su luz llegó casi a ser cegadora. A pesar de que su dimensión no era demasiada, la energía estaba completamente concentrada, tal como lo había estado en el Big Bang que creó el universo, aunque por supuesto a una escala mucho menor. ¿Tendría esa técnica en su mano el poder suficiente para destruir la ciudad entera de una sola vez? Muy pronto lo averiguaría.
La bola de energía comenzó a hacer un sonido estridente, avisando que había llegado al punto máximo de poder. El rastreador comenzó a emitir unos pitidos a la vez que unos números rojos avisaban el nivel de poder que tenía la técnica. Gine miró la energía casi como teniéndole miedo. Miles de habitantes morirían cuando la lanzara. ¿Por qué le dolía el pecho? ¿Por qué? Una enorme frustración se apoderó de ella.
—¡Demonios! ¡¿Por qué no puedo ser como todos?! ¡¿Por qué rayos?! —gritó mientras sentía como el calor de la esfera enérgetica ardía en su palma.
La presión de energía se hacía tan intensa que comenzó a calcinarle su mano. Ya sin querer ir más contra los designios de su raza, la lanzó finalmente sobre la ciudad. Al colisionar contra ella una enorme explosión se produjo, pulverizando el lugar en tan sólo unos segundos. Una enorme de polvo y humo ascendió por los cielos producto de la inmensa explosión.
La vista era impresionante incluso para un saiyajin, pocos segundos después la enorme onda expansiva la golpeó con suma fiereza, tanta que tuvo que cubrirse con sus brazos por delante para evitar las esquirlas producto de su poderosa técnica.
Un buen rato tardó en disiparse la inmensa polvareda. El rastreador le confirmó que ya no quedaban señales de vida en el lugar. Toda vida había sido extinguida. Aún así Gine no se confiaba del scouter. Sabía de primera mano que habían sujetos tan veloces que podían burlar a los rastreadores, los cuales demoraban en detectarlos un par de segundos o más. Y a pesar de lo poco que puede parecer ese tiempo, un par de segundos en batalla puede significar la vida o la muerte. Sin embargo, más que preocuparse por ella misma, sus ansiosos ojos querían comprobar en forma completamente veraz si había logrado su objetivo de aniquilar a todos sin dolor. Cuando vio que de la ciudad no quedaban ni los cimientos subterráneos que la sostenían una emoción de contrariedad se apoderó de ella. Una emoción totalmente contradictoria. Una que no se podía explicar, que no podía entender.
Una mezcla de satisfacción con tristeza. Realmente no la podía definir. La ciudad fue destruida por completo hasta el último hogar. Había logrado evaporizarla totalmente. La muerte rápida era el consuelo que aminoraba su culpa por la salvaje masacre cometida.
Pero la contradicción de sus emociones se intensificó una vez más. Ahora sabía que lo que sentía era otra cosa... era decepción. Desilusión. No quería hacerlo. No quería matarlos.
Todavía llevaba pocas batallas en el cuerpo a comparación de sus compañeros de escuadrón, pero aún así, con cada batalla que libraba una emoción iba in crescendo en su corazón: No quería seguir matando. No quería seguir aniquilando vidas que no le habían hecho daño alguno. Realmente no quería hacerlo más. Ahora lo sabía. Ahora tenía la certeza. Ella definitivamente era diferente.
Pero a pesar de serlo, no podía hacer nada para satisfacer sus deseos de no matar. Ella era una saiyajin. Una guerrera entrenada para aniquilar civilizaciones enteras sin piedad alguna. Sentir compasión era una deshonra. Y esa era una carga muy díficil de llevar. Un deshonor que ningún saiya estaría dispuesto a soportar. Simplemente no podía ir contra el destino. No podía cambiar lo que era. No podía mutar la esencia de su raza. Una saiya estaba hecha para matar, tal como un tigre también estaba destinado a hacerlo. El destino era inevitable y el suyo ya estaba escrito con letras de sangre. Y una vez que el destino está escrito no se podía borrar.
Sin darse tiempo de descansar voló hacia la siguiente ciudad cercana para cumplir lo que su inexorable hado le había encomendado.
Como atravesó buena parte del planeta en busca de alguna urbe llegó a un lugar en que el crepúsculo caía dando una encantadora vista. Gine inevitablemente quedó pegada y obnubilada, viendo el bello suceso natural durante un par de minutos. Tras salir del encanto que tal paisaje le produjo, se aprestó a realizar lo que su raza le imponía tan claramente.
La operación anterior se repitió. La misma posición en el cielo. La misma carga de energía en sus manos. La misma disposición desganada de cumplir con su deber. No obstante, esta vez las cosas no resultarían como ella esperaba...
El poder que logró reunir esta vez no fue el que debía ser. Al impactar contra la ciudad sólo la mitad central fue destruida. La periferia quedó intacta. Por lo mismo, las defensas perimetrales se activaron y poderosos rayos láser surgieron desde cañones apuntando hacia el objetivo que yacía en el aire.
Cuando Gine vio como rayos láser buscaban impactarse contra ella comprendió que había fallado en su propósito. Sin fuerzas para seguir sosteniéndose en el aire, descendió hacia el suelo antes de que el cansancio le impidiera seguir levitando y producir así una grave colisión contra el suelo.
Su hora había llegado. Lo sabía, pues el riesgo de querer destruir todo de una sola vez era la enorme cantidad de energía que requería hacerlo. Para alguien como ella era un sacrificio enorme lograr tal cosa. Incluso los saiyas más avezados acababan sus misiones peleando contra los enemigos en un proceso lento, pero seguro. Además, de ese modo disfrutaban intensamente la diversión que les proporcionaba luchar.
Tratar de matar la siguiente ciudad por completo fue un acto temerario. Era de suponerse que la falta de energía la traicionaría. Era muy imprudente, además de desgastante, emplear tal cantidad de poder en un solo ataque, el cual era obvio que la dejaría muy vulnerable.
Un pequeño contingente de hombres llegó al lugar rápidamente. Movidos por el afán de venganza, al divisar al ser que los había atacado no tardaron nada en dispararle con armas láser bastante poderosas. Gine, haciendo uso de la poca energía de la que aún disponía, se atrincheró tras una sólida roca que podría protegerla un poco más de tiempo. Pero erró drásticamente en su suposición. Los láser atravesaron la roca como si fuera mantequilla, con tal destreza que uno le impacto en un hombro, haciéndola gritar inevitablemente por el dolor. Las armas tecnológicas que esos hombres tenían eran mucho más poderosas de lo que había pensado en un primer momento. Sin duda, la muerte había llegado a buscarla. Pero decidida a no morir tan fácilmente, usó el resto de energía en provocar un agujero que si le serviría de trinchera. Así, aunque los rayos atravesaran la roca, pasarían por encima de su cabeza. De todas formas eso sólo alargaría su vida un par de minutos o un poco más, pues muy pronto los hombres llegarían al lugar para asesinarla.
Gine, a pesar de todo, sonrió, aceptando estoicamente el destino que le caería encima. Había fallado su misión. En realidad, desde el mismísimo momento en que nació fue un fallo. El no querer luchar ni matar era un defecto incomprensible entre los saiyas. Pero al menos con la muerte tan cercana, ya no tendría que seguir haciendo algo que realmente no quería hacer. Ya no tendría que matar a nadie más. La muerte sería su liberación del destino que no quería seguir.
Cuando los braxianos rodearon la roca, no podían creer que un ser tan pequeño pudiera destruir media ciudad. Parecía ser una hembra; delgada y no lucía para nada fuerte. ¿Realmente ella había sido capaz de destruir media ciudad?
Se miraron entre ellos buscando una respuesta en sus miradas y no tardaron en asentir moviendo afirmativamente sus cabezas. No fue necesario que dijeran nada, todos se pusieron de acuerdo en fusilarla, guiados por la irrefrenable sed de venganza.
Los láser salieron disparados de las armas y Gine vio como la muerte se presentaba ante sus ojos sin marcha atrás. No protestaría pues de alguna extraña forma, en su interior, sentía que era lo que merecía. Cerró los ojos y apretó los labios con gran fuerza para no gritar cuando los rayos le atravesaran el cuerpo. Si no pudo vivir como una verdadera guerrera, al menos moriría como una. Reprimiría cualquier grito de agonía como última voluntad.
Sin embargo, a pesar de su determinación y su destino ya sellado, todo cambió en menos de un segundo. Unos fuertes brazos la tomaron y un aroma completamente reconocible se hizo presente en sus fosas nasales. Tenía muy claro de quien se trataba...
Bardock la había salvado una vez más.
La guerrera que no deseaba serlo abrió sus ojos, dirigiéndolos hacia arriba, y fue capaz de ver como esa cara llena de determinación la protegía sin vacilación alguna.
El moreno esquivó fácilmente los láser y dejó a Gine varios metros más allá, cubierta del peligro. Bardock le dio la espalda, cerró sus puños y antes de lo que Gine pudiera darse cuenta, el contingente de hombres ya había sido desintegrado hasta la última célula.
El líder de escuadrón se giró para mirarla con clara desaprobación. Se dirigió a ella y una vez a su lado, el semblante del capitán se volvió sumamente lúgubre. Cruzó sus brazos e impuso de esa manera una severa distancia con ella.
—¿Qué rayos significa esto, Gine? —preguntó con la faz desencajada producto de la ira. Sus dientes estaban tan apretados que se vio obligado disminuir la presión de sus mandíbulas para no trizarlos.
—Yo sólo quería destruir todo de una sola vez —comenzó a explicar—. Me resultó con la primera ciudad, pero en la segunda no lo logré —un mohín lleno de decepción forjó su decaído rostro.
Bardock abrió sus ojos hasta la máxima capacidad biológica. Incluso pareció superar ese límite. Luego parpadeó un monton de veces; un parpadeo lleno de sorpresa que parecía no poder cesar.
—Definitivamente estás loca —comentó tras sobreponerse del asombro—. Hacer eso es una idiotez de marca mayor. Gastar toda tu energía en algo así te deja demasiado vulnerable. De no ser por mí estarías muerta ahora. Dime, hembra estúpida, ¿por qué lo haces?
La mujer guardó silencio un rato. Sabía que si respondía la verdad se originaría una pelea que no sabía en qué terminaría. Pero ya estaba cansada de querer ser como el resto. Hastiada de seguir un destino que no le agradaba. Esta vez su fastidio la conminó a expresar lo que verdaderamente sentía. Además, Bardock también parecía ser un poco más comprensivo que el resto de saiyas... quizás podría entenderla aunque fuese un poco.
—Lo hice para provocar muertes instantáneas sin dolor.
Bardock llegó a descruzar sus brazos. Su boca formó claramente la penúltima vocal. Realmente quedó anonadado. Fue casi como si alguien lo hubiera dejado fuera de combate. A tal nivel llegó su sorpresa. Un noqueo con palabras, eso era lo que había recibido de parte de ella.
Sólo tras varios segundos que parecieron eternos, finalmente la respuesta del comandante llegó: un brutal puñetazo casi le rompió la nariz a Gine a pesar de ser una saiya. Y aunque no se rompió, profusa sangre comenzó a emanar de sus fosas nasales.
—No puedo creer que nos pongas en riesgo a nosotros por tu estúpida compasión. ¿Sabes lo riesgoso de tu acción? Hacer ataques así te deja totalmente vulnerable, como lo acabas de comprobar. La conquista se hace lenta, pero segura. Derrotando a los enemigos gastando la menor energía posible. Tú, sin embargo, ¡la desperdicias sólo para ahorrarles dolor a unos insectos! —cerró su puño con hervor—. De no ser por mí habrías muerto hoy, Gine —espetó preso de la más profunda ira.
La saiya se limpió con el antebrazo la sangre que manaba por su nariz. Y como no podía seguir respirando por la misma, usó su boca como solución temporal.
—Pues si muero, muero y punto. Yo no te pedí que me salvaras Bardock —protestó con firmeza a pesar de la situación en que se encontraba. El hombre que tenía en frente perfectamente podría darle una feroz paliza como castigo por su insurgencia, pero ya estaba cansada de todo. Solía ser una chica amable, pero toda esta situación sacó a relucir el otro lado de su personalidad.
—Así que si mueres no importa... ¿eso piensas? ¿Realmente crees que si mueres se termina todo? Te equivocas Gine, si fallas tú nos pones en peligro a nosotros también, ¡a tus compañeros! ¿Qué habría pasado si este contingente, ya alertados de los ataques, nos ponía una trampa? ¿Lo pensaste acaso? Esas armas láser nos pueden hacer daño, como tú lo comprobaste en carne propia —indicó con el índice el dañado hombro femenino — ¡Si no te importa tu puta vida por lo menos piensa en la de tus camaradas! —agregó gritando realmente colérico. Su puño cerrado, con los nudillos blancos de tan apretados que estaban, demostraron las ansias que tenía de golpearla de nuevo. Pero logró contenerse a duras penas. Si algo enfurecía a Bardock era que alguna estupidez pusiera en peligro a sus subordinados. Eso le hacía arder la sangre hasta el límite de parecer un volcán en erupción. Y Gine, con su imprudencia, los estaba poniendo en peligro.
La joven se puso de pie haciendo un esfuerzo sobrehumano. Su nivel de energía realmente estaba muy bajo. Sólo su fuerza de voluntad la conminaba a sostenerse en pie. Como estaba respirando por su boca sintió como la garganta se le secaba, produciéndole una desagradable sensación. Por lo mismo, acumuló saliva y la tragó para aliviarse.
—Lo siento Bardock —bajó su cabeza con tristeza —. Nunca ha sido mi intención ponerlos en peligro. Es sólo que ya no quiero pelear más.
Nuevamente la faz de Bardock se desencajó de la sorpresa. La miró como quien mira a un loco.
—¿Qué demonios estás diciendo? ¿No quieres pelear más? —preguntó el hombre, sumamente contrariado. No podía entender el por qué de esas palabras —¡¿Eres una guerrera o no?! —gritó el peor insulto que podía recibir un saiyajin en su vida. Que alguien cuestionará tal cosa se consideraba la peor de las ofensas. Por lo mismo Bardock se esperaba una reacción iracunda de la joven mujer, pero para su enorme sorpresa no fue así. Ella permaneció en silencio, mirándolo con ojos cristalinos que parecían querer soltar lágrimas. ¿Lágrimas en un saiyajin? No podía ser. No podía ser posible. Era inconcebible tal cosa.
El absoluto silencio dominó el ambiente como dueño y señor. El aire se podía cortar como si fuera un fino papel. La presión era realmente abrumadora. Cuchillas parecían ser lanzadas desde los ojos masculinos.
—¡Responde maldición!— exigió Bardock ante el irritante silencio que se había creado.
—¡No soy una guerrera! —gritó con todo el volumen que su voz podía ejercer— ¡No lo soy! ¿Es eso lo que querías oír? ¡Pues escúchalo de una vez, maldición! No me gusta pelear, no me gusta matar, ¡no me gusta hacer correr sangre! ¡¿Estás contento ahora?! —tras la furibunda diatriba, su pecho se movió al compás impuesto por su agitada respiración.
Anonadado, perplejo, impresionado, ido... ni todas las palabras similares juntas podrían describir lo que Bardock sintió con la respuesta dada. Quedó en completo silencio por un largo instante, intentando masticar las inverosímiles palabras femeninas que restallaron en sus oídos. Su cerebro colapsó como un castillo de arena azotado por fieras olas. Realmente no lo podía creer. ¿Una saiyajin que no le gustaba pelear? ¿Qué clase de fenómeno anormal era ella? Era totalmente incomprensible. ¡Inaudito!
—¿De verdad no te gusta luchar? —preguntó queriendo escuchar otra cosa. Genuinamente tuvo la esperanza de que sus oídos lo habían engañado. No obstante, Gine no demoró nada en extinguir su falsa ilusión.
—No, no me gusta —sentenció ella con brutal resolución. Ni una sola duda esgrimió su acerada mirada.
El comandante llevó una mano a su frente, para luego pasarla por sus azabaches cabellos. Incluso jaló un poco de ellos en señal de impotencia. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Cómo asimilar palabras así venidas de una saiyajin? Jamás en la vida pensó escuchar algo así.
La mirada se perdió en el horizonte, tan ido estaba que sus pupilas se abstrajeron totalmente del mundo circundante. Para su ser, el tiempo se ralentizó. Sólo tras un minuto que pareció una hora logró salir del trance en que había caído.
Acto seguido, se acercó a ella emanando emociones negativas a través de todos sus poros. Quedó en frente a sólo un metro, clavándose los ojos a Gine como si fueran filosas dagas.
—Eres una vergüenza para nuestra raza. Ahora entiendo porque corría el rumor de que eras una mujer que no valía la pena. Jamás debí aceptarte en mi escuadrón, que es el mejor de entre todos los clase baja. Una basura como tú no es digna de estar entre nosotros —la fulminó como la escoria indigna que era.
Gine sintió el reproche en sus venas, sintiéndose profundamente entristecida con esas palabras. Realmente le dolieron.
—Si te salvé en el pasado —continuó con todo el ánimo de fustigarla— fue porque pensé que serías un elemento importante. Que serías valiosa en nuestro escuadrón. Ahora me doy cuenta cuan equivocado estaba.
Ella cerró su puño, castigada no por sus palabras, sino por el tono con qué las había dicho. Le daba igual ser considerada una patética, una escoria o una basura. Pero la decepción que expresaron los ojos del hombre que había salvado su vida varias veces... simplemente le dolió. No podía entender que era esa presión en el pecho que estaba sintiendo. Era algo totalmente desconocido. No era el dolor de una herida de guerra, tampoco tenía un golpe en ese lugar. ¿Entonces por qué le dolía tanto? Como si eso fuera poco, una desagradable y extraña sensación se presentaba en sus ojos. No podía explicar que era, tampoco pudo entender que pasaba, pero se estaban poniendo acuosos.¿Por qué era así?
—Apenas lleguemos al planeta Vegeta —prosiguió el guerrero— dejarás mi escuadrón. No quiero una hembra indigna luchando a mi lado.
Gine bajó su cabeza, evidentemente apesadumbrada con las palabras que llegaron a sus oídos.
—Regresa a la nave, yo me encargaré de matar el resto de escorias que pululan por este sector del planeta.
La mujer alzó su emocionada mirada para dirigirla directamente a los orbes masculinos.
—Bardock... perdóname. Pero no puedo ser como el resto. Lo intenté, de verdad que lo intenté, pero no puedo ser así. Lo lamento mucho —se excusó sintiendo un profundo dolor en su corazón mientras lo decía.
El saiya movió su cabeza de un lado a otro en señal de decepción.
—De haber sabido que esta es tu verdadera esencia nunca te hubiera salvado, Gine. Deberías estar muerta. Es más, debería matarte yo mismo —soltó con una mirada llena del más absoluto desprecio. Pero a pesar de eso, también había tintes de desilusión.
El intenso dolor no se perdería el festín que Gine le ofrecería, apoderándose rápidamente de todo su ser. Un mar de sufrimiento inundó cruelmente su pecho, pues que Bardock le estuviera deseando la muerte a ella, una compañera de escuadrón que siempre había protegido, fue una feroz cuchillada a su corazón. Un océano de congoja y sufrimiento muy difícil de soportar.
El hombre no dio más palabras, simplemente voló hacia la siguiente ciudad sin mirar atrás. Una hembra como ella no merecía nada, salvo el más terrible desprecio.
Continuará.
