EL REY BAJO LA MONTAÑA


Libro: El Hobbit.

Advertencias: Ninguna.

Personaje: Thorin.

Palabras: 554 (Según Word) Sin contar notas.

Beta Reader: -está de vacaciones-


El Hobbit pertenece a J.R.R. Tolkien. Yo nada más juego con los personajes sin ánimo de lucro.

Este fic participa en el reto 4#Trece para uno y uno para trece, segundo reto del mes de Enero del foro El Poney Pisador.


Tras la larga estancia de Smaug, Erebor se había convertido en algo completamente distinto a tus ojos…

Pero aun lo recordabas. Recordabas el esplendor y la gloria de aquella montaña que en antaño había sido uno de los más grandes y prósperos reinos enanos.

No hacía falta que te devanaras los sesos buscando dentro de tus recuerdos, simplemente lo recordabas y lo hacías con tanta nitidez que tienes escalofríos al mirar en lo que ahora se había convertido todo…

Recordabas aquellos mismos salones, esas estancias aún cargadas de la grandeza que precedió a la llegada del dragón. Aquellos interminables pasillos donde tú habías pasado todos esos años de tu vida; corriendo con tus hermanos, jugando, de la mano de tu madre o junto tu padre o tu abuelo. Corriendo con una espada de juguete hasta que tuviste edad para blandir una real de filoso acero… donde creciste, donde aprendiste y donde forjaste lo que ahora eres.

Sí, tú lo recordabas y nunca ibas a olvidarlo, al igual que nunca olvidarías el fuego del dragón.

Aquel fuego que un día lamio esas mismas paredes construidas en el interior de la montaña. Aquellas llamas que manaron como ríos lacerantes de las fauces del dragón y que junto con los pocos enanos que sobrevivieron, te despojaron de tu hogar.

Nunca lo olvidarías…

Nunca. Sin importar que aquel ser de fuego yaciera ahora muerto y con una flecha enterrada en el pecho sobre la ciudad destruida de Esgaroth…No olvidarías el olor de la ceniza de ese día, penetrando en tus fosas nasales al igual que el inmundo aroma de la carne lacerada. Tampoco, el color plomizo del humo y su sabor nauseabundo picando dentro de tu boca. Y los gritos… los gritos siempre resonarían dentro de tus idos.

Nunca olvidarías todo lo que el dragón te había dejado, ni su legado bajo la montaña. Eso que ahora contemplabas…Eso que ahora era tu reino.

Los muros caídos, los pasillos obstruidos por las enormes y pálidas piedras que en el pasado, habían sido talladas por las manos hábiles de los que habían caído. Y las cenizas que ennegrecían el suelo de esas estancias destruidas y colmadas de amplias e interminables pilas de escombros; cargadas de tierra, piedras, polvo y de los huesos calcinados de tu pueblo. De esos enanos a los que el dragón había tomado por sorpresa y de aquellos tontos e ilusos que habían regresado a la montaña y que creyeron que podrían burlar a Smaug.

El esplendor de un reino enano azorado por la muerte, la ruina, la destrucción y el fuego…

Tú lo contemplabas. Con el corazón golpeando en tu pecho y el dorado del oro brillando en tus pupilas.

Si, tu reino había sucumbido ante la destrucción del fuego del dragón pero había algo que aún se mantenía imperturbable.

Ese que ahora era tu tesoro. Ese que en el pasado había sido el causante de todo.

El preciado metal dorado y brillante. Monedas, arpas, copas…todo lo que tu pueblo había forjado hasta acumularse en grandes montones.

El tesoro que en su momento, había recibido toda la atención de tu abuelo, ese que había alimentado la avaricia de Thror y que ahora alimentaba la tuya.

Cada moneda, cada zafiro y esmeralda. Te pertenecía a ti y no dejarías que nadie te arrebatara lo que era tuyo.