Rurouni Kenshin pertenece a Nobuhiro Watsuki.
Silencio
No tiene nombre.
Es una taza de té humeante al acaecer la tarde, ambos sentados juntos observando el crepúsculo, crisol de mil colores.
El invierno se ha instalado en el dōjō Kamiya, y el viento trae consigo pequeños copos de nieve. Kaoru se arropa con una manta y resopla. Su aliento forma una nube de humo fugaz frente a su boca. Sus manos se ahuecan alrededor de la taza caliente, ligeramente temblorosas. Sus ojos azules se pierden en el horizonte, y Kenshin no puede evitar observar su nariz enrojecida por el frío con una suerte de fascinación idílica.
Pero está ahí.
En el verano las ropas colgadas al sol se mecen alegremente a merced del viento cálido de la mañana. Kenshin, con las manos llenas de espuma, observa al hogar de Kaoru regocijarse de vida.
—¡Yahiko, por todos los dioses! ¡Te he dicho un millón de veces que las sandías no se cortan así! —El grito de la muchacha llega hasta sus oídos desde el otro lado de la casa. Kaoru tiene la maravillosa capacidad de hacerse escuchar en un amplio radio de distancia.
—¡Cállate, fea! —El pequeño gamberro tampoco se queda atrás—. Kenshin las corta de esa manera.
—¡Las corta en triángulos, no en cuadrados, tonto!
—¡Fea sin noción de cocina!
—¡¿Qué dijiste?! —Kenshin oye la exclamación indignada de Kaoru en respuesta a la burla abierta de su pupilo y sonríe.
Vuelve a sonreír cuando, minutos después, ambos emergen de la cocina con las caras enrojecidas y el cabello revuelto. Kaoru lleva en sus manos un plato con un trozo de sandía roja, jugosa, madura.
—Corté esta para ti. —Y sus dedos se entrelazan suavemente cuando coge con cuidado el plato.
Existe…
Megumi y Sanosuke se han marchado juntos a un pueblo cercano. La joven es requerida con mayor frecuencia como médico y Sanosuke se niega a dejarla ir sola. Ayame y Susume los acompañan esta vez. Vistos así, sosteniendo de la mano a las niñas, y con las hojas secas danzando alrededor de sus pies, parecen una verdadera familia, piensa Kaoru mientras ve sus espaldas alejarse lentamente.
—Kaoru-dono —la llama Kenshin desde atrás.
—Kenshin —responde ella.
Ambos se quedan así, en silencio. Entre ellos no existen muchos intercambios de palabras. Su padre le había enseñado que el silencio dice muchas más cosas que las palabras.
Ahora los ojos de amatista de Kenshin beben del fulgor del sol. Él también observa la escena de sus amigos con una sombra de sonrisa. Y en ese momento, al verlo así, el silencio le dice a Kaoru que nunca más volverá a estar sola. No mientras él permanezca a su lado.
Y ahí se ha de quedar…
Corre. Corre con todas sus fuerzas.
Tiene miedo. Teme por él. Fantasmas de su pasado se yerguen a su alrededor, reclamándolo.
Ella no quiere dejarlo ir.
Lo encuentra en la orilla del río. Las luciérnagas se alzan junto a él y a ella le da la impresión de que está brillando.
Brillando… brillando lejos de ella.
Kenshin la abraza. Desea decirle muchas cosas, pero las palabras mueren antes de tocar sus labios.
—Gracias por todo. —Espera que aquellas palabras lo engloben todo.
Se marcha. No es capaz de soportar un segundo más el rostro surcado de lágrimas de la muchacha.
El corazón de Kaoru parece detenerse. Él se ha ido…
… pero después de todo, vuelve a latir el día que regresa.
—Bienvenido a casa, Kenshin.
—Estoy en casa. —Kaoru siente cómo la mano de Kenshin envuelve la suya y tiene la certeza absoluta de que él no se volverá a marchar.
Con la mano de Kenshin unida a la de ella, Kaoru siente que la primavera ha llegado al fin.
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¿Se merece un review?
Bitácorα de Jαz: Sí, fue verano cuando Kenshin regresó a casa, pero me gustan los simbolismos (?).
Adoro la relación Ken/Kao, y acá mi pequeño aporte a la ship. Las cositas sencillas son siempre mis favoritas C:
4 de Septiembre de 2016, domingo.
¡Jajohecha pevê!
