Disclaimer: Esta es una adaptación de la Novela "The Duff" de Kody Keplinger con los personajes de Naoko Takeuchi, los cuales no poseo.
Ea! Hola gente! Bueno no tengo excusa deje congelados mis demás fics hasta que vuelva la inspiración y en lo que vuelve y para animar el fandom he hecho esta adaptación, ojala les guste, espero reviews o cualquier verdurazo! Saludos.
Demencia
Aquí estábamos otra vez.
Minako y Lita estaban haciendo el ridículo una vez más, meneando el culo como si estuvieran en un videoclip de una canción rap. Aunque supongo que a los chicos les va esa mierda, ¿no? Notaba cómo se me iban muriendo las neuronas mientras me preguntaba, por enésima vez esa noche, por qué les había permitido que volvieran a llevarme allí.
Siempre que íbamos al Crown, se repetía la misma historia. Mina y Lita bailaban, coqueteaban y llamaban la atención de todos los miembros del sexo opuesto hasta que, al final, su protectora mejor amiga (es decir, yo) se las llevaba a rastras de la fiesta antes de que alguno de aquellos salidos pudiera aprovecharse de ellas. Mientras tanto, me quedaba sentada a la barra toda la noche hablando con Motoki, el camarero casi treintañero, sobre «los problemas de los jóvenes de hoy en día».
Me imaginaba que Motoki se ofendería si le dijera que uno de los mayores problemas era ese dichoso sitio. El Crown antes era un bar de verdad, pero tres años atrás lo convirtieron en un local para adolescentes. Aún conservaba la desvencijada barra de roble, pero Motoki solo servía refrescos mientras los chicos bailaban o escuchaban música en directo.
Yo odiaba aquel lugar por la sencilla razón de que hacía que mis amigas, seres bastante racionales la mayor parte del tiempo, se comportaran como idiotas. Aunque, en su defensa, debería añadir que no eran las únicas. La mitad del Instituto Jubban se congregaba allí los fines de semana, y nadie se marchaba de la discoteca con la dignidad intacta.
En serio, ¿qué tenía eso de divertido? ¿A alguien le apetece bailar la misma música tecno semana tras semana? ¡Claro! Y puede que me ligue a un sudoroso jugador de fútbol americano obsesionado con el sexo. Tal vez mantengamos conversaciones profundas sobre política y filosofía mientras nos restregamos en la pista de baile. ¡Puaj! Sí, claro.
Mina se dejó caer en el taburete situado junto al mío.
—Deberías venir a bailar con nosotras, Usa . —dijo sin aliento después de tanto menear el trasero—. Es muy divertido.
—Divertidísimo —mascullé.
—¡Ay, Dios mío! —Lita se sentó al otro lado con tanta energía que la coleta castaña le rebotó sobre los hombros—. ¿Lo habéis visto? ¿Lo habéis visto bien? ¡Zoycite acaba de intentar ligar conmigo! ¿Lo habéis visto? ¡Dios mio!
Mina puso los ojos en blanco.
—Te ha preguntado dónde habías comprado los zapatos. Está claro que es gay.
—Es demasiado guapo para ser gay.
Mina la ignoró mientras se pasaba los dedos por detrás de la oreja, como si se apartara unos mechones invisibles. Ahora llevaba el pelo rubio corto y alborotado, pero todavía tenía esa costumbre.
—Deberías bailar con nosotras, Usa. Te hemos traído para poder pasar tiempo contigo. No es que Motoki no sea un tipo divertido... —Le guiñó un ojo al camarero, probablemente con la esperanza de conseguir refrescos gratis—. Pero somos tus amigas. Deberías venir a bailar. ¿Verdad, Lita?
—Por supuesto —asintió Lita sin quitarle la vista de encima a Zoycite que estaba sentado en un reservado al otro lado de la sala. Luego se quedó callada y se volvió hacia nosotras—. Un momento. ¿Qué? No estaba prestando atención.
—Pareces aburrida como una ostra aquí sentada, Usa. Quiero que tú también te diviertas.
—Estoy bien —mentí—. Me lo estoy pasando genial. Ya sabéis que no se me da bien bailar. No haría más que estorbaros. Vayan ustedes y divertanse a tope. Yo estoy bien aquí.
Mina me miró entrecerrando sus ojos color azul.
—¿Estás segura? —me preguntó.
—Segurísima.
Frunció el ceño, pero después de un segundo se encogió de hombros, agarró a Lita por la muñeca y la arrastró hacia la pista de baile.
—¡Por el amor de Dios! —exclamó Lita—. ¡Más despacio, Mina! ¡Vas a arrancarme el brazo!
Se abrieron paso alegremente hasta el centro de la pista, meneando las caderas al compás de la estúpida música tecno.
—¿Por qué no les has dicho que odias estar aquí? —preguntó Motoki mientras me pasaba un vaso de Cherry Coke.
—No lo odio.
—Tampoco sabes mentir —respondió antes de que un grupo de alumnos de primero empezaran a pedir bebidas a gritos desde el otro extremo de la barra.
Le di un sorbo al refresco mientras le echaba un vistazo al reloj situado encima de la barra. El segundero parecía haberse quedado parado. Recé para que el maldito reloj se hubiera roto y fuera más tarde de lo que pensaba. No les pediría a Mina y Lita que nos fuéramos hasta las once. Un minuto antes y me convertiría en una aguafiestas. Pero según el reloj ni siquiera eran las nueve, y la música tecno estaba provocándome una migraña, agravada por la parpadeante luz estroboscópica. «¡Muévete, segundero! ¡Muévete!»
—¿Cómo va eso?
Puse los ojos en blanco y me volví para fulminar con la mirada a aquel inoportuno intruso. La situación se repetía de vez en cuando. Algún chico (por lo general colocado o apestando a sudor) se sentaba a mi lado y realizaba un chapucero intento de entablar conversación. Era evidente que esos especímenes no habían heredado el gen de la observación, pues la expresión de mi cara dejaba perfectamente claro que no estaba de humor para dejarme seducir.
Sorprendentemente, el chico que se había sentado a mi lado no desprendía olor a maría ni a sobaco. De hecho, puede que el olor que notaba en el aire fuera de colonia. Pero mi indignación no hizo más que aumentar cuando comprendí a quién pertenecía la colonia. Habría preferido a un pacheco greñudo.
El maldito Seiya Kou
—¿Qué quieres? —pregunté sin molestarme en ser amable.
—¿Te han dicho alguna vez que eres muy simpática? —Repuso Seiya con sarcasmo—. Pero, ya que lo preguntas, he venido a hablar contigo.
—Bueno, pues esfúmate, porque no quiero hablar con nadie esta noche.
Sorbí el refresco de forma bastante ruidosa con la esperanza de que captara la indirecta, nada sutil, y se marchara. Pero no era mi día de suerte. Sentí cómo sus ojos azul zafiro me recorrían lentamente. ¿Ni siquiera podía molestarse en disimular y fingir que me miraba a la cara? ¡Qué asco de tipo!
—Vamos —dijo con tono burlón—. No seas tan aburrida.
—Déjame en paz —solté con los dientes apretados—. Vete a probar tus encantos con algún zorrón con baja autoestima, porque conmigo no funcionan.
—No me interesan los zorrones —contestó—. No me va ese tipo de chicas.
Solté un bufido.
—Cualquier chica que se fije en ti es un zorrón, Seiya. Nadie con buen gusto, clase o dignidad te encontraría atractivo.
Bueno, eso había sido una mentirijilla. Seiya Kou era el peor casanova que había pisado nunca el Instituto Jubban... pero estaba bastante bueno. Quizá si no abriera la boca y dejara las manos quietas... tal vez, solo tal vez, resultaría soportable. Por lo demás, era un auténtico imbécil. Un grandísimo imbécil.
—Y supongo que tú tienes buen gusto, clase y dignidad, ¿no? —preguntó con una sonrisa.
—Pues sí.
—Qué pena.
—¿Estás intentando ligar conmigo? —le pregunté—. Porque, si es así, se te da del asco.
Seiya soltó una carcajada.
—Se me da de maravilla ligar. —Se pasó los dedos por el pelo negro y recogido en una cola baja y esbozó una petulante sonrisa torcida—. Solo intento ser amable y charlar un rato.
—Lo siento, pero no me interesa. —Me volví y le di otro sorbo al refresco, pero aquel plasta no se movió ni un centímetro—. Ya puedes largarte —dije con tono decidido.
Seiya suspiró.
—Bueno. No estás cooperando nada, ¿sabes?; así que supongo que lo mejor es que sea sincero contigo. Lo reconozco: eres más lista y más testaruda que la mayoría de las chicas con las que suelo hablar. Pero he venido buscando algo más que una conversación ingeniosa. —Dirigió la mirada hacia la pista de baile—. La verdad es que necesito tu ayuda. Resulta que tus amigas están como quieren. Y tú, querida, eres la Duff.
—¿La qué?
—La *Duff: la amiga fea y gorda del grupo —aclaró—. Que en este caso serías tú, sin ánimo de ofender.
—¡Yo no soy la...!
—Oye, no te pongas a la defensiva. No es que seas un ogro ni nada por el estilo, pero en comparación... —Encogió los anchos hombros—. Piensa en ello. ¿Para qué te traen si no bailas?
Tuvo el descaro de darme una palmadita en la rodilla, como si intentara consolarme. Me aparté bruscamente, y él, sin inmutarse, levantó una mano para retirarse unos mechones de la cara.
—Mira —continuó—, tus amigas están buenas... muy buenas. —Calló un momento mientras observaba lo que sucedía en la pista de baile antes de volverse de nuevo hacia mí—. La cuestión es que los científicos han demostrado que todo grupo de amigas tiene un eslabón débil, una Duff. Y a las chicas les gustan los chicos que se relacionan con sus Duff.
—No me había enterado de que ahora los drogos se hicieran llamar científicos.
—No te enojes —repuso—. Lo que digo es que a las chicas como tus amigas les parece sexy que los chicos sean sensibles y charlen con las Duff. Así que, al hablar contigo, estoy duplicando mis probabilidades de un acostón esta noche. Ayúdame, anda, y finge que disfrutas de la conversación.
Me quedé mirándolo, atónita, largo rato. Está claro que la auténtica belleza se halla en el interior. Puede que Seiya Kou tuviera el cuerpo de un dios griego, pero su alma estaba tan negra y vacía como el interior de mi armario. ¡Qué cabrón!
Me puse en pie a toda velocidad y lancé el contenido de mi vaso en dirección a Seiya. La Cherry Coke lo empapó, salpicándole el polo blanco (que parecía bastante caro). Las gotas de líquido rojo oscuro brillaron en sus mejillas y mojaron su cabello negro. En su cara se reflejó la ira mientras apretaba la marcada mandíbula con fuerza.
—¿A qué ha venido eso? —soltó mientras se limpiaba la cara con el dorso de la mano.
—¿A ti qué te parece? —grité con los puños apretados a los costados.
—No tengo ni la más remota idea, Duffy.
Me puse roja como un tomate por la rabia.
—Si crees que voy a permitir que una de mis amigas salga de aquí contigo, Seiya, estás muy pero que muy equivocado —le espeté—. Eres un imbécil mujeriego y superficial, y espero que las manchas de refresco no salgan de ese polo de riquillo.
Justo antes de marcharme con paso airado, lo miré por encima del hombro y añadí:
—Y no me llamo Duffy, sino Usagi. Estamos en la misma clase desde que empezamos el instituto, hijo de puta egocéntrico.
Nunca se me hubiera pasado por la cabeza que podría decir algo así, pero gracias a Dios el maldito tecno estaba altísimo. Motoki fue el único que se enteró, y probablemente aquello le pareció divertido.
Tuve que abrirme paso a empujones por la abarrotada pista de baile para encontrar a mis amigas. Cuando las localicé, agarré a Mina y a Lita por los codos y tiré de ellas hacia la salida.
—¡Eh! —protestó Lita.
—¿Qué pasa? —preguntó Mina.
—Nos largamos ya —contesté tirando de mis reacias amigas—. Se los explicaré en el coche. No puedo soportar seguir en este antro ni un segundo más.
—¿No puedo despedirme de Zoycite primero? —gimió Lita intentando soltarse.
—¡Lita! —Sentí un doloroso tirón en el cuello cuando me volví para mirarla—. ¡Es gay! No tienes ninguna posibilidad, así que déjalo de una vez. Necesito salir de aquí. Por favor.
Conseguí llevarlas al estacionamiento, donde el gélido aire de enero nos azotó la cara. Mina y Lita se rindieron y se apretaron contra mí. Deberían haberse percatado de que sus modelitos, por muy sexys que fueran, no estaban diseñados para soportar aquel clima. Nos dirigimos a mi coche formando una bola y no nos separamos hasta que llegamos al parachoques delantero. Apreté el botón de desbloqueo del llavero y entramos sin perder ni un segundo en mi coche, que estaba apenas más caliente que el exterior.
Mina se acurrucó en el asiento delantero y dijo castañeteando los dientes:
—¿Por qué nos vamos tan pronto? Deben de ser las nueve y cuarto como mucho, Usa.
Lita estaba enfurruñada en el asiento trasero, envuelta en una vieja manta como si fuera un capullo. Mi mierda de calefacción casi nunca se dignaba funcionar, así que siempre llevaba unas cuantas mantas en el coche.
—He discutido con alguien —les expliqué mientras metía la llave en el contacto con más fuerza de la necesaria—. Le he tirado mi refresco encima y no quería quedarme a ver cómo se lo tomaba.
—¿Quién ha sido? —preguntó Mina.
Temía esa pregunta, porque sabía cuál sería su reacción.
—Seiya Kou.
Mis amigas suspiraron, embelesadas como niñatas.
—Oh, paren ya—me quejé—. Ese tipo es un mujeriego. No lo soporto. Se tira todo lo que se mueve y tiene el cerebro en el pantalón, lo que significa que es microscópico.
—Eso lo dudo mucho —repuso Mina con otro suspiro—. Por Dios, Usa, solo tú podrías encontrarle algún defecto a Seiya Kou.
La fulminé con la mirada mientras giraba la cabeza para salir marcha atrás del estacionamiento.
—Es un idiota.
—No es verdad —intervino Lita—. Mimet me contó que estuvo hablando con ella en una fiesta a la que fue con Michiru y Kakkyu hace poco. Me dijo que se acercó así sin más y se sentó con ella. Y que fue muy amable.
Eso tenía sentido. Si Mimet había salido con Kakkyu y Michiru, sin duda ella era la Duff del grupo. Me pregunté cuál de ellas se habría ido con Seiya esa noche.
—Es encantador —insistió Mina—. Lo que pasa es que te ha salido la vena cínica, como siempre. —Me dedicó una cálida sonrisa—. Pero ¿qué diablos te ha hecho para que le lanzaras el refresco? —Parecía preocupada. Ya era hora—. ¿Te ha dicho algo, Usa?
—No —mentí—, nada. Es solo que me pone de mala humor.
«Duff.»
Aquella palabra me daba vueltas por la cabeza mientras avanzaba por la calle Quinta. No tuve ánimos de contarles el nuevo y maravilloso insulto que acababa de añadir a mi vocabulario; pero, cuando me eché un vistazo en el retrovisor, el comentario de Seiya de que yo era la acompañante carente de atractivo que siempre andaba pegada a sus guapas amigas (aunque muchas veces tuvieran que obligarme a salir) pareció confirmarse. Lita tenía un cuerpo atletico y piernas larguísimas, unos ojos verdes cálidos y cordiales, mientras que Mina poseía un cutis sin la menor imperfección y un cuerpo de infarto. Yo no podía compararme con ninguna de ellas.
—Bueno, como es tan temprano, propongo que vayamos a otra fiesta —sugirió Mina—. He oído que hay una en Kinmoku. Kakkyu me contó esta mañana que un universitario ha vuelto a casa por Navidad y ha decidido montar una mega fiesta. ¿Queréis ir?
—¡Sí! —Lita se enderezó debajo de la manta—. ¡Tenemos que ir! En las fiestas universitarias hay chicos universitarios. ¿A que sería divertido, Usagi?
Suspiré.
—No, no mucho.
—Oh, vamos. —Mina me apretó el brazo—. Nada de bailar esta vez, ¿ok? Y, como está claro que los odias, Lita y yo nos comprometemos a mantener a todos los chicos buenos apartados de ti.
Me sonrió con complicidad, intentando que recobrara el buen humor.
—No odio a los chicos buenos —le aseguré—. Solo a uno en particular. —Después de un momento, suspiré y tomé la autopista en dirección al límite del condado—. Está bien, vamos. Pero después tienen que comprarme un helado. De dos bolas.
—Trato hecho.
* Duff, en inglés, es el acrónimo de designated ugly fat friend («nombrada amiga fea y gorda»). (N. de la E.)
