OSCURIDAD

Sinopsis: Kyô siente crecer cada día más la esperanza. Pero no sospecha que la maldición del gato le tiene preparado un último golpe. Tendrá que decidir en quién confiar para escapar del destino que Akito le ha preparado. CORREGIDO

Disclaimer: Tooru, Kyô, Yuki y todos los personajes de Furuba pertenecen a Natsuki Takaya, su autora. Yo se los tomo prestados sin ánimo de lucro.

Este fic lo escribí hace mucho y ya estaba subido (ahora ya no, lo he borrado). No obstante, tras releerlo tras mucho tiempo he descubierto fallos ortográficos, gramaticales y de coheréncia que resultaban terribles y dañaban la vista. Así que lo resubo tras corregirlo minuciosamente.

Espero que os guste.

Prólogo. Una vida...¿sin amor?

Todos le miraban con desprecio, era consciente de ello. Desde muy pequeño, Kyo se había acostumbrado a que todos le observaran y hablaran a sus espaldas. Era una maldición, su maldición.

Sus padres sintieron que su mundo se destruía cuando su madre le abrazó al nacer y el bebé se convirtió en... No había palabras para describirlo. Debía ser enorme el dolor de un Soma al descubrir que el hijo que había tenido con la persona a quien amaba estaba poseído por el espíritu del gato del zodíaco chino. Ser uno de los "trece" era terrible, pero en el caso del gato era aún más espantoso.

Kyo creció sin alguien que le quisiera. Su padre le hacía el vacío, le ignoraba, como si no existiera; aunque en ocasiones se le iba la mano y no podía evitar descargar su ira sobre el muchacho. Su madre trató de ser fuerte. En el fondo, se esforzó por querer a su hijo. Pero todo era en vano. No aguantó mucho.

Para ningún Soma era un secreto que la madre del gato se había suicidado. La presión había sido demasiada. Eso no izo más que incrementar los murmullos a la espalda del muchacho. Kyo no lloró. Eso solo le haría más débil. Tan solo era una niño, pero no dejó caer ni una sola lágrima. Los días se hicieron insoportables para él. Su padre le golpeaba con frecuencia, insultándole, gritándole que era el culpable de la muerte su esposa. Pero no había llanto, ni ruegos, ni gritos...

La oscuridad envolvía a Kyo como una capa tenebrosa que quisiera asfixiarlo en su propia angustia. Lo soportó, sin llorar, sin lamentarse. Casi no hablaba, no jugaba con los otros niños Soma.

Jamás sonreía. La indiferencia que él trataba de mostrar solamente aumentó el desprecio de su familia.

Un mes después del funeral, el pequeño estaba junto al estanque, observando la pulsera que envolvía su pequeña muñeca izquierda. Lo único que recordaba con claridad de su madre era que siempre, a cada minuto, comprobaba que la llevara puesta. Kyo no sabía qué ocurriría si perdía aquel objeto, sólo que sería terrible. Su madre siempre le decía que le quería, pero jamás le dedicó una mirada de cariño, ni tan siquiera le permitía salir a la calle. Su corazón empezaba a hacerse débil.

Aquel día, andando por la casa principal, ocurrió lo que todos habían temido. En un sólo instante su mundo se rompió cruelmente en mil pedazos. La pulsera golpeó el suelo al desprenderse de su muñeca, tirada por la mano de Akito. Lo que siguió no lo recordaba con claridad. Era como si no fuera él mismo, cómo si su cuerpo se hubiera convertido en algo...maldito. Lo único que era capaz de recordar con claridad era la expresión de repugnancia de Akito cuando se cubrió el rostro y le dedicó una mirada de desprecio.

"¿Ése es tu verdadero aspecto? ¿Es éste el auténtico aspecto del gato? ¿Con ese cuerpo retorcido...? Qué asco... Eres horrible."

Shigure también estaba allí, aunque no dijo nada. Simplemente agachó la cabeza en silencio.

Afortunadamente, consiguió recuperar su apariencia normal. Ahora sabía porqué todos temían al gato.

Era un monstruo. La faceta oscura del signo trece del zodíaco. Las palabras de Akito retumbaban en su cabeza con crueldad, a cada instante.

Miraba de nuevo el estanque, contemplaba su reflejo. No entendía por qué todos le daban la espalda, porqué sólo recibía desprecio de todas partes. Una sensación desconocida le invadió. Una lágrima caliente le rodó por su mejilla. Lágrimas...¿estaba llorando?. No conocía aquella sensación, aquella opresión en el pecho. Silencio, oscuridad, dolor...

Se dio cuenta de que no conocía nada más en su vida. La rabia y el dolor le inundaban los sentidos. No quería, no quería seguir viviendo. Las voces acusadoras de la familia cada vez se oían con más frecuencia, culpándolo de la muerte de su madre, que a él le parecía ya tan lejana. No podía seguir, quería que acabara todo. Quizás morir…

"¡Callad! ¡No ha sido culpa mía! ¡Yo no he tenido la culpa de nada!"

"Tienes toda la razón"

Su corazón dio un vuelco. Esa voz era la primera que le había respondido desde la muerte de su madre. Sonaba tan pura, real, tan sincera...

"No fue culpa tuya"

Aquel hombre le estaba hablando de verdad. Kyo vio compasión en sus ojos, lástima, pero también bondad. Sonreía ligeramente. La primera sonrisa sólo para él que había recibido en toda su vida. El hombre se acercó a él lentamente y le miró con calma.

"Hola, Kyo. Soy Kazuma Soma."

Pero Kyo aún sentía demasiado intensamente aquellas ira y rabia. Se separó de un salto de él y siguió temblando de furia.

"No ha sido culpa mía...¡No ha sido culpa mía!"

"No ha sido culpa tuya..." le respondió Kazuma amablemente.

Se acercó a él con aquella reconfortante sonrisa. Se arrodilló a su lado y le miró con comprensión.

"Tranquilo. No pasa nada. Yo sé que no fue culpa tuya..."

El niño le miró con los ojos encendidos en ira. Pero su frágil corazón terminó por romperse. Las lágrimas se derramaron con intensidad.

Por primera vez en su vida, Kyo lloró sin ataduras, sin límites. Lloró y lloró sin importarle que le vieran. El dolor, la oscuridad, las dudas... todo se hacía más intenso, lanzándole al abismo de las lágrimas. No podía parar, no era lo suficientemente fuerte.

Y sólo un abrazo reconfortante calmó aquellos sollozos.

"Kyo..."


Sin conocer la razón, Kazuma decidió adoptarle. Se lo llevó a vivir con él. Para Kyo fue como volver a nacer. Todo parecía más luminoso, más vivo que nunca en su vida.

Al cabo de un par de meses, consiguió volver a sonreír. Kazuma le dio con creces todo el amor y todo el cariño del que le habían privado en toda su corta vida. Siempre estaba allí para ayudarlo. Incluso consiguió que olvidara los insultos de la familia. Kazuma se lo llevó a vivir fuera de la casa principal, según él un ambiente mucho más saludable para él. Cuando los Soma les veían y empezaban a murmurar, Kyo parecía volver a caer en su oscuridad, pero Kazuma solía levantarle sobre sus hombros y, con una sonrisa, le decía aquellas palabras que calmaban su espíritu:

"A partir de ahora, será mejor que respires aire de más arriba...está menos contaminado."

Y aquellos que murmuraban se marchaban escandalizados por su descaro. Kyo se reía de lo lindo entonces, lleno de gozo.

Kazuma, su maestro (como había empezado a llamarle desde que le enseñó artes marciales), había sido para él mucho más de lo que podía llegar a ser jamás un padre. Siempre tenía la sensación de que le protegía, de que le cuidaba fuera como fuera. Volvió a ir a la escuela, volvió a jugar con sus primos.

Kyo volvió literalmente a la vida gracias a su maestro. Jamás olvidaría que fue él quien le quitó las cadenas de la esclavitud de los Soma para mostrarle la maravillosa libertad del mundo exterior, ajeno a la maldición.

La libertad había sido el regalo de la única persona a quien podía considerar su padre.


-Maestro...

La luz del sol le molestaba. Kyo abrió lentamente sus ojos desacostumbrados a la intensa luz de la mañana. Tardó unos instantes en recordar donde estaba, pero todo parecía en calma. Los pájaros cantaban en el exterior, el sol se introducía por el resquicio entre las cortinas.

Se sentía extraño: había soñado demasiadas cosas, aunque no las recordaba con claridad. Distraídamente, se pasó una mano por la cara. Sus dedos tocaron algo caliente y fluido sobre sus mejillas. A los labios le llegó el sabor salado de las lágrimas.

Maldita sea, había llorado en sueños. Se incorporó lentamente y estiró los brazos para desperezarse. Después, miró por la ventana unos instantes. Había vuelto a sus viejas pesadillas, sus oscuros y tortuosos recuerdos…

Pero, contrariamente a lo habitual, aquellos terribles sueños le hacían más feliz. Porque al despertarse de una vida oscura y comprobar que no era real, el mundo de verdad le parecía más bello.

Una voz ascendió por la escalera y llegó a sus oídos.

-¡Kyo! ¡El desayuno está listo...!

Sonrió cálidamente. Aquel día se había levantado de buen humor. Se sentía con fuerzas para incluso enfrentarse al pesado de Yuki. Se puso en pie para cambiarse y poder acudir deprisa a la llamada de Tooru. Miró su muñeca izquierda, para asegurarse de que llevaba la pulsera, y se fue directo a la ducha.


-Kyo, hoy te has levantado tarde, eh -observó Tooru con una sonrisa al verlo bajar por las escaleras.

El muchacho de pelo naranja observó a la chica que llevaba una montaña de ropa para lavar entre las manos, más alta que ella, por cierto. La muchacha patinó sin querer en el piso y se precipitó al suelo con un grito ahogado. Pero Kyo fue más rápido. Se adelantó fugazmente y la cogió por los brazos para evitar que diera contra el suelo. Ella suspiró aliviada, se dio la vuelta y le miró con agradecimiento

-Gracias, Kyo -concedió, sonriente.

El chico la miró unos instantes, perdido, pero después esbozó una expresión enfadada y golpeó suavemente la cabeza de la chica.

-¡Atontada! -la regañó, apartando la mirada- ¿Cómo vas por la casa con esa montaña de ropa?

-¡Lo siento mucho...! -exclamó la chica, sonriendo nerviosamente- Ahora lo recojo...

-Ya te ayudo -se ofreció a regañadientes el chico, agachándose a recoger las sábanas- Si no tardarías demasiado...

Tooru se quedó unos instantes mirándolo con desconcierto, pero después dibujó una sonrisa de felicidad. El chico no alzó la mirada, pero también dejó ver una gran sonrisa en su rostro.

Tooru era la otra persona que le había ayudado a soportar el dolor. Le había aceptado cuando nadie más lo izo. Le debía tanto... Aunque claro, no iba a dejar que ella lo supiera. Aún así, sólo la inocente sonrisa de aquella muchacha lograba animarle cuando necesitaba levantar el ánimo.

Era única. No imaginaba la vida sin ella.

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-Por cierto, ¿dónde está Shigure? -preguntó Kyô minutos más tarde, mientras se comía el arroz del desayuno sentado junto a Yuki, que se había levantado medio dormido hacía cinco minutos.

-No sé... -repuso éste, alzando la vista- No le he visto en toda la mañana.

-Se ha levantado temprano y ha salido -informó Tooru- Dijo que tenía una cita importante.

-Seguro que se ha ido a martirizar otra vez a la pobre Michi… -comentó Yuki volviendo a su bola de arroz e ignorando las muecas de resignado asentimiento de sus compañeros.


La oscuridad parecía flotar en el ambiente de aquel lugar cerrado. Shigure cerró la puerta corrediza después de entrar y miró al interior. Alguien yacía en las sombras. El muchacho de pelo negro azabache se dio lentamente la vuelta y miró al recién llegado. Shigure avanzó y se arrodilló delante de él, como postrado ante un dios.

-¿Es cierto lo que me ha dicho Hatori? -preguntó casi en un murmullo.

-¿Tienes miedo, Shigure? -retumbó la voz del cabeza de familia en la habitación- Deberías ver la cara que tienes...

La expresión se Shigure mientras de inclinaba hacía delante no era habitual en él. Tenía los ojos oscuros, llenos de sorpresa, horror y, sorprendentemente, algo de pena.

-¿Estás seguro de lo que quieres, Akito? -cuestionó Shigure. La voz le temblaba.

El muchacho de pelo oscuro se incorporó y se puso en pie lentamente. Avanzó hasta Shigure y le puso las manos a ambos lados de la cara. Una expresión maligna que asustó a Shigure se reflejó en el rostro de Akito.

-Créeme, es lo mejor -aseguró oscuramente- Mientras más pronto lo hagamos, menos dolor nos causará a todos...

Una serie de escalofríos comenzó a recorrer el cuerpo de Shigure. Sus ojos desorbitados brillaron en la oscuridad. Tan solo una palabra era capaz de circular por su mente en aquellos instantes.

"Kyo..."