Había pasado ya un mes después de la catástrofe que logramos detener y fue para ese tiempo cuando comprendí que no estaba sólo en mi cabeza. Sé que debería ser imposible, pues Jean se había encargado de fragmentar la psiquis de Apocalipsis que había invadido mi mente, pero estaba seguro que no eran mis poderes jugándome una mala pasada; no, una presencia siniestra estaba ganando fuerza, amenazando con quitarme el control de mi propia mente, de mi cuerpo, de mi ser en sí. Al principio, debido a que sólo la sentía durante mis sueños, creí que era una pesadilla, temores infundidos por la situación que vivimos y que se expresaban a través de mis horas de descanso al no tener más escapatoria. Ahora, sin embargo, sabía que no eran fantasmas del pasado cazándome en la oscuridad de las noche; una presencia abrumadora me acosaba tanto a la luz del día como en las tinieblas nocturnas.
Sentía como si me estuviera convirtiendo en una bomba de tiempo. Intentaba permanecer lo más alejado de los estudiantes, sobre todo de Jean, y no me atrevía a usar la nueva máquina de cerebro. Sé que Raven empezaba a sospechar algo pero la evadía, delegándole más trabajo o simplemente alegando estar ocupado. La verdad es que me encontraba perdido en mí mismo la mayoría del tiempo, intentando construir una barrera en mi cerebro en defensa a esa presencia. Una presencia que temía saber quién era.
Por otro lado, los estudiantes o mis niños, como les había llamado mi viejo amigo, habían mejorado considerablemente en el control de sus poderes; ya no se les veía temerosos cuando tenían que usarlos. El nuevo escuadrón de los X-men se había fortalecido hasta el punto de ser imparable; trabajaban en equipo como si cada uno de los integrantes fuera una extensión del cuerpo o mente de los otros. Estaba muy orgulloso de ellos. Habían estado reclutando mutantes alrededor del mundo con Raven como su líder.
Hank había decidido no acompañar al escuadrón en estas misiones sino que prefería quedarse en la mansión, asegurándose que todos los estudiantes estuvieran asesorados y, en caso que necesitaran algún dispositivo científico, no tardaba en encerrarse en su laboratorio y tenerlo listo cuánto antes. Era con quien me sentía más respaldado con esta carga que nuevamente habíamos decidido asumir.
Me sorprendió cuando Scott y Jean me confiaron, semanas más tarde, que se habían encontrado con Logan pero para ese entonces ya no lograba controlar a cerebro; me sentía desorientado, enfermo cada vez que trataba de usar la máquina.
Moira había regresado a su vida aunque venía a visitarnos cada vez que podía. Ya había conocido a su hijo, un excelente muchacho que se hizo amigo de los más pequeños mutantes, incluso de aquellos que no encajaban en la etiqueta de lo que sería físicamente normal. La amaba y rápidamente me estaba encariñando de su hijo; pero nuestro amor no estaba destinado a ser. Teníamos muchas responsabilidades de por medio, pero eso no afectaba mis sentimientos ni los de ella. Estábamos aprendiendo a vivir a través de ello, lo que era una tortura más para mí.
Las cosas habían estado prácticamente calmadas desde entonces. Aunque algunos gobiernos del mundo seguían culpándonos de lo sucedido y hasta intentaban convencer a todas las naciones que era necesario recrear los robots del pasado, teníamos el apoyo de otros y nada preocupante había sucedido hasta el momento. Lo único es que las armas nucleares ya habían sido re-armadas en casi todo el mundo y estaban listas para usarse.
Aún pesaba en mí la muerte de Alex y sé que también era un peso que se había añadido a la carga emocional que ya tenía Erik. No era culpa de ninguno de los dos, pero era nuestra responsabilidad cuidar de ellos, protegerlos, y nuevamente habíamos fallado.
Erik se había ido una vez iniciamos el entrenamiento para los X-men. Tenía la esperanza que se encontraba en un mejor camino, un camino no regido por su ira y su dolor, la angustia que le carcomía. Sólo el pensar en él me hacía sentir afligido, lágrimas llenando mis ojos los cuales cerré con fuerza mientras me consolaba el conocimiento que se había ido estando estable, su sufrimiento aplacado; sé que podía confiar en que estaba haciendo lo mejor dónde sea que estuviera. Tenía fe en él.
Me hubiese gustado que se quedara, claro está, pero no me atrevía a obligarlo. Sería como encerrarlo y le amaba demasiado como para hacerle eso. Era una importante para mí, una que me había herido incontables veces, tanto física como emocionalmente, rompiendo mi corazón y caminando sobre los pedazos restantes, pero seguía considerándolo como mi amado amigo; creo que incluso compartir su dolor, sus penas y sus memorias más bellas, me llevaban a quererle más, a apreciarlo, a nunca darme por vencido al intentar salvarlo incluso de sí mismo.
La primera semana estuve revisándolo a través de cerebro, queriendo asegurarme que estaba bien. Seguía estando en Nueva York la última vez que le pude ver. Había estado haciendo trabajos aquí y allá, pero estaba bien y eso era suficiente para mí. Creo que me sintió; aún no sé como es capaz de tal truco, y aunque jamás me saludo o habló conmigo, sentí que era bienvenido en su cabeza, una sensación cálida como si estuviera feliz por mi preocupación.
Terminé de tomarme el vaso del costoso whisky y finalmente apagué la luz del escritorio, dirigiéndome hacia la puerta del estudio. Todo estaba silencioso, la escuela me decía que todos estaban durmiendo. Miré el reloj en mi muñeca notando que eran pasadas las dos de la mañana. Ya incluso los X-men debían de haber regresado de su misión.
Tal como si ese pensamiento la hubiese llamado, me encontré frente a frente con Raven. Ya me había acostumbrado a verla aquí pero no dejaba de sentirme feliz al saber que la tenía a mi lado; no a Mystique, la heroína, sino a Raven, la niña con la crecí, a la que crié, a quien consideraba mi hermana.
—¿Quieres decirme que está pasando últimamente contigo? —Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y ese gesto terco que había adquirido desde el tiempo que estuvo con Erik.
—Absolutamente nada. No tienes que preocuparte. Sólo estaba relajándome, tomándome una copa, antes de irme a dormir.
Vi en sus ojos dorados una chispa de decepción. —¿En serio, Charles? ¿Después de todo lo que hemos pasado me sigues tratando como a una niña?
Era un hábito difícil de romper. Ella era mi hermanita pequeña. No quería compartir mis problemas, causarle preocupaciones. Sin embargo, mirándola fijamente, supe que estaba siendo irracional. Ya era persona adulta que tomaba decisiones y que me había demostrado más de una vez que siempre terminaba eligiendo el camino correcto. Era lo suficientemente fuerte, tanto mental como físicamente, como para compartir mi desasosiego.
Pero no ahora. En este momento se le veía cansada. Ahora que lo pensaba, los X-men habían estado casi veinticuatro horas fuera de la escuela.
—Tienes razón, Raven. Discúlpame. Te lo diré pero primero, tú y yo, tenemos que descansar, dormir un poco. —Cuando vi que iba a replicar, me apresuré a añadir—: Y es una promesa.
Un segundo después de pensarlo, asintió y se giró, yendo hacia su habitación. —Buenas noches, Charles.
Por mi lado, guíe mi silla de ruedas hacía mi propia habitación, sin llegar a pensar que esta podría ser la última vez que la veía y que nuevamente le incumpliría otra promesa.
