Casamentera

Una historia en el universo de Dragon Ball

Escrito por Iluvendure

El universo y los Canon Characters no me pertenecen, son propiedad de Akira Toriyama, Shueisha y Toei Animation. Dragon Ball © 1984 Akira Toriyama

NOTA DE LA AUTORA— Este fic empezó para una serie de relatos de varios escritores que en teoría firmarían sin nombre, todos bajo un seudónimo. Pero, como a medida que escribía, era cada vez más personal y empecé a añadir detalles de sucesos que iban a aparecer en otro de mis fics, comprendí que ya no podía ser un relato corto. Por eso, decidí que debía publicarlo con mi nombre y no preocuparme por explayarme tanto como quisiera. Hacía tiempo que tenía muchas ganas de escribir una historia sobre el panteón divino de Dragon Ball y, después de ver la última película, creí que Wiss y Bills eran personajes increíbles para el tipo de relato que quería. Y también la vieja Baba, ancianita terrible con mucha valía para buenos fics, alguien a tener en cuenta y que deberían hasta los mismísimos dioses respetar. En verdad, es un relato romántico, pero no demasiado romántico... Los personajes no salen demasiado bien parados si lo pensamos detenidamente; pero bueno, así son las relaciones humanas, complicadas y un poco ridículas en muchas ocasiones. Este relato seguramente va a quedar obsoleto con las futuras películas o series de televisión que posiblemente han de venir (¿Quién sabe lo que Toriyama prepara? Igual descubrimos que Bills y Wiss son una pareja gay. Los tiempos cambian y nada es imposible en Dragon Ball)... Mas, yo espero que lo disfrutéis a pesar de todo.

Aparece un personaje de Akira Toriyama que no pertenece a Dragon ball, el demonio preadolescente Ackman, uno de los personajes mas graciosos y oscuros del maestro japonés (si analizamos el manga, en verdad es un tipo muy cabrón, entre algunas de sus fechorías está el engañar a una anciana para que un ángel la asesine sin querer). Go Go Ackman! es una fuente deliciosa de ideas para mí (el día a día de una familia demoníaca) y me gusta mucho incluirlo de vez en cuando en alguna historia (es un muchacho malévolo tan simpático) Se menciona al Gran Rey Diablo con el nombre de Hocus y, aunque el nombre es de mi cosecha, el personaje también aparece en Go Go Ackman! y tendrá cierto papel en "Madre no hay mas que una".

Este fic se ha escrito tras ver la versión original de la película con subtítulos: Aún no he podido ver la versión en castellano, por tanto muchas de estas expresiones pueden no ser las más indicadas (todo depende de la interpretación y la traducción en el doblaje). Pero espero haberme acercado a los personajes, e ir puliendo errores con el paso del tiempo. Las expresiones además están basadas en el castellano propio de España, espero que eso no incomode, ni sea causa de rechazo. Ahora, ha disfrutar de la lectura


El Novio (primera parte)

En el reino de la eternidad no existen las estaciones.

Únicamente un tiempo pesado e inmutable cual arena. Allí, el Misterio permanece en el Misterio.

Este dicho se cumple en el Mundo de los Dioses que todo han de verlo, tras las puertas terribles que encierran al abismal Makai, o en las distantes esferas que dividen a los Difuntos; lugares en los que la cotidiana realidad del universo mortal se rompe. En cada uno, sea cual sea, siempre hay algo que no debe decirse nunca. Ha de permanecer en secreto por razones tan oscuras que pocas mentes no iniciadas podrían asimilar…

... ...

En el Otro Mundo, un árbol pétreo e inmortal reposa sobre la laguna de la pirámide invertida, dentro del confín divisor de la Noche y del Día. Y entre las raíces profundas y el magno tronco, el Dios de la Destrucción del Séptimo Universo mandó construir su señorío y su morada...

... ...

Una austera y monumental habitación mal iluminada sirvió de salón improvisado para las visitas; digna a la riqueza, a la dejadez y a lo huraño de la personalidad de su principal habitante. La escasa luminosidad nacía de unos triangulares farolillos fatuos y de las amplias cristaleras, pensadas para contener las aguas del lago y a sus raros especimenes acuáticos. Era más una cueva o una tumba engalanada que un buen recibidor, a pesar de la costosa decoración mal distribuida, pero Bills juzgaba que la vieja no podía quejarse. Después de todo, él había tenido la consideración de recibirla y eso ya era mucho.

Desde su sofá favorito (tapizado en blanco y diseño vintage, todo un contraste ante las milenarias paredes), el dios más temido y respetado por los supremos Kaioshins languidecía aburrido y apático. Era delgado y fibroso, con una apariencia más gatuna que humanoide, y afinaba sus gigantescos ojos amarillos igual que un depredador buscando la presa, jugando cruel a no mirar directamente pero sin bajar la guardia en ningún momento.

— Así que dices llamarte Uranai Baba, de... ¿la Tierra? Un interesante lugar— habló de pronto, casi una serie de maullidos profundos y graves capaces de cortar la vida como una espada –. Estás un poco lejos de casa ¿no? — Luego ordenó y ella no se hizo de rogar—. Acércate más a la luz ¿quieres?

Parecía inofensiva tras su negro atuendo para la brujería; pequeña y débil igual que una niña, y muy entrada en años, tanto como si fuera la mismísima personificación de la Ancianidad. La gran bola de cristal, que hacia a su vez de medio de trasporte para tan diminuta señora, proyectaba una tenue y sutil sombra.

—«Magia, osease una ridiculez»— especuló Bills. Ni siquiera podía sentir un fuerte Ki para la lucha, y pocas cosas que no estuvieran relacionadas con pelear solían ser de su interés. Lo que tenía delante no era más que una criatura de carne humana, una terrestre con el don de vivir bastante más de lo recomendable para su edad.

— Bien, Uranai Baba: ¿No crees que tu seudónimo no deja nada a la imaginación?... Da igual, te estaría mintiendo si te digo que nunca he oído hablar sobre ti. Ya llevas viviendo en este universo más tiempo que cualquiera de tu gente ¿Me equivoco?

— No, es cierto.

— Hay quien dice que te mueves por la senda de la vida y la muerte, controlas a monstruos y a espíritus, o que tienes amigos notorios como el Juez del Más Allá...— Bills siguió charlando indiferente, aparentando que afilarse las uñas sobre el cuero inmaculado resultaba más estimulante que su visita—. ¿Cuál era su nombre?... Bah, ¿Qué más da?: Supongo que ha sido él quién ha movido unos cuantos hilos para hacerte llegar ante mí. Aunque pedirme permiso hubiera sido todo un detalle, pero ya tendré unas cuantas palabras con ese gordo ogro... Tengo curiosidad ¿A qué has venido si se puede saber?

— Para hablar de negocios, oh, Poderoso Bills: Quiero venderle mi alma.

El dios ahogó la carcajada con una botella de licor ambarino. De pronto, al notar que ya no quedaba ni una gota, estampó el vidrio contra la pared (destino que antes, por la cantidad de fragmentos dispersos en el suelo, otros recipientes habían padecido). La vieja iba encogiéndose sobre si misma y su mirada, a pesar de mantenerla con dificultad, era cada vez más huidiza.

—«Y yo que creía que era un fastidio tener insomnio: Ya el día empieza mejor que bien» —fueron los pensamientos de Bills, quien solía disfrutar puerilmente del miedo que su persona provocaba, tanto en mortales como en supremos reyes. Sus dientes, largos y húmedos, centellean tras un labio dividido similar al de las fauces del tigre —. «Bah, tiembla como un pájaro bajo ese ridículo sombrero. Está sobrecogida, no puede casi ni mirarme, y a pesar de todo... Aguanta como una valiente... Veamos si el juego va en serio»

Era consciente que no estaba siendo muy respetuoso con una pobre señora mayor. Seguramente Wiss le regañará, pero ¿quién puede esperar educación del Devastador de Mundos? Además, sabe también que pronto la cabeza empezará a dolerle tras esa falsa complacencia que produce el alcohol. Y después, la insatisfacción y los remordimientos volverán a joderle... Un poco más de diversión no puede hacer mal a nadie.

— No sé a que viene esto...— Bills se decidió a preguntar, sintiendo el paladar pastoso y las frases arduas de pronunciar—. Si me vendes tu alma, me estarías dando la llave para tu esclavitud. Me pertenecerías y posiblemente ni siquiera al fallecer volverías a estar completa.

Ella no mostró emoción cuando contestó:

— Eso no es algo que yo no haya considerado...

— Ja, supongo que no... Aunque las divinidades superiores no vamos por ahí comprando el alma de la gente. Vete a Makai, allí los dioses de los demonios son más partidarios a este tipo de tratos.

El aburrido Bills únicamente necesitaba un gesto; una nueva botella se materializó ante él y no tardó mucho en recrearse con la sensación del líquido avivando una garganta, mientras su sofá flotaba. La bola de cristal fue tomando posiciones:

— Talvez no lo hagan los puritanos dioses del bien, pero seamos francos— indicó la anciana, y su voz oxidada se tornaba más fría y melosa, más manipuladora, pero él no se percató de ello. O le importaba bien poco —. Usted es un dios neutral, un dios del equilibrio... Y yo no estaría aquí si no me hubiera informado: Usted ha comprado almas más de una vez, hace ya mucho tiempo...

El ceño divino adoptó una forma peligrosa.

— Eso es agua pasada — dijo Bills —. Todos hemos hecho alguna tontería tras el Bing Bang. Así que no seas tan curiosa...

— No quería ser grosera, Señor de la Fatalidad — La bruja, pronunciando títulos antiguos, inclinó su frágil figura en la más sumisa de las reverencias. Al verlo, el dios sintió un vano remordimiento que pasó de largo —. Pero ¿vender mi alma a Makai? No, nunca. ¿Quién quiere ser el vasallo de aquellos que sólo tienen una pequeña porción de la tarta? Si hay algo que me guste más que el dinero, es el Poder. Soy mayor, ya usted lo ve. Lo suficiente para tener cierta perspectiva sobre los tejemanejes existentes entre todos los hijos de Kaiju y, por que no decirlo, me suele gustar apostar por el caballo ganador. Así que si la buena de Baba ha de ser la sierva de un dios, será la sierva del más todopoderoso en el séptimo universo.

— Vaya, eso no ha estado nada mal. Sabes ser toda una aduladora – Un halago podía ser la mejor forma de ganarse a Bills, siendo como era un ser divino propenso a la veneración. Mas no abandonó el cinismo—. ¿Ahora me dirás que te conformas con poder servirme? ¿O quieres una pequeñez como reinar en la Tierra?... Oh espera un segundo: Te has enterado que mi intención es devastar tu planeta el día que más me apetezca y ahora quieres pedirme clemencia en nombre de tu especie…

— No diga cosas raras ¿tengo aspecto de sentimental?... — por vez primera, la vieja sonreía de una forma diferente: Segura, enseñando una boca escasa de muelas entre sus abultados mofletes—. Nada en la vida es gratis, todo tiene su precio. Pero digamos que me conformaré con muy poco cuando llegue el momento. Simplemente con que, de vez en cuando, me tenga en consideración y recuerde lo buena que he sido con usted...

Bills dio un respingo por la extraña tranquilidad con la que ella se expresaba. No había previsto esa respuesta:

— ¿Cómo? ¿No te importa lo que le ocurra a la Tierra o a ti misma?

— Oh claro que si — admitió ella, con la franqueza de las abuelas —. Preferiría que no la destruyera nunca. Es un buen lugar para hacer fortuna, a pesar de la mala gente o algún que otro héroe cabezota. Como también me gusta mucho vivir y, por eso, temo incluso respirar a vuestro lado. Si no me gustara vivir, creerme, hace centurias que estaría acomodada en el "otro barrio"… Pero cuando una llega a cierta edad, (o has convivido con el Mas Allá demasiado a menudo) te das cuenta que la muerte no es tan terrible: Simplemente es un paso que se da cuando la hora acaba. Aunque tengo que admitirlo, un paso doloroso y aterrador en demasiados momentos— después, tras una pausa reflexiva, añadió esto —. Si el Destino ha fijado tu final, poco puedes hacer a no ser que seas una persona extraordinaria, cosa que yo no soy... Sé de qué hablo, gran señor, conozco el Destino.

— Las brujas sois criaturas extrañas. Pocos dioses os quieren cerca…

Aunque el orgullo impidiese admitirlo, la expresión de Bills era ahora despectivamente amigable. Como cuando un gato decide tolerar una presencia inoportuna en su vida.

— Así que te conformas con un favorcito — enseguida volvió hablar, con el acento oscuro que tiene el fuego —. Si fueras lista, anciana, sabrías que un favor mío nunca debe tomarse a la ligera. Ni ser esperado por tu propio bien.

Dando un balanceo, el dios saltó al suelo desde su elevado asiento. Sentía curiosidad por contemplar más de cerca a esa hechicera peculiar; si bien, el rabo se le enredaba entre las piernas y parecía andar haciendo eses. Un síntoma mal disimulado que no pasó desapercibido para Baba:

— ¿Está usted borracho?

— ¿Borracho? Que idiotez ¿Cómo voy a estar borracho? — Bills la miró con desprecio, pero su aliento decía más que cualquier excusa —. Igual no lo sabes, pero los Eternos tenemos cosas más fascinantes que hacer que ponernos a empinar el codo…

No obstante un brillo reflejado en el iris de la anciana, equivalente al reproche, provocó la respuesta afirmativa en uno de los seres más poderosos de la creación:

— Bueno, igual llevo unas cuántas copas de más. ¡Pero eso no es un crimen!

— ¿Copas?— Baba alzó una ceja desdeñosa y los pómulos prominentes del dios casi se tiñeron.

— Vale, ¡botellas!— chilló Bills, empezando a dar muestras de irritabilidad. Propenso a los cambios de humor, ahora pensaba que perder el tiempo con la vieja era más bien molesto—. ¿Por qué no te vuelves a la Tierra y dejas de tentar a tu suerte?

— Quiero vender mi alma.

— ¿Otra vez con esas? Los dioses no comercian con almas. Ya te lo he dicho.

— ¿Está tan seguro? – Baba se negaba a tirar la toalla —. Se sorprendería de todo lo que sucede en el Otro Mundo y que rara vez se dice: Vender un alma es como traficar con el sexo. Nadie lo hace, pero ocurre continuamente. Tanto en el piso de arriba como en el ultimo sótano de la Creación...

— Curioso argumento —tras un parpadeo, él pareció admitir cierta verdad en eso. Luego, arrastrando las palabras por culpa de su cabeza chispada, preguntó—. Veaaaamos, ¿Qué se supone que sabes hacer?

— Soy una humilde pronosticadora y hechicera.

— ¿Sólo eso? No es muy impresionante— Bills soltó un frustrado e infantil maullido. La adivinación no es algo realmente emocionante cuando tu cometido inmortal rara vez puede cambiar—. Ya tengo un oráculo. No me interesa otro, y menos un humano que se me muere de viejo mientras estoy haciendo la siesta.

— Yo no me muero así como así, Gran Señor.

— Uhmmm, puede que sea verdad. ¿Pero cuánto tiempo te queda? Te veo bastante arcaica…

— ¡Oiga, no se pase! ¿Quiere? — ella graznó irritada, olvidando que su oyente no era un tipo cualquiera. La edad era tema tabú en cualquier conversación con Uranai Baba... Pero un mero atisbo a las pupilas felinas del Segador de Galaxias, hace que cualquier mujer se trague una contestación y piense que una excepción puede salvar una vida. Su vida —. Quise decir "¿Quiere, por favor?"… Mire, tengo una idea. ¿Y si me pone a prueba?

— ¿Eh?

— Permítame ser su oráculo por un día – dijo con calma Baba, adueñándose de la situación gracias a una destreza ganada con la práctica —. Luego puede tomar la decisión que quiera.

El eterno permaneció callado durante unos minutos: Para la templaza fingida de Baba fueron Días.

En el fondo, de su hermético corazón de hechicera, aún existía la duda. Por eso no lograba quedarse quieta, levitando sobre su cristalino trasporte por cada rincón de la habitación. No sería la primera vez que, al jugar con fuego, ella acababa chamuscada. Pero también, cuando los planetas se alinean de tal curiosa forma, era necesario un riesgo para obtener resultados...

— Lo primero, señora...— fue el gruñido de Bills lo que despedazó el silencio—. Quiero que pares de flotar delante mío. Me estás dando dolor de cabeza.

La bola de Baba descendió unos centímetros hasta casi acariciar el mármol veteado.

— Lo que pasa es que ha bebido demasiado.

— ¿No me digas? Menos sermones, que para eso ya tengo a Wiss… — entonces, como si acabara de recordar algo, sus orejas se agitaron y comentó—. Hablando de él. ¿Dónde se habrá metido?

Hubo un relámpago caliente tan intenso como para derretir las paredes. De seguido, un olor a miel y a enigma en una humareda invocadora, de donde fue brotando una figura andrógena que portaba un báculo.

Era un hombre, pero extrañamente hermoso y esbelto, con una celeste tez traslucida y un sedoso pelo blanco comprimido en un tupe pomposo, no demasiado diferente al cuerno de un rinoceronte. Al mirar, sus ojos afables se veían del mismo color que las amatistas, definidos con rimel y delineador en un efecto sutilmente ahumado.

— Perdone el retraso, Señor Bills— dijo la aparición, aún con ese olor etéreo tras sus pasos—. Estaba solucionando un contratiempo…

— Ah, aquí estás, Wiss. Haz llamar al pez oráculo.

— Oh, ¿para eso me necesitaba? – el hombre alto frunció el ceño, platicando como si regañase a un niño—. Hágalo usted.

— No me apetece… — la aptitud de Bills se asemejaba a los aspavientos dramáticos de un remolón y resentido divo.

Wiss el misterioso, ordenanza y maestro en las artes marciales, arrugaba la nariz ante el tufo de embriaguez que exudaba su alumno y patrón. Al final, prefirió callarse y obedecer.

A la señal de dos palmadas, un cetro dorado revoloteó por la habitación hasta detenerse frente a Bills. Después, del interior del cuenco húmedo que lo coronaba, un diminuto animal acuático (entre pez y renacuajo) asomó la cabeza.

— Voy a ir al grano — habló el dios de la destrucción al recién llegado—. ¿Ves a esa mujer? Está interesada en tu puesto. La verdad, no creo que hayas hecho tan bien tu trabajo como para que yo no quiera un cambio. Por un día, ella será mi adivinadora y ya veremos que decido. ¿Alguna objeción?

Los gruesos labios magentas del pez tardaron en moverse. Luego Baba creyó oír un cascabel, una vocecita suave que preguntaba:

— "¿Está usted seguro?"

— Mucho. Puedes retirarte.

En la inexpresiva faz de pescado se dibujó una mueca rara que bien podría pasar por sonrisa. Un pensamiento ladino debía anidar en ese pequeño cerebro, pero el dios, perdido en el sabor de la botella, lo pasó por alto:

— "Usted mismo"— remachó con las aletas cruzadas, y el cetro desapareció tan velozmente como había llegado.

Wiss, como una perfecta estatua de mármol, contempló a la vieja hechicera antes de dirigirse a Bills:

— ¿Es cierto lo que acaba de decir?

— Claro que sí.

— Ya veo…— tras un suspiro enigmático, el hombre celeste volvió a hablar —. ¿Hay algo más que yo deba saber y no quiera decirme?

Milenios de vivencia y aniquilación hacen que dos personas se conozcan de la cabeza a los pies. Si bien, no había que ser muy observador para ver que la felina divinidad evitaba cruzar la mirada con su asistente.

Entre la incomodidad del momento, se escuchó un ronroneo casi inaudible:

— Esta anciana se ha ofrecido a venderme su alma…

— Que cosas se le ocurren: Ni que usted fuera una barriobajera deidad Makaiohshin.

— ¿Qué? –Bills bufó ofendido ante la insinuación de Wiss—. ¡La idea fue suya, no mía!

— Eso no me importa, Señor Bills. Bueno, haga lo que quiera… — respondió su asistente, con un deje sereno de censura. Luego, más liviano que una pluma, se cuadró junto a Baba en un único movimiento —…Pero después no venga a mí con quejas y enfados. Tan mayor y aún con esas bobadas de comprar almas.

Otra vez sentado en el sofá, el Dios de la Destrucción levitaba por el techo, hundiéndose en la blancura del tapizado como si pretendiera desaparecer.

— No he dicho que fuera a comprar nada – Indicó austero —. Sólo barajo la posibilidad.

— Ya verá usted que es un obstinado de campeonato — Wiss habló a Baba educadamente, dando la espalda a las quejas —. Por favor, no le haga mucho caso si se vuelve desagradable. Hoy es uno de esos años malos en los que cualquier nimiedad le molesta y nada consigue calmarlo (ni siquiera demoler un par de sistemas solares) … Señora, mis disculpas: Recuerdo que usted tuvo la gentileza de presentarse al llegar, pero he olvidado su nombre.

— Soy Uranai Baba, Señor Wiss: Es un honor conocer al Saturnal Hacedor que vela por la Guadaña de los Mundos.

— Oh, es verdad, usted es la amiga humana de Enma Daioh: Siempre he pensado que el juez tiene un gusto exquisito para las corbatas— añadió él. Pero, en cuanto escuchó su antiguo y milenario titulo (ya perdido en la memoria de los tiempos), sus mejillas azules se tornaron púrpuras por el goce de verse recordado—. Yo creía que ya nadie me llamaba así, que vergüenza (¿ha oído, Señor Bills? ¿No le parece divino?). Ha pasado tanto tiempo de eso... ¿Me permite un momento de indiscreción, señora? ¿Está segura de querer vender su alma al Señor Bills y pertenecerle para la perpetuidad? Debería saber que, cuando está de mal humor, le gusta humillar a los demás…

— ¡Oye!— el aludido soltó un rugido—. ¡No me critiques!

Si bien, Wiss no prestaba atención. Alzaba la cabeza como si acabara de percibir algo intangible en el ambiente:

— Disculpe que me ausente, Señor Bills – dijo, desvaneciéndose en las sombras de la habitación—. El contratiempo que antes mencione no parece estar solucionado...

Tras unos momentos de pesada pausa, la bola de cristal voló hasta acomodarse a una distancia prudencial del sofá blanco (y de su huraño ocupante). La esfera parecía una luciérnaga gigante en la penumbra.

— ¿Hay alguna razón para que esté bebiendo tanto?— preguntó ella.

— ¿No eres tú la adivina?

Baba sonrió tímidamente por la insolente respuesta, ocultando las manos bajo la tela negra:

— La cosa no funciona así — dijo—. Yo no desperdicio un don como el mío adivinando algo que podría descubrirse sencillamente preguntando (No puede ni imaginarse lo que cobro por consulta). La magia es magia porque se emplea en el momento justo. ¿Por qué bebe?

— Bah, dejaré que lo descubras tú sola...

— Es por una mujer.

La suave y violácea pelambrera que recubría el cuerpo de Bills, semejante a la piel de un melocotón, se erizó como si un cubo de agua fría acabara de caer sobre su cabeza:

— ¡Para, era un decir! ¡No uses tu poder sin mi permiso!

— Es intuición femenina, no magia – Baba se apartó unos centímetros, pero se mostraba menos vacilante hacia el mal humor de su futuro "dueño" —. Ya he dicho que no suelo abusar del don.

— Ja, pues para tu información, NO ES por una mujer…

Tras un ruido gutural, Bills dejó el asunto por zanjado. Su frente relucía por el sudor, la rabia y el exceso de bebida de una forma bastante iracunda, similar a las brasas de una hoguera. Pero gradualmente su ánimo fue enfriándose…

Luego, miró a la anciana de refilón. Tal vez porque necesitaba un atisbo de amarga confidencialidad...

— Es porque NO HAY NINGUNA MUJER — soltó de pronto, como si hubiera dicho un palabrota, y ya no habló mas.

— Ya veo…— Baba tardó un buen rato en añadir algo más o menos comprensivo: Medía el momento oportuno, pues alguien como ella no llega a vieja sin saber cuando se debe abrir la boca y cuando no. Sobretodo delante de una criatura que, con un toque, podría convertirte en ceniza o en amasijo de sangre—. No debe ser fácil interesar a las chicas siendo la máxima fuerza exterminadora existente en la creación.

Bills se mantuvo en sus trece. Si bien, está vez había abandonado su actitud crispada: Se veía mustio, con los ojos pegajosos y la cola caída... Sintiendo que, en algún momento perdido en la Noche de los Tiempos, él debió de haber pasado por alto la letra pequeña de su simbólico contrato...

... ...

De todo el panteón de divinidades existentes en séptimo universo, Bills no resultaba ni por asomo la más romántica.

Forjado para el dolor, el miedo y la catástrofe; sus verdaderas pasiones eran la lucha y buscar un contrincante cada vez más estimulante. Por eso, al no estar el amor implícito en su naturaleza, normalmente no se preocupaba demasiado por el género opuesto ni por demostrar ternura hacia otra persona.

Pero el Sexo era el motor de la Vida y tarde o temprano llama a la puerta: Aunque él fuera impávido y bastante desastroso en materia amorosa, eso no quería decir que fuera un tío de piedra todo el tiempo. A veces, sentía la necesidad de rascarse cuando picaba, y no le hacía ascos a ninguna visión dulce de largas pestañas.

Ahora, lo que nunca te dicen (y he ahí el kit del asunto) es que, al asignarte un cometido similar a la Muerte, permisiblemente no podrás ser popular entre las mujeres. Porque se cagaran de puro miedo en el momento que sepan tu nombre. Cosa nada beneficiosa cuando, ya de por si, resultas desastroso interactuando con ellas, o tienes un rostro animal poco favorecedor...

Como ocurre a cualquier hijo de vecino, el no darse el gusto si hay necesidad puede convulsionar los nervios de cualquiera. Incluido los nervios de un ser inmortal hecho para la aniquilación de masas... Y si, en vez de destruir planetas por diversión, se empieza hacer por frustración sexual, no hay que ser muy avispado para ver que existe un problema.

... ...

Exactamente igual que en su primera aparición, Wiss quebró la sustancia del universo y su particular aroma volvió hacer acto de presencia. Mas esta vez no venía solo:

— Perdóneme, Señor Bills — dijo.

— ¿Se puede saber que demonios es eso que traes?

— Precisamente eso — Wiss levantó el brazo y enseñó su presa, a la cual tenía bien sujeta por el elástico del pantalón. Ésta no paraba de patalear en un intento por liberarse mientras, a su alrededor, una pequeña criatura rojiza batía desesperada sus enclenques alas de murciélago —. Son un demonio y su homúnculo mágico: Parecían querer infiltrarse en su recinto sin ser vistos, Gran Bills. Los he despachado varias veces, pero vuelven. Por eso, ya que es un crío tan insistente, he pensado que usted debería verlo y decidir que debemos hacer con él.

— ¡No soy un crío! — Interrumpió el demonio todavía forcejeando, aunque la tersura inmaculada de su rostro sin nariz subrayaba que se encontraba en los años mozos de su especie—. ¡Tengo más de doscientos años!

— Oh, dioses, y lo dice como si eso fuera algo... — Wiss había visto muchas cosas a lo largo de su inmortal existencia, incluso el nacimiento del Jefe Supremo de los Kaiohs. Pero nunca se acostumbraría a la poca educación de los jóvenes, quienes se creen adultos por tener unas cuantas centurias encima.

— ¡Suelte al Señorito ahora mismo! — a pesar de su tamaño delicado (algo más grande que una pelota de baseball) el homúnculo mostraba determinación a la hora de defender a su amo. Idéntico a un sapito bermellón coronado con cuernitos, se movía entre aleteos toscos, a la vez que enseñaba unos dientes afilados como agujas.

Bills hizo una ligera inclinación y su asistente obedeció, dejando caer al prisionero contra el suelo frío. Después de sobar sus nalgas lastimadas con ambas manos, éste se quejó:

— ¡Ey, eso duele!

— ¡Cállate! ¿Qué has venido hacer aquí?

La voz del Devastador de Mundos no era un trueno o una roca, era el sonido de la Nada; simplemente destruía la vida donde la hallaba. Pero el muchacho era hijo de Makai y estaba acostumbrado: No es que no tuviera miedo, más bien, estaba tan familiarizado con la sensación que podría describirla hasta hogareña. En la tierra de la maldad absoluta, ese tipo de voces eran muy comunes, incluso entre las ancianas abuelitas amantes de cantar nanas (en menor dosis, pero más o menos parecida entonación).

Después de todo, las nanas en Makai no eran demasiado reconfortantes. Ni tampoco las abuelas.

—Quería verle, su... su... ¿su divinidad?

Tal vez fuera por la edad, mas claramente no sabía nada de títulos protocolarios. De baja estatura, vestía ropas informales y humanas, llevando el cabello liso peinado con la raya en medio y a dos colores: En la recortada nuca y en las patillas, el pelo era negro; pero el resto era del mismo color de las orquídeas, un blanco violáceo. Además, como cualquier miembro de su estirpe (siempre dispuestos a cobrar una vida) estaba armado hasta los dientes:

— Tengo un trato que proponerle que puede beneficiarnos...

— Primeramente, muchacho... — Wiss no le permitió seguir. La falta de tacto en las normas sociales básicas era otra cosa que le desagradaba—. Deberías decir tu nombre: Es de mala educación no presentarse.

Luego, el alto asistente se cuadró a una distancia ceremonial del sillón de su patrón, y Baba decidió imitarlo.

—Eso es verdad, Señorito Ackman. Hay que empezar con...

Ese fue el servicial homúnculo volador, murmurando al oído del muchacho mientras éste intentaba despacharlo como a una mosca cojonera.

— Calla, Gordon, me distraes — replicó. Posteriormente volvió a dirigirse al dios felino —.Me llamo Ackman, y soy uno de los recolectores del Gran Rey Diablo. Y he cruzado los niveles del cosmos para poder...

— Muy impresionante — Bills se aburría con demasiada rapidez. A pesar de la precaria luz, sentían un mareo constante y un tintineo en las sienes por causa del alcohol; mientras a su alrededor, las formas de la habitación se alargaban y perdían nitidez en los contornos —. Tenéis muchas agallas para venir aquí siendo lo que sois. Ni siquiera os habéis ganado una buena cornamenta, por lo que veo: Tíralos al Vacío Primordial, ¿quieres, Wiss? No tengo todo el día.

Las amenazas con el Vacío Primordial eran el pan de cada día para cualquier demonio de menos de mil años que habitase Makai (por ejemplo, Ackman ya había estado dos veces, una por vacaciones veraniegas). Lo cual hacia que la intimidación no resultase demasiado impresionante:

— Oiga, por lo menos deje que me explique...

— «Malditos diablos» — pensó Bills, tras contener su ki—. «No hay quien pueda divertirse con ellos, ven la vida al revés del resto de la gente: Arriba es abajo y lo malo es bueno. O son unos masoquistas enfermos, o son unos inconscientes de cuidado que nada consigue impresionarlos. Vaya tela me ha tocado».

Para los dioses, interactuar con los demonios y Makaiohshins era parecido a viajar a un país extranjero dónde se habla tu mismo idioma, pero en el que se tiene otros valores y formas de pensar completamente distintas, o usan las palabras con un significado diferente. Y encima, los muy bestias conducen por el lado opuesto de la carretera. Por motivos así, había tantos roces entre ambas partes: A nadie le gusta escuchar "ah, nosotros lo hacemos mejor".

Claro, a su vez estaba el problema de los conflictos de intereses, pues los Makaiohshins pretendieran subyugar el plano mortal con mano de hierro y los Kaiohshins salvarlo (o subyugarlo también, pero bajo un prisma color rosa). En eso Bills, como dios neutral, prefería no meterse y ser tolerante...

Ahora, matar al crío con un gesto sería lo fácil...Mas, que perdida de tiempo y que ridículo tan grande resultan destruir algo tan insignificante. No valía la pena ni el esfuerzo.

Y ya estaba Wiss para sacar la basura.

— Mira, hoy no tengo humor ni ganas para aguantar niñerías. Así que tú y tu gemelo ya pueden irse por dónde han venido o...

Hubo un momento de mutismo turbador bastante bochornoso.

Nadie se atrevió a decir ni pió, y menos Bills, cuya cara palideció lentamente al darse cuenta que se había delatado a sí mismo...

Mientras el chico demoníaco permaneció cayado, en su mente se fue formando una cuestión a la cual no encontraba respuesta. Al final, decidió que lo mejor era preguntar a su acompañante:

— ¿Gemelo? ¿De qué está hablando? ¿Se refiere a ti, Gordon?

— No, Señorito Ackman — Repuso la criatura, descansando el cuerpo sobre el hombro del joven—. Es que está algo bebido y ve doble.

— Que vergüenza: Ya decía yo que le cantaba mucho el aliento… Por cierto, que mal le huele la boca, ¿te has fijado?

— Si, y no es por el alcohol. Éste no se lava los dientes...

— ¡Os estoy oyendo! — el dios maulló rabioso. Lo último que necesitaba ahora eran las críticas de un adolescente y de su faldera castrada mascota.

— ¡Genial! Por fin tengo su atención: Vengo a venderle unas almas a muy buen precio— dijo el demonio. Escupió un chicle rancio de la boca y un olor de queroseno con fresas flotó en el ambiente. Ante tanta incauta insolencia, Bills únicamente consiguió parpadear.

A todo esto, la vieja Baba no dejaba de mirar al recién llegado desde su esquina, intentando calcular las consecuencias que tendría una presencia accidental dentro de sus planes: No siempre es posible saberlo todo, ella era consciente. Hay algún detalle olvidado, una sombra sobre la superficie de la bola de cristal que puede confundirse con una mota de polvo... Un algo que causa un imprevisto menor que bien puede desbaratar la mejor de las estrategias.

Si bien, su intuición femenina le dictaba que debía seguir adelante. No tendría otra oportunidad tan bien vaticinada.

Una vez recuperado el control de su cerebro, los ojos amarillentos de Bills brillaron aviesos como dos lunas menguantes:

— ¿Vienes en nombre de tu gobernante?

— No, vengo por cuenta propia — replicó Ackman sin acercarse demasiado, con una sonrisa ataviada por afilados incisivos —. He conseguido unas almas que el Gran Rey Diablo no quiere comprar. Necesito hacer negocio sea como sea.

— No cuela — el dios no aflojaba el ceño. Conocía demasiado bien la tendencia de los habitantes de Makai hacia la mentira—. ¿Por qué razón un rey demonio no querría comprar almas?

La sonrisa del chico se ensanchaba cada vez más, de una forma antinatural y rara:

—Oh, es que el negocio está sobre explotado— contestó—. Ya sabe, ocurren muchas desgracias en el universo: Enfermedades, Hambre, Polución, Terremotos, Terrorismo, Supernovas... Conseguimos más almas de las que él puede comprar. ¿Verdad que es una faena?

— Bien dicho, Señorito Ackman, es una autentica faena — quien habló seguidamente fue Gordon, imitando descaradamente la mímica de su amo. Entre sus finos deditos de diablillo artificial, había un frasco de cristal repleto de tenues ánimas espectrales.

— Pero usted, noble y maravilloso Bills, podría comprarlas por un precio muy económico. Una autentica Ganga.

— Baratísimo — confirmó Gordon.

El Dios de la Destrucción se llevó las manos a la sien y soltó, con un gemido, todo el cansancio de su interior. Después, repitió la pregunta:

— ¿Por-qué-razón-un-rey-demonio-no-querría-comprar- almas?

Las mejillas del muchacho y de su acompañante se volvieron de un rojo intenso. Aunque las de Gordon ya eran rojas de por si, por lo que no fue ni sorprendente ni admirable.

— Bueno... ejem— el hilillo de voz de Ackman sonaba más veraz —. ¿Cómo explicarlo? Igual, no son de la mejor calidad. Están un poquitín rancias.

— Únicamente un poquito... — otra vez, Gordon pretendió ayudar.

— Son almas de gente no muy bien vista, y por eso, no alimentan a nuestro rey... Asesinos, violadores, inspectores de hacienda, programadores informáticos... Y, bueno, también tengo los espíritus de algunos animales...

— Cucarachas, sobretodo — dijo Gordon.

— Si, sobretodo cucarachas. — Ackman miraba al suelo. Escondiendo las manos en los bolsillos y dando pequeños toquecitos con la punta de los pies, tardó bastante en añadir algo—. No son buenos tiempos.

— Yo sigo estando orgulloso de usted, Señorito Ackman...

Gordon sabía, como todo buen homúnculo, el significado de la lealtad.

... ...

Una vez acabadas las explicaciones, el tono cascado de Baba se hizo notar:

— ¿Y qué pedirías por ellas?

El chico demoníaco miraba algo desorientado. A lo mejor por la pregunta. O por estar viendo una anciana humana sobre una canica gigante gravitatoria:

— Pues, dinero. ¿Qué otra cosa importa? Me gusta el dinero.

Ackman tenía varios defectos en su naturaleza diabólica: Uno de ellos era que decía lo que pensaba sin adornos.

— FAS-CI-NAN-TE —Bills alargaba las silabas sin ocultar lo decepcionante que le resultaba la situación (aunque, igual lo hacía por el abuso etílico). Una ganancia económica no resultaba ni por asomo la cosa más extraordinaria que el Dios de la Destrucción podía conceder. Como tampoco era demasiado apasionante convertirse en el alegre propietario de las ánimas de un par de asquerosas cucarachas.

— Quiero comprarme una Wii U — replicó el crío.

— ¿Una qué?

— Una videoconsola.

La materia gris del dios fue digiriendo lánguidamente la información:

— ¿Estás diciendo que quieres vender la esencia inmortal más elevada de un ser para conseguir una simple maquina de marcianitos?

Ackman se encogió de hombros. La inocencia de su expresión contrastaba con la falta de escrúpulos congénita en su estirpe:

— No es una maquina de marcianitos, es LA MAQUINA y punto— remarcó al momento con una emoción poco disimulada, pues estaba imaginándose que ya tocaba la adorada pantalla táctil —. Hasta finales de semana hay precios especiales en "Super chollos". ¿Entonces qué? ¿Tenemos un trato?... Además, creí que usted lo entendería: Se dice que intentó arrasar un planeta por culpa de un postre.

En el reino de la eternidad, las habladurías se mueven más rápido que la luz.

Hay cosas un poco vergonzosas que es mejor no recordárselas a nadie... Y menos si esa persona resulta ser la máxima omnipotencia de la devastación.

Cada milímetro del cuerpo de Bills fue tensándose hasta comenzar a rechinar; como si ahora sus músculos fueran metal encendido, o como si su sangre se hubiera vuelto lava y buscara la forma de brotar al exterior. Y al hablar, su susurro adquirió una tonalidad desagradable, demasiado parecida a la mecha encendida de la dinamita:

— Vuelve a compararte conmigo, niñato de mierda... Y me hago un nuevo reloj de arena con lo poco que quede de tu ceniza ¿Queda claro?

— Muchísimo...

A Ackman le faltaba juicio, eso se veía, pero no era idiota. Sintió sudor de helado miedo recorriendo su espalda. Hechos para el mal, rara vez los demonios actuaba sin astucia o determinación; pero él concretamente aún necesitaba milenios de maduración para alcanzar una verdadera comprensión pérfida (y cierto sentido común). Eso si, hasta el más joven de ellos sabe que es mejor no buscarle las castañas a un tipo que puede ser más antiguo, poderoso y cabrón...

Gordon dejó de revolotear para buscar un escondite, olvidando que su deber era permanecer junto a su dueño. Después de todo, a pesar de conocer su significado, también era cierto que "lealtad" se había vuelto una palabra en desuso entre los nativos de Makai.

La vieja Baba tuvo la acertada ocurrencia de empezar a recordar su hechizo favorito de desplazamiento. No fuera que la situación requiriera una rápida huida.

Wiss fue el único en bostezar ante la ira de su señor: Ese día se había olvidado tomar el café de la mañana.

— Vale — El tono de Bills volvió a ser relajado. La tormenta de su rostro era ahora una diminuta nube disipada, la cual había menguado tan rápido como antes se manifestó. — No lo entiendo ¿Por qué la gente está empeñada en negociar almas conmigo?

—Bueno, Señor Bills — razonó su alto asistente, con un gesto mediador en sus perfectos labios pintados —. Me temo que la culpa es sólo suya: Todo el mundo sabe que, poco después del Bing Bang, usted solía comprarlas.

— Esa maldita historia me perseguirá hasta la tumba... — contestó Bills, respirando hondo. Después miró hacia el demonio y le habló desdeñoso —. Bien, pues ya no lo hago, niño. Yo no soy como vuestros barriobajeros dioses de Makai, por si no te has dado cuenta.

Wiss puso los ojos en blanco al escuchar el comentario: ¿Barriobajero dios de Makai? Eso ya lo había oído antes...

¿Cómo se podía tener tanto morro? Ahora su señor Bills mostraba una actitud intachable en lo referente al tráfico de almas. Si bien, una escasa hora antes, otra melodía bien diferente había sonado... Bueno, así podían ser las cosas con el señor Bills...

... ...

Un azul intenso, semejante al mar profundo, en una soflama de éter y plata.

Así había empezado a irradiar la esfera que remataba el báculo del misterioso Wiss. Éste contempló el hermoso fenómeno unos instantes y comprendió su significado:

—Oh, pero que tarde es— dijo, adoptando una actitud resuelta y hacendosa, aunque un tanto abochornada —. Un poco más, y olvido que tengo que servir la comida. Si me disculpa, Señor Bills, voy a rectificar mi error de inmediato... Que vergüenza, menos mal que tenía la alarma puesta.

Primero, de la neblina mágica formada cerca del sofá de Bills, brotó la sombra y luego la mesa: larga, gruesa y de ébano, adornada con un quilométrico mantel de terciopelo púrpura. Sobre éste, como brotes nuevos naciendo en primavera, fueron apareciendo la cubertería y los distintos alimentos. Animales insólitos de mil tamaños y formas, todos cocinados con esmero y maestría, panes y frutas de diversas galaxias desconocidas, dulces y ensaladas con ingredientes casi místicos...Un autentico festín grandilocuente que pocos mortales llegarían a imaginar.

O, en otras palabras, un exceso de comida.

Wiss era la clase de persona que le gusta hacer las cosas bien y a lo grande; exquisitamente "a lo grande". Además, por lo general tanto su señor como él tenían buen apetito, excelente paladar (y una constitución envidiable para soportar eso y más).

— ¿Quieres que vomite? — la divinidad felina no mostró ni un ápice de consideración por el esfuerzo mágico de su ordenanza y maestro. Contemplaba su plato como si éste rebosara veneno —. ¡Deshazte de todo esto!

— Lo que usted necesita es asentar el estomago y dejarse de tonterías. Voy a prepararle un remedio para la resaca... ¡No! ¡Ni se le ocurra!

Wiss acababa de ver como su señor alargaba la zarpa para adueñarse de una ampolla de licor (la cual, en un despiste, el asistente había hecho aparecer junto con el festín).

— Aléjese de eso inmediatamente — intervino con un tono de voz adusto que sugería estar más que preparado para entrar en batalla campal—.Se lo advierto: No me obligue a usar la hierba gatera, Señor Bills... Sé que no está tan bebido como para no razonar.

Los parpados casi cerrados de Bills dibujaban una expresión desafiante en su cara. Tras unos segundos de tensión, dejó la botella sobre la mesa y apartó el brazo igual que un maneki-neko encabronado.

— Eso está mejor —exclamó Wiss con una alegría pichona —. ¡Bien, es hora de un sabroso menú! ¿De verdad que no hay nada que le apetezca?

— ¿Sabes lo que quiero? — inquirió Bills, rechinando los colmillos de pura tirria —. Seguir regando el gargüero hasta perder el conocimiento y no despertar aunque pase una centuria. Haber si así, me dejáis todos en paz...

— ¿Quiere que le cante una canción para consolarlo?— el apuesto hombre se veía extrañamente animado por poner en práctica su sugerencia. Incluso, Baba creyó percibir un brillo esperanzador en él.

— ¡NO! ¡Claro que no quiero!

— Vaya, nunca me deja que le cante... — la decepción de Wiss fue evidente en el encantador mohín de su boca. Luego, pareció reflexionar durante unos cuantos minutos —. ¿Todo esto es por qué se ha enterado que Annin tiene una relación?

— ¡Que idiotez tan grande!— elevando el timbre de la voz, las garras del dios comenzaron a despedazar parte de la mesa y de la mantelería. Después de una pausa, éste se echó hacia atrás hasta quedar aplanado en el asiento, y añadió —. Bueno, igual un poco...

Wiss no dijo nada. Estaba más interesado en saborear un delicado sorbete de granada infernal.

— ¡Maldición! ¡¿Has visto a su novio?!— Bills volvió a rugir y las paredes de piedra retumbaron. Al momento, en un intento por sosegarse, comenzó a caminar arriba y abajo por el salón —. No lo entiendo, ¡de verdad que no lo entiendo! Creí que tenía una posibilidad con ella...

— Supongo que si la tenía: En uno de sus sueños, señor Bills... — Wiss hablaba con una dulce gentileza un tanto afeminada, pero era bastante evidente que sabía meter el dedo en la llaga—. ¿Quiere probar un trozo de este suculento pastel, Señora Baba? Tiene un sabor exquisito, pruebe...

El Dios de la Destrucción fulminaba al hombre celeste con la mirada.

— ¡El sarcasmo sobra, Wiss! ¿Qué esperaba ella de mí?

— Veamos... — el aludido, a la par que cortaba porciones de postre, simuló que cavilaba —. ¿Un poco de cariño? ¿Respeto? ¿Qué al menos se acordara de su existencia una vez al año y no cada cien? ¿Qué no la amenazara con destruir el horno sagrado cuando ella sugería la posibilidad de ser sólo amigos?

— ¡Eso fue una broma! No pensaba hacerlo.

— Pues Annin se lo tomó en serio, Señor Bills.

— ¡Es imposible hablar contigo! —aulló el dios. Entre las sombras, su piel encendida se veía semejante a un electrodo de una lámpara de plasma, irrumpiendo relámpagos de ki por los poros de su aura.

— Mírelo por el lado bueno; se aprende de los errores con cada derrota.

Una sutil corrección: Por la curvatura descaradamente pronunciada en la sonrisa, Wiss no sólo sabía meter el dedo en la llaga. También disfrutaba "echando limón" sobre ella.

—Vaya, parece que no tiene mucho tacto con las chicas —susurró la anciana hechicera al asistente, más serena de lo que la situación requería, pero teniendo mucho cuidado de no ser escuchada por "terceros". Estaba limpiándose las migas de la boca con una servilleta.

— Oh, si yo le contara, señora mía, si yo le contara — Objetó Wiss, siendo la personificación de la coquetería—. ¿Más pastel?

Un alarido ensordecedor y un aura estallando.

Bills, en llamas igual que una estrella fugaz, abandonó su reino e intentó a transgredir la serenidad del universo.

Durante unos minutos densos, no pareció que fuera a ocurrir nada.

Mas, pronto algo murió en la profundidad del Cosmos.

Pudo ser cualquier cosa. Una estrella o un satélite. Posiblemente, un planeta... Fue como si reventara una pompa de jabón recubierta por dolor e ilusiones perdidas. Un pequeño y minúsculo cristal sin importancia dentro de una obra mucho más grande, cuya perdida no afectaría a la existencia de ningún inmortal.

Así fue como la quietud y la negrura volvieron a reinar.

... ...

Después del sombrío suceso, el rostro cerúleo del asistente se vio mucho más reservado y tirante. Hasta sus cejas perfiladas parecían hielo escarchado:

— Así no. Definitivamente, borracho no... — murmuró para si mismo; tras lo cual, se distanció de la mesa y fue a esperar de pie el regreso del Dios de la Destrucción.

Por primera vez, el pequeño homúnculo empezaba sospechar que habían elegido un mal momento para hacer negocios. Fue a buscar refugio entre las ropas de su amo y tiritó como un pájaro en invierno:

— Señorito Ackman, mejor nos vamos... Pero ya... AHORA.

— ¿Qué dices, Gordon? Ahora está en lo mejor: Ya sé que tú no tienes, pero a mí me los ha puesto por corbata...

Baba tenía el ánimo encogido. Experimentaba un miedo humano, mudo y primario, que la encadenó al lugar. Lo único que consiguió hacer fue aferrarse a su sombrero como si de ello dependiera la salvación. Hay ciertas situaciones a las que, por muy bruja que seas, nunca consigues acostúmbrate.

Y, desde luego, todo esto había escapado a su predicción.

Antes de aparecer, la llegada fue anunciada: el faldón de Wiss y las esquinas del mantel púrpura empezaron a ondear, ambos movidos por un viento caliente y siniestro que iba inundando la habitación sin freno.

Entonces cayó la bola de fuego: una masa de energía vital y latente, como un corazón flamígero cuya sangre era luz. En su terrible interior, se perfilaba una sutil figura casi humana, ni animal ni hombre; pero insondable e idéntica a un agujero negro que, en vez de ser consumido, consumía...

No obstante, Wiss no se inmutó ante el espectáculo:

— ¿Ya se ha calmado?

— ¡¿Qué esperabas si te niegas a luchar contra mí?! — Brotó una voz desde el centro, flotando junto con la ceniza y el ardor ascendente—. ¡Luchemos!

— No pienso luchar: Soy un maestro entre los maestros, no un mono de feria. Ni una niñera que ha de distraerlo. Tengo que advertírselo; su comportamiento está totalmente fuera de lugar y, ahora mismo, estoy empezando a perder la paciencia. Hay formas de proceder, compromisos por desempeñar que bien merecen ser tomados en serio...

Había algo horrible y enigmático en el hombre alto. Seguía igual de hermoso; pero su belleza se había endurecido, percibiéndose más antigua y sombría, tanto como aquello que debió ser el Caos Primigenio. No tensaba casi los músculos, únicamente los necesarios para expresarse.

— ¡Luchemos, Wiss!— insistía la llamarada sobrecogedora, adoptando una amorfa violencia, y tañendo cual sonaja de muerte —. Luchemos tal y como somos en realidad, dos personificaciones antropomórficas que dictan sobre el Final de toda la Vida. Luchemos, hasta que partamos en dos la esfera de la Creación. Si te niegas, te obligaré a detenerme... Empezaré con el planeta de los Kaioshins...

— Ah, ¿eso hará? — El asistente finalmente se movió, dejando los brazos en jarra. Pero su cara subsistió imperturbable —.Si me permite la observación, usted no quiere partirme la cara. Quiere tirarse a una tía. Ahora, como siga actuando como un patético gilipollas, salido y llorón, le daré tal patada en las pelotas que tendrá que ir a buscarlas al duodécimo universo...

La masa de energía aulló por última vez. Después, fue disminuyendo y Bills hizo su aparición.

Tras contemplarse largo y tendido, ambos hombres rieron de buena gana, como si lo ocurrido entre ellos fuera otra anécdota por olvidar.

— Eso ha estado bien, hacía tiempo que no te oía decir groserías. ¡Menuda lengua tienes! — Bills fue el primero en hablar y sus fauces esbozaron una especie de sonrisa sincera. Parecía un pelín avergonzado de si mismo—. Supongo que me he pasado. Te pido perdón, Wiss.

— Todos tenemos un mal año de vez en cuando, y yo tampoco he sido demasiado considerado. Discúlpeme... — añadió Wiss solícito, y entonces, su expresión comenzó a relucir —. Tengo un juego para distraerlo: Haber si es usted capaz de decirme el nombre del actual soberano de Makai.

— No me tomes el pelo, Wiss. Me importa una m...

— Ojo, no diga tacos... Estoy esperando: ¡Adivine! Tiene tres oportunidades.

Por culpa de tantas largas siestas, el Dios de la Destrucción no estaba muy versado en los eventos contemporáneos del Otro Mundo...

— Será posible...

Bills decidió dejarse llevar por la corriente. En el fondo, quería volver a estar de buenas con el otro hombre. También, cierta pueril y gatuna curiosidad empezaba a manifestarse bajo la última de sus costillas, y fue subiendo.

— ¿Es ese que le gustaban las menores de edad? — preguntó.

— ¿Shura? Por supuesto que no: Adivine.

— ¿El enano "niño de papá" de la estrella Makyo? Un momento, no será un saiyajin...

Desde su último encuentro con los saiyajines, la perspectiva de Bills sobre esta especie había dado un giro de ciento ochenta grados. Creía que ya nada que le dijeran sobre ellos podría escandalizarlo...

— Ambas mal — dictó Wiss, bastante impaciente por dar la solución —. Muy bien, se lo digo: Hocus es el nuevo Gran Rey Diablo.

— No fastidies. ¿El demonio Hocus? ¿Ese lelo que necesita almas para recuperar su vigor? No hacía otra cosa que gimotear y quejarse de lo guapo que fue cuatro mil años atrás. ¿Te acuerdas de ese horrible tanga que llevaba para marcar el culo?

—Oh, si. Como olvidarlo — el asistente se tapaba decorosamente la boca con la mano para ocultar una risita tintineante. En verdad, esa prenda no le había parecido tan horrible...

— Ahora que lo pienso, Wiss: No me invitaron a la coronación. Eso no ha sido muy amable por su parte...

A su manera particular, Bills era la clase de persona que disfrutaba haciendo vida social. También disfrutaba con la idea de hacérselo saber a esos pobres infelices tan distraídos...

... ...

Ackman estaba muy desilusionado por el derivar de los acontecimientos. Así se lo manifestó a su homúnculo:

— Jo, Gordon, me da tanta rabia que no nos vaya a comprar ni un mísero ectoplasma...

Iba palpando los interminables y rocambolescos pasillos de la morada divina, buscando de una abertura, una posible salida al exterior. Y bueno, ya que estaba, pasaba el dedo para averiguar si habían limpiado (Sabía que algunos poderosos podían ser muy sucios...)

—Y que asco estar tan lejos del planeta que este tipo acaba de masacrar — continuó, sin poder olvidar su querida y lejana videoconsola. Otro de los defectos de Ackman era su insistencia; cuando se emperraba con algo difícilmente podía dejarlo estar —. ¿Sabes lo que teníamos que haber hecho? Pedirle educadamente que nos hubiera llevado con él, y así recolectar todas esas fabulosas ánimas. ¡Ahora seriamos ricos! Vaya mierda... Pero tengo que reconocer que describen muy bien al Gran Rey Diablo ¿Estás oyéndolos? Lo están poniendo a caer de un burro.

— Señorito Ackman, por favor, su mamá ya le ha advertido que está muy feo hablar mal del señor oscuro — dijo Gordon—. Lo que tenemos que hacer es irnos y dejar de molestar, que los de esta casa son gente ocupada, seria... y peligrosa.

— Bah, la verdad duele: El Gran Rey Diablo apesta... — repuso el joven demonio, mientras señalaba hacía unas escaleras de caracol de proporciones titánicas —. ¿Y si probamos por aquí?

Ambos estaban descubriendo que abandonar el palacio de la pirámide invertida era igual de difícil que entrar. Porque, tras ver lo que significaba una pataleta para un eterno frustrado, ahora sentían demasiado recelo como para preguntar...

— No vamos a ser capaces de salir, Señorito, es un laberinto imposible... — aventuró a decir el diablillo, exhausto por batir las alas —. ¿Me escucha?

— Uy, perdona, Gordon... — tras la disculpa, Ackman se lo quedó mirando—. Estaba pensando una cosa, ¿crees que querría ese tal Bills ser mi socio? Piensa, ganaría mucho dinero si tengo al Dios de la Destrucción de mi parte.

— No creo, Señorito. Él es un tipo importante.

— ¿Qué has querido decir con eso? Yo soy un tipo importante, soy un príncipe demonio.

— Desde que al Rey Diablo le dio por repartir títulos nobiliarios, casi todo el mundo es de la realeza demoníaca hoy en día: No vale para nada, Señorito Ackman — alegó Gordon, sin ocultar un pequeño reproche —. Si quiere ganar dinero, debería ser menos vago y matar más gente. Pierde demasiado tiempo con sus coches y en la pantalla del ordenador.

Ackman fue a replicar... No pudo.

La bombilla de su cabeza se encendió y vio una luz al final del túnel.

Pero no era la salida...

— ¡Oh, diablos, Gordon! ¡Ya lo tengo! Sé lo que necesita este tío. Ven, volvamos...

... ...

En el salón, Bills y Wiss seguían enfrascados en uno de sus hobbies favoritos, hablar sobre los asuntos ajenos. Y, cuando los dos estaban en ese estado, se olvidaban de lo que ocurría a su alrededor.

La vida de los dioses es aburridamente larga. Por lo menos, los cotilleos jugosos del séptimo universo lograban hacer la existencia mucho más interesante:

— ¿Y Darbura no ha vuelto?

— Oh, está muerto: Alguien lo convirtió en galleta, se lo comió y luego, el Juez Enma decidió hacerle una lobotomía a su espíritu y mandarlo de cabeza al Paraíso.

— ¿Al Paraíso?

— Al Paraíso, Señor Bills.

— Que de vueltas da la inmortalidad: No somos nada, Wiss, no somos nada...

— Muy cierto, Señor.

— Volví.

Una voz aguda quebró el ritmo de la conversación: Ackman estaba en pie, justo frente a Bills, y devoraba un plato de dulces mochi. No había tenido ningún reparo en auto-invitarse al banquete.

— Esto... eh... Hola — Empezó a decir, al ver que su regreso traía acoplado un embarazazo silencio —. Por cierto, esta pasta de arroz es una puñetera tentación...

Otro de los peores defectos del joven diablo resultaba ser que olvidaba los límites de la propiedad ajena.

— ¡¿Aún sigues aquí?!

Bills no podía creerlo: Aunque tenía que admitir que, después de tantísimo tiempo, era ligeramente reconfortante saber que ciertas cosas aún lograban trastocar sus nervios...

—«Pero... ¿Por dónde quiere que me vaya si no hay puertas definidas? ¿Por el agujero del inodoro?»— Pensó el muchacho, especulando que la pregunta parecía demasiado estúpida como para formularla un dios. Si bien, tuvo la razonable idea de no decirlo en voz alta —. Ya me iba, pero tengo algo que puede interesarle: Le vendo a mi mujer.

— Yo no sé si eres tonto, o te lo haces o... —Bills dejó de hablar porque creía no haber oído bien —. Repite eso último.

— Digo que le vendo a mi mujer, o su alma, o lo que quiera de ella: Usted necesita una y yo no la quiero para nada, es una pesada que no hace otra cosa que intentar meterse desnuda en mi cama. Me casé porque tenía dinero.

Para el Segador de Galaxias, esto era el colmo del Colmo. Ahora incluso resultaba que un adolescente demoníaco tenía más suerte que él para adjudicarse a una chica dispuesta:

— ¿Me tomas por tonto? Tú no puedes estar casado, eres un crío... —Bills volvió a silenciarse momentáneamente. Acababa de comprender el verdadero matiz de la situación—. ¡¿Estás prostituyendo a tu mujer?!

— Que coste, Señor Bills, que yo en esta casa no me quedo si usted acepta — advirtió el asistente, mirando ceñudo. Era un caballero chapado a la antigua para ciertas costumbres.

— ¿No decía que quería una chica? — Ackman hizo oídos sordos e insistió, aportando algunos detalles que creía importantes—. Es rubia y más mayor que yo, casi tiene quinientos años. Ya le han salido las tetas.

— ¡¿Quinientos años?! — bramó Bills—. ¡Eso es una niña para mí! ¡Deja de decir barbaridades y preocúpate por contar el poco tiempo que te queda de vida!

— Jo — el chico mascullaba desencantado —. Pues entonces, mi hermana pequeña tampoco le va hacer gracia. ¿Qué le parece mi madre?

— He dicho que... ¿Tu madre? — algo se instaló en el razonamiento del dios. Se llamaba entrepierna —. ¿Tienes alguna foto de ella?

— ¡Señor Bills!

— Vale, no me chilles: Estoy en celo y voy chispado, ha sido un momento de debilidad — éste intentó justificarse lo más rápido posible, con las orejas lúgubremente dobladas y el ánimo a ras de suelo. Tras meditarlo, tomó una decisión—. Mátalo, Wiss. No merece la pena.

El anillo saturnal, que rodeaba el cuello del apuesto hombre azulado, relumbraba como un neón en medio de la oscuridad. Moviéndose con aire digno, tomó su báculo y se dispuso a dejar la sala.

— Señor Bills, ya está bien. No volvamos a empezar, ya le he dicho que mi paciencia tiene un limite — habló sin perder la compostura, pues tenía otra idea bien diferente de cómo se debía proceder —. Si quiere deshacerse de la molestia, matéelo usted mismo. ¿No puede dormir ni comer? Estupendo: Primero una ducha fría y luego a entrenar. Pero no pierda más el tiempo bebiendo y compadeciéndose.

Ante la reprimenda, el Dios de la Destrucción cruzó los brazos y se hizo el "longui":

— Venga ya, me duele la cabeza... Además, no es ningún reto y tengo una imagen que mantener ¿Por qué no lo matas tú en mi lugar? Para eso eres mi asistente.

— ¿Yo? No, ni hablar — dictaminó Wiss de nuevo, estirando el cuello como un cisne —. No voy estar pendiente de sus deseos todo el día, tengo deberes. Si quiere matarlo, lo mata usted solito. No se puede estar matando porque a uno le divierta, o porque quiera descargar tensión. Elegir sobre la vida y muerte es toda una obligación.

— Anda, Wiss...

— He dicho que no. ¿Por qué no le perdona la vida si tiene tantos reparos?

— ¡¿Reparos?! ¡Me acabo de cargar un mundo! ¡¿Te parece que soy la clase de persona que tiene reparos?!

Mientras tanto, el oscuro y desvirtuado corazón del demonio estaba ofendido: Muchas personas, especialmente un ángel algo desastroso (aunque muy persistente), hacían cola para intentar acabar con su vida. En verdad, Ackman se sentía orgulloso por ese reconocimiento tan bien ganado...

— ¡Gordon! ¿Los oyes? No me compran las almas. No me compran a mi mujer, ni a mi madre... ¡Y encima, me insultan! ¡Me están poniendo nervioso! Soy un demonio terrible y eficiente, ¿verdad? ¡Sé que una vez salvé a la Humanidad del desastre, pero fue sin querer!

— Esta conversación ha perdido el norte — pensó Baba, aún intentando recuperarse del susto anterior.

Con una gota de sudor rodando su faz arrugada, simplemente era una taciturna observadora de los acontecimientos. Mas, por dentro, hervía...

¿Por qué todavía no había ocurrido lo que tanto esperaba? ¿Y si se había equivocado de hora o día? ¿Y si simplemente nada iba ha ocurrir, ni hoy ni nunca?

¡¿ Y Dónde demonios estaba esa chica?!

Baba le había insistido hasta la saciedad que debía hoy presentarse aquí, únicamente hoy. Y ahora, resultaba que la muy boba no iba a aparecer.

¿Sería éste un error más para su casi intachable expediente? Ya no tenía la vista tan buena como antes y escudriñar el interior de un cristal resultaba complejo. Creía haber medido bien las intersecciones de los planetas, los halos brillantes alrededor del Sol y la Luna, o descifrado correctamente en los posos del té de su última merienda...

No merecía la pena culparse: ella no era cualquier pitonisa.

La llamaban Uranai Baba. Y eso lo decía todo.

Se había hecho famosa, tenía un nombre. Incluso era reconocida en las muchas esferas del Más Allá.

Ahora necesitaba tener paciencia. Un poco más para que cada acontecimiento fuera pasando como piezas de domino. Nada más que eso, y la jugada estaría ganada...

— Señorito Ackman, creo que debería dejar de provocar a la fatalidad.

Gordon daba tironcitos a la camiseta de su amo en un intento por hacerlo andar. Los temblores de su pequeño cuerpo indicaban que estaba siendo más consecuente con el peligro...

— Vale pirémonos...Probemos por allí —Ackman cedió y se giró en busca de la salida definitiva —. ¿Sabes lo peor, Gordon? Que, ya sea estando muerto o vivo, al final me voy a quedar sin la Wii U. Vaya mierda.

— Tendrá más posibilidades estando vivo, Señorito, hágame caso...

... ...

De manera repentina, Wiss parecía pensativo. Igual que si sus oídos estuvieran escuchando una llamada invisible. Aunque nadie se fijara en ella, la diminuta bruja arqueó interesada ambas cejas:

—«Por fin. Ya iba siendo hora»— pensó, y su sonrisa desdentada adoptó una curva malévola—. «Los inmortales desconocen el significado de la puntualidad...».

— Señor Bills, voy a tener que ausentarme. Será un minuto — fueron las palabras de Wiss, antes de disiparse en el vapor de un encantamiento —. No estoy muy seguro... Mas, juraría que alguien está llamando a la puerta desde el reino de los dioses.

El Dios de la Destrucción se sentía tan hastiado como extrañado. Por regla general, las visitas nunca resultaban muy frecuentes. Lo típico eran las huidas, y el miedo. Especialmente el miedo:

— ¿Más gente? ¿Qué rayos pasa hoy? Mi santuario está más concurrido que el juzgado de los muertos… — luego, las pupilas negras de Bills se clavaron en Uranai Baba como puntas de flecha —. Oye, anciana, ¿por qué no has dicho nada? Se supone que eres mi oráculo y deberías avisarme.

— No me ha consultado, Gran Bills — repuso ella, un tanto nerviosa por poder provocar una nueva rabieta divina —. Yo quiero vivir para cumplir sus deseos, pero debe formular la pregunta.

— Bah, los videntes siempre estáis con excusas... Oh, ya vuelve Wiss.

Allí de nuevo estaba, esbelto y pálido como la mañana clareada. Con paso constante y semblante taciturno, se acercó a su patrón para hablarle al oído:

— Señor, pienso que debería acicalarse un poco. Es alguien importante...

— ¿De veras? Deja de decir disparates — discrepó el dios, antes de soltar una estridente risotada. Inmediatamente, fue a amoldarse haragán entre los pliegues de su sillón vintage, subiendo ambas piernas sobre uno de los reposabrazos—. No pienso ir a cambiarme si se trata del vejestorio principal de los Kaiohshins. ¿Qué quiere? ¿Rogarme por el destino de un sistema solar? ¿O desea que aniquile por el bien de millones?

Sintiéndose un poco ofendido y molesto, Wiss entornó la mirada tras las oscuras pestañas:

— Ah, así que digo disparates. Muy bien: Simplemente creí que querría estar presentable para la dama que tanto desea verle…

... ...


Dragon ball © 1984 Akira Toriyama

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