Estrella fugaz

¡Mira, una estrella fugaz! exclamó una pequeña niña mirando el cielo estrellado, estirando su mano para señalar los astros con su dedo índice ¡Debes pedir un deseo! le dijo al niño a su lado. Entonces, el meteorito que caía cerca de la atmósfera desapareció en la oscuridad que hay entre una estrella y otra, desvaneciéndose en un segundo, como si nunca hubiera existido.

¿Cuál fue tu deseo? preguntó él.

¡Secreto! -contestó sacándole la lengua.

¡Diiiimeee! rogó con curiosidad que brillaba en sus ojos infantiles.

¡Si te digo no se cumplirá!

¡Oh, eso no es justo!

Cerca de ahí, tras un árbol, se encontraba un niño rubio de ojos azules, con los bordes rojos por tanto llorar, la ropa manchada de pintura, el cabello sin ton ni son y en uno de sus cachetes con bigotes de zorro una mancha azul, abrazaba sus rodillas hundiendo el rostro entre ellas, mientras sus oídos captaban aquella conversación.


Éste fue el recuerdo que surcó su mente, en el mismo instante, que una estrella fugaz, cuya cola resplandeciente parecía polvo de diamante, cruzó el firmamento azul oscuro como el agua del mar, y brilló más tanto como los puntitos blancos y deslumbrantes que salpican el manto nocturno.

Como hipnotizado miró el cielo cuando ya había pasado el astro. Cuando el cuarto menguante de luna ya era la luz más brillante. Con los ojos azules muy abiertos y los brazos tras la nuca, tumbado sobre una sábana en el pasto. ¿Cuál debería ser su deseo?

Lo que más deseaba en el mundo, era a Sasuke...

—Por favor, estrella fugaz, haz que mis sentimientos lleguen a él, que pueda escuchar y voz, como una luz, que ilumine su oscuridad...


—¿Qué sucede, Sasuke-kun? —preguntó Orochimaru con su voz rasposa como el susurro de una serpiente, a su alumno, que parecía haber visto un fantasma, mientras miraba el cielo, en otro lugar muy lejos. Su ropa estaba rasgada, y su respiración agitada.

—Una estrella fugaz...

—No irás a pedir un deseo, ¿o sí...?

Entonces, sintió algo que le agitó el corazón, que le hizo sentir, como si rayos de sol líquido se desbordaran de su pecho, y sin darse cuenta, lágrimas resbalaron desde sus ojos carmesí como el amor de un Uchiha, resbalando por sus mejillas.

—¿Eh...? —por primera vez, desde ese día lluvioso, en el que el rostro de Naruto inconsciente bajo el propio, se sintió tan frágil como una figura de cristal sopado. Era tan raro aquél sentimiento, ¿acaso era triste?, ¿feliz? como si la nostalgia misma tuviera manos y acariciara su alma. Había un poco de desesperación y frustración, y el anhelo de un sueño feliz. Entonces supo que ese sentimiento era de alguien más, un sentimiento tan precioso y lleno de amor, jamás podría ser de su corazón oscuro y corrompido. Se secó los ojos con el dorso de la mano, y mirando fijamente a su maestro, que parecía haber hecho el descubrimiento científico más interesante del mundo, mostrando mientras amenazaba el cuello del sannin con su katana, un rostro más gélido que el hielo de un glaciar, y más cruel que el filo de la espada más fina.

—Tú jamás viste eso.

—Está bien. Continuaremos el entrenamiento mañana... —y se fue, con la sangre fría como reptil, portando una sonrisa ladeada, llena de ironía, entre las dos comisuras de sus labios. Era imposible, que hubiera una estrella fugaz en el cielo nublado de aquél lugar…