Hola! Bienvenido a este tren de desmadre histórico que es mi primer fic :)
La idea es publicar una vez por semana, y constará de -más o menos- 25 capítulos.
Te invito a que me dejes un review cada tanto y me cuentes que te parece la historia. Los comentarios alegran mi día!
Quiero agradecer muy especialmente a las dos maravillosas betas que leyeron y corrigieron este fic, MJLupin27 y HikariCaelum. Sin su generosa colaboración no me hubiera animado a publicarlo.
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Francia, 17 de junio de 1940
La luz de la mañana se filtraba por la ventana, bañando la habitación del desván con su alegre brillo. El verano estaba llegando a su cenit, regalando días de sol y calidez al pueblo agreste de Bussy. Cuando los rayos alcanzaron los pies de la cama, Rey se tapó la cabeza con la sábana, en un intento de mantener apartada la luz del día.
Al instante, la puerta del desván se abrió y oyó crujir suavemente las tablas del suelo.
—Rey, ¡despierta! —siseó Jessica, mientras la sacudía con fuerza.
—¡Déjame ya! —gimió— ¿No ves que Madame no hizo sonar la campana aún?
—La Madame ya está despierta. Algo sucede, porque en el piso de abajo la cocina es un alboroto. Más nos vale estar listas si no queremos ganarnos un sermón.
Con un suspiro exasperado, Rey descorrió las sábanas que cubrían su cabeza. La habitación que compartía con Jess, destinada a alojar al personal de servicio, ya estaba plenamente iluminada. La luz se reflejaba en las paredes blancas y las vigas de madera oscura que se inclinaban en el techo crujían esporádicamente. El mobiliario era sencillo, pero funcional a sus necesidades: dos catres metálicos, una cómoda, un espejo, dos mesitas de noche y un rincón de aseo personal. Aquí y allá, el colorido de algunos jarrones colmados de iris y rosas rompían la monotonía del espacio.
Jess estaba sentada al borde de su cama, lista para comenzar el día: llevaba un vestido color anaranjado y tenía el cabello azabache recogido en una larga trenza. Sus ojos negros y rasgados la examinaron con un brillo travieso mientras se desperezaba.
Cuando Rey se finalmente se incorporó, se sentó a su lado, aún soñolienta.
—¿Dónde estuviste anoche? —susurró a su amiga—. Ya era casi madrugada cuando regresaste.
—Regresé a una hora absolutamente respetable —dijo Jess, con una sonrisa—. Dormías como lirón.
—Eran pasadas las doce y aún no estabas en la casa. Solo tú eres capaz de encontrar compañía masculina en medio de una guerra. ¿Es de por aquí? ¿Tiene todas las extremidades en su lugar?
— ¡Ey! ¿Desde cuándo me controlas? —dijo, divertida—. De todas formas, es una historia para otro momento. La Madame nos llamará pronto y quiero saber qué rayos pasa.
Mientras Jess abandonaba el cuarto, Rey comenzó a vestirse. Había ingresado al servicio de la viuda Madame Holdo tras abandonar el orfanato a los diecisiete años, es decir, casi dos años atrás. No era que el cambio de aire no le agradara. A pesar del trabajo duro que demandaba el mantenimiento de la casa, al menos allí nunca le había faltado nada.
Sin embargo, la vida en la Mansión se le antojaba un poco melancólica. Jess le había contado que eso se debía a que el único hijo varón de la familia había partido a París para servir en la Fuerza Aérea Francesa justo algunos días antes de su llegada. Ahora, la ausencia del querido primogénito de los Holdo –siempre amable y alegre, según había escuchado- había arrojado un manto de tristeza sobre la Madame y todo el personal.
Rey se miró en el espejo mientras terminaba de lavarse la cara. El bronceado del sol veraniego empezaba a destacar las pecas en su nariz y hacía resaltar sus ojos color avellana. Con movimientos precisos, abotonó el vestido celeste sobre su delgado cuerpo y procedió a ajustarse el cabello castaño en tres rodetes.
Una vez lista, estiró las sábanas de la cama. La pesadez en el aire auguraba altas temperaturas para el mediodía y, con algo de suerte, tal vez tuviera tiempo libre para bañarse en el lago y leer bajo la sombra de los árboles. Cuidadosamente, levantó el colchón y extrajo la copia de Les trois mousquetaires que había «tomado prestada» de la biblioteca de la casa. La sostuvo con reverencia unos instantes mientras acariciaba las letras brillantes grabadas en la tapa.
Para ella, una niña huérfana y pobre que había crecido en el campo, los libros eran uno de los pocos placeres que disfrutaba con verdadera fascinación. Si en su infancia las lecturas habían resultado limitadas a la pobre selección del orfanato, no era de extrañar que la amplia biblioteca de la Mansión la dejara absolutamente extasiada.
En su estancia allí, Rey había descubierto que la mayor parte de los libros habían pertenecido al primogénito de los Holdo, dado que las siglas «G.H» figuraban en casi todas las portadas. Tal vez por eso la Madame había ordenado a Maz que atesorara toda la colección bajo llave, a la espera del retorno de su amado hijo. Cuando la bondadosa cocinera hubo detectado la insaciable curiosidad de Rey por la lectura, le había permitido extraer algunos tomos sin el conocimiento de la dueña de casa.
Con una sonrisa de satisfacción, la joven envolvió el volumen en un pedazo de tela y lo guardó en el bolsillo del delantal para cuando se presentara la ocasión. Para entonces, el olor a café y pan recién horneado que llegaban al desván habían despertado su estómago, que comenzaba a rugir con exigencia. Tal vez Maz se las había ingeniado para sortear la escasez y conseguirles algo de tocino también. Con una sonrisa de anticipación, abandonó las habitaciones del personal de servicio y bajó de dos en dos los escalones de madera que desembocaban en en el descanso del primer piso y, luego, en el vestíbulo.
Una vez que aterrizara en la antesala con un salto poco elegante, le sorprendió escuchar el sonido de las descargas estáticas en la radio que provenían de la sala principal. Era inusual que el gobierno realizara transmisiones a esta hora de la mañana. O tal vez…
No, no podía augurar nada bueno.
Se acercó lentamente y con sigilo hacia la puerta entornada que daba al salón. A medida que avanzaba, una voz masculina comenzó a distinguirse:
«…Con el corazón dolorido, os digo hoy que debe cesar la lucha. Anoche me dirigí al adversario para preguntarle si está dispuesto a buscar conmigo, como soldados, después de la batalla y en forma honrosa, los medios para poner fin a las hostilidades... »
Las palabras del Mariscal Philippe Petain fueron recibidas como balas. Así que es cierto, pensó mientras un nudo se formaba en su estómago. Nos rendimos.
Como en un trance, Rey se dirigió por la salida opuesta del pasillo que daba a las cocinas. Allí encontró a Jess y Maz sumidas en un tenso silencio. La voz del Mariscal se oía lejana, pero continuó con parsimonia:
«…Todos los franceses deben congregarse en torno del gobierno que presido en estas duras pruebas y soportar en silencio la angustia de obedecer solamente a la fe en el destino de la Patria».
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Algunos tips históricos:
- En realidad, el anuncio de Petain fue transmitido el 17 de junio alrededor del mediodía.
- La servidumbre ya no existía legalmente, pero muchos empleados trabajaban en casas de la aristocracia como si lo fueran.
- Les trois mousquetaires es una novela de Alejandro Dumas publicada en París en 1844.
