Una brisa, más helada que las anteriores, rozó la piel de sus piernas; esta vez sí tembló con más efusividad.
Tuvo que aceptar lo que aquella conllevaba: necesitaba más calidez.
Rodó hacia el extremo opuesto de la cama hasta sentir que la desnudez de su espalda era acobijada por un abrasador pecho, sin embargo los brazos que rodearon su cintura le tomaron por sorpresa. Giró la cabeza, después unos mechones largos de cabello cubrieron su mejilla, frente, ojos, boca.
Luego escuchó un gemido burdo y notó los mofletes sonrojados, los labios entreabiertos y los ojos ansiosos de Atsushi, que estaba muy despierto.
¿Otra vez?Cuestionó con un tono tosco.
Atsushi, apenado, desvió la mirada hacia los pies de la cama, pero volvió a fijarse en él al instante, con los parpados caídos e inflando sus mejillas.
Esta vez no seré muy grosero...
Seijuro comprendió en seguida que no podría negarse a eso.
Estaba pegajoso en su espalda, en sus muslos y en el pecho, pero sobretodo entre sus nalgas, unidas con la pringosa mezcla del semen y la sangre de hace dos horas que señalaban una primera vez muy torpe.
Si daba una afirmación, sería contraproducente para él.
Pero a fin de cuentas, eran adolescentes. Curiosos, ágiles, con derecho al desinterés;hombres en potencia que no se negaban al sexo aunque les doliera el ano.
BienContestó, ya no fingiendo el desagrado del principio porque Atsushi al menos había sido lo suficientemente cortés en pedírselo.
Y aunque no le daba trato al dolor, el anillo de músculos de inmediato comenzó a arderle con los tanteos del otro dormilón, no obstante se hacía de una cobija peculiar que al menos no enervaba sus vellos por el frío.
Además era responsable de las desiciones que optaba para solucionar sus problemas. Si el trasero le dolería en la mañana fue por la pereza a la que sucumbió, en vez de levantarse y cerrar la ventana.
