Hola a todo el mundo!(dr. nick, los simpsons). Acá les traigo una historia. Tendrá varios capítulos, y sobre todo Gore. No en ese, aclaro. NO EN ESTE, para el que no prestó atención en lo anterior. Espero que les guste este fic.

Este capítulo es corto, pero los demás serán más largos.

Disfruten!

Disclaimer: dbz no es mío, pertenece a Akira Toriyama, Toei Animation, y otras compañías asociadas.


Un hermoso resplandor iluminaba las cortinas blancas, que con el movimiento del viento que entraba por las ventanas, se sacudían furiosamente, dejando libre el paso a la luz diurna. El aire tenía un cierto y agradable olor a verano, que se filtraba por todos los pequeños agujeros de la casa.

Gohan tenía su cara escondida en su brazo izquierdo, y dormitaba intentando no quedarse dormido lo suficiente como para que su madre lo encontrara en plena inactividad, y luego lo reprendiera por eso, sacándole el postre o dejándolo sin entrenamiento. Aunque bien sabía que los androides llegarían en menos de un año, le prohibiría de todos modos volver a acercarse a alguna clase de entrenamiento.

De pronto escuchó un grito desgarrador. Su madre lo estaba llamando, avisándole que ella y su papá saldrían a la ciudad. Gohan se enderezó en su silla, con una sonrisa media dormida. Sus ojos no terminaban de abrirse, y un bostezo lo ayudó a despertarse un poco más. Se fregó los ojos y cayó en cuenta de lo que su madre le había dicho. Por fin, en años, estaba solo.

Su maestro Picoro se había ido a resolver unos problemas con Kami, y sus padres no estaban. Luego de siglos, al fin estaba solo en esa gran casa.

Le echó un vistazo a la hora. Las nueve de la mañana. Le parecía increíble creer que hace cuatro horas que estaba despierto. Jamás se había levantado tan temprano sólo para hacer la tarea. Estiró sus brazos, escuchando el tronido de su espalda. Dio un último bostezo y se levantó torpemente de la silla, medio mareado, agarrándose de todas las paredes y del escritorio. Miró a su alrededor, luego asomó su cabeza por la puerta, cerciorándose de que no hubiera nadie. Cerró la puerta despacio.

—¡Genial!— comenzó a dar saltos en su lugar, estirando las manos y girando— ¡Al fin estoy solo!

El eco de sus palabras en la casa vacía lo desconcertó un poco, y acalló su alegría. Susurró un fino "¡Sí!", pero lleno de sentimientos. Era libre de hacer cualquier cosa.

Lo primero que hizo, aunque muy ridículo pareciera, fue terminar sus deberes. Pero fue más sencillo, ya que usó la computadora que le había dado su madre para buscar la información necesaria. Las computadoras eran geniales, te decían lo que querías saber al instante, y era fácil conseguir todo tipo de cosas, desde noticias hasta las más insólitas cosas que uno pudiera imaginarse. Sin duda ese era un objeto que valía la pena cada centavo gastado.

Luego guardó las cosas y ordenó rápidamente su habitación, y salió corriendo. Con sus pies descalzos corrió por la casa eufóricamente. Era el momento perfecto para hacer todo lo que jamás había hecho, ya que nunca se había encontrado solo en un lugar.

Revisó los estantes, las alacenas y hasta la heladera de arriba a abajo, buscando los dulces que su madre escondía. Ella no le permitía comerlos porque decía que eran malos para la salud y que retrasaban su aprendizaje, y además le provocaban pesadillas a su padre. Encontró una gran cantidad en lugares recónditos de la casa, como por ejemplo debajo de la mesita de café y detrás del televisor.

Se sentó en el sofá con su nuevo botín y comenzó a devorar sin detenimiento. Sabía que sus padres tardarían más de una hora en llegar, ya que la ciudad estaba a varios kilómetros de ahí y seguro que su madre había insistido en ver cómo su papá conducía— ya que había conseguido su nueva licencia—, por lo cual seguro fueron en el nuevo auto de la casa, cortesía de su abuelo Ox Satán.

Sentía cómo, dentro de su sangre, recorría el azúcar sus venas, llenándolo de hiperactividad absoluta. Miraba desesperado hacia todos lados, sin dejar de meterse por la boca los diferentes tipos de dulces, gomitas, caramelos y chocolates que él mismo había encontrado. Sabía que su madre se enojaría al darse cuenta que muchos dulces faltaban y que sospechosamente el tacho de basura estaba hasta el tope de papeles. Pero todo daba igual, cualquier cosa por un momento de felicidad.

Apenas tiró toda la evidencia a la basura, comenzó a revisar la casa. Si tantos dulces había escondidos, tal vez otros objetos llenaban ese misterioso sitio, lleno de objetos escondidos.

Luego de revisar toda la casa, se dio cuenta de que aún le faltaba una habitación. Se acercó lentamente, hasta estar frente al marco de la puerta. Sólo le faltaba la habitación de sus progenitores.

Cuando puso un pie en la habitación de sus padres, se arrepintió y quiso volver a salir, pero se abstuvo de esa acción y entro sin mirar hacia atrás a esa habitación prohibida. Era el único lugar de su casa que no podía visitar. Su madre no le había dado una razón para no hacerlo, y le había prohibido el paso, pero era obvio que ocultaba algo.

No recordaba la última vez en la que estuvo ahí. Si bien entraba a ese lugar cuando tenía pesadillas, estaba muy asustado como para mirar otro lugar que no fuese la cama de sus padres, además siempre estaba casi todo oscuro, a excepción de la luz que entraba por la ventana, la única abierta en ese lugar.

El lugar era medianamente grande. No había muchas cosas: Una gran cama, un armario de la ropa, una cómoda, y varios cuadros familiares. No entendía por qué su madre no lo dejaba entrar ahí.

Revisó rápidamente los cajones de la cómoda, sin encontrar nada interesante además de ropa interior de hombre y mujer —aunque algunas le llamaban soberanamente la atención—.

Se fijó bajo la cama, descubriendo varias cosas. Primero, que ese era otro lugar en donde se escondía comida. En el lado en donde dormía su padre, había variadas bolsas de alimentos dulces y salados. Segundo, había varias grandes cajas, algunas cerradas con candado. Eran fáciles de abrir, ya que tenían contraseña por números, algo que su padre no entendería nunca. La cerradura iba dirigida para él.

Abrió todas las cajas. Una contenía el vestido de novia de su madre. Otro contenía cosas viejas de su padre, un extraño palo rojo— según su padre, eso era un báculo sagrado—, que parecía no tener uso alguno. Había ropa de niño con la marca de la escuela tortuga, también había fotos de la niñez de su papá. En otra caja había cosas de Gohan de cuando era un recién nacido, como fotografías, ropa y otras cosas. Pero había una caja que no podía abrir. "Contenido prohibido" decía la inscripción en la tapa. La volvió a guardar lentamente, tocándola como si fuera fuego, con cierta perturbación marcada en su rostro.

Guardó todas las cajas, ninguna tenía algo especial o sorprendente. Ya se estaba aburriendo. Abrió, por último, el armario de sus padres. Sólo cajones llenos de casi la misma ropa. Varios vestidos colgados, y abrigos de invierno y de gala exhibidos en las perchas. Comenzó a correr los abrigos, buscando alguna caja especial. Había una, parecía ser de porcelana. Estaba perfectamente conservada y al resguardo de su padre. Tenía cosas muy bonitas, como joyas importantes y recuerdos de su casamiento. La cerró cautelosamente y acomodó los abrigos. ¿Sólo eso había? No era tanto como para no dejarlo entrar, obviando la caja prohibida y las cosas frágiles que él podría romper sin intención alguna.

Se apoyó en la puerta de armario, frustrado. Nada divertido, y se sentía con muchas energía como para aburrirse. No dejaba de mover su pierna sin control. Miraba hacia todos lados. Tendría que revisar los cuadros, aunque eso sería tener que llegar al límite. Los revisaría más tarde, la hiperactividad le estaba dando ganas de ir al baño.

Cuando soltó la puerta del armario, una pequeña madera se desplomó del piso. Gohan se hizo rápidamente hacia atrás y se protegió con las manos, con una pierna levantada, sin dejar de temblar.

Bajó la guardia y se acercó al agujero que había dejado esa madera. Había un cuaderno de gran tamaño, forrado de color rosa. Parecía uno de esos álbumes en lo que se colocaba la foto de los bebés.

—¿Por qué mi madre escondería las fotos de mi nacimiento en ese lugar?— se preguntaba en voz alta.

Lo sacó. Estaba cerrado con una cadena irrompible, la cual tapaba gran parte del cuaderno, rodeándolo casi completamente. Entonces escuchó una puerta de un auto cerrarse. Miró mortíferamente el reloj de pared. Ya eran las diez. Había pasado una hora buscando en la habitación.

Dejó el cuaderno en el suelo y rápidamente colocó la madera en su lugar, sin que sus manos dejaran de temblar. Cerró el armario, recogió el cuaderno y salió corriendo a su habitación.

Se encerró y, de un salto, cayó sentado en su silla. Su madre entró súbitamente al cuarto.

—¡Hola Gohan!— exclamó, mirando con orgullo la habitación limpia y la tarea resuelta— Ya volvimos. Te traje ropa nueva que deberás probarte.

—¡Sí mamá!— le respondió, sudando frío, sin voltear a verla.

—¿Te sientes bien, cariño?—estaba por entrar a verlo, cuando una ayuda llegó del más allá...

—¡Chi Chi! ¡La caja de cereal se atoró con la cerradura de la puerta! ¡No sale...! —Se escuchaba que Goku gritaba desesperadamente, forcejeando con la puerta que no soltaba su alimento. De pronto, un ruido fortísimo de una madera desprenderse en conjunto con algo de metal y unos cereales se escuchó en toda la casa, demostrando que habían caído al piso —¡Ya salió!

—¡Goku!— Gritó y, desesperadamente, salió corriendo para ver el desastre que había hecho su marido.— ¡Ya rompiste la puerta, y mira cómo dejaste el piso!— gritaba desde el living.

Gohan se apresuró a cerrar la puerta con cerrojo y se acercó a la mesa. Había tenido el cuaderno escondido bajo suyo todo el tiempo. Lo colocó sobre el escritorio y, con una tijera, forzó el candado. Retiró la cadena, dejándola a un lado.

La tapa del cuaderno tenía unas extrañas y perturbadoras marcas de dedos rojos. Seguro que era pintura, se animó a sí mismo. Abrió lentamente el objeto.

Había fotos de diferentes personas. Por cada página, había una foto de una mujer, y en la hoja de al lado, había un mechón de cabello.

La primera hoja estaba ocupada por una mujer de cabellos marrones, muy bonita. Detenía su cabello en una coleta rodeada por un gran moño rojo. Se veía jovial y joven. Su sonrisa abarcaba toda su cara, era realmente una persona feliz. Al costado había, sostenido con cinta adhesiva, un mechón de cabello marrón, y en el extremo superior, un poco de tela roja. La foto tenía la cara tachada con tinta negra, posiblemente provocado por un bolígrafo.

Cambió de página, notando que en cada borde de las hojas había una cantidad considerable de manchas rojas. Seguro que el dueño de ese diario había estado pintando o comiendo algo con salsa.

En la otra página había una mujer de cabello violeta oscuro. No se veía muy feliz, parecía más cansada y deprimida, pero intentaba forzar una sonrisa, muy falsa. Tenía ojeras bajo sus ojos marrón apagado, y ellos denotaban dolor físico y suma tristeza. Al lado estaba el correspondiente mechón de cabello violeta. La cara de esa mujer también estaba tachada con tinta, pero esta vez era azul. Tocó con cuidado el mechón de cabello. Era suave, y real. Estaba seguro de que pertenecía a esa chica.

En la siguiente había una muchacha de ojos brillantes de color azul. Su cabello era rubio, y parecía realmente disfrutar de la vida. Tenía una sonrisa desafiante, como si se burlara del que había sacado la foto. Al costado estaba el cabello dorado de la mujer. Su cara fotografiada tenía varios agujeros provocados con un lápiz afilado, y estaba casi completamente mamarrachada.

Cuando vio a la siguiente mujer, se sorprendió. Su padre le había hablado de ella, e incluso le había mostrado fotografías. Esta foto parecía más nueva que las anteriores, ya que se veía más nítida, y tenía un estilo más moderno en la impresión de la fotografía. Esa chica, de cabello rubio y ojos verdes, se llamaba Launch. Su padre le había contado que cambiaba de personalidad cuando estornudaba, y que la rubia era mala y la peliazul, buena. No le sorprendió cambiar de hoja y ver a la misma, sólo que con ojos y cabello azul. En la primera foto, Launch estaba enojada, y su cabello era rubio. Su cara estaba tachada y el correspondiente mechón de cabello estaba a un lado. En cuando a la "otra Launch", estaba más feliz, aunque extrañamente su cara estaba aún más tachada que las demás. El cabello azulado estaba a un costado, y tenía amarrado un poco de tela que correspondía a un objeto que llevaba en su cabeza, algo así como un moño.

Luego pasó dos chicas más, eran gemelas, ambas de cabello rubio y ojos verdes. Parecían modelos, por lo sobresaltado de su belleza y atributos. La foto tenía partes quemadas, que casi les desfiguraba la cara, no permitiendo identificarlas. Esa foto era más vieja que la de Launch, así que supuso que tuvo que haber sido sacada con mucha anterioridad. Dos mechones decoraban la página contigua.

Cuando vio la última hoja, se sorprendió sobremanera. La mujer de los cabellos azules, sonrisa perfecta con dientes blancos, ojos azules, y una belleza de sobra. Ésa, era Bulma. No tenía la cara tachada. La foto no era tan vieja, pero no recordaba haberla visto peinada de esa forma. Aunque, de todos modos, siempre cambiaba el look.

Un gran mechón turquesa estaba al lado, y era más grande que el de las demás. Parecía, además, estar manchado con la misma sustancia roja que arruinaba el cuaderno en general.

Dejó el cuaderno abierto a un lado, y miró la computadora. Las fotos tenían adosado a un lado el nombre de la correspondiente mujer. No sabía si hacerlo, pero de todas formas lo hizo.

Escribió el nombre de la primera muchacha en el buscador, encontrando perturbadoras noticias.

"Debe de haber un error" pensó Gohan "seguro que es otra chica".

Buscó a la mujer siguiente, y muchas noticias aún con peor contenido se dejaron mostrar. Las buscó a todas, a excepción de Bulma. Todas las tachadas tenían características en particular: Todas tenían una edad que oscilaba entre los veinte y veinticinco años. Todas eran mujeres. Pero, lo peor de todo, era que todas las tachadas habían sido brutalmente asesinadas. Eso le dio un escalofrío en la columna. Sacudió su cabeza para evitar sentirlo.

Escuchó que su madre tocaba la puerta, diciéndole que se apurara para ir a comer. Escondió el álbum dentro de sus cajones, los cerró con llave y salió corriendo a la cocina, ante el grito de llamada feroz para almorzar de su madre. Salió de la habitación preguntándose una cosa...

¿Qué les pasó a esas mujeres, y por qué había un álbum con sus fotografías en la alcoba de sus padres?

Espero que les haya gustado.

Hasta la próxima.