** ME ENAMORÉ DE MI ENTRENADOR **
Por. JulyPotter31
Disclaimer: Los personajes de Captain Tsubasa son completa propiedad de Yoichi Takahashi y SheiShua, no me pertenecen en lo más mínimo. Esto es solo por entretener.
=1. Tengo la solución=
=10 años atrás…=
=Aeropuerto de Nankatsu, Japón=
Las personas pasaban de un lado a otro, unos más apresurados que otros. Mujeres corrían con sus maletas en mano, hombres se lamentaban por haberse dejado algo en casa, niños de todas edades perseguían a sus familiares para que no les dejasen atrás y en algunos lugares, mujeres, hombres y niños, corrían hacia otras personas, por supuesto, las bienvenidas eran algo cotidiano en aquel lugar. Así mismo, la despedidas…
En los rincones más apartados, parejas de jóvenes lloraban mientras se besaban, profesando amores eternos y realizando promesas de esperanzas que jamás morirían. Las parejas más maduras se abrazaban con fuerza y recalcaban una y otra y otra vez cuando se echarían de menos el uno con el otro e incluso, pocos pero existentes, jóvenes o adultos, se despedían en silencio, con el llanto oculto y el corazón palpitando a mil por hora para despedirse por largas época so quizás, por siempre.
Desde donde estaba, era capaz de verlo todo, observaba y se giraba tan rápido como se sentía un invasor en aquellos momentos tan íntimos, a la gente apresurada, a la que se despedía o a la que se daba la bienvenida. Nadie estaba con él, pero tampoco era como si necesitara a alguien, tan solo, estaba ahí por verle. Por estar en el mismo lugar, por hablarle y desearle lo mejor, estaba ahí, con la esperanza de que él se fijara en su persona, con el anhelo de que escuchara su promesa, un convenio que proferiría solo si él, lo alentaba.
Se puso de pie, estaba ya entumecido de tanto aguardar sentado. Si no se movía, moriría petrificado, o quizás desesperado. Las manecillas del reloj avanzaban con rapidez y a cada tic, tac, el tiempo apremiaba para su labor. Una oleada de pánico lo invadió de repente: ¿Y si no lograba verle? Quizás…
Pero la esperanza resurgió como ave fénix de las cenizas. Del inminente fuego que había estallado como miedo, una increíble ave de esperanza pura y alegría desmesurada invadía su corazón. Ahí estaba. Era él.
Alto, delgado, con una sonrisa radiante, con la apariencia de un muchacho de 15 años pero el espíritu de un chico inmortal. Los cabellos negros volando al soplar del viento, la mano derecha bien sujeta de la mochila de viaje y ese brillar en sus ojos negros que lo hacían relucir entre los demás muchachos de su edad. Porque ese brillo, ese resplandeciente matiz en sus ojos, formaba parte también del aura que le rodeaba. Buena vibra, alegría, pasión, coraje, perseverancia. Todo lo que él siempre le había admirado y lo que siempre vería en su ídolo.
A pasos lentos comenzó a acercarse, queriendo estar frente a él antes de que tomara su vuelo. Sabía que no podía robarle mucho tiempo. Lo sabía. Se detuvo. Miedo. Timidez. No podía acercarse, quizás él ni siquiera se acordara de él… y es que a decir verdad, solo se habían visto cara a cara en una sola ocasión. Aquella ocasión en que con sus palabras, su aliento y su ímpetu propio lo había contagiado y lo había impresionado. Desde entonces le admiraba, desde entonces veía sus partidos, desde entonces soñaba con ser cómo él… Sin saber cómo o de dónde, el coraje llegó a su pecho y se expandió por sus pulmones, él estaba por irse, su vuelo estaría por salir, pero no podía quedarse callado, no más.
—¡Hey! ¡Tsubasa Ozhora!— exclamó con energía, llamando no solo la atención de la persona que quería sino también de varias ahí congregadas— ¡Suerte en Brasil! ¡Continúa jugando buen futbol soccer!—
Varias miradas se alejaron de él, pero Tsubasa lo miró unos segundos, alzó la mano para saludarle —más por educación que por otra cosa— antes de voltear el rostro. Claro, como era de esperarse, él no tenía ni idea de quién rayos era ese tonto e insignificante muchachito de cabellos negros y ojos oscuros. Se inclinó levemente para despedir al chico que lo había mirado a mitad de sus gritos y así el aire de sus pulmones escapó por completo de sus pulmones. Con la cabeza gacha, miró el suelo y se dijo que ya era bastante. Tenía que irse.
Y si hubiera alzado el rostro, si hubiera visto a Tsubasa titubear, la esperanza habría tomado otro nombre, algo más bien como: realidad. Y como suele suceder, con las grandes sorpresas de la vida, justo cuando sus ojos se dejaron apagar y la decisión de irse fue tomada, un grito lo hizo alzar la vista y sonreír ampliamente:
—¡Número 12 del Nakahara!— exclamó Tsubasa. Su voz era firme, amable, llena de ímpetu y alegría. Y en su oración, el número, el equipo, el recuerdo… ¡Lo recordaba! Aoi lo miró y su sonrisa se ensanchó tanto como podía. Tsubasa no se acercó, tampoco le dijo más, metió la mano en su bolsillo y cuando la sacó, el contenido voló por los aires. No dudó, alzó las manos y cachó en el aire aquel obsequio— Te deseo mucha suerte, nunca te rindas— le dijo Tsubasa sin más y con una radiante sonrisa, siguió su camino en pos de su vuelo.
Y ahí, en su mano, tres monedas reposaban, brillantes y frías. Francesa, brasileña y japonesa. Tres moneadas distintas y las palabras que él necesitaba. No tenía que decírselo, podía ser privado, al final, estaba ahí. La promesa. —"Nunca me rendiré…"— y sonrió.
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=En la actualidad…=
=Campo de entrenamiento del Inter de Milán=
De aquel día en el aeropuerto, habían pasado ya diez años. El pequeño muchacho del aeropuerto había crecido y su vida ciertamente había dado un giro. A los 12 años, todo lo que en ese tiempo había logrado parecía imposible, un sueño de una realidad, muy, muy lejana. Pero ya se ha demostrado antes que la suerte y los milagros existen. Él lo sabía.
Ya no era más el flacucho jovencito japonés de ese aeropuerto. El tiempo había pasado y la obra de Dios había sido modificada. Su cuerpo tenía ya la complexión de un chico de 20 años, no muy alejada de los dos años que le faltaban para lucir su edad real. Sus cabellos negros eran indomables, sus ojos oscuros vivarachos y relucientes. Su sonrisa seguía siendo infantil y podía ser, que su actitud también, pero algo en verdad había cambiado. Su sueño… Ser un gran jugador, ser digno de estar en la misma cancha que Tsubasa Ozhora. Ser un profesional del juego italiano. Todo eso, ya lo era, quizás, solo algunos detalles a medias.
Habían pasado ya, 6 años de su llegada a Italia, 6 años de que se le discriminara por su nacionalidad u 6 años de aquellas disputas con sus compañeros de equipo por la salida del joven futbolista por el que él había ingresado. Nadie podía decir que era un mal jugador, porque su nombre aparecía en los mejores a nivel internacional. Nadie podría negar que su empeño y esfuerzo por igualar a sus compañeros 3 años más grandes, estuviera dando resultados. Luego de haber jugado un mundial Sub 20 en Argentina y haber ganado, perder un Mundial Nacional con solo 18 años y ganar la serie A con su equipo años atrás, su habilidad había aumentado, mejorado y en días como ese, se perfeccionaba.
Sus regates surtían efectos perfectos, sus dribleos eran inmejorables, su velocidad, resistencia y fuerza física se defendían con creses y quizás lo único que necesitaba practicar con mucho más empeño, era el juego aéreo.
—Aoi, es tuya— exclamó Conti desde un extremo de la cancha, Aoi, el más cercano a la portería, se giró en breve y asintió con la cabeza. El balón salió disparado donde él, Conti era uno de los mejores tiradores italiano, por ello, su lugar dentro de la selección.
Aoi calculo la distancia, esperó pacientemente a que el balón empezara a bajar y tomó un poco de impulso para el salto, si no lo hacía, cuando el balón bajara sería difícil controlarlo, pues a su alrededor tres jugadores comenzaban a rodearle. La práctica de aquel día constaba de un mini partido para los jugadores, el cual los prepararía para el encuentro de dieciseisavos que disputarían ese fin de semana en contra del Atlético de Balboa.
A esas alturas del año, el torneo más importante a nivel continente, se estaba disputando ya en dieciseisavos de final y el Inter de Milán que contaba con estrellas internacionales como Gino Hernández, capitán no solo del equipo sino también de la selección nacional italiana, Conti, delantero nacional y goleador estrella y con Aoi Shingo, centrocampista japonés experto en el regate.
Saltó. El balón estuvo a 5 centímetros de chocar contra su cabeza. Gol seguro si hubiera alcanzado a cabecearlo, pero ahí estaba, el gran punto débil, la única estrategia que tenía que practicar y con urgencia. Todos se lo decían, tenía que entrenar con prontitud aquel modo de juego, porque sus contrincantes habían comenzado a notarlo, porque dos de los goles que en partidos anteriores les hubieran robado se debían a ello y los juegos de mayor peso estaban por llegar, la copa se alejaría un poco más si él no lograba dominar el juego aéreo. El mundial, sería algo difícil si no se apresuraba a dominarlo, Tsubasa no estaría lo suficientemente orgullo de él si continuaba así.
El silbatazo final sonó con el gol arrebatado. Los jugadores se fueron retirando poco a poco a la banca para poder beber agua o quitarse el equipo de práctica.
—Fue un buen juego, aunque tal vez, tiré demasiado alto, lo siento— le dijo Conti, alcanzándolo camino a la banca. Aoi sabía que su amigo no había tirado alto y que sus palabras eran más consuelo que otra cosa.
—Falto muy poco, el sábado lo haré mejor— respondió en un murmullo. Ya en la banca se dedicó a beber agua mientras trataba de pensar en una buena forma de entrenamiento para mejorar su técnica. Antaño había recreado él su propio espacio para entrenarse y sus propios métodos para estar al nivel de los italianos, en esa ocasión, algo también debería ocurrírsele.
—Aoi— ese era Gino, con su voz tranquila y amable. Detrás de él el portero más conocido como La Mano de Oro— ¿Problemas con el juego aéreo?— le preguntó en una sonrisa, Aoi estuvo a nada de sacarle la lengua cual infante por aquella mofa.
—Muy pocos, ¿tú crees?— dijo sin mas
—Ya pues, mañana te quiero aquí a las 10. Entrenarás después de la práctica, será un entrenamiento individual— sentenció el capitán.
—¿Y eso por qué? Creo que puedo…— comenzó a rezongar el japonés.
—Nada. Mañana, ya sabes. Así que no hagas planes…— Gino volvió a sonreír y tras sus palabras se retiró a los vestidores dejando a un Aoi con muchas quejas en la boca.
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—Si lo miras desde mi perspectiva tiene mucho sentido, de todas formas, el arte es abstracta— sentenció la chica sosteniendo un cuadro con demasiados colores en él, detrás de ella, alguien más la miraba con una sonrisa, su ceño se mantenía fruncido dando a entender que estaba concentrada, la del cuadro no sabía si era por sus palabras o porque seguía mirando la pintura— Hey, ¿me entiendes?— preguntó. Su italiano era fluido, nativo, el acento dulzón acariciaba con gracia su paladar y sus palabras sonaban melodiosas.
—Te-en-ti-en-do— respondió la otra persona y la del cuadro, sonrió.
Alice Bossi, era famosa por dos cosas en particular. La primera: su arte. El color, la pintura, el sentimiento, el significado, todo lo que era capaz de plasmar en el óleo resultaba sin duda agradable para el ojo humano y grato para el corazón de un artista, sus paisajes sobre todo (más que su arte abstracta) resultaban encantadores. La segunda: su amable sonrisa. Siempre amable, siempre dulce, siempre brillante. Una sonrisa que contagiaba, que invitaba a sonreír. Y por si fuera poco, su belleza adornaba aquella sonrisa. Dotada con unos hermosos cabellos dorados, rizados y cortos hasta los hombros, Alice también lucía su atractivo con unos vivarachos ojos miel-dorados, que centellaban a la luz e iluminaban la penumbra. Su figura por demás envidiable era digna de ser admirada y su cantarina risa, resultaba embriagadora. Cualquiera que la viera, diría que Alice, italiana y artista, era encantadora. Dulce. Embriagadora…
—Bien, vamos progresando. Eso me gusta— declaró con los ojos bien abiertos. Detrás de ella, la chica que le acompañaba tardó un poco en descifrar lo que decía pero, lo logró y cuando estaba por responder, el teléfono de Alice, comenzó a sonar. — ¿Aló?—
—Alice… soy Gino— respondieron al otro lado de la línea—
—Hola Gino, ¿vendrás hoy? Estoy…— comenzó a decir la italiana, pero Gino la interrumpió.
—Hoy tengo cosas que hacer, arreglos para el partido del sábado que viene… Pero… necesito un favor—explicó el italiano con su voz alegre y amable tan parecida a la Alice.
—Ya. ¿Y cuál es ese favor?
—Pues…— Gino comenzó a explicarse, Alice escuchó y asintió cuando recibía algún detalle importante, negó sin ser vista por Gino en algunas ocasiones y al final, alejó el celular de ella para girarse y charlar con la chica del fondo. Habló, asintió, negó y sonrió, cuando al final, obtuvo una respuesta.
—Estará ahí. Mañana. No llegues tarde— declaró la rubia en una sonrisa. Tras un "Gracias" de Gino, lo único que Alice escuchó, fue un gran suspiro de alivio.
Al fondo, la chica que aguardaba sentada en el sofá de la sala del departamento de la rubia, también sonrió, en ese lugar, en ese país, estaba encontrando grandes personas, grandes experiencias y grandes sueños. Esperaba tan solo que no fuera algo efímero…
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=Al otro día… (10:00 am)=
=Campo de entrenamiento del Milán=
—Sigo sin comprender por qué todos pueden irse a casa, menos yo. Es domingo, Gino— se quejó Aoi por tercera ocasión. Él y Gino, caminaban por los recovecos de las instalaciones, rumbo a las canchas traseras que hacía años no se ocupaban. Aquellas eran las únicas techadas por ser las más pequeñas y también las únicas que no permitían la vista a reporteros ni fotógrafos por estar aisladas rodeadas de paredes. Gino suspiró, se comenzaba a hartar.
—Ya te lo dije Aoi, es porque tengo la solución a tu problema y no podemos esperar— se limitó a responder el rubio.
—No tengo ningún problema— rebatió Aoi— Y yo puedo ver la manera de resolverlo, es solo cuestión de pensar un poco más…
—Ya lo sé. Tú te has entrenado solo antes, me queda claro que eres capaz, pero quiero ayudarte porque esa vez no lo hice y porque los partidos de peso mayor están a la vuelta de la esquina, no podemos permitir que los demás equipos noten que no controlas el juego aéreo…
—Y bueno… ¿cuál es tú gran idea? Al menos dime eso— Aoi se detuvo cuando frente a él, Gino también se detuvo
—Tengo una amiga. Ella practicaba el sepak trakaw, es un deporte conocido en…— comenzó a explicar el italiano.
—Ya sé que es. Se juega como el voleibol pero se mezcla con el soccer dado que solo se usan pies y cabeza…— terminó el japonés.
—Exacto. Ahora ella juega para el Robur Ravenna que es voleibol. Es excelente, su técnica y su destreza son impresionantes. Además de todo, ella es pequeña, cómo tú. Tiene tú edad y ambos, son de origen asiático. Creo que es perfecta para ayudarte a entrenar…. Venga, vamos. Nos está esperando— sin esperar respuesta, Gino se dio la media vuelta echó a andar de nuevo, Aoi le siguió entusiasmado. El plan resultaba genial. Y alcanzaba a comprender porque entrenaría hasta el fondo del campo de entrenamiento, ahí, nadie los vería, los interrumpiría y en el espacio pequeño, bien podrían utilizar algún equipo de voleibol.
Cuando llegaron a la entrada de las canchas, la puerta estaba abierta. La cerca de metal que rodeaba la entrada dejaba ver en el centro algo de Aoi ya había supuesto. Una red de voleibol había sido extendida a medio campo, una docena de balones de voleibol estaban desperdigados por todo el lugar y en el centro una chica hacía dominadas con la cabeza y un balón, dándoles la espalda.
Vestía de short y blusa sin mangas, su cabello negro estaba sujeto en una especie de moño en lo alto de su cabeza y su piel mostraba el mismo tono amarillento típico de los asiáticos. Su cintura era esbelta, sus brazos delgados pero fuertes, sus piernas torneadas, simplemente una figura envidiable. Al escucharlos entrar, se detuvo en su ejercicio y les dio la cara, Aoi se sorprendió cuando se encontró con un rostro delicado y dulce, cejas delgadas y labios finos, ojos rasgados, pero extrañamente, de color. Un tono azul glacial, traslúcido como si fuera hielo, brillante como si fuera agua, dulce como moras azules, y vivaz como los ojos de él mismo. Sin duda un color extraño para una asiática, ya que los orientales, solían ser de ojos oscuros. La chica sonrió.
—Aoi, ella es Jin Hou Wang, tu nueva entrenadora— declaró Gino. Aoi imitó la sonrisa de la chica frente a él.
Continuará...
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NOTAS:
* "Me enamoré de mi entrenador" es la sexta entrega oficial de la colección Mundial de Locos, que comenzó con "Noche de Copas" y que hasta hoy, sigue en proceso.
* Jin Hou Wang es propiedad de JulyPotter31.
* Esta historia esta dedica a .
* Aclaración futbolera: La colección, no está basada en hechos reales, por lo que las fechas pueden no coincidir con los verdaderos eventos futboleros que han ocurridos. A pesar de que el mundial que se persigue se jugará en Japón, no es la Copa Mundial de 2002. Para este punto, la selección de Japón habrá jugador dos mundiales, uno con sede en Brasil (que ganó Brasil) y el Sub-20 que Aoi jugó con sede en Argentina (ganándolo Japón)
*Aoi Shingo mantiene aquí 22 años, tres años menos que sus compañeros porque esa es la edad que según mi información debería tener con respecto a los años más, años menos de sus amigos.
*Esta historia ha sido editada, dado algunos cambios en cuanto a ambientación y datos de los personajes. Espero no causar molestias y aclaro que la trama será la misma. Lamento haber tardado para actualizarla, pero la escuela se puso algo pesada, apenas tenía tiempo para escribir. Igualmente, me decidí a editarla, dado que sentí que el espíritu y entrega de Aoi no eran propias de él, haciendo falta el ímpetu que muestra en el anime.
*Esta semana, estaré llegando con nuevas actualizaciones que quizás rocen el capítulo 5. Atentos, pues.
GRACIAS A:
Noukinav018, CANDY, soyfan, Danny
Con cariño,
JulyPotter31.
—¡El balón es nuestro amigo!—
