ANTES! de que empiecen a echar tierra y pestes, las advertencias: Este fic fue realizado por RutLance -CrystalFairy, Slam Dunk y otros detalles no son míos ni me interesan, solamente publico con la aprobación y consentimiento de la autora. No gano nada excepto pasar un rato más en la pc haciendo esto (en lugar de escribir xD) ¿Dudas? Las haré llegar a la autora. El crédito de esta historia no es en absoluto mío.

Nota aclaratoria de la autora: Los personajes de la serie de Slam Dunk no me pertenecen; hago esto por el simple hecho de entretenimiento, más que nada para entretenerme yo. Les agradezco de antemano a todos los que lo leen. Esta historia es ficticia, cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia.

Realmente no sé si haya una leyenda o mito parecido al que menciono aquí, ya que esto es ideado por mí y no lo saqué de ninguna parte.

Dentro de poco pondré quiénes son los verdaderos protagonistas, aunque a uno de ellos sabrán quién es en este capítulo.

Este fanfic será yaoi, por lo tanto sí habrá un par de parejas, pronto descubrirán cuáles son.

Disfruten del capítulo. n_n


Hijo del Sol. Hijo de la Luna.

Capítulo 1: Los Niños del Sol y la Luna.

Desde el inicio de los tiempos existieron el Sol y la Luna, quiénes vivían en un palacio que se encontraba en el Cielo.

Ambos, tras muchos años, lograron tener hijos: dos varoncitos que nacieron precisamente el mismo día y al mismo tiempo. El Hijo del Sol era fuerte, lleno de vida y muy alegre; su cabello era completamente rojizo, lo cuál era seña inequívoca de ser el primogénito del Sol.

En cambio, el Hijo de la Luna era tímido, delicado y de finas facciones; su cabello era largo y tan negro como la noche, y su piel era pálida. Había heredado de la Luna tanto su belleza como su místico encanto.

Desde siempre, ambos Niños se la pasaban jugando en los alrededores del castillo; danzaban y cantaban, corrían en los jardines cuyas flores se encendían de noche, hasta que agotados por el cansancio los cargaban hasta el interior del Palacio.

Tanto el Sol y la Luna creían que sus hijos acabarían enamorándose uno del otro, cosa que los mantenía tranquilos. Fue por eso que cuando los Niños cumplieron años a cada quién les regaló un obsequio muy especial: un brazalete de oro para el Hijo del Sol, y un brazalete de plata para el Hijo de la Luna.

Los Niños crecían felices, uno en compañía del otro, se cuidaban mutuamente y en sus corazones no había penas, ni rencores y mucho menos odio. Todo era perfecto... hasta que llegó ese día.

Sintiendo curiosidad por saber qué había más allá de los límites del Cielo, el Hijo del Sol se arrodilló en la orilla y asomó la cabeza hacia abajo, en donde se encontraba la Tierra. Quiso también que el Hijo de la Luna viera lo mismo que él, por lo que no se fijó en donde se apoyó y cayó, como una estrella fugaz, al planeta donde habitaban los humanos.

Al presenciar lo ocurrido, el Hijo de la Luna lloraba tristemente y se echaba la culpa de todo, ya que por temor a acercarse a donde estaba el Hijo del Sol no pudo sujetarlo y evitar que cayera; por lo que dejó de comer y sonreír, haciendo que su salud se debilitara y ya no quisiera volverle a hablar a nadie. Extrañaba profundamente a su amigo y nada lo hacía feliz.

Mil años de soledad fueron suficientes para que el Hijo de la Luna se armara finalmente de valor. Llegó hasta el lugar en donde esperaba volver a ver al Hijo del Sol y se aventó a la Tierra pidiendo perdón.

Nadie volvió a saber de los Niños, por lo que el Sol y la Luna se distanciaron, encontrándose únicamente en el amanecer y el atardecer de cada día, buscando cada quién a su hijo; el Sol durante el día, y la Luna por la Noche.

O al menos, eso es lo que cuentan.