N/A: Dicen que segundas partes nunca fueron buenas. Yo voy a intentar que ésta lo sea. Espero que os guste y que la disfrutéis tanto como yo lo hago escribiéndola. Todas las noticias y novedades sobre ésta y otras historias las encontraréis en la dirección de Twitter que está en mi perfil. No dudéis en seguirme y preguntarme lo que queráis. Espero vuestras impresiones. ¡Gracias! Hojaverde.

Capítulo 1

"Draco se muere"

Harry se repitió de nuevo esas palabras, tratando de asumirlas. No podía. Ni siquiera importaba que la mano entre las suyas siguiese inerte y fría después de seis días, o que todos los sanadores hubiesen llegado a la misma conclusión: sedar a Draco para evitarle el dolor. Ahora ya no gritaba ni se retorcía en las sábanas, sino que parecía dormir mientras esas finas líneas negras iban invadiendo como enredaderas su piel, encerrando su cuerpo bajo sinuosos dibujos. Primero había sido su mano derecha, luego su antebrazo, su codo, todo el brazo hasta el hombro; los pies, los tobillos, las piernas, las caderas… Harry había observado cada avance de aquellos trazos, día a día, llanto a llanto, incapaz de encontrar la forma de pararlos. Esa misma tarde habían alcanzado su pecho y la respiración de Draco se había vuelto casi imperceptible.

Le estaba perdiendo. Dolía de mil formas distintas que al final acaban siendo una sola. Un vacío negro y desolador, un bloque inmenso de hielo instalado en el fondo del estómago.

Harry recordaba una y otra vez el momento en que Loopy, la elfina de Malfoy Manor, se había aparecido en su despacho retorciéndose las orejas, para decirle que no conseguía que el amo Draco despertase. A Harry le había faltado tiempo para aparecerse, mucho más por instinto que por sentido común. Estaba tan asustado que fue un milagro que no se hubiese dejado atrás una pierna o un brazo. No encontró a Draco en ningún salón, ni en su cuarto, ni en su despacho; Harry tuvo que descender guiado por la elfina a los sótanos, allí donde nunca había estado, hasta llegar a una especie de celda de piedra protegida con una llave de sangre. El chisporroteo de la magia negra, aún desde fuera, hizo que se le erizara el pelo de la nuca. Y Harry pudo franquear la entrada sin problemas, lo que significaba que el dueño de aquella sangre estaba incapacitado para salir de la habitación por sí mismo.

Draco estaba tirado en el suelo. Su varita, todavía entera, humeaba no lejos de su cuerpo. Harry había corrido hasta arrodillarse a su lado, le había sujetado entre sus brazos, había buscado heridas, huellas de un hechizo, rastros de poción en su boca… No había nada más allá de aquellas filigranas oscuras en su mano derecha. Eran pequeñas y casi atrayentes en aquel momento, cuando aún no parecía que pudiesen quitarte la vida.

Ningún enervate, poción o conjuro había conseguido reanimar a Draco. Lo habían probado todo. Lucius, Narcissa, Blaise, Hermione… Habían recurrido a todas sus fuentes, a sanadores de Inglaterra y del extranjero, a los magos de mayor renombre... Harry había movilizado a un equipo de aurores para revisar la celda y encontrar indicios de lo que había causado el estado de Draco. Él mismo lo había hecho cuatro veces. Después se había ido a Azkabán a visitar a todos los antiguos mortífagos que aún sobrevivían entre sus muros. Sobrepasó todos sus límites morales en los interrogatorios. Pero todo había sido inútil.

Si Harry se llevaba algo de comida y bebida a la boca era gracias a las amenazas de la elfina de auto-torturarse. Lo justo para no desfallecer delante de esa cama. Demasiado, si lo siguiente que veía era a Lucius entrando en la habitación, mirándole como si él mismo estuviese trazando ese dibujo maldito sobre el cuerpo Draco.

Ver llegar a Scorpius le causaba un dolor mucho distinto. Era el Draco que Harry había conocido en Hogwarts, el Draco de sexto curso, y resultaba terrible presenciar cómo trataba de ocultar que estaba completamente destrozado. Solo Narcissa provocaba que el muro de Scorpius cayese y, cuando eso ocurría, se lo llevaba de inmediato a su cuarto.

Harry se sentía un inútil. Con sus hijos, con Scorpius, encogiéndose ante cada mirada de desprecio de Lucius, sin soluciones para detener lo que estaba pasando.

Acarició la mano que sostenía una vez más, besó sus dedos, apartó un mechón de pelo de la frente de Draco. Un trazo negro, pequeña avanzadilla de los demás, asomó por el borde de la sábana, se escurrió por la piel de Draco hasta frenarse en la línea de su clavícula. El hueso era mucho más pronunciado de lo que había sido antes.

El bloque de hielo pesó el doble y hundió a Harry contra la silla.

Por Merlín, pensó, ni siquiera hemos podido despedirnos.


Aquél era el tercer nivel que Blaise descendía bajo tierra. Le acompañaban dos hombres de aspecto huraño que le habían quitado la varita. Por suerte, se había esperado algo así, y la varita que les había entregado era falsa. La suya estaba en su casa, en un cajón bajo llave que solo respondería ante él. La sensación de saberse desarmado y caminar llevándoles a la espalda, le hizo sentir un sudor frío pese al ambiente sofocante de las escaleras.

Los últimos escalones fueron a dar una puerta desvencijada pero con evidentes protecciones mágicas. Una luz tenue se filtraba por debajo de la hoja de madera. Cuando sus acompañantes le empujaron hacia ella se abrió sin el chirrido que Blaise había esperado escuchar.

Detrás de una mesa tan vieja como el resto del mobiliario de aquella casa se encontraba la sonrisa depredadora de Malcolm Farrington.

Blaise no se hubiera vuelto a encontrar con él bajo ninguna circunstancia. No después de haber dado aquel chivatazo a los aurores hacía un año y mandado a la ruina a la empresa de su mayor competidor. No después de haberle obligado a mudarse al mercado negro y convertirse en un fugitivo de la ley en varios países distintos. Bajo ninguna circunstancia, excepto la inminente muerte de Draco.

Además no estaba seguro de que Farrington supiese que había sido él… Estupideces. Lo sabía. Solo había que mirarle a los ojos y ver su brillo cortante como filo de navaja. O la venganza que se empezaba a desenrollar sobre su lengua cuando le dirigió las primeras palabras.

—He de reconocer que me sorprender verte aquí, Zabini. Me sorprende mucho.

—La situación me obliga, Farrington.

—Por supuesto, por supuesto. ¿Y qué puedo hacer por ti?

Blaise escuchó cómo la puerta se cerraba a sus espaldas. Estudió rápidamente la situación. Había seis hombres cubriendo cada esquina de la habitación. Y Farrington. Concentrándose en la aparición que aún no iba a intentar notó enseguida las barreras que lo impedirían. Bien, eso también lo había previsto. Trató de aparentar tranquilidad cuando respondió a la pregunta.

—Alguien que aprecio está en una situación comprometida. Un mal hechizo, o conjuro, uno… probablemente ilegal.

Farrington asintió súbitamente interesado.

—Entiendo. ¿Síntomas?

—Inconsciencia, un fuerte dolor y un extraño dibujo que está cubriendo su cuerpo. ¿Te sugiere algo?

—Podría ser…

Blaise trató de interpretar el gesto de Farrington. Incluso se atrevió a intentar invadir su mente, pero jamás había dominado la legeremancia y al final agradeció que Farrington ni siquiera se hubiese dado cuenta. Solo le quedaba su instinto. Si tuviese que apostar todos sus galeones a una de las dos posibilidades, Blaise hubiese dicho que Farrington mentía, que no tenía ni idea de lo que le estaba hablando. Pero iba a agotar todas las opciones.

—Entre mis pociones no hay ninguna que pueda ayudarle. Quizá sí la haya entre las tuyas.

—Siento decepcionarte Zabini, pero ya no me dedico al mercado de pociones. Creí que por tus nuevas ganancias lo sabrías.

—Estoy al corriente de la situación.

—Apuesto a que sí.

Por supuesto que Farrington lo sabía. Uno de sus hombres se había acercado más hacia Blaise. Era el momento de lanzar el último órdago.

—Tengo dinero, Farrington. Y la persona que está en peligro es cercana a los Malfoy. Pon un precio al remedio y lo tendrás, sea el que sea.

—Dinero… No está mal, pero no quiero dinero Zabini.

—¿Qué quieres entonces?

—Tu negocio.

Ahí estaba la venganza. Y debía estar servida bien fría cuando a Blaise se le congeló la respiración por un par de segundos.

—¿Mi negocio?

—Ya me has oído.

Un papel apareció sobre la mesa. Era un contrato. Blaise no necesito leerlo para saber lo que decía. La firma y el sello de Farrington ya estaban en ella y solo faltaban por añadir los suyos.

—No esperarás que firme eso sin una prueba de que vas a ayudarme...

—Blaise, Blaise, creía que era una situación desesperada. Firma y tendrás tu poción en un par de horas, palabra de mago.

—Firmaré cuando tenga la poción.

—No, no, no… Parece que no lo entiendes, Zabini.

Blaise sintió el agarre en su brazo izquierdo y no tardaron en agarrarle también el izquierdo. La madera de una varita se clavó en su garganta. Farrington enseñó todos sus dientes en una sonrisa macabra.

—Vas a firmar, quieras o no.

Blaise tragó la saliva que humedecía su boca y no tuvo que fingir que estaba asustado.

—Lo haremos a tu manera, entonces.

—Perfecto.

La hoja del contrato y una pluma volaron hasta las manos de Blaise. El hombre que sujetaba su brazo derecho le dejó libre y Blaise estampó su firma en el papel. No significaba nada, el sello era lo que le daría validez. Blaise sabía que si sellaba ese contrato lo siguiente que sentiría sería un avada kedavra. Empezaba a darse cuenta de lo imbécil que había sido al intentar conseguir ayuda de Farrington. Su verdugo tenía razón, estaba desesperado.

—Ahora el sello, Zabini.

Pero no tan desesperado como para no guardarse las espaldas. Blaise se llevó la mano al cuello de la túnica, abrió dos botones e iba a buscar algo en el interior cuando uno de los hombres le detuvo.

—¡Por Merlín! — exclamó Blaise — Lo llevo colgado al cuello.

—Quítale la cadena — ordenó Farrington a uno de sus secuaces — Y no toques el anillo — añadió.

Bien. Farrington era un mago, después de todo. Sabía que si alguien tocaba el sello antes de utilizarlo en un contrato, la transacción quedaría anulada. Era la forma en la que el Wizengamot se aseguraba de que los pactos y acuerdos no eran coaccionados. Un simple conjuro sobre el sello y todo sería revelado.

Blaise sintió cómo el hombre abría el cierre de la cadena y la deslizaba por su nuca. Poco después el anillo hizo contacto con la palma de su mano. Solo tenía que esperar tres eternos segundos. Al primero miró a Farrinton. Al segundo agarró el sello para dirigirlo al papel. Al tercero se activó el traslador.

Las maldiciones que salieron de las varitas que le rodeaban al cuarto impactaron contra el vacío que había dejado su cuerpo en la habitación.


Cuando Lucius y Narcissa abrieron la puerta, Harry salió del duermevela en el que había caído. La mano de Draco estaba bajo su mejilla y su espalda protestó con un sonoro crujido cuando se volvió a enderezar contra el respaldo de su silla. El dibujo de líneas negras había empezado a rodear el cuello de Draco. Los hechizos de sedación se repetían ahora cada media hora. Cuando todo empezó, los recibía cada dos.

Harry no tuvo el valor de mirar a Lucius, así que buscó los ojos de Narcissa. Sin embargo, ella sí miraba a Lucius. Ambos intercambiaban una mirada intensa y demasiado decidida para confundirla con cualquiera de las que habían compartido hasta ese entonces.

—Es el momento — dijo Lucius. Narcissa asintió y, aunque contestó a su marido, se giró hacia Harry.

—Estoy de acuerdo.

Harry se empezó a sentir incómodo y un poco irritado. De todos los que se había imaginado, ése era el peor momento para tratar con los padres de Draco.

—¿El momento de qué? — preguntó con la voz más teñida de ofensa de lo que pretendía.

—Draco tiene que legar el poder sobre la mansión antes de que… — a Narcissa se le cortó la voz. Lucius la miró con pena pero no hizo ni un ademán de tocarla. Parecía concentrado en controlar algo que, de otra forma, se le escaparía de las manos. Harry tenía casi la completa seguridad de que ese algo era rabia y que él sería uno de sus destinatarios.

—Entiendo — dijo Harry en tono mucho más conciliador. La situación ya era dura por sí sola. Se levantó de la silla y le costó mucho más de lo que pensaba soltar la mano de Draco — Les dejaré a solas.

—Harry, no puedes marcharte. Es a ti a quien va a legar el poder — dijo Narcissa.

—¿A… a mí? Pero yo no soy un Malfoy, Scorpius…

—Scorpius tiene quince años. Es el heredero de Draco, pero no podrá ejercer como tal hasta que sea un adulto.

—Lucius…

Lo había dicho como un suspiro. Estaba agotado, roto, y lo que menos quería era participar en una ceremonia que desconocía por completo. Heredar los derechos sobre Malfoy Manor sin Draco… No quería ni pensarlo. Los ojos de Lucius se entrecerraron, asomando solo un atisbo de tormenta entre los párpados. La descarga eléctrica se produjo al completo cuando su voz sonó en la habitación.

—Yo traspasé mi legado, Potter, de ninguna manera puedo volver a recibirlo. Si fueses un mago de verdad no tendríamos que estar explicándote estas cosas, y harías de una maldita vez…

—Lucius. Ahora no.

La mano de Narcissa en el antebrazo de Lucius tuvo efecto inmediato. La tormenta no había pasado pero se replegó lo suficiente para que Harry pudiese controlar la suya.

Se había sentido impotente hasta ese momento. Frustrado por no poder hacer nada. Pero si Draco le había elegido como compañero, si podía conservar y proteger su legado hasta que Scorpius fuese un adulto, lo haría. Lo haría por él.

—¿Qué tengo que hacer?

—Es algo muy sencillo. — contestó Narcissa — Ve con Lucius, él manejará la magia en nombre de Draco.

Harry asintió y se dispuso a seguir a Lucius. Éste ya había salido de la habitación y atravesaba el pasillo con zancadas enérgicas. Estaba claro que no iba a ponérselo fácil, pero él solo quería acabar con eso cuanto antes y volver junto a Draco. Le siguió mientras cruzaba una galería de retratos, parte del ala este, y se adentraba en unas escaleras que Harry ya conocía: las que llevaban a los sótanos de la mansión.

La celda en la que Harry había encontrado a Draco volvía a estar cerrada. La magia negra era ya un leve rastro que se filtró por las fosas nasales de Harry como molestas partículas de polvo. Harry observó que Lucius se había detenido al final del corredor y caminó hasta llegar a su lado.

—Ésta es la piedra fundacional de la mansión.

Lucius no necesitaba señalarla. Había una piedra en aquel muro más gastada que las demás y rodeada de un pequeño fulgor que no era fácilmente perceptible. Harry asintió.

—Arrodíllate y pon tu mano sobre ella.

Harry siguió las órdenes de Lucius. Un calor envolvió sus dedos y la palma de su mano derecha. Se preguntó si iba a recibir una nueva cicatriz invisible, como la que tenía desde bebé en la mano izquierda. Se giró para mirar a Lucius y vio cómo le apuntaba con su varita. Lo había hecho antes, en circunstancias muy distintas, y si no fuese por el profundo dolor que cargaba en sus ojos detrás de toda esa rabia, habría parecido que Lucius iba a lanzarle una imperdonable.

Lo que hizo fue pronunciar un hechizo. No hubo dolor ni nada desagradable. Solo ese calor subiendo por su brazo y recorriendo su cuerpo, hasta volver a la piedra otra vez.

—La llave de sangre no puede pasar a ti por razones obvias. Cuando dentro de dos años hagas este ritual sobre Scorpius, él la recibirá. Te enseñaré cómo.

Lucius no esperó una respuesta. Giró sobre sí mismo en un revuelo de túnica y se marchó. Harry ni siquiera se había movido. La realidad había caído sobre él como un chorro de agua helada. Que hubiesen hecho aquello, que Malfoy Manor estuviese en manos de un Potter, solo significaba una cosa: todos se habían rendido. Todos habían dejado de luchar contra la muerte de Draco.


Fue Blaise quien le obligó a irse a tomar una ducha y a dormir un par de horas. Harry se dormía por las esquinas y los sanadores se habían negado a suministrarle más poción vigorizante. Cuando Blaise le había visto echarse un enervate encima que prácticamente le había dejado en las mismas condiciones, lo sacó a rastras de la habitación. Esa habitación en la que los Malfoy y sus familiares enfrentaban las enfermedades, sufrían largas convalecencias, y en la que también se morían.

Harry caminó hacia la que él y Draco habían compartido en el último año. La de Draco antes, ahora la suya, de los dos. En cuanto llegó, se quitó la ropa con gestos mecánicos, ajenos a sí mismo. Quedó allí, tirada en el suelo, y Harrry casi escuchó la voz de Draco recriminándole por el desastre. Con el corazón en un puño se dirigió hacia la ducha. Estuvo a punto de quedarse dormido bajo el chorro de agua.

Estaba más limpio, pero igual de cansado y la verdad era que no se atrevía a dormir. Jamás se perdonaría el hecho de que Draco muriese sin estar a su lado. Tenía que vestirse y volver junto a él.

Harry abrió el armario y recibió otro golpe. El interior estaba encantado para que pudiesen caminar dentro de él. Se había convertido en un vestidor en el que supuestamente el lado derecho era para Harry y el izquierdo era de Draco, pero la ropa de Harry invadía sin ningún pudor el lado contrario.

Y Harry hizo algo que nunca había hecho antes. Volvió a la habitación, cogió su varita y con un par de movimientos hizo que todo en aquel armario siguiese un orden perfecto. La sensación de tener control sobre al menos una cosa en su vida solo le duró un momento. Harry pasó la mano por las túnicas de gala de Draco, esas telas de las que nunca acertaba el nombre pero sabía acariciar como nadie.

Y el hielo, otra vez el hielo.

Harry cogió un par de pantalones, el suéter con menos recuerdos de su lado del armario e iba ya a marcharse, cuando sintió en su mano la caricia de la magia. Venía del fondo del armario, esa parte que ambos compartían para guardar sus zapatos. Se enredaba a su alrededor como si le guiase hacia un lugar en concreto.

Era un compartimento secreto y sellado con magia. Harry estaba seguro de que era Draco quien lo había hecho. Mientras tocaba el panel de madera se preguntó qué guardaría dentro. Y de repente supo que si no había sido capaz de percibirlo antes y ahora sí lo hacía, también sería capaz de abrirlo. Sintió por primera vez su poder recién adquirido sobre Malfoy Manor.

Harry alzó la varita y pronunció un sencillo alohomora. Fue suficiente.

La madera se retiró un par de centímetros para desencajarse de la pared y luego se deslizó suavemente hacia el lado izquierdo. Y allí, levitando y encajado en el hueco que había quedado a la vista, estaba el Arma de Destino de Slytherin.

Continuará...