Un auto cortó la oscuridad y el silencio de la campiña.
Lejos, había dejado atrás el conjunto de calles y edificios de la ciudad para dar paso al verdor y el frescor del campo. Para muchos encontrar aún un paraje tan tranquilo, tan sereno podría significar una idea totalmente impensable, sobre todo con el continente-- no, el Mundo entero, envuelto en una conflagración que se peleaba en varios frentes. Otros, quizá pudieran haber explicado que dicha tranquilidad se debía al poderío de los ejércitos del Führer, el cual presidía a la gloriosa Vaterland en una cruzada por el honor y el prestigio, perdidos décadas atrás. Unos y otros, en sus mentes vivían felices y contentos, creyendo la propaganda oficialista nazi, creyendo que su nación, en su invencibilidad era intocable, ajena, a disturbios o batallas dentro de ella y hubieran rezongado con total desprecio ante la sola sugerencia de que en medio de esta tranquila noche, el inicio de una oscura batalla estaba por iniciar allí mismo.
POLLUX DIOSCUROS presenta:
CRÓNICAS ZODIACALES: LIBRA: JUSTICIA
Capítulo 1: La Noche Anterior.
Dentro del automóvil tres hombres viajaban silenciosos. Berlín había quedado ya un par de kilómetros atrás, no habían intercambiado ni una sola palabra desde su partida. El hombre que viajaba en el asiento del copiloto se volvió hacia atrás para hablar:
"No veo el sitio que Emma nos dijo que encontraríamos saliendo de inmediato de la ciudad. ¿Será posible que hayamos creído en las palabras de una mujer? ¡En cuanto regresemos le retorceré el cuello poco a poco, para poder gozar la expresión de su sufrimiento a lo largo de los años!" amenazó con enojo que amagaba con convertirse en ira. Su piel blanca y pálida incluso se coloreó de rojo conforme hizo el esfuerzo de cerrar sus manos sobre un imaginario cuello femenino.
"Controla tu ira, Phaidon" recomendó el interpelado quien no alteró su postura de brazos cruzados. Su voz era profunda y correspondía precisamente a la clase de sonido que uno esperaría de escuchar de un hombre de su volumen. Sí, era alto y corpulento. Sus ojos tenían una mirada fría, más allá de su azul que lo hacía parecer casi inhumano, pues su piel era blanca, casi traslúcida, enmarcado por un cabello tan blanco que parecía brillar. "Sabes que no debes de perder el control, es peligroso. Yo sé que ella está en lo correcto."
Phaidon le escuchó atento. Se secó el sudor que había bañado su nariz y su frente con sus manos, mientras se volvía de nueva cuenta para fijar su vista en el camino. La recomendación de Adamantios no debía de pasar desapercibida: él era el General de todos ellos. Su fuerza no tenía parangón entre los tres hombres que viajaban en el automóvil y no era su intención abandonar el mundo en tiempos tan interesantes, donde la guerra los fortalecía más que nunca y donde la posibilidad de que su búsqueda se concretara con éxito.
"¿Lo ves?" dijo finalmente la voz del gigante albino. "Ahí está la granja tal y como la describió: de altas torres que sobresalen por encima de los árboles." El hombre señaló con su dedo rompiendo al fin su postura ordenando con ese simple gesto al conductor que desviara su camino para ingresar en la propiedad.
Pasaron sin ningún problema, traspasando la desvencijada verja que alguna vez sirviera de protección contra la intromisión de ajenos a la propiedad. Ni siquiera en sus buenos tiempos la reja habría podido detener a cualquiera de los hombres que venían dentro del vehículo. Ramas y hojas secas crujieron al paso de los neumáticos por encima de ellas. El auto se detuvo con un chirrido de sus frenos. Algo de humo siguió escapando del frente del automóvil, perceptible sólo por los faros que siguieron iluminando hacia cualquier lado. Adamantios abrió la puerta y descendió del vehículo observando, desde su posición, a algún lugar que le pudiera indicar dónde se pudiese encontrar lo que venía buscando. Phaidon, por otra parte, desapareció para revisar en las cercanías y evitar que ojos extraños pudieran estarlos observando.
Los arbustos se movieron violentamente haciendo que Adamantios volviera alerta su mirada y provocando que el conductor bajara de inmediato. Poco después, de entre los arbustos, Phaidon surgió, con sangre en el rostro y llevando en sus manos una liebre decapitada la cual mordía con vigor.
"No hay nadie, Adamantios." dijo el hombre escupiendo un pedazo de piel con pelos del animal ensangrentados. El gigante observó a su acompañante con tranquilidad, haciendo caso omiso de los detalles sangrientos o morbosos, como el movimiento involuntario de una de las patas del animal que ya estaba muerto.
"¡Imbécil!" exclamó con un susurro el albino, encendiendo un agresivo Cosmo que calcinó al instante los restos del animal que fueron soltados con urgencia por el ayudante. "Tu estómago nos ha puesto en peligro, grandísimo inepto. ¡Cuídate de no cometer un error similar en el futuro cuando estés conmigo, o por el Maleros1 en mis manos el lugar de esa liebre lo ocupará tu propio cuerpo sin cabeza!"
Tranquilizándose, Adamantios fijó su vista en uno de los graneros en forma de torre. Alzando su rostro, aspiró varias veces, olfateando ruidosamente.
"Está aquí." dijo, cambiando el curso de la conversación. "Tú y Tzannis rodeen el lugar. Yo lo encontraré."
El conductor y Phaidon se movieron rápidamente para cumplir las órdenes, sin lugar a dudas, motivados por el reciente despliegue de poder de su jefe. Tzannis observó a Phaidon de reojo reprochando silenciosamente el que hubiera provocado la molestia de su jefe. Si perdía el control podía ser peligroso para todos.
"¡Bueno, ya!" exclamó Phaidon levantando las manos. "¡No lo pude evitar! Pero era una buena pieza... ¡te habría costado trabajo resistirte!"
Tzannis retiró su pesada vista del hombre y se separaron rodeando el granero. Adentro, una luz se podía observar, tenue, de una pequeña lámpara sorda que llevaba una figura que se movía nerviosamente y que portaba entre sus manos algo parecido a una hoja de papel. Phaidon pudo escuchar su respiración alterada, y a su boca le llegó el sabor de la adrenalina que recorría el torrente sanguíneo del hombre, sazonado con el dulzón y punzante olor del sudor. Su boca hizo agua, pero se contuvo, si Adamantios se había puesto así por una liebre, no podía ni imaginarse lo que pasaría si se diera el gusto de arrancar, aunque fuera una oreja, al hombre por el que venían.
Se encaramó un poco para poder ver, de lejos aunque fuera, a su víctima imaginaria, pero su pie tropezó con una lata que rodó y cayó chocando contra la madera del granero, provocando que el hombre apagara su linterna rápidamente al descubrir que era vigilado. Tomando el papel de dentro de la caja desde donde la había extraído, lo guardó en su chaqueta mientras caminaba, procurando hacerlo en silencio, hacia el sitio donde habría escuchado el ruido. Phaidon había sólo acertado a quedarse quieto, rogándoles a los Dioses que su descuido no pusiera en peligro la misión. Odiaba trabajar con sigilo. No era su estilo. El hombre pudo observar claramente al ayudante del albino y caminó hacia el otro lado, donde pudo observar, tal y como esperaba, que otro hombre parecía aguardar del otro lado.
'¡Como si fuera tan fácil!' pensó. 'Me tratan como si estuvieran acorralando a un ratón, pero no contaban con una salida extra que tenía hecha en una de las paredes detrás del granero.'
Moviéndose con sigilo, el hombre quitó algunas pacas de paja, saliendo por un acceso que éstas cubrían y apresurando su paso para dejar atrás a sus perseguidores, pero chocó contra una pared. Sintió que sus piernas le fallaban por causa del temor: sí era un ratón, y peor que eso, un ratón cazado por su cazador. El hombre cayó gritando, haciendo que los dos vigías se movieran hacia el sitio desde donde escucharan provenir el sonido.
"¿Por qué tomas este camino, Werner?" preguntó Adamantios tomándole con su mano totalmente de la cabeza y poniéndole de pie. "El automóvil está del otro lado."
"¡Adamantios!" gritó el hombrecillo, asustado. "¡No me mates, por favor!"
"¡Alto ahí...!" interrumpió la voz de Phaidon y Tzannis deteniendo su carrera al ver que la presa ya tenía dueño. "Adamantios, nosotros..."
"Silencio, Phaidon. Lo hiciste muy bien." respondió fríamente el albino dejando atrás a Werner para que sus ayudantes lo arrastraran hacia el automóvil. "Es consolador saber que algunas cosas, como tu idiotez, son constantes en el universo." agregó con sarcasmo. "¡Tráiganlo!"
"¡No! ¡No me hagan daño, les daré lo que sea!" suplicó el hombre, dejando caer su lámpara en el camino, mientras que los dos ayudantes del imponente hombre lo arrastraron hacia el automóvil.
"¡Cállate!" dijo Phaidon fastidiado ante la serie de insultos de la que se había hecho acreedor. "Si no quieres que yo..." por supuesto, sabía que no podía hacerle nada si no se lo ordenaban, pero eso no necesariamente tenía que saberlo el suplicante.
Ante el automóvil, Tzannis y Phaidon soltaron al hombre arrojándolo a los pies de Adamantios que ya aguardaba. Los lentes de Werner cayeron al suelo, mientras que él sollozaba buscando con dificultad los mismos para poder ver. De forma extrañamente delicada, para tratarse de un hombre de su tamaño, Adamantios se puso en cuclillas ágilmente y recogió con una de sus manazas el armazón de los espejuelos.
"Aquí está lo que buscas, Werner." dijo, con fingida dulzura. El aludido detuvo sus frenéticos movimientos y miró hacia delante, donde podía distinguir la figura que ofrecía sus lentes. Extendió sus manos para tomarlo pero entonces, rápidamente, el albino los quitó de su alcance. "Ahora... antes de dártelos, creo que tú tienes algo que nosotros buscamos y que nos habías ofrecido, ¿no es cierto, Werner? Algo por lo que ya te habíamos pagado."
"¡Adamantios, por favor!" dijo Werner suplicando. "¡Son tiempos difíciles, amigo, y un hombre debe de pensar en su futuro!" exclamó, nervioso. "Pero si no me haces daño te juro... ¡yo te juro que te daré por lo que vinieron! Sin más ni más... ¡Mira!" dijo buscándose entre las ropas el pergamino que se hubiera guardado minutos antes. "¡Aquí está! ¿Ves cómo no lo han perdido? ¿Eh? ¿Estás contento?"
El gigante tomó el pergamino con la otra mano mientras que entregaba los anteojos al atemorizado alemán. Poniéndose poco a poco de pie, el albino pudo abrir el documento para corroborar su validez.
'¡Maldita Athena!' pensó con rencor. '¡Por tu culpa, maldita, nos hemos quedado sin la luz que nos guía en cada encarnación!' Y enrollando el pergamino, Adamantios lo guardó en su extraordinario saco. "Pero eso acabará."
Werner se puso de pie rápidamente mientras que veía, riéndose nervioso, cómo Adamantios abría la puerta del auto para introducirse luego de que Tzannis ocupara su asiento como conductor.
"¡Un placer haberlos visto, muchachos!" exclamó el hombrecillo agitando sus manos. "¡Saludos a Emma!" agregó, sonriendo.
"Ella quiere saludarte también." respondió Adamantios.
"¿Eh?" preguntó Werner ante esta respuesta borrando su sonrisa de alivio, y aún sorprendido se dejó arrastrar hasta dentro del automóvil, junto a Adamantios por Phaidon. "¡No! ¡Ya tienen lo que les vendí! ¡No! ¡No por favor!"
"¡Guarda silencio, liebre!" dijo el ayudante de Adamantios susurrando su orden al oído de Werner. Su lengua lamió la oreja llena de sudor del hombrecillo. "Aquí nadie te puede escuchar gritar..."
Minutos después, el automóvil reinició su marcha, dirigiéndose de vuelta a la ciudad de Berlín.
El automóvil viajó de vuelta de donde había partido. Werner no pudo evitar temblar con temor conforme el vehículo proseguía su marcha. Siempre se había considerado un hombre con suerte. Desde los primeros visos de la persecución del régimen por los judíos él había logrado otorgar pases de salida rápidos a influyentes negociantes semitas que, temiendo con justa razón por sus vidas y sus bienes, estaban dispuestos a pagar fuertes sumas de dinero.
Una casa, un vehículo... todo iba siendo fácil para el alemán pedirlo como cuota. Después de todo, no todo lo que obtenía era para él, también mucho de ello se iba en "engrasar" las manos de los oficiales que permitían las salidas de contingentes grandes de "esa maldita raza". En el camino, Werner pudo irse haciendo de objetos interesantes y pronto se dio cuenta que por sí misma, la petición de bienes antiguos eran algo muy apreciado, sobre todo por la gente que se iban haciendo nuevos ricos y aquellos misteriosos personajes que parecían estar llegando en cúmulos a la Vaterland. Algunos decían que formaban parte del contingente de personas que rodeaban al Führer en sus gustos por lo oculto y lo mágico.
Para Werner eso era lo último que importaba. Ya poseedor de una cierta fama, logró darse cuenta que todo lo que obtenía bien podía quedárselo él y obtener doble remuneración. Siguió ayudando de vez en cuando a algunas familias, pero a otras, sencillamente las traicionó en dobles juegos, obteniendo sus riquezas antes y luego deshaciéndose de ellas. Sus gritos y sus insultos, sus súplicas no llegaron jamás a sus oídos, ni se arrepintió de lo que hacía: la ley de la supervivencia en una guerra era lo único que su instinto, pensaba mientras se justificaba a sí mismo, eran lo más importante.
Pero su suerte pareció tomar un ominoso camino cuando se encontró con aquella vasija griega que estaba metida en aquel cofre que obtuvo sin querer de un judío con raros gustos por el ocultismo. Entre sus pertenencias encontró antiguos manuscritos que le parecían escritos en griego, cosa que era cierta, así como apuntes extraños y manuales que le parecieron mágicos.
Esperando obtener algo de dinero por su último botín, Werner se dirigió a una de las organizaciones que le parecían usaban símbolos griegos en su búsqueda por lo oculto: Die Passahfest Aktiengesellschaft2, la cual se ubicaba cerca del hogar donde había conseguido su último botín.
La verdad es que una de las primeras reglas de supervivencia que había aplicado es que uno no puede ser muy remilgoso en la clase de gente con la que uno trata, y que a cada momento nace un nuevo tonto. Al llegar a la Sociedad encontró gente extraña, como ese gigante albino que ahora lo escoltaba callado en el auto y que lo llevaba de vuelta a aquella casona escondida entre las calles de Berlín donde conociera a la hermosa Emma, llamada la Sacerdotisa del Oscuro. Cuando ella lo recibiese aquella tarde, imponente en aquel vestido negro brillante que se ceñía a su bien redondeado cuerpo, con aquella piel blanca y que, pudo comprobar al besarle su mano, era suave como la seda y que emanaba un dulce perfume parecido al de la miel y el trigo, no pudo por menos que sentirse fascinado. No se parecía a Marlene Dietritch; no, definitivamente ése cabello ondulado que caía como cascadas sobre sus finos hombros, sus ojos exóticos almendrados y negros de grandes pestañas, con una expresión parecida a tener sueño siempre, labios carnosos y rojizos y una voz aterciopelada, como su vestido, la hacían una mujer deseable y bella.
Y entonces fue cuando Werner cometió su primer error: subestimar a quien tenía enfrente y tomarla, por ser mujer y bella, por una tonta.
Resultó que ella misma estaba a la cabeza de un reducido grupo de creyentes que esperaban que esos fuesen los mejores momentos para "resucitar" a un viejo Dios que daría al Führer la victoria. En sí, el grupo estaba organizado como una especie de "as bajo la manga" de parte del Jefe del Estado, pero tenidos bajo sospecha por la influyente y poderosa Sociedad Thule. Ellos sospechaban que querían quitar el poder al Führer, por lo que, para demostrar su valía, la "Sociedad de Acción" debía de encontrar y proporcionar al partido Nazi, dos herramientas poderosas que fueran capaces de dar la victoria en la guerra alemana: la legendaria "Lanza del Destino", misma que se decía, había sido el arma que hubiera terminado con la vida de Jesús y que quien la poseyera sería invencible y el segundo objeto: un Dios resucitado que la mencionada Sociedad buscaba para sí.
La Sociedad Thule pensó que de esa manera podría matar dos pájaros de un tiro: mantener bajo vigilancia y control a un grupo que, adivinaban, prometían cosas que sabían que al Führer podría parecerle llamativas y además, obtener por medio de ellos los objetos místicos que habían buscado para sí durante tanto tiempo; y algo más, pues la leyenda de ese Dios "sanguinario" y "ario" sonaba muy interesante.
Cuando Werner supo de esto, inició la búsqueda de los manuscritos que pudieran llevarle a obtener cualquiera de estos objetos: al fin y al cabo ahora sabía que tenía dos posibles compradores que darían lo que pidiera a cambio de estos objetos... y su especialidad eran los dobles negocios después de todo. ¡Esos idiotas de la "Sociedad de Acción" no eran más que un grupo de idiotas incapaces de darse cuenta que estaban siendo utilizados para luego ser desechados por el régimen y los gurús mágicos del Führer! Por lo tanto, si lograba vender estos objetos a estos y luego, casualmente, hacerle saber a la Sociedad Thule que estaban a punto de ser traicionados, él obtendría fama, protección y mucho dinero... ¡Era su oportunidad dorada para intentar su oportunidad de alcanzar las más altas esferas nazis!
Después de un par de años de búsqueda, Werner logró encontrar el verdadero manuscrito del cual había sido copiado el primero que había ofrecido a Emma un tiempo atrás. Werner decidió jugar a la segura: Ofreciendo el documento en venta a los dos postores y ¿porqué no? ¡Venderlo a los dos al mismo tiempo sin tener que entregarlo necesariamente! La veracidad del documento fue autentificada por la propia sacerdotisa cuando recibió una fotografía que él le hiciera llegar, mientras que hacía lo mismo con la Sociedad Thule. Thule jamás respondió, pero uno de los bajos oficiales nazis le ofreció a Werner el ponerle en contacto con "alguien" que pudiera poner el documento en atención de Thule. Mientras tanto, la "Sociedad de Acción" compró el documento, pero jamás llegó. Werner informó que lo tenía en una granja de torres altas abandonada en las afueras de la ciudad y que lo llevaría tan pronto como pudiera. Eso había sido una semana atrás, tiempo en el que aquel oficial de bajo rango dentro de Thule había logrado concertar una cita para el "negociante". Lamentablemente, la paciencia de sus otros clientes se había agotado, y estaban comenzando a demostrar que quizá, después de todo, el haber pensado que aquella mujer y sus esbirros eran unos tontos estaría resultando ser una operación demasiado complicada.
Pero algo lo tranquilizaba: si hubieran querido matarle, ya lo habrían hecho. Por lo tanto, su cita con la Sacerdotisa se debía, seguramente, a que seguirían requiriendo de su talento por hallar objetos místicos. Así que, aunque nervioso, logró respirar profundo y comenzar a relajarse mientras se apoyaba sobre los asientos de piel del auto.
"Soy un hombre de suerte." se volvió a repetir.
En sus sueños podía recordar viejos tiempos.
Dohko, el ermitaño anciano que habitaba al pie de la cascada de Rozan en los Cinco Viejos Picos, era ya por sí mismo, una leyenda. Muchos no lo habían logrado ver, aunque circulaban leyendas de que era un viejo con poderes olvidados por el mundo: capaz de matar o de dar vida a quien quisiese.
¡Cuántos peregrinos y cuánta gente le habían buscado ya en el pasado! Y sin embargo, los más ambiciosos de hallarle nunca pudieron ver su búsqueda recompensada. Pero, por alguna razón, hoy Dohko podía sentir en el aire una exacerbación totalmente diferente a la que experimentara en los años anteriores.
Sí. La electricidad y las batallas heroicas que se libraban en uno y otro lado de la última guerra que la humanidad combatía, le hacían soñar con aquella última Guerra Sagrada entre Athena y su legendario enemigo Hades, hacía ya más de ciento cincuenta años. La lucha fue terrible, y muy costosa. ¡Cuántos guerreros y compañeros suyos habían perecido en aquellos días! Y sin embargo, a pesar del esfuerzo y de toda la entrega que pusieron por terminarlo todo, sólo se había logrado una prórroga que se le antojaba cruel, pero que era voluntad de los Dioses.
Hoy, Dohko, el antiguo Santo de Libra, podía recordar que su viejo amigo había sido nombrado por la misma Diosa Athena como aquel que preparara el camino para su retorno en el Santuario. Mientras que a él, se le habían conferido un don y una misión. Un don que, por momentos le parecía atroz e inhumano: la soledad de una eternidad en un mundo en el que no podía encajar, siendo como era, una anomalía temporal.
Pero, ¿acaso las condiciones que lo habían llevado hasta allá no eran todas anómalas? Dohko había desarrollado la virtud de la reflexión, sentado tanto tiempo observando hacia el sureste todo el tiempo, rogando porque el Sello de la Diosa no sucumbiera ante el poder de sus enemigos y los tomara a todos por sorpresa, había evitado caer en la tentación de pensar que con el don que la Diosa le concediera, tenía tiempo de sobra para meditar y que, como los Dioses, podía hacerlo porque tenía los recursos. No, Dohko todo el tiempo se ubicó a sí mismo como un humano ante todo, nada más y nada menos.
Y no es que se sintiera menos que un Dios, de ninguna manera. Conocía de primera mano el poder que ellos ostentaban, pero sabía también que era el poder del espíritu humano también una fuerza con la cual, incluso un Dios, tenía que reconocer no era fácil contener. Dohko, en todo este tiempo había llegado a determinar que la voluntad humana era una fuerza de la naturaleza mucho más temible que las acciones destructoras de un Dios.
En efecto, un Dios podría comandar sus poderes para desaparecer pueblos enteros de un brochazo, o tal vez alzar los mares y levantar enfermedades, pero el espíritu de supervivencia del hombre era algo que sólo otro mortal podría comprender. La capacidad de rebelarse contra los designios que esos supuestos seres superiores pasaban como un juicio hacia la humanidad no parecían ser sino simples comportamientos que para él, se antojaban de pronto predecibles. Y Dohko, ante esta cadena de pensamientos se prometió a sí mismo que, a pesar de gozar de una aparente inmortalidad, él no caería en el juego de ser tan aburrido e infantil como los Dioses.
"¡Que Athena no lo permita!" se decía a sí mismo con una sonrisa irónica, sabiendo que su Diosa de la Guerra disfrutaría de ese chiste interno y que, además, le daría la razón. Después de todo, el Dios de la Muerte no puede hacer otra cosa sino buscar la extinción de la humanidad, el Señor de los Mares poseer el dominio de toda la Tierra o hundirla en el intento. Y entonces, comprendió, que la cercanía de Athena hacia los humanos, la convertían en la rebelde del Olimpo, y se daba cuenta de lo más irónica que se convertía su situación: Ser obediente y sumiso a la Diosa que era desobediente y rebelde.
Algo le hizo abrir los ojos mientras repasaba estos pensamientos por "enésima" ocasión en su mente. Tenía un mal presentimiento. Y siendo un Santo poseedor del dominio del Sexto Sentido, sabía que era algo que no podía pasar por alto. Era una inquietud que no era enorme pero lo suficientemente molesta como para preguntarse dónde podía encontrarse el origen de la misma. Suspiró profundamente y decidió moverse echando un vistazo rápido a su puesto de vigía "eterna".
"Estos tiempos no son tan sencillos como quisiera, y no me puedo permitir el subestimar algo que es capaz de alterar mis sentidos."
Pesadamente, el anciano se levantó y se movió con lentitud, apoyándose en su bastón para bajar de la cascada.
Werner limpió sus lentes con la punta de su corbata, un gesto que solía practicar cuando se encontraba nervioso. Miró de reojo a sus escoltas, los cuales intercambiaban palabras en un lenguaje que no conocía pero que le parecía que podía ser griego. Los tres miraron hacia donde se encontraba.
"¡Esperarás aquí!" exclamó Adamantios mientras pasaba a su lado. "Voy a avisar a Emma que estás aquí."
"Sí..." respondió Werner, mirando inquietamente de vuelta hacia donde Phaidon y Tzannis esperaban. El primero vigilándolo con esa mirada penetrante que, de verdad, hacía sentir al alemán como si fuese un pollo exhibido ante los ojos de quienes lo cenarían; el segundo, observando hacia el otro lado de forma rígida.
Pasó el tiempo, marcado sobre todo por el tic-tac de un reloj de pie que marcaba el tiempo: este era un sitio, a todas luces, protegido por el Estado, pues en este rumbo quienes no eran miembros del Partido Nazi habían sido expulsados o mandados a Campos de Concentración. Werner comenzó a cabecear. El nerviosismo y la tensión estaban cobrando su cuota en él. Luchando contra quedarse totalmente dormido, observó que la hora era las dos de la madrugada...
"¡Tú!" sintió que lo agitaban fuertemente, haciendo que abriera sus ojos de manera rápida y teniendo que recordarse, mediante un esfuerzo, dónde estaba y bajo qué condiciones había llegado hasta ahí.
"¿Eh?" preguntó, exclamando con miedo. "¡No me hagan daño, por favor!"
"Vamos, Werner" dijo el albino que le había llevado hasta ahí. "Emma te está esperando. ¡Ven!"
Levantándose rápidamente, sintiendo frío en su espalda y en la parte posterior de sus piernas a causa del sudor.
Mientras caminaban hacia un pasillo detrás de las escaleras lentamente, Werner pudo notar que Adamantios se había puesto una especie de bata, una túnica de color púrpura.
"¡Eh, Adamantios!" exclamó. "¿Por qué estás vestido así? ¿Es tu ropa de dormir?" preguntó con sorna, al fin relajándose y convenciéndose de que le querrían vivo para una misión posterior. "¡Apuesto a que Emma está esperándome con su ropa de dormir también, eh! ¿No soy un hombre con suerte?" agregó, riendo estúpidamente.
Deteniéndose ante una gran puerta, Adamantios giró la manija y la empujó ofreciendo el camino al alemán.
"Entra." dijo únicamente. "Ella te espera allí."
El alemán observó el gesto serio del albino y dio un paso y luego otro con desconfianza. Sin embargo no tenía otra alternativa. Al ingresar a la oscuridad de la habitación que se le ofreció, la puerta por donde entrara se cerró haciendo que se sobresaltara sintiendo esa especie de piquetes que atacan el rostro en momentos de máxima tensión.
"¡Oye!" exclamó, dando la media vuelta. "¡Aquí no hay nadie! ¡Sácame de aquí! ¡Oye!"
Su respiración se agitó sensiblemente. Detrás de él, un círculo de velas se iluminó poco a poco... un círculo que rodeaba el perímetro de la habitación y que se cruzaba con esas líneas detrás de él. Werner miró asombrado el espectáculo, ¿quién podría encender tantas velas a un mismo tiempo? Sintió un aire helado de pronto recorrer su nuca y dio un paso hacia el frente acompañado de un grito ahogado que lo hizo trastabillar y correr.
"¡Miren, pero si es mi amigo Werner!" escuchó una voz aterciopelada surgir de donde sintiera el aire que le soplara en la nuca unos minutos antes. De entre las penumbras, el alemán le pareció ver un par de luces que brillaban para luego convertirse en un fuego de una vela en un solo punto.
'¿Acaso fueron esos sus ojos los que brillaron en la oscuridad?' se preguntó temeroso, una vez más sintiendo como el sudor invadía las palmas de sus manos, su frente, sus mejillas y su espalda. "¿E...Emma?" preguntó con duda. "¿Qué es esto?"
Mostrándose al fin, la hermosa mujer apareció ante él envuelta en aquello mismo que provocara sus burlas hacía unos instantes antes hacia Adamantios. La misteriosa mujer de cabellos tan negros como la pez y de piel blanca como el mármol.
"Estoy muy contenta, mi querido Werner. ¡Me has hecho un maravilloso servicio!" dijo imprimiendo una emoción que el alemán jamás había escuchado salir de sus labios en todos los años que él la conociera. "¡Hoy tengo en mis manos el documento que me permitirá revivir el poder necesario para gobernar este mundo!"
'¡Está loca!' pensó incrédulo el alemán. Era verdad, él era un incrédulo de nada, sólo tenía por fe y filosofía el presente y la Ley del Más Fuerte, de ahí en fuera, nada era verdad; ¿o dónde estaba el Dios Supremo de los judíos hoy, que se les exterminaba? "¡Me alegra mucho, Emma!" replicó al fin, recobrando algo de compostura y arreglándose para ponerse de pie. "Pero si estás tan feliz, ¿por qué has dejado que tus brutos me hayan tratado como lo hicieron?"
"¿Cómo?" preguntó la mujer haciendo un gesto de disgusto. "¿Te lastimaron, te hicieron algún daño?" inquirió, molesta. "¡Te ofrezco mis más sinceras disculpas, amigo mío!" agregó mientras se acercaba a él y le ofrecía su mano.
"¿En dónde estamos?" preguntó finalmente Werner, mirando a su alrededor. "¿Por qué me trajeron aquí?" Tomó la mano de la bella mujer y vibró al sentir que los delgados dedos de ella recorrían su mano en lo que parecía era una caricia. ¿Sería que su suerte era tal? Se preguntó, pensando en tantas posibilidades, aspirando el aire para poder disfrutar del perfume que ella siempre emanaba de su piel.
"¡Tu hallazgo me ha alegrado tanto que he decidido que te unas a una fiesta de nuestra Orden, querido Werner!" expresó ella, mientras lo llevaba hasta un estrado al fondo del salón en donde aguardaban dos sillas de diseño que para él eran de estilo gótico. "¡Hoy, festejarás con nosotros en grande! ¡Y tú serás nuestro invitado de honor!" añadió la mujer, aplaudiendo.
"No quiero ofenderte ni mucho menos, Emma, pero en realidad yo no soy muy creyente en nada." dijo él un poco nervioso, observando como de entre la oscuridad surgían más figuras que no había detectado. Una sombra, envuelta con una capucha, ofreció una jarra de plata y escanció un poco de vino en un lujoso cáliz dorado y lleno de joyas rojas y verdes que hicieron que abriera los ojos, asombrado.
"No, por favor, Werner" dijo Emma mirándole con la copa entre las manos y extendiéndosela. "¿Ni siquiera permitirás que te ofrezca estos regalos?" preguntó tentadoramente.
El alemán se levantó los lentes para estudiar el trabajo y la belleza de la copa. Con grabados y cortes finísimos, aquel objeto, sin las joyas que ostentaba, era suficiente como para comprar su felicidad eterna en La Tierra.
'¿Esto es para mí?' pensó, mirándola emocionado. Una pequeña alarma comenzó a sonar en una parte de atrás de su cerebro, alertándole de que un regalo de esta magnitud y la situación por un papel eran demasiado, pero ante la vista de tanto dinero, su sentido común, de supervivencia y su raciocinio parecieron ser silenciados.
"Sí..." dijo la mujer en un ronroneo. "¡Y hay más!" pronunció mientras tronaba los dedos y dos hermosas jóvenes se acercaban para despojarlo de su ropa. "Hoy, esta noche, tú serás el rey de todos nosotros."
"¡E...esperen!" exclamó inseguro mientras las mujeres le rompían la ropa y exhibían su pálido y delgado cuerpo. Jamás había sido atlético, pero era un hombre ágil, aún así, sus hermanos varones, en el servicio del ejército, siempre se burlaron de su pecho hundido y su abultado vientre. El hombre se tapó con las manos sus intimidades. "¡E...Emma! ¿Qué es esto?"
Las mujeres regresaron mientras lo cubrían con finos ropajes parecidos a los de ella y le entregaban un símbolo de poder, una lanza dorada y una corona. Luego de esto, ambas chicas hicieron una flexión y se retiraron sin darle la espalda.
"¡Ahora sí estás listo para sentarte en tu trono, Werner!" dijo Emma sonriendo alegremente. "¡Que comience la fiesta! exclamó.
Las luces se encendieron y otras jóvenes aparecieron frente a ellos mientras comenzaban a danzar con música que tocaron con liras y flautas, parecido a lo que pudiera algún día ver el alemán representado como antiguo teatro griego. Mirando de vuelta hacia sí mismo y tocando sus ropas, observó hacia el lado y notó como Emma se había perdido en la vista del espectáculo sin borrar aquella sonrisa de satisfacción que tuviera desde que le viera. Comenzó a creer que esto era cierto... tal vez haber recuperado aquel viejo documento le hubiera hecho una especie de "Elegido" para toda esa bola de incultos fanáticos. Observó la Lanza que le dieran como símbolo de poder.
"Emma, ¿qué es exactamente lo que te di?" preguntó, traspasando los límites de su curiosidad, y quizá, un poco afectado por tanta adoración y el fuerte vino que le ofrecieran.
La aludida se volvió hacia él con aquella sonrisa de satisfacción mientras jugueteaba con su cabello.
"Nosotros en la Orden buscamos la resurrección de nuestro Dios, Werner." respondió. "Nuestro Dios es un ser de poder y de voluntad incomparables. Su poder era tal, que otros Dioses le temían, le hacían incluso a un lado..." explicó ella. "Sin embargo, los hombres jamás han podido evitarle, su misma naturaleza siempre los ha atraído hacia Él." agregó, imprimiendo vehemencia en sus palabras.
"¿Quién es tu Dios?" preguntó él.
Pudo observar cómo ella hacía un gesto que llevó su mirada hacia un punto arriba en la habitación y donde pudo ver a Adamantios con los brazos cruzados mirándoles atentamente, con gesto adusto.
"Él es aquel que se enriquece con las lágrimas de sus enemigos, el implacable Dios que trae la Muerte consigo." dijo ella. "Pero antes de traerle de vuelta, quiero preparar su arribo, liberando a quienes le sirven, algo en lo que el Führer podrá ayudarnos, pues en agradecimiento, nuestro Dios le brindará el control del mundo, ya que sus acciones lo harán revivir con más fuerza que nunca." añadió, desenrollando el pergamino que tuviera hace unas horas delante suyo, Emma lo extrajo de su manga para leer de forma solemne: "En las profundidades de Oriente un poder oculto vendrá y que mostrará por única vez su verdadera faz: gran terror sembrará y para los mortales la implacable justicia traerá." La bella mujer cerró el pergamino. "Este documento muestra el sitio de donde surgirá el Gran Poder que hará que Ares retorne a este mundo." Y poniéndose de pie cerró su puño. "¡Y su Reino no tendrá fin!" sonriendo, se volvió hacia Werner para finalizar. "Y el inicio de esa era más allá de un milenio está a nuestro alcance gracias a ti, Werner." concluyó ella mientras se aproximaba moviéndose como una pantera y posaba sus manos en sus piernas haciendo que se pusiera rígido ante la sorpresiva caricia. "Te estaré agradecida por siempre." concluyó, imprimiendo un beso lleno de pasión en sus labios. El rubio correspondió a la caricia pero torpemente, jamás había sido besado por alguien con esa efusividad que confundió por amor.
Un perdedor jamás es capaz de reconocer la vitalidad que conlleva el júbilo de la sensación del triunfo.
Emma se puso de pie acomodándose el cabello y dio un paso para irse, siendo detenida por Werner.
"¿A dónde vas, querida?" preguntó aún saboreando el sabor de la boca femenina sobre sus labios. "¿Voy contigo?" preguntó, envalentonado.
La mueca torcida que él realizó tuvo un reflejo fiel en el rostro de ella quien sonrió acariciándole el rostro, provocando que su piel se erizara.
"No te preocupes, Werner, lo realmente bueno de la fiesta para ti está por comenzar." respondió ella, sin borrar esa sonrisa.
Zafándose del abrazo, Emma caminó hacia la oscuridad del pasillo y desapareció, mientras que las mujeres que habían bailado, llegaron hasta el hombre. Se habían desprendido de sus corpiños y mostraban sus figuras, brillantes ante él. Riendo, le tomaron de las manos y lo arrastraron hasta el centro de la habitación.
"¡Que viva el Rey!" gritó Emma desde el mismo balcón donde viera minutos antes a Adamantios. "¡Demostremos nuestra alegría a nuestro Dios y regalémosle lo mejor que tenemos!" proclamó llena de júbilo y de vida.
Werner escuchaba a medias a Emma, se sentía mareado y totalmente excitado. De hecho, podría decirse que sentía una especie de éxtasis desconocida para él en toda su vida. Las mujeres lo comenzaron a acariciar haciendo que él se echara a sus brazos y quisiera tomarlas para besarlas y poder corresponder a sus caricias.
"¡Vengan, vengan a mí, pequeñas!" gritaba mientras carcajeaba al tiempo que ellas lo hacían y la música parecía ir en crescendo.
"¿Cuándo comenzaremos la búsqueda de la resurrección?" preguntó Adamantios finalmente, mientras que Emma se apoyaba en el balcón sonriendo más ampliamente.
"En los siguientes días contactaré al Führer." respondió ella sin mirar atrás. "Cuando le digamos que tenemos en nuestro poder la famosa Lanza del Destino y la clave para resucitar al Dios Ares, sabrá que es cuestión de su providencia el ser el verdadero amo de este mundo."
"¡Auch!" exclamó Werner de pronto, mostrando que de su pecho de pronto surgía un pequeño hilo de sangre que escurría de su tetilla hacia el vientre. "¡Con calma, chicas!" reclamó con ligereza.
"Lástima que..." añadió Emma mientras veía cómo Werner seguía quejándose y sus heridas se iban multiplicando en su pecho. "La conquista que un hombre logra puede ser arrebatada siempre por alguien superior a él, ¿no crees?" señaló conteniendo apenas las ganas de reírse sonoramente ahora que Werner parecía querer salir del grupo de chicas que ahora lo rodeaban y le arrancaban cabello y jirones de piel.
"¡No! ¡Piedad!" gritaba, desesperado. "¡Emma! ¡Ayúdame! ¡Alguien que me ayude!"
Cerrando los ojos y sonriendo satisfecha, Emma se volvió para apoyarse sobre el balcón y encontrar con su mirada a Adamantios quien no se había inmutado con el espectáculo.
"Espero que dejen algo para mis muchachos." comentó.
"Tranquilo" indicó ella. "Ellos ya están allá abajo."
Los gritos de Werner fueron por momentos más escandalosos y patéticos.
"Aún así, sabes que podemos tener problemas. Según ése mismo documento, el sitio de resurrección está bajo vigilancia de un campeón de la Diosa innombrable."
"Ya te dije que estuvieses tranquilo, Adamantios." reiteró Emma con su sonrisa, acariciando su cadera. "Estoy en eso y también tú me ayudarás." concluyó mirando directamente a los ojos del albino, quien asintió calladamente emitiendo fuerza de su Cosmo.
Las sonrisas del grupo y los sollozos de Werner se dejaron de escuchar. Aunque podían percibirse notoriamente los sonidos de dientes masticando furiosamente.
Continuará...
1 "Brutal" – Nota del Autor.
2 La Sociedad de la Acción de Pascua.- Nota del Autor
