Lo odio.
Ese brillo de maldad en tus ojos, aunque maestros de la inexpresión, muestran hoy aquello a lo que más le temía, sabes que perdiste tu oportunidad y en mí te ves, cuál titiritero con su marioneta piensas tomarme, pues ya haces con mi vida lo que te place.
¿Repudio? Esta opresión en mi pecho me impide respirar, siento como el aire se vuelve poco a poco más pesado y el tiempo transcurre insoportablemente despacio logrando que esta tortura se alargue.
Cruel destino que juegas con mi corazón, lo rompes y construyes a tu gusto, no obstante ¿qué has hecho esta vez?
Diste la estocada letal y no tuve tiempo suficiente para prepararme, para decir adiós, he sido quebrantada y por una sola vez no quise buscar las piezas de mi ser que fueron esparcidas, ahora noto cuan profundo fue incrustada la daga, tanto que sería más doloroso intentar sacarla de mí, que vivir con ella.
Me gustaría llamar esos buenos recuerdos que deben hacer llevadero mi dolor, aquellos en los que me cargas en tus fuertes brazos y me enseñas lo que un padre a su hija, revivir esos momentos en los que besabas a mamá con esa dulzura que solo tú podías transmitir, rememorar aquellas historias de perversos hechiceros y malignas personas, esos a los cuales valientes hombres y mujeres les daban su merecido; recueros inexistentes, pues si cierro mis ojos las únicas memorias que acuden están llenas de tu frialdad. Necesito a mi madre, pero es imposible acudir a ella, tu telaraña tan perfectamente tejida es una obra maestra de la manipulación.
Soy una cervatilla asustada, el bosque es inmenso, son tantos sus caminos. Corro a través de ellos y aun así no encuentro lo que busco, lo penoso es que no se siquiera lo que es. Siento las miradas dentro de la maleza, cada paso que doy, solo están esperando a que me equivoque, desean mi agonía, no les dejo verme sufrir, no quiero que vean en lo que me he convertido, me niego a que sean testigos de este lento morir.
La hora se acerca, la brisa golpea mi rostro y las lágrimas empañan mi visión, cierro los ojos e intento no pensar en el Señor Tenebroso, mucho menos en la marca que arderá en mi brazo izquierdo a partir de hoy.
Sonríes con orgullo cuando mi nombre es dicho en voz alta, mis gritos de dolor son regocijo para tus corruptos oídos, soy casi lo que siempre has deseado, exceptuando el hecho de ser mujer, cosa que siempre odiaste el apellido Parkinson se perderá conmigo y me agrada la idea.
Sonrío, sé que no lo notas, mi nueva máscara, aquella que una vez le perteneció a mamá te impide ver lo que escondo, por primera vez nos encontramos en igualdad de condiciones, y quién sabe, un hechizo mal hecho en la guerra podría provocar tu muerte…
