¿A ver quien puede más?
Capítulo 1.
Resonó un portazo en toda la casa. Debía ser el quinto de la semana, y solo estaban a miércoles.
El Doctor salió de su casa con un paso fuerte y agresivo. Necesitaba dar una vuelta. Recorrió las calles de la ciudad, tapadas por un cielo negruzco y tan enfurecido como su humor en esos momentos. Amenazaba tormenta, pero él ni se percató. Sólo caminaba sin rumbo.
En una ocasión estuvo a punto de ser atropellado por un coche de alquiler, y al retroceder pisó de lleno un charco, dejando un bonito recuerdo de agua sucia en los bajos de su pantalón.
Esto le provocó más mal humor del que ya llevaba. Llegó hasta un parque y allí decidió sentarse en un banco. Apoyó sus codos en las rodillas y miró al suelo con el ceño fruncido.
-Bueno, John… ya has salido de esa casa…ya no puede ir el día a peor…
De pronto comenzó a llover. El mismo cielo que amenazaba tormenta había comenzado a descargar. Cuando el rubio vio como el suelo se llenó de pequeñas manchitas de agua, cada vez más juntas y gruesas suspiró con pesadez y miró al cielo.
-mejor cállate… -Se dijo a sí mismo y volvió a apoyar su frente esta vez en una mano.
Poco a poco comenzó a sentir como el agua se filtraba por el tejido de sus ropas, por su pelo, y cuando se vino a dar cuenta ya estaba bastante mojado, pero no le importó demasiado. De alguna manera el frescor de la tormenta le aliviaba. Calmaba su estado de mal humor y bajaba poco a poco su enfado contra el mundo.
-¡Doctor! ¿Qué hace aquí? ¡Se está empapando! –John se sorprendió cuando vio aparecer en su campo de visión el bajo de un vestido burdeos. Alzó la vista de nuevo y suspiró, pero esta vez con algo de alivio.
-Boh… Aburrido… -Cerró el libro de repente. Se frotó los ojos con pesadez y lo tiró por ahí, sin importarle demasiado dónde o cómo quedaba. Aun no se le pasaba del todo el efecto de la cocaína y toda su mente estaba ocupada en la búsqueda intensa de algo con lo que entretenerse. Pero esa búsqueda estaba resultando nula y el doble de aburrida.
Volvió a su antiguo vicio de la cocaína poco después de que John se mudara a su nuevo hogar con Mary. Sabía que si el doctor le pillaba le caería una buena reprimenda, pero desde que contrajo nupcias con su nueva esposa ya no solía pasarse por allí casi nunca, así que poco a poco fue despreocupándose más y más de lo que el doctor pudiera decir o pensar y cayó de nuevo en la droga.
Mary lo había cambiado totalmente. Lo había raptado y le había lavado el cerebro. Al menos esa era la teoría de Sherlock.
Esa mala mujer le ha chupado los sesos… le obligará a tener miles de hijos y Watson perderá toda su vitalidad criando mocosos y trabajando sin descanso… Pero eso le pasa por idiota Eso pensaba él todos los días, para convencerse a sí mismo de que era Watson el que había caído en desgracia al "abandonarlo" por un matrimonio y una vida "feliz".
Se levantó del montón de cojines y cortinas sobre las que se había acomodado para leer, en uno de los rincones más escondidos de la habitación. Se tambaleó algo mareado, pero enseguida encontró una mesa donde apoyarse con una mano y así recuperar el equilibrio. Decidió lavarse un poco la cara. Ya era hora de asearse un poco.
El agua fría lo despertó un poco más, y le hizo darse cuenta de que la puerta de la calle se acababa de cerrar. Salió de su habitación con una curiosidad vaga y preguntó al azar, esperando a que una voz por el pasillo le contestase.
-¿Niñera? Es usted, ¿verdad? –Se quedó meditando esa pregunta durante unos segundos y murmuró entre dientes- Pues claro, ¿quién más va a ser?... Sherlock, eres idiota…
Entonces la figura de la señora Hudson se asomó sonriente por las escaleras.
-Señor Holmes, al fin sale de esa habitación…ya era hora… lleva días ahí metido –Se metió en la cocina y comenzó a hablar- Dios mío, a quien se le ocurre, voy a prepararle un te… o no, mejor debería darle algo para secarse…
-Niñera… ¿con quién habla? –El moreno comenzaba a extrañarse de esa conversación que no parecía tener respuestas.
-Oh, disculpe un momento… -Se asomó de nuevo a las escaleras y se dirigió a Sherlock- venga, baje… mire lo que nos ha traído la tormenta –La mujer parecía feliz y emocionada, y ese detalle despertó aún más la curiosidad del detective.
Bajó las escaleras a paso ligero, imaginando qué podía haber en la cocina. ¿Tal vez había recogido a un animalillo? No, eso no era propio de la Señora Hudson… o tal vez si…tal vez los años la habían hecho cambiar y había recogido a algún pobre gato callejero… Después calló en un pequeño detalle: A los gatos no se les habla de usted, y mucho menos se les prepara te.
En la cocina había una persona… y de repente se temió lo peor.
Cuando se le pasó por la mente la imagen de la persona que podía estar sentada en la mesa se paró en seco y sintió una punzada en el estómago. Se apoderó de su cuerpo una curiosidad feroz, pero a la vez un terror inmenso de pensar que podía ser "él".
Y efectivamente, se asomó por el marco de la puerta y ahí se encontró con el doctor John H. Watson sentado de cara a él, con las manos sobre las rodillas y mirando la mesa fijamente.
-Vaya… un chucho mojado… -Esa frase sonó molesta en los labios del detective. Tras este comentario el doctor frunció el ceño, pero no se dignó a mirarle.
-¿Pero que está diciendo? Ande, Holmes, cállese y ayúdeme
-No se moleste, Señora Hudson… en realidad yo no debería estar aquí… Es muy amable per…-El moreno le cortó.
-Si…no se moleste más por él… no se lo merece… -Le dedicó una última mirada de desprecio y se dio la vuelta- Me vuelvo a mi cuarto… no me moleste con tonterías, niñera
-¡Señor Holmes! Vuelva aquí inmediatamente… Hay que preparar el antiguo cuarto del doctor, esta noche se queda aquí…
-No, por favor, señora Hudson… no puedo, mi mujer me estará esperando… -Eso último fue otra punzada en el estómago del moreno.
-De eso nada, puede usar el teléfono si lo desea, pero con esta tormenta no voy a dejarle irse a ninguna parte… Y ahora mismo el señor Holmes le va a traer una toalla, ¿verdad que si?
-No –Sonó seco desde el recibidor. El detective estaba quieto con los brazos en cruz y mirando a la casera con mucho odio- Si quiere que se quede adelante, pero a mí no me haga cómplice…
-¿Holmes, sabe que me debe dos meses del alquiler?... Me debe este favor que le estoy pidiendo… tráigale una toalla
Esa excusa calló como una piedra sobre los pies de Sherlock. Una piedra muy pesada que después de meditarlo unos minutos le hizo entrar en razón. Suspiró molesto y miró hacia la puerta del antiguo cuarto del rubio.
-Está bien… pero no va a poder dormir ahí… va a tener que aguantarse y dormir en el sofá de la sala de estar…
-Vaya, ¿y eso por qué? –La casera levantó una ceja, sospechando. Se dirigió hacia la puerta de dicho cuarto y cuando fue a abrirla Sherlock la paró en seco.
-Créame… no le va a gustar lo que se va a encontrar ahí dentro…
-¿Qué le ha hecho a ese cuarto, Holmes? –La niñera se temió lo peor.
Al moreno le costó hablar, pero no le quedaba otra. Mejor contarlo él, así el enfado sería un poco –solo un poco- más leve.
-Tras su marcha quité todos los muebles…
-…Y?
-Y… aproveche ese cuarto para…
-¿Para qué, Holmes?... –La niñera ya fruncía el ceño.
-Para mis experimentos… no es nada del otro mundo…pero no está disponible como para que alguien duerma ahí…
-¿Y no se pueden apartar?
-Algunos no desprenden un buen olor…
-Dios mío, Holmes… -En un despiste del detective la niñera abrió la puerta, y el moreno ya no pudo hacer nada. La mirada de odio enfurecido que le dedicó la Señora Hudson fue algo que el detective jamás olvidaría.
La sala no solo estaba llena de plantas extrañas, algunas incluso tan altas que se torcían por el techo y se enroscaban en las mesas y los altillos. También había otras que estaban casi podridas. Había tarros de aguas de distintos tonos de ocres, con olores realmente repugnantes. Animales sueltos, cajitas con millones de bichitos a la espera de ser víctimas de algún experimento para el provecho de algún caso. Cajas con especias de todo el mundo que desprendían cada una un olor más fuerte, a veces agradable y otras asqueroso. Estaba todo desordenado, aunque todo estaba en su sitio. Exactamente era un desorden ordenado, así lo llamaba Sherlock. Él sabía dónde estaba todo, aunque la palabra "donde" significase "dentro de un zapato encima del armario".
La señora Hudson volvió a cerrar el cuarto de inmediato, tras soltar un grito de espanto.
-¿Como….se atreve a llenar… este cuarto de…. –Le costaba formular la pregunta porque no encontraba las palabras- todas esas cosas… ¡Sin mi permiso!?... ¡Escúcheme bien! –Clavo su dedo índice en el pecho del detective, tan fuerte que hasta se hizo un poco de daño, pero ni se inmutó- Voy a hacerle un té al doctor, y ahora mismo va a preparar su cama para que él pueda dormir ahí… Es USTED el que se va a ir al sofá… Y como escuche una sola queja por su parte de irá derechito a la calle! -Se fue pisando fuerte a la cocina.
-Siento causarle molestias, señora Hudson… -Se excusó el doctor, levantándose de su asiento.
-No se disculpe, doctor, usted vaya ahora mismo a la habitación del señor Holmes y póngase cómodo…
-Pero…
-No me lo discuta, por favor, Doctor –Se notaba que la señora Hudson estaba enfadada con el moreno.
Ya hacía mucho tiempo que los dos se llevaban peor que nunca. Desde la marcha de John, Sherlock cada día parecía más amargado, y eso amargaba también a la señora Hudson. Watson no quiso hacerla discutir más, solo asintió y salió de la cocina. En cuanto desapareció de la vista de la niñera se quedó clavado al suelo como una estatua, sin saber bien si subir esos escalones hasta llegar al cuarto de su antiguo compañero, o bien aprovechar ese momento de soledad para salir por la puerta ahora que nadie miraba.
La segunda opción era la que más le seducía, pero cuando al fin consiguió moverse y llegar hasta la puerta, un fuerte presentimiento arrasó por su mente y le ayudó a tomar la decisión de subir las escaleras. En esa casa estaba todo patas arriba, y eso le hacía sentir mal, porque también había sido su hogar y guardaba muy buenos recuerdos. Tuvo la sensación de que su llegada a esa casa esa noche no había sido casualidad. Algo le quedaba por hacer, había cosas que se tenían que arreglar. Cosas que él mismo había causado.
Finalmente subió despacio hasta la habitación del moreno, y se quedó esperando en la puerta tras dar unos golpecitos. Sherlock abrió la puerta mirando al suelo y volvió a lo suyo.
-¿Puedo pasar? –Le cayó una toalla a la cara directamente.
-Sécate…
-Gracias –Sonrió levemente y se secó el pelo. El moreno le tiró una camisa y unos pantalones secos y siguió con lo suyo- Vaya… así que los tenías tú… me volví loco buscando esta ropa, creía que-De nuevo el detective le cortó.
-¿Puedes vestirte en silencio? Me da igual que no encontraras tu dichosa ropa… -Al doctor se le borró la sonrisa que había aparecido en su rostro. Se limitó a quitarse la ropa y secarse el cuerpo con esa toalla.
En ese momento Sherlock estaba cambiando las sabanas.
-¿Desde cuando haces la cama?
-¿Desde cuando te importan esas banalidades? –Se la devolvió al doctor como un disparo certero en medio del pecho.
El rubio se limitó a vestirse en silencio y después dejó la toalla colgada en el lavabo. Se acercó despacio al moreno, mirándole desde el otro lado de la cama.
-Puedo dormir en el sofá… no quiero ser una molestia para ti
-Si duermes en el sofá la niñera me crucifica…
-Soy una molestia para ti…
Sherlock no contestó.
-¿Por qué estás tan enfadado conmigo? –John habló con un tono desesperado, a lo que el detective contestó con una mirada totalmente seria.
-¿Enserio me lo estas preguntando?
-Deja de contestarme con otra pregunta…
-Ya sabes porque estoy enfadado contigo…
-No, no lo se…
-¡Pues piensa! Haz un esfuerzo por una vez en tu vida… -Conforme avanzó la frase fue convirtiéndose en un murmullo más molesto.
De nuevo resonó otro portazo, pero esta vez el que lo provocó fue el detective, que salió enfurecido de su propia habitación, dejando a un John encogido por el golpe de la puerta.
El doctor suspiró con pesadez y trato de relajarse. En ese momento se dio cuenta de que Sherlock era el peor de los enemigos que podía tener, y que la guerra que se había creado con él iba a ser de las más duras que había tenido nunca con ningún ejército.
Entonces supo que esa noche iba a ser larga, muy larga, y que lo más probable era que no llegara a dormir, por una cosa o por la otra.
¡Hola!
Hacía muchísimo que no me pasaba por aquí, y mucho mas que no escribía nada. A ver que sale de esto.
Lo comencé a escribir hace bastante y mi intención es no alargarlo demasiado. Espero que os guste, y comentad, si no es mucha molestia, lo agradeceré mil veces, ¡porque anima y ademas se aprende!
