Este es un fic que toma en cuenta los datos del manga, aunque puede que alguna fechas no cuadren de entrada. Espero que lo disfruten.
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Cuando me desperté ya te habías ido, me giré sobre la cama y sentí el hueco. No me di cuenta de lo tarde que era hasta después de ducharme. Me pregunto que harás ahora, eres un santo por ir a ensayar con la banda a pesar de la resaca. Supongo que te presionas mucho con la gira a la vuelta de la esquina y el éxito del disco, además eres el presidente de la compañía y no puedes permitirte un descanso. Creo que ambos sufrimos aún los estragos de la fiesta de ayer pero me siento feliz, un año más de ser tu esposa, 365 días—los dioses saben que han sido más intensos que nunca—, al lado de Seguchi Touma. Incluso si la gente cree que no nos amamos está bien, este amor es sólo nuestro, no tenemos que darle explicaciones a nadie.
Sé que llegarás a casa con comida china, té y galletitas, te importan mucho los detalles. Eiri-chan nos envió un regalo esta mañana, desearía que no lo hubiera hecho, en el fondo me sigo sintiendo culpable por lo que pasó. Al menos ahora que es feliz con Shuichi mi conciencia descansa, todos tenemos un pasado el cual deseamos olvidar, mas me temo que yo deseo olvidar por dos. No me malinterpretes cariño, te amo y cada día agradezco la gran fortuna de amanecer a tu lado, simplemente hay veces —sobre todo en estas fechas— en las que la felicidad y la tristeza se mezclan e impregnan mi boca con un gusto agridulce.
Ahora aquellos días me parecen muy lejanos, tal vez comienzo a perdonarme poco a poco. ¿Han pasado ya diez años? Es increíble lo mucho que hemos tardado en dejar de sentirnos culpables por lo de Eiri. Mientras volvías de la oficina he estado mirando las viejas fotos, éramos unos chiquillos impetuosos en aquel entonces. Recuerdo la fiesta en la que nos conocimos como hubiese sido ayer, yo tenía 15 años y mi padre ya se había preocupado de arreglar mi matrimonio. En cuanto tuviera la edad suficiente me casaría con un chico apenas 3 años mayor que yo, hijo de un exitoso empresario, de finos modales...lo que cualquier padre desearía para su hija. Incluso en aquel entonces Eiri y yo éramos muy unidos aunque él era un crío en edad de jugar con muñecos de acción. No mentiré, siempre fue muy listo para su edad y algo precoz, pero en ese entonces sus ojos aún resplandecían con esa inocencia que tanto echo de menos.
El día de la fiesta finalmente conocería a mi prometido, me arreglé mucho aunque sin ninguna ilusión. En cuanto entramos a la fiesta me di cuenta del gran respeto que la gente tenía hacia mi padre por su cargo como sacerdote, era impresionante. A decir verdad yo temía a mi padre, era un hombre estricto y muy frío, nunca me habría atrevido a contradecirlo —al menos eso creía en ese entonces— cada músculo de mi cuerpo se tensa al recodar esa noche. Las expectativas que mi padre tenía sobre mi me pesaban como si cargase el mundo en mis hombros. Reaccione por inercia a todos los comentarios amables de la gente hacia mí, siempre odié la forma en que mi padre hablaba sobre mí con los demás. Estaba a su lado y actuaban como si no existiera, hablaban de mí sin tomarme en cuenta. Por su parte mi padre ensanchaba su ego a cada buen comentario...era horrible. De pronto una mirada me sacó de mi soledad, en la distancia alguien realmente me veía, clavando sus hermosos ojos en los míos. Recuerdo que me sonrojé, la voz firme de mi padre me anunció la hora de conocer al que un día sería mi esposo. El chico de mirada misteriosa se perdió entre la multitud en un parpadeo, volví a sentirme sola y triste, gritando entre la lluvia sin poder detener la tempestad.
— Mika, este es tu futuro esposo, Seguchi Kusakabe— anunció mi padre—.
Kusakabe era muy delgado y alto, al mirar sus ojos me sentí decepcionada, no me provocaba ni siquiera un leve estremecimiento. Mis últimas esperanzas de amor murieron al escucharlo hablar solamente de los negocios familiares y lo "conveniente" de unir a nuestras familias dentro de unos años. Me excusé pretextando ganas de ir la baño, en lugar de hacer eso salí a tomar el aire fresco. Afuera, recargado en un cerezo estaba aquel chico misterioso. Me sonreíste y nos presentamos, sin importar cuanto intentara resistirme tu sola presencia me hacía vibrar. No sé cuanto tiempo pasamos hablando bajo el cerezo, tú fuiste la primera persona en verme de verdad.
