Nada es mio... blablabla...
Ha sido una tarde terrible, espantosamente larga y abrumadoramente soleada, una tarde como pocas en un día como muchos, imaginaba que iba a ser diferente, después de 2 veces de extremo dolor y sufrimiento esperaba que lo fuera, pero como dice el refrán popular, del que mucho se espera poco se obtiene.
Y no es que tres horas de caminata bajo un sol abrasador sean el motivo, puede que en parte ayuden, pero lo que realmente me ha dado la jaqueca mas grande y dolorosa conocida en la historia de la humanidad ha sido su actitud.
Dale, que ya no somos unos críos, pero él todavía no lo entiende. Su prepotencia, su arrogancia, su altivez, su forma de ser, de no poder mantener la boca cerrada – he dicho boca, me rectifico, su bocona-de dar a todo un pero, o formular tantos por qué, de ser tan terco, testarudo, troglodita, irritable, impasible, frustrante … de ser como es. Y lo peor, de quererlo como es.
Hay días en que me planteo seriamente si tengo algún síndrome raro que me haga vivir esto una y otra vez, esta necesidad constante de sufrir, pelear, gritar y vociferar, de verle enfadado, de llorar cuando no me ve, de estar así en un tira y coge, encoge y estira. Días en los que me pregunto si siempre podremos seguir así, si no se debilita, si esto no se debilita, ¿y si se rompe? ¿Si no nos resiste?
Pero, nunca sabré realmente esas respuestas porque en días como estos siempre hallo un atenuante, alguien se rinde, vivimos una guerra fría, puede que sea terrible y destruya nuestros mundos, pero nunca llega.
Hoy él ha venido en son de paz, con estandartes blancos y ramas de olivo, y después de 3 salidas sin carro, 4 apartamentos y 12 casas visitadas por fin se ha decidido.
No es que siempre tenga la razón, pero la casa que yo había escogido, definitivamente, era la mejor.
