Introducción
Caos. Según algunos el caos es necesario para mantener el equilibrio junto al orden. Para muchos el caos es algo malo, algo que no debe existir, que debe ser exterminado. Para la mayoría el caos es algo que simplemente no les conviene, que no encaja en su mundo. En realidad el caos es para unos lo que el orden para otros y viceversa. Es decir que; existen distintas perspectivas de ver la realidad y tal vez, nunca concuerden. Depende de los ojos por los que se vea.
Desde una de estas perspectivas tenemos a par de iris con tonalidades de azul, pertenecen a un joven guerrero, alguien a quien no le quedaba claro lo que era el caos, pero sabía que era algo malo. Al principio todo era silencio, sólo el fuerte galopar de un fantasmal corcel resonaba en sus oídos.
El camino a la destrucción comenzaba con confusión, seguida de la rabia, pasaba al miedo y finalmente desembocaba caos…La destrucción. El guerrero estaba paralizado ante lo que sus perplejos ojos veían aproximándosele, devorando y corrompiendo todo a su paso. Y no era directamente por miedo a morir, era por la impotencia de ver su hogar haciéndose pedazos y no hacer nada al respecto. El causante de todo aquel mal era un monstruo con forma casi humana pero aura bestial, caminando por la calle principal de lo que fue la enorme y gloriosa ciudadela celestial, la que se creyó fue hogar de dioses.
Un caballo negro cruzó la calle, pasándole como un rayo a la bestia y después de perdió en otra calle. La bestia seguía avanzando en dirección recta al observatorio. Era alta, más bien gigantesca y de compleción estética, delgada pero imponente como un león a causa de su perfecta y fantasmal armadura, la cual no estaba hecha necesariamente de metal, más bien parecía energía en tonalidades desde dorado a negro manando de este ser, mantenía los brazos extendidos y daba la impresión de que terminaban en dos largas garras que se arrastraban por el suelo chirriando y haciendo sangrar y gritar a la ciudad como a un animal mientras era destripado en vida. Estatuas titánicas y edificio de roca y metal caían como la madera podrida bajo su propio peso pero antes de tocar suelo se hacían polvo, cenizas que alimentaban cada vez más oscuras y maltrechas alas de dragón que colgaban de su espalda. Mezclándose junto al llanto y dolor de la gente se encontraban las ardientes lenguas rojas que subían al cielo y morían en caótico humo negro. Eran brillantes como el mismo sol del atardecer...como los soles ardientes e infernalmente viperinos que la criatura usaba como ojos, los cuales a su vez eran tragados por abismales cuencas negras. No había blancura en sus ojos, sólo oscuridad.
Dos cuervos sobrevolaban las ruinas en círculo, mirando, observando… esperando la carroña.
Desde el Bifröst o puente arcoíris, la gran y "única" entrada y salida a la ciudad y de espaldas al viejo observatorio, el joven guerrero miraba con horror la escena apocalíptica. Por su cabeza pasó una palabra, una idea. "Ragnarök" Pensó.
Su sentimiento de impotencia se transformó en ira y la adrenalina le ordenó que peleara, era el mejor guerrero que existía, la única opción que le quedaba a su mundo… al casi cadáver en el que se había convertido Asgard. "¡Por Asgard!" Rugió al tiempo que emprendía la carrera con dirección a la criatura.
De nuevo el caballo se atravesó velozmente en el camino del monstruo, de su hocico babeante chorreaba venenosa oscuridad. Desapareció nuevamente del otro lado de la calle…
La criatura del tamaño de un Goliat, llegó a la altura de las grandes puertas de la ciudad y al igual que con los edificios, la redujo a cenizas con el mínimo esfuerzo. Ahora sus patas…sus pies se abrían camino sobre el puente multicolor y cristalino, matando los vividos colores a cada paso que daba.
El guerrero estaba cerca, muy cerca del encuentro. Sostuvo su única arma con tanta fuerza, como si desease fundirla a su propio cuerpo y haciéndola una con su alma. Dio un salto de valentía, de fe y por un segundo el tiempo se congeló alrededor de estos dos seres. Los ojos celestiales se encontraron con los aros solares de la feroz serpiente y por menos de un parpadeo al guerrero le pareció que los soles se habían transformado en ojos vivos, con un relampagueo de jade incómodamente familiar.
Por menos de un segundo hubo algo de blancura enmarcado aquellos ojos tan… conocidos.
Todas las fuerzas del angelical guerrero murieron por la sorpresa y la endemoniada confusión… el tiempo regresó a su velocidad normal y un dolor profundo y punzante se apoderó de todo el cuerpo del muchacho.
Ahí estaban dos seres: uno de oscuridad y otro de luz, luchando sobre un camino de colores cada vez más moribundos y que ya no conducía a ningún lugar. La serpiente le había hipnotizado, el león se le había abalanzado, el monstruoso dragón le había atravesado el cuerpo con una de sus largas garras y finalmente, la quimera le devoró sumiéndole en la oscuridad y el miedo de sus entrañas. En el propio dolor de la quimera
