¡Alto!
Debes saber que esto que leerás a continuación fue escrito hace casi dos años y que, por cosas de la vida, hoy me encuentro editando y retomando. Lo hice para Retos a la Carta de la tabla de Sentidos. Dramione, como era de esperarse de mi! Ya saben que todo esto de Harry Potter le pertenece a Rowling (a quien después del epílogo pensé fervientemente en asesinar... Trust me) y que sólo tomo prestados a su Herms y a su Draqui-pooh.
Ya saben que lo de los títulos es algo que no se llevar, pero sigo en la contienda, se los juro!
Olfato
Cuando tu nariz te dice cosas que el resto del cuerpo no.
Hermione ladeaba la cabeza. Pensaba en cómo redactar lo que estaba digiriendo. Se acariciaba el rostro con la pluma, el ceño levemente fruncido y el cerebro metido hasta el fondo en la lectura de un libro polvoriento que apenas daba a conocer título; Mal uso de la magia y sus perpetrantes -o algo así-. Llevaba casi dos metros de pergamino describiendo a penas a tres magos. De hecho, no había ni acabado la historia del segundo cuando Harry y Ron habían empleado retirada. Si bien podían estar acostumbrados a su afán de estudio, seguía pareciéndoles subnormal esa obsesión por los detalles en sus trabajos, como si por un deber mal hecho fuera a dar a Azkabán luego de que el Primer Ministro la sancionara por una "redacción muy pobre" o "ideas sin acabar". Toda una tragedia.
"Apestoso aroma a libros" había dicho Ron fastidiado de su tarea -en la cual no llevaba ni medio metro de letra irregular e incomprensible-. Y la castaña podría haber quemado con la mirada el pergamino en el que escribía. Ron nunca había sido muy prudente a la hora de tratar con una chica y en especial con Hermione. Quizás, y sólo quizás por ser de confianza… Cosa que evidentemente a ella le afectaba hasta lo más profundo de su amistad, o sea, en la mitad de su corazón. Aún a sabiendas de que no lo hacía con mala intención le molestaba; que nunca pensara en las idioteces que decía le exasperaba descomunalmente.
Harry dio por zanjada la tregua de paz… Era hora de abandonar la biblioteca antes de convertirla en un campo de batalla donde él tendría que lanzarse a una trinchera -bajo la mesa en la que estaban- armado hasta los dientes si no quería que alguna bomba le cayera también entre la mar de insultos insustanciales que se escupirían. Así que luego de coger sus cosas a velocidad desmesurada hay-que-escapar-de-aquí,había sugerido a su ubicado amigo ir a la Sala Común.
De eso ya unos cuarenta minutos… Y Hermione se preguntaba; "¿apestoso? El aroma de los libros no es apestoso"… ¡A ella le fascinaba ese aroma! Era único. Y lo recordaba a cada segundo del día no sólo por cargar libros como burro por todo el colegio todo el día, si no porque sentía que era un deleite sólo para ella; infancia, antigüedad, madera, polvo y canela. Y a veces un leve toque a menta. ¿Libros frescos? Eso eran los libros para ella… Toda esa oleada de sentimientos que destilaban aquellas palabras. El aroma de sus preciados libros.
Ya no sacudía la pluma con la avidez que había comenzando. Jugueteaba con ella entre los dedos, con la mirada perdida en alguna estantería… El aroma a menta era algo anormal porque pasó a formar parte de su lista sólo desde que había llegado a Hogwarts y pasaba horas en el templo del saber. Y aquel día no era la excepción, la menta se hacía presente. Pero a la fecha no había reparado en qué de menta había en los libros. O en la biblioteca...
La Bruja de Endor le hizo levantarse de su silla. Absorta en su análisis aromático caminó un par de estanterías buscando un libro de nigromancia. No le gustaba mencionar un personaje y dejarlo en el aire, como una mosca cualquiera.
Una luz brillante, cegadora se colaba por los ventanales. Podían contemplarse las partículas de polvo flotando por el aire si uno se concentraba en algún punto perdido a la vista. Se detuvo junto la estantería numero 5; número impar. Y el número de menta. Cerró los ojos y se sonrió. Ahí estaba de nuevo el aroma que acosaba sus fosas nasales haciéndole sentir fresca. El aroma refrescante. Reparó en que esta vez era más intenso, más directo, al punto de ser perturbante. Inspiró con profundidad para capturar tan fascinante mezcla de sensaciones. Sus hombros se inclinaron levemente al igual que su pecho y mentón, guiada por un éxtasis incomprensible. Giró sobre sus talones hacia la derecha con la luz encandilando sus ojos por completo.
Una figura esbelta y despreocupada, apoyada por la espalda, sostenía un libro de nimio tamaño -en relación a los que ella solía cargar-.
Él era su menta.
El mundo se le vino abajo. Muy abajo. Más por debajo de sus pies y la madera… Y el concreto… Y la tierra… Allí donde Julio Verne quería ir en sus relatos muggles.
-¿Qué es ese aroma que infecta el aire?-le oyó decir con la vista aún hacia abajo... ¿Cómo y en qué minuto le había visto?
Un cabello rubio platinado, deslumbrante y peinado -y engominado, quiso resaltar ella en su qué-mierda de mente-, un par de mechones rebeldes y una nariz respingada se desdibujaban a contraluz. El nerviosismo y la incomprensión asomaron la cabeza en sus emociones. ¿Qué coños? Ni ella pudo explicarse el por qué de pronto estaba tan rígida y en tal estupor…
-¿Qué tal, Granger? ¿Buscas la sección especial de "lectura para sangres sucia"?
Lo primero que afloró en los pensamientos de Hermione fue gritar, jalarse el cabello y correr.
¿Podía existir alguien tan molesto y desagradable? Porque antes de conocerle nunca pensó que lo hubiera, ni en el mundo muggle ni en el mágico.
El slytherin cambió la postura, cerrando el libro, apoyándose en un hombro, de costado en la estantería y cruzándose de brazos, con expresión de circunstancias…
-Porque... ¿Sabes? Yo podría escribir un par de cosas sobre eso.
Lo segundo que afloró fue control, autosuficiencia y Malfoy-de-mierda.
Porque al sentir las palabras paladeadas con sorna, con esa burla que detesta, vuelve todos los sentidos –o al menos lo intenta- al planeta que lleva de apellido Granger y arremete contra la sensación tan exquisita que hace sólo segundos le había embargado, con la cual se había sentido más parte de la biblioteca, menos de ella misma. Pero ya no.
-Hay mucho por decir, sobretodo de ti-seguía en su monólogo.
La castaña recobró el aplomo con una leve inclinación de cabeza, su rostro altivo con los ojos destellando odio como el que sólo Hermione Granger sabe dirigir a Draco Malfoy, intrigada en qué tendría que decir ese cerdo sobre ella.
-¿De veras?-preguntó porque él ya había puesto un pie dentro de sus tierras y dominios. Y quizás más que sólo un pie; unos cabellos blanquecinos, un aroma exquisito… Y una desagradable mueca de que todo le producía asco…-. ¿En verdad te tomarías la molestia? ¿Te permitiría tu elitista narcisismo escribir sobre algo que no sea sobre ti?
-¿Qué tan difícil puede ser escribir lo repugnantes que son los sangre sucia y hacerles entender que no existe en el mundo espacio para su bazofia existencia? Sería toda una obra de beneficencia.
-Si al hablar de espacio lo haces comparándolo con el que utiliza tu ego, pues ni toda la comunidad muggle bastaría para dárselo…-comenzó casi divertida-. Pues creo que no hay nada más interesante ni de beneficencia a la comunidad de lo que podría escribir yo sobre cómo un sangre limpia puede llegar a convertirse en un fantástico hurón botador.
Malfoy borró la sonrisa del rostro y avanzó un par de pasos hacia ella, quien era ahora la que sonreía, sin cambiar la firmeza femenina y fiera tan Gryffindor que siempre le había hecho tan característica. Nadie a excepción de Malfoy se atrevía a nadar contra su corriente prolija, estudiosa y calculadora… Casi perfecta -casi si se reparaba en un factor llamado ADN o código genético-.
Entrecerró sus ojos sin pensar nada en particular, ya que casi no había prestado atención a la elaborada e impulsiva frase que Granger le había escupido. Tuvo que haber sido muy certera en sus palabras dentro de su mundo de leones valientes, calificaciones perfectas y libros interminables, de seguro… Pero sólo seguía saboreando ese aroma que, ahora que lo recordaba, lo manaba sólo ella; cuando giraba la cabeza con ligereza gritando un insulto y su cabello desordenado ondeaba sus movimientos, cuando pasaba a su lado casi empujándolo con el hombro o cuando le había abofeteado en tercer año… Quizás la muy mojigata llevaba alguna clase de perfume que le había hechizado.
Entonces ambos se quedaron en silencio. Imprimiendo la sensación que la esencia del otro les producía. Una sensación indescriptible, nueva, que relegaba el odio a sólo una hebra diminuta enmarcada por la distinción sangre. Eso bastaba para robarles las palabras. Y los pensamientos… Y la concentración…
Hasta que su libro caía de las manos y quebraba el silencio. Ambos dieron un leve brinco.
-Hurón estúpido... -le dice volteándose de camino a su mesa-.
-Sangre sucia sabelotodo... -responde atropelladamente, recogiendo el libro y volviendo a la lectura-.
Bien. ¡Este es sólo el principio!
Si llegaste hasta aquí te agradeceré de todo corazón! Pero si quieres ganarte mi cielo, déjame un review! :D
