¡Hola a todos!

Llevaba muchísimo tiempo sin actualizar nada, y seguiré así porque donde estoy no hay internet decente y subir un solo capítulo es una cruz. De hecho me conecto como una vez a la semana y si llega…
Os traigo la segunda parte de "El castigo de Poseidón", donde los guerreros encerrados son Milo de Escorpio, Deathmask de Cáncer y Shaina de Ofiuco. Es la continuación de esa historia y por extensión, de "Dos escorpiones".

¡Espero que os guste!
Nota: no voy a poder responder a los comentarios que dejéis con prontitud, espero que no os moleste. Y la ristra de mensajes que tengo ya los iré contestando poquito a poco. Os doy las gracias a todos aquellos que habéis ido comentando otras historias y marcando como favoritas.


Prólogo

—¿No va a dejar nunca de gruñir?— se preguntó Milo, mirando al techo de la celda de cabo Sunión.
El caballero de Escorpio era incapaz de pegar ojo, en parte por la novedad de verse encerrado en aquel miserable lugar y por otra gracias a la amazona de Ofiuco, que no cesaba de hablar en sueños.

Hasta un par de veces el griego había tratado en vano de despertar a su compañera de celda, pero la muchacha no despertaba. Se limitaba a fruncir el ceño y a darse la vuelta en aquel camastro.

En la cama inmediatamente debajo de él, Deathmask dormía a pierna suelta. De hecho, la almohada se hallaba en el suelo del habitáculo y el siciliano mantenía una postura que seguramente al día siguiente le daría dolores de espalda.

Viéndose incapacitado para conciliar el sueño, Milo volvió a bajarse de su camastro y se dirigió a la puerta de la celda, junto a los barrotes. A pesar de ser noche cerrada sin luna, podía distinguir de vez en cuando sombras de lo que parecían delfines rompiendo la superficie de agua y saltando alegremente, chapoteando como niños.

De repente, un puntito oscuro que emergió entre las aguas llamó su atención. No supo distinguir bien quién pudiera ser, pero de lo que sí estaba seguro era de su naturaleza humana. Esa persona jugueteaba con los delfines, subiéndose encima de ellos y cabalgándolos por entre las olas.

Todo aquel juego sorprendió al caballero de Escorpio, quien se decidió a tratar de captar la atención de esa persona, pero sabiendo que si gritaba despertaría a sus compañeros de celda, decidió que lo mejor sería crear una señal luminosa.
Sin tiempo que perder, Milo levantó el dedo índice de su mano derecha y lanzó una aguja escarlata al agua.
Aguardó unos instantes, buscando entre las sombras algún atisbo. Pero los delfines y el ser seguían muy concentrados en el juego de saltos y chapoteos en la distancia.
Sin pensarlo dos veces, volvió a intentarlo, esta vez lanzando tres aguijonazos.

Pero consiguió el efecto adverso, puesto que los delfines, asustados por aquel ataque, emprendieron la huida hacia el horizonte, alejándose raudos de aquel ataque.

El griego exhaló un suspiro de resignación e iba a retirarse a su catre cuando escuchó una voz femenina recriminándole su actitud.
—Oye tú, ¿por qué asustas a los delfines?
El tono fue algo elevado, por lo que Deathmask se revolvió en su cama pero afortunadamente prosiguió durmiendo. Shaina rechinó los dientes y bufó algo ininteligible.
Rápidamente, el caballero de Escorpio regresó a la puerta de la celda y pidió a esa persona que por favor hablara más bajo para evitar despertar a sus compañeros.
—¡No te jode!— siseó la muchacha—. El que ha armado alboroto espantando a mis amigos has sido tú y ahora me pides discreción.
—¡Vale, vale! ¡Perdona que hiciera eso!— susurró Milo a modo de disculpa—. No era mi intención herirte ni a ti ni a los delfines, simplemente quería llamar tu atención para no despertar a esos— dijo refiriéndose a los otros dos. El griego entonces descubrió los cabellos rubios de la muchacha que tenía enfrente y reconoció a la nereida.
—¡Tethys!— dijo alegrándose de ver a la joven—¡Por un momento pensé que eras otro ser!

La danesa parpadeó incrédula y miró a Milo perpleja.
—¿Qué te pasa? ¿No puedes dormir o qué?— preguntó ella al reconocer la voz del griego.
—Qué va, ¿con estos dos? Imposible— respondió él sacudiendo la cabeza—. Tú eres amiga de uno de mis mejores amigos, Kanon, ¿te suena?
Con un leve cabeceo la nereida asintió con un "para mi desgracia". Esbozando media sonrisa, el caballero de Escorpio supuso la razón de aquella respuesta, para a continuación componer una expresión de angustia.
—Tethys, por favor…¡sácame de aquí!— pidió el caballero de Escorpio aferrándose a los barrotes—. ¡Te daré todo lo que me pidas!
La muchacha dejó escapar un suspiro y se cruzó de brazos.
—¿Tanto te disgustamos los habitantes marinos que no quieres ayudarnos? No sé qué habrás hecho, pero si estás aquí es por algo— dijo ella con acritud.
Rápidamente Milo soltó los barrotes y giró la cabeza, al escuchar el movimiento detrás de él. Una vez que cesó, volvió el rostro.
—No es eso— respondió él sacudiendo la cabeza—. Mira, no me importaría estar aquí…siempre y cuando no fuera con ellos. Especialmente con ella.

Esta frase incitó el interés de la nereida, quien se acercó más a la puerta de la celda para poder oír mejor lo que el griego quería contarle.
—Simplemente no la soporto— dijo él desesperado—; tú no la conoces del día a día, está loca.
—¿No me digas?— soltó la nereida dejando escapar media risa—. Esa idiota se atrevió a enfrentarse a mi dios…
Ahora era el hombre quien aguantó la risa al escuchar aquello.
—Sí…en el sótano de su fracaso siempre hay una planta más…— añadió con sorna—. Pero bueno, no nos alejemos del tema principal. Sácame de aquí te lo ruego…

Tethys se pasó la mano por la frente y exhaló. Después volvió a mirar los ojos tristes del caballero de Escorpio, pero negó con la cabeza.
—No puedo, no depende de mí esa decisión— informó la joven—; ni siquiera de Poseidón. Depende única y exclusivamente del Sumo Sacerdote de vuestra orden. Lo único que puedo decirte es que mi dios está un poco mosqueado porque sólo habéis venido tres guerreros en lugar de cuatro, tal y como había pedido.

Milo se quedó pensativo unos instantes y le preguntó a ella sobre aquel hecho. La nereida se rascó la cabeza unos segundos.

—Pues es que Poseidón le pidió a tus compañeros Saga y Kanon que le dieran ese recado a Shion, pero por alguna razón no se ha cumplido.

Con una expresión de sorpresa al principio, el griego terminó exhalando un suspiro al reconocer los causantes de ese malentendido
—No debería ni sorprenderme esto…— musitó él—. Bueno, lo primero que deberías hacer es hablar con ellos en cuanto puedas y de paso le dices a Kanon que venga a verme que tengo un recado para él.

Tethys iba a replicar cuando escucharon un crujido proveniente del fondo de la celda. Al ver que un bulto oscuro se estaba incorporando, Milo agitó las manos indicándole a la nereida que se esfumara lo más rápido posible.

La amazona de Ofiuco se restregó los ojos y miró hacia la puerta antes de echar la fina manta a un lado y levantarse.
—¿Con quién hablabas?— preguntó la joven al griego, segura de haber escuchado un chapoteo.
—Con mi sombra, ¿qué pasa?— contestó de mala gana el caballero de Escorpio.
—Pues si ya has terminado de hablar contigo mismo, vete a la cama y déjame dormir, que me has despertado— bufó ella arrugando el ceño.
Milo ni se inmutó, por lo que la muchacha terminó enfadándose.
—¿No me has oído o qué?¡Arrea para la cama de una vez y deja esas conversaciones para cuando no haya nadie!— terminó alzando la voz.

Mordiéndose la lengua para no soltar un improperio, el griego siguió aferrado a los barrotes.
—Te he oído perfectamente pero tú no eres nadie para decirme lo que tengo que hacer, ¿te ha quedado claro, niña?— replicó ásperamente él y al escuchar un gemido del fondo de la cueva, chasqueó la lengua—. Ahora lidia tú con el Centollo encabronado, que le has despertado.
—¡Que no soy una niña!—gritó furiosa Shaina, sin percatarse de que su compatriota recogía una zapatilla del suelo y se la arrojaba a la cabeza, acertando de pleno.
La amazona se llevó la mano a la cabeza dolorida y se giró haciendo rechinar los dientes de ira.
—¡Cállate de una puta vez, ragazza impertinente!¡Quiero dormir!— espetó el caballero de Cáncer.

Por respuesta, la amazona comenzó a soltar una retahíla de insultos en italiano a viva voz, mientras recogía la zapatilla que le había arrojado Deathmask y la lanzó fuera de la celda, cayendo al agua. Su compatriota prosiguió replicando a todos los insultos que recibía y soltando unos cuantos más de su propia cosecha, sin que le pareciera importar que Shaina había lanzado su deportiva al mar.

Mientras los dos colegas mantenían la refriega verbal que amenazaba con pelea, Milo se incorporó de la puerta de la celda y se dirigió a su cama, pasando por alto a sus compañeros.
—¿Pero y mi otra zapatilla?— se preguntó el caballero de Escorpio. Al comprobar que los zapatos de Deathmask estaban al pie de su cama y que a él le faltaba la derecha de sus deportivas, el griego se pasó una mano por la cara y bufó una maldición que abarcaba a los dos italianos.