P. 1 (Introducción).

John Watson se encontraba delante de la tumba de Sherlock. La miraba con los ojos llorosos, esperando que todo fuera mentira, que fuera un mal sueño. Estaba ante la tumba del que se convirtió en su mejor amigo, en su compañero de aventuras…

-Estaba tan sólo… y te debo tanto…

Tenía que sacar todo el dolor que lo embargaba, tenía que contarle lo que sentía aunque eso supusiera hablarle a un recuerdo y a lo que quedaba de él. Ese dolor lo había convertido en un muerto en vida.

-Hubo ocasiones en que ni siquiera pensé que fueras humano… pero déjame decirte esto. Fuiste la mejor persona… el ser más humano… que nunca he conocido. Y nadie va a convencerme jamás de que me dijiste una mentira.

Y a pesar de que sabía que no iba a volver, a pesar de haberle visto saltar y morir delante de sus ojos, todavía conservaba un resquicio de esa esperanza que nunca se pierde.

-Pero hay otra cosa más, otra cosa más… un milagro más, Sherlock… por mí… No… estés… muerto… ¿Harías eso por mí? Sólo detenlo, detén esto…

Y en ese momento su corazón se volvió a retorcer y las lágrimas volvieron a sus ojos. Eran las lágrimas de un soldado que a pesar de haber sido testigo de tantas muertes, no soportaba la de una sola persona. La muerte de Sherlock. El dolor lo volvió a golpear y no pudo evitar venirse abajo. Pero había algo de lo que John no se había percatado. A escasos metros de él le había estado observando alguien. Alguien que se había convertido en su verdugo.

Sherlock había observado con cautela cómo John le rogaba y se venía abajo entre súplicas. A pesar de que siempre suprimía las emociones no carecía de ellas y ver a John así le afecta más de lo que nunca podría mostrar. Bajo ese rostro serio y sin emoción se escondían la tristeza y el dolor de un hombre que había encontrado y perdido a un amigo de verdad. Pero no podía todavía revelarle la verdad, eso no era racional.

No había ido nadie al entierro, sólo la señora Hudson y el doctor. No acudió nadie de la comisaría, ni siquiera Lestrade y tampoco acudió Mycroft. Él era el culpable de que Sherlock cayera en las manos de Moriarty. A pesar de ser consciente de que tiró a su propio hermano al vacío de la muerte no se dignó a presentarse en el funeral. John jamás entendería cómo pudo anteponer su trabajo a su hermano, a su familia y por supuesto, jamás le perdonaría.

Apenas sentía ya su cansado corazón. No quería otra cosa más que permanecer allí esperando una respuesta a sus plegarias… pero sabía que no las tendría. Sherlock se había ido para siempre y él no había podido hacer nada. Eso era algo que iba a cambiar, así que como buen soldado se recompuso, se cuadró y abandonó el cementerio con su característico deje militar.