Los vikingos no lloran.

Hipo volvió a parpadear, tratando de alejar el escozor que sentía en los ojos de tanto llorar. Los vikingos no lloran, se repitió mentalmente por millonésima vez. ¿Pero cómo podría un niño de 6 años no llorar con lo que acababa de ocurrir? Su papá lo había asustado mucho esa vez.

Estoico lo había llevado a un lago cerca de la aldea, oculto en medio del bosque para enseñarle a pescar. Todo estaba saliendo bien, la rodilla de su padre le explicaba cómo debía lanzarse una lanza para atrapar un pescado (para el pequeño Hipo lo único que podía ver de su padre a menudo eran sus rodillas, debido a la extrema diferencia de alturas). Minutos después, Estoico empezó a hacer demostraciones con explicaciones detalladas; cuando el pequeño castaño escuchó algo moverse en los arbustos.

-Papá, ¿qué es eso?-preguntó inocentemente el pequeño, completamente ya distraído de la lección. El Vasto se giró y empezó a caminar cautelosamente hacia dónde su hijo había señalado.

-Quédate dónde estás, Hipo. Yo iré a ver-le ordenó sin voltear a verlo-Podría ser peligroso-.

-¿Peligroso? Pero, ¿qué tal si es un troll?- la idea de que la criatura mitológica se apareciera frente a sus ojos le fascinaba.

Estoico suspiró con exasperación, se masajeó las cejas con sus dedos índice y pulgar, y después se pasó la mano por el enredado cabello pelirrojo.

-Hipo, por última vez; los trolls no existen-.

-Pero Bocón dijo que….-.

-¡No existen!- exclamó perdiendo su de por sí pequeña paciencia- Ahora, por favor, quédate dónde estás. Qué-da-te- le repitió, señalando el suelo con su dedo índice con cada sílaba.

El pequeño fijó la mirada en el suelo, ligeramente intimidado al ver a su padre molesto. Después el líder de la tribu se internó más en los bosques; dejando a Hipo solo.

Los ojos verde oscuro empezaron a escanear sus alrededores, mientras se balanceaba sobre sus pies de adelante hacia atrás. Tragó dificultosamente, sin su padre junto a él; era difícil no sentir miedo de todas esas formas retorcidas que se producían cuando al aire movía las ramas, proyectando aterradores sombras en el suelo y con todos esos sonidos de la naturaleza a su alrededor, recordándole que no estaba solo, pero tampoco muy bien acompañado. Hipo ya sabía lo que su padre diría; no debía tener miedo, los vikingos no tienen miedo.

Respiró profundo y aguardó, tratando de encontrar la figura de su padre volviendo de entre los árboles. Pero, de pronto, el niño pudo escuchar un rápido zumbido junto a él; giró sobre sus talones tan rápido como pudo y vio una pequeña figura pasar rápidamente entre los arbustos.

¡Un troll!, pensó. Sabía que Bocón no podía estar tan equivocado, todavía lo recordaba hablar de los trolls y de cómo se robaban los calcetines. ¡Pero solo los izquierdos!, remarcaba, sacudiendo su dedo índice. Por un segundo, se preguntó si era posible que fuera un dragón; pero inmediatamente lo descartó.

Hipo había visto muchas invasiones de las bestias en las noches desde la ventana de su casa (cuando no estaba encendida en llamas, claro) y todos eran terriblemente grandes. No podía haber uno tan pequeño. Emocionado, y sin poder contener su activa curiosidad empezó a seguir a la sombra que se movía rápidamente por el lugar.

Tuvo que correr para poder mantenerle el paso al ser, y eso mezclado con su enorme gracia al caminar y su magnífico balance; ocasionaron que el niño se tropezara en varias ocasiones, raspándose las rodillas y las manos.

En unos minutos, pudo escuchar la potente voz de su padre llamándolo; y se detuvo por unos segundos. Probablemente él estaría molesto si daba media vuelta y volvía; lo regañaría por no haber seguido sus órdenes. Pero, si capturaba el troll probablemente no estaría tan enojado, y su padre por una vez estaría orgulloso de él. Cuando ese último pensamiento brillando en su inocente cabecita, se decidió y siguió corriendo.

Más adelante, Hipo se encontró con un claro, redondo y cercado por árboles. No había lugar dónde esconderse, pues solo había pasto en el suelo, y estaba bastante corto. El pequeño tomó el cuchillo que su padre le había dicho que llevara siempre consigo y empezó a caminar hacia el centro del claro, girando para poder ver todo lo posible a su alrededor.

Entonces, en una de las orillas del lugar, los arbustos empezaron a moverse, aproximándose hacia él. Tratando de no temblar, Haddock apuntó su cuchillo hacia esa dirección, y esperó. Pero lo que salió de la oscuridad de los árboles, definitivamente no era un troll.

Hipo observó horrorizado cómo un Terrible Terror, uno de los dragones más pequeños pero mortíferos de todos, salía a su encuentro. Era pequeño, con espinas en su espalda y un cuerno sobre su nariz. Sus ojos grandes y saltones podrían recordarle a Hipo un perro chihuahua, si los hubiera en Berk. A pesar de su tamaño, eran terriblemente agresivos. Si era difícil para los grandes pelear con ellos, en unos minutos el chico ya estaría muerto. E Hipo lo sabía.

El Terrible Terror se agazapó, listo para saltar sobre el tierno rostro lleno de pecas del niño; sin embargo éste no le dió oportunidad y corrió en dirección contraria a la máxima velocidad que le daban sus cortas piernas.

-¡Papi! ¡Papi ayúdame!-empezó a gritar lo más fuerte que podía; rezando a Thor que Estoico pudiera escucharlo. El dragoncito volaba rápidamente detrás de él, gruñendo y siseando mientras trataba de dispararle fuego.

Entonces, una rama traicionera provocó que el niño se tropezara y rodara un par de metros. Antes de que pudiera ponerse de pie, el dragón ya estaba sobre su pecho, sus garras clavándose en su ropa y rasguñando su piel. El animal abrió la boca, una pequeña bola de fuego formándose en el fondo de su garganta maloliente, un gruñido empezando a salir de ella.

Hipo cerró los ojos lo más fuerte que pudo, esperando que todo fuera rápido e indoloro; cuando de repente el peso del dragón se levantó de su cuerpo, el disparo de fuego impactándose en un árbol detrás de él, rozando su cabeza.

Estoico tomó a la bestia por la cola y la azotó varias veces en el suelo. Después empezó a girarla, y la soltó, enviando a la criatura lo más lejos posible de allí. Hipo se sentó en la tierra del bosque, tratando de regularizar su respiración. Un ardor le recorrió el pecho y pudo ver como sangre emanaba de tres largas líneas que recorrían todo su pecho.

El Vasto se acercó a él, lo tomó bruscamente de un brazo y lo puso sobre sus pies.

-Camina-le ordenó sin decirle más. Claro que Hipo sabía que no era necesario que dijera más. Estoico no pronunció otra palabra en todo el trayecto de vuelta a casa; ni cuando le estaba curando las heridas a su hijo.

En poco tiempo el pecho del pequeño estaba envuelto en suaves vendas blancas. Éste se estaba poniendo de vuelta su camiseta verde, cuando decidió romper el hielo. Craso error.

-Papá…..yo…-.

-No digas nada- susurró dándole su enorme espalda; mientras terminaba de guardar los suplementos de primeros auxilios.

-Pero yo…-pero el niño volvió a ser interrumpido por un más que fúrico Estoico.

-¡Te dije que te quedaras dónde estabas, Hipo!- gritó mientras hacia gestos con sus manos- ¡Te lo dije muy claramente! ¿Pero me hiciste caso? ¡Claro que no! La más simples órdenes, Hipo, no puedes hacer algo bien por una vez-.

-Pero papá, pensé que era un troll-trató de justificarse, su voz a punto de quebrarse.

-¡Pero si te dije que NO existían!- continuó- Pero tú no puedes escuchar lo que te digo. ¡Pudieron haberte matado! ¡Esa bestia infernal ya te tenía en sus garras! ¡Pudiste haber...!- pero el sonido del cuerno le avisó al vikingo que había un nuevo arribo en la bahía.

Estoico se sentó en una silla cercana, tratando de recuperar la compostura; mientras que su hijo hacía lo mismo, aguantandose las ganas de llorar.

-Tengo cosas más importantes que hacer que estar discutiendo contigo, hijo. Ahora escúchame muy bien-se acercó a él, mucho más calmado- Quédate aquí. Quédate. Por amor a Thor, no pongas un pie fuera de esta casa. ¿Me entendiste?- el pequeño asintió sin mirarlo a los ojos- Bien- se acercó a la puerta, la abrió y antes de salir agregó, con un dejo de incomodidad y duda en su voz- Ahora….am, descansa. Debes dejar sanar tus heridas-.

Y con esa frase, Hipo se quedó solo. Otra vez. El pequeño no podía soportar estar encerrado, así que decidió salir a ver a su mentor: Bocón. Hipo había empezado a trabajar con él desde un par de meses atrás, en un intento de Estoico para que el niño no solo tuviera algo en lo que mantenerse ocupado y fuera de problemas, sino para que adquiriera alguna habilidad.

El vikingo en cuestión se encontraba en su taller, como siempre. Arreglando martillos y afilando espadas, mientras silbaba alegremente, haciendo vibrar su diente de piedra de manera graciosa. Hipo pasó junto a él, totalmente desapercibido; de nuevo gracias a la diferencia de alturas. No fue hasta que empezó a martillear una espada para enderezarla cuando Bocón lo saludó.

-¡Hipo! No te vi entrar-le dijo mientras tomaba 10 martillo con sus fuertes y rechonchos brazos.

-Lo sé-respondió él.

Sin más que decir, siguieron con su trabajo por un rato. De vez en cuando, Bocón le echaba miradas inquisidoras a Hipo. Él podía estar seguro de que algo había salido mal; sin embargo, también sabía que siendo tan terco como su padre, no querría èl hablar de ello. Aunado a la ausencia de la madre de Hipo, Bocón había tomado un papel de mediador entre padre e hijo.

Quizás no le correspondía hacerlo, pero lo hacía por lealtad a su viejo amigo Estoico y por lástima del pequeño y frágil Hipo. A diferencia de su padre, Bocón no tenía esperanza de que Hipo se convirtiera en un buen vikingo, sino más bien tenía esperanza de que en algún momento Estoico se diera por vencido y dejara a Hipo ser.

Claro que ese tipo de asuntos iban mucho más allá de lo que él estaba dispuesto a llegar. Aguardando en silencio a que el chico quisiera decir algo, el manco y cojo vikingo fundió metal para crear nuevas espadas. Poco después, Estoico apareció en el taller.

-Pensé que te había dicho que te quedaras en casa- le dijo, tratando de no hacerlo sonar como un reclamo. El castaño se quedó congelado un segundo, paralizado pensando que decir, cuando Bocón intervino y le dio una mano.

-Yo lo traje aquí, Estoico; espero que no te moleste. Lo ví solo y pensé que sería bueno ponerlo a trabajar- comentó con tranquilidad. Los ojos verdes siguieron clavados en el Vasto, quién se dio por satisfecho con la respuesta para después agregar:

-Ven conmigo, hay alguien a quién quiero presentarte-.

Haddock dejó inmediatamente lo que estaba haciendo y acompañó a su padre a dónde quiera que se dirigían. Mientras caminaban, pudo observar el enorme barco que había llegado poco tiempo atrás. Jamás había visto esa bandera, tenía una forma muy extraña; casi imposible de descifrar. A los ojos de Hipo, parecía un copo de nieve.

Pronto llegaron al gran salón, dentro había mucha gente que no conocía. No era difícil diferenciar entre los visitantes y la gente de Berk, pues estos últimos traían cascos vikingos, espadas o alguna otra cosa típica de la vestidura local. En cambio, los recién llegados eran cafés en todo aspecto; sus cabellos, sus ojos, sus ropas. Para el pequeño era muy extraño.

Finalmente, ambos vikingos llegaron hacia la mesa central, donde los más importantes combatientes de la aldea, brindaban y comían alegres. Entre ellos estaba un hombre de cabello café corto, ojos brillantes y sonrisa traviesa. Sonrió al ver a Estoico aproximarse y después bajó la mirada a su acompañante.

-¡Ah, Estoico! Este debe ser tu retoño-dijo, con una alegría cálida que no era muy común en Berk.

-Así es-sonrió el Vasto, mientras le daba una palmada en la espalda a su hijo, haciéndolo avanzar dos pasos de tropezón- Hipo, este es John; líder del pueblo de Jamestown. John, mi hijo Hipo-.

-Es un placer conocerte jovencito- se acuclilló para estar más a la altura del niño- Tengo alguien a quién presentarte, estoy seguro de que serán buenos amigos-.

Uh-oh. Malas noticias. Esa no era la primera vez que algún líder de algún pueblo venía a hacer visitas diplomáticas a su padre, y traían a sus hijos en un intento de hacerlos congeniar con él y tener algo más con lo que establecer relaciones fuertes con Berk. Sus experiencias anteriores no habían sido precisamente buenas; había un chico que venía cada cierto tiempo junto con su padre a firmar acuerdos con Berk. Éste chico, al que le decían Dagur el desquiciado, siempre trataba de matarlo cuando venía de visita. Hipo se temía que ésta no fuese una excepción a la regla.

-Jackson, ven aquí muchacho-llamó John en voz alta. Un entusiasmado ''Ya voy'' apenas se escuchó por encima del ruido del lugar y en pocos minutos, un niño de la edad de Hipo, con cabello castaños y ojos de chocolate derretido apareció de entre la multitud. Definitivamente era su hijo, se parecía a todos los demás- Éste es mi hijo-.

El chico sonreía entusiasmado, y al menos a primera vista, no se veía tan mortífero como todos los otros niños que el ojiverde conocía.

-¡Hola!-saludó emocionado- Me llamo Jackson. ¿Tú cómo te llamas?-.

-Hipo-contestó tímido.

-¿Hipo? ¿Qué clase de nombre es Hipo? ¡Ouch!-exclamó cuando recibió una palmada en la cabeza por parte de su padre.

-¡Jackson Overland! ¡Compórtate!-le regañó, para después volver a sonreír- ¿Por qué no se van a jugar juntos mientras los grandes arreglamos nuestros asuntos?-.

Hipo abriò la boca para protestar, pero antes de hacerlo Jackson ya lo estaba jalando por el brazo hacia la salida del Gran Salòn. Ambos lìderes los despidieron con un movimiento de sus manos, entonces el castaño vikingo supo que todo estaba perdido.

Ràpidamente ambos pequeños se encontraron afuera, con toda la aldea para ellos solos. Los ojos cafès de Jackson brillaban de la emociòn de estar en un lugar nuevo.

- Y bien ¿què hacemos?-cuestionò poniéndose en frente de su nuevo amigo.

-Pues, yo no estoy muy seguro-respondiò Hipo sin mirarlo directamente. Jack tratò de ayudarlo un poco.

-Bueno, veamos ¿què juegan los niños por aquì?-.

-Los niños de Berk suelen lanzarse rocas para ver que tan duras son sus cabezas- tìmidamente levantò la mirada para mirar al visitante, quièn estaba realmente confundido.

-¿Rocas? ¿De verdad?-.

-Asì es, rocas de verdad-confirmò tranquilamente.

-Wow-el jovencito se veìa claramente sorprendido- Eso es raro.

-Lo sè- discretamente Haddock empezò a alejarse de su acompañante- Escucha me encantarìa jugar pero tengo cosas que…-.

-Oh, vamos- Jackson lo tomò de nuevo del brazo y empezò a jalarlo en direcciòn a los barcos atados al muelle- Se supone que debemos divertirnos-Girò su cabeza para voltear a ver al hijo de Estoico- Te voy a mostrar algo muy divertido-.

Llegò un momento en que Hipo dejò de tratar de liberarse, pues sin estar muy seguro de si se debìa a su propia debilidad o a la fuerza superhumana de Jackson, no pudo escapar de su agarre. En unos minutos se encontraron frente a la escalerilla que les permitìa abordar el gran navìo.

Con total confianza, el forastero entrò al lugar, mientras que Hipo caminaba lentamente, sintiéndose no invitado.

A lo lejos escuchaba al chico susurrar que lo siguiera, lo escuchaba instarlo a que se diera prisa. Despuès de atravesar unos cuantos pasillos, se encontraron con un dormitorio que, ademàs de tener las tìpicas literas atornilladas a la pared, tenìa una especie de jaula en un extremo de la habitaciòn.

A un lado de la jaula, estaba Jackson sonriendo orgulloso.

-Èsta es mi màs preciada posesiòn- dijo, invitando a Hipo a que se acercara. Èste lo hizo, extrañado al darse cuenta que la jaula no tenìa techo, y no tenìa paja o agua como las tenìan todas las jaulas. Un extraño sonido venìa de ella, y al asomarse se encontrò con un pequeño ser; como un diminuto humano arrugado.

-¿Què es eso?-preguntò Hipo curioso, una vez perdido el miedo.

-Es un bebè-explicò Jackson-Es como un niño pero muy diminuto y joven-.

-Definitivamente es diminuto, yo pensè que yo era el humano màs pequeño del mundo-.

-¡Claro que no!-riò su compañero- Todos nacemos asì de chiquitos. O al menos eso dice mi mamà. Ella es Emma, mi hermanita menor. Yo la cuido-exclamò la ùltima oraciòn sacando el pecho orgulloso.

-Wow-Haddock sonriò, viendo a la bebita con sus ojitos cerrados, sus extremidades muy pegaditas a ella- ¿Y què hace?-.

-Pues come y llora y duerme. Eso es lo que hace. Pero mamà dice que es temporal. Ella dice que cuando Emma crezca, mi hermanita jugarà conmigo y que yo la protegerè de todo-.

-Suena asombroso-replicò el otro, tratò de ocultarlo pero enviaba ligeramente a Jackson; Hipo tambièn querìa alguien con quièn pudiera jugar. Era difìcil estar tan solo en ocasiones.

-Le enseñè un truco, ¿quieres ver?-el castaño asintiò- Bien, si le pico su mejilla, ella levantarà su manita. Observa-.

Y efectivamente, cuando Emma sentìa que alguien tocaba su mejilla, en un movimiento reflejo su puño se levantaba, sin perturbar su sueño. Los pequeños rieron al verla moverse, y tambièn cuando su manita comenzò a bajar lentamente. Jackson invitò a Hipo a intentarlo, que estuvo màs que encantado de hacerlo. Estaban ambos absortos admirando a la pequeña humana, que no notaron cuando una mujer entrò a la habitaciòn.

-¿Què estàn haciendo?-preguntò desde la puerta de la habitaciòn. Hipo se girò bruscamente, y se encontrò con una mujer de facciones suaves y càlidas. Le recordaba mucho al papà de Jackson.

-Jackson, ¿quièn es tu nuevo amigo?-preguntò ella sonriendo.

-Ah, èl es Hipo-respondiò sin dignarse a darse la vuelta, èl seguìa muy ocupado con su hermana menor- Es hijo del jefe Estoico-.

-Vaya, asì que tu eres su hijo- dijo ella, inclinándose sobre el pequeño- He escuchado mucho sobre tì, Hipo. Yo soy la mamà de Jackson-.

Finalmente, èste ùltimo se les uniò, sonriendo de oreja a oreja.

-Bueno, ya terminamos de jugar con la bebè. Ahora iremos afuera. Vamos Hipo, adiòs mamà- y de nuevo se repitiò el jaloneo anterior. La joven madre apenas tuvo tiempo de decirles que tuvieran cuidado antes de que los niños estuvieran fuera de su vista. Haddock se preguntaba si alguna vez el entusiasmo y energìa de Jackson se acabarìan.

-¡Oh, tengo una idea! Tù ya conoces a toda mi familia, ahora yo quiero conocer a la tuya-.

-Pero, Jackson tu ya conoces a toda mi familia-.

-Pero no he visto a tu mami aùn, tonto-dijo èl como si fuera la cosa màs obvia del mundo, sin embargo; se arrepintiò tan pronto como vio el rostro de su compañero oscurecerse- Oye ¿què te ocurre?-.

-Yo…..yo no tengo mamà-.

-Pero todo el mundo tiene una mamà-replicò incrèdulo.

-No yo. Solo tengo un papà. Mi mamà ya no està conmigo desde que….era bebè, supongo. A mì papá no le gusta hablar de eso-.

Overland mirò con tristeza los ojos verdes de su amigo, clavados en el suelo mientras hacìa su confesiòn.

-Es por eso que llorabas hace rato. ¿Porque extrañas a tu mamà?-.

-No, no lloraba por mi mamà-contestò consternado el vikingo- Y ¿còmo sabìas que estaba llorando?-.

-Tenìas los ojos y la nariz roja cuando llegaste al salòn. Asì que o tienes severas alergias en medio del invierno o estabas llorando-Los ojos cafès del pequeño se estrecharon cuando sonriò al ver a Haddock enrojecer- O no tengas vergüenza, no està mal llorar-.

- Los vikingos no deben llorar-murmurò èl entre dientes con sus puños apretados a sus costados. Entonces sintiò un puñetazo juguetòn en su brazo- ¿Oye, què te ocurre?-.

-No seas tonto, Hipo. Todos lloramos, yo tambièn lloro a veces cuando me asusto, o cuando me regañan. Y està bien, mamà dice que asì es còmo sacas la tristeza de tu cuerpo, y que si no la sacas, puedes enfermarte-.

-¿De-de verdad?-preguntò horrorizado Hipo.

-De verdad, asì que cuando tengas ganas de llorar, llora. Sin importar lo que te digan-entonces Jackson tomò de nuevo el brazo de su amigo y lo jalò hacia un àrbol cercano- Ahora vamos a divertirnos, que odio aburrirme-.

Al llegar, èste ùltimo empezò a trepar de una manera tan àgil y ràpida que le darìa envidia a cualquier mono araña experimentado.

-¡Jackson, baja de ahì!-le gritò Hipo- Te vas a caer-.

-¡Jack!- fue todo lo que recibiò por respuesta. No dijo nada por unos minutos, hasta que la cabeza del castaño apareciò colgando de una de las ramas, completamente boca abajo- Odio que me digan Jackson. Si quieres ser mi amigo, dime Jack- entonces se puso al derecho y le tendiò una mano al ojiverde- Me voy a quedar tres dìas, con mis padres. Asì que puedes: o jugar conmigo e intentar tener grandes aventuras juntos o puedes quedarte en tu casa aburrido. ¿Què dices?-.

Hipo no dudò mucho, tomò la mano de Jack y trepò hasta la rama dònde estaba el ùltimo sentado. Con una gran sonrisa aceptò el trato, y ambo caballeros se dieron la mano sellando el compromiso. Para Hipo, esos serìan unos de los pocos recuerdos alegres que èl tendrìa de su infancia. Y los únicos que tendrìa de su amigo Jack.