Capítulo 1
La mujer que se reía tontamente en la estación de enfermería era demasiado para Rachel. Normalmente esa pequeñez no le molestaba. Incluso solía unirse a la diversión en algunas ocasiones, cuando las noches en la sala de emergencia eran lentas y relativamente calmadas.
Esta noche no era uno de esos momentos.
Se encontraba exhausta, gracias a los dioses de los colchones que estaba cerca del final de su turno. Su cabeza le latía como una batería, había sido pateada y vomitada por un irritable niño de cuatro años. A pesar de que se había cambiado de uniforme, el olor no dejaba sus fosas nasales, cuatro ibuprofenos y tres tazas de café, no habían hecho nada para aliviar las otras dos cosas.
Odiándose a sí misma un poco, miró a la historia médica en la que escribía y aclaró su garganta. Las risas pararon, y por algunas de las miradas que le dieron mientras las mujeres se dispersaban mientras decía su nombre con unas cuantas mierdas en la lista. Suspiró haciendo una nota mental para complacerlas con un decadente postre, con la esperanza de borrar el apodo de "perra" que le habían asignado.
Mercedes, una amiga y una de las enfermeras que se habían unido al personal en el Atlanta General alrededor del mismo tiempo que Rachel, se acercó a donde se encontraba, con una sonrisa comprensiva en su rostro. Desafortunadamente, Mercedes todavía sostenía una historia médica de un paciente en la mano.
Le dio una palmadita en la espalda a Rachel. —Todo terminará pronto.
—Sólo para ponerse en marcha otra vez en doce horas —dijo Rachel con ironía. No es que odiara su trabajo. Eso se hallaba muy lejos de la realidad. El turno de hoy había sido particularmente difícil, y el dolor de cabeza incesante sólo lo hizo peor.
—Esto podría hacerte sentir mejor. —Colleen le entregó el archivo y le guiñó un ojo—. Habitación seis.
Curiosa, Rachel miró la hoja, por costumbre escaneó la información médica primero antes de que sus ojos se posaran en el nombre. Yendo con reserva por el medio del pasillo concurrido, parpadeó, pensando que de alguna manera había leído mal lo que decía, y miró el nombre de nuevo Quinn Fabray. Nope, no había error.
Tal vez no era la misma Quinn Fabray que había conocido hace ocho años. Fabray era un apellido muy común. Así como lo era el nombre Quinn, se dijo. Pero entonces, leyó la fecha de nacimiento. El año coincidía con el suyo.
Maldita sea.
Bueno, eso explicaba los comentarios de Colleen y por qué las enfermeras estuvieron tan animadas, porque le habían dado un vistazo a él.
Miró a Colleen que ahora se hallaba en el teléfono, y luego miró a su alrededor para ver si había otros médicos a quienes podría entregar el archivo, para poder ir a esconderse en un armario de suministros hasta que este particular Quinn Fabray, abandonara el edificio. Claro, era cobarde de su parte y poco profesional también, pero ver a este particular Quinn Fabray de nuevo podría ser desastroso.
No servía de nada. La sala de emergencias estaba llena, y estaban cortos de personal esta noche. No había más remedio que enfrentarse al demonio de su pasado. Rachel reunió todas las fibras de la fortaleza que tenía dentro y abrió la puerta a la sala de examen número seis.
Cuando Quinn levantó la mirada, la sonrisa de pirata dividió su boca llena y arrugó las comisuras de sus ojos azules, verdes. Llevaba el cabello rubio muy corto, y en uno de esos estilos desordenados que envidiaba de los otros que lucían como si tardaran dos segundos en lograrlo.
Que Dios la ayudara, el tiempo había sido muy, muy bueno con ella.
Rachel, por otro lado, se sintió un poco marchita en sus Nike. Probablemente parecía basura reciclada y olía a vómito. No llevaba maquillaje, su cabello castaño se encontraba recogido en una cola de caballo andrajosa, que no había tocado desde que se había duchado antes de venir a trabajar, y su bata de color verde podrido sin duda hacía que su tez se viera demacrada. Impresionante.
Espera, ¿Por qué se preocupaba por cómo se veía? Y maldita sea, también se sonrojaba. Con esa piel blanca, su cara se iluminaba como un anuncio de neón.
—Hola, Rach —le dijo con la misma voz que aún podía oír en sueños ocasionales.
No, pesadillas.
—Quinn
Rachel reunió toda su fuerza para dar un paso más cerca de donde se hallaba sentada en el borde de la estrecha camilla de hospital. Sus largas piernas colgaban sobre un lado, los dedos de sus pies casi tocando el suelo. Llevaba vaqueros desteñidos, botas de cordones desgastados, y una camiseta blanca. Una chaqueta de motociclista de cuero negra y un casco plateado en la silla junto a la cama. Al menos tuvo el buen sentido de usar uno.
—Es bueno verte. Felicidades —dijo, señalando a la identificación que se hallaba en la parte superior de su bata.
—Gracias. —A propósito no hizo recíproco el comentario "es bueno verte" porque no le gustaba tener que mentir a menos que fuera absolutamente necesario.
—Siempre supe que lo harías.
—Entonces tenías más confianza en mí que yo. Estuve a punto de renunciar más de una vez.
—Pero no lo hiciste, y ahora mírate. Doctora Rachel Berry. Me alegro por ti.
Rachel murmuró otro incómodo—: Gracias. —Y echó un vistazo a la historia médica de Quinn con la esperanza de evitar más charla. Se encontraba aquí por una quemadura en el antebrazo izquierdo. Se dio cuenta de que sostenía un poco el brazo hacia un lado para que no rozara la ropa, con la mano apoyada en el muslo.
Al darse cuenta de que tenía que tocarlo, Rachel se puso un par de guantes de látex. Aunque era necesario, también proporcionaría una barrera fina entre los dedos y la piel. —Déjame ver la quemadura.
Extendió el brazo frente suyo, torciendo la muñeca para que pudiera examinar la lesión. Podía sentir su mirada como un contacto físico, sentir el calor de su cuerpo irradiando hacia ella. Quinn siempre había sido una de esas personas que eran intrínsecamente amables y tolerantes. Nada parecía inquietarle. Y, a pesar de su buena apariencia y una personalidad de buen trato, olía increíble, como el cuero mezclado con un toque sutil de algo picante.
Caray, Rachel enfócate en tu trabajo.
La quemadura abarcaba un área de aproximadamente el tamaño de la palma de la mano, a mitad de camino entre la muñeca y el codo.
Parecía irritado, con la piel roja, hinchada y caliente. Había un par de puntos más cerca del centro que empezaban a subir en pequeñas ampollas, pero por suerte para ella no era grave.
—Es más que nada de primer grado con una superficie de segundo grado leve en el centro. No será necesario desbridamiento, sólo un poco de crema antibiótica y un vendaje suelto por una semana o más mientras se recupera. También necesitarás permanecer alejado del sol. Puedo escribir una receta para analgésicos si crees necesitarlos.
—No, estoy bien.
—El ibuprofeno te ayudará con la inflamación.
—Lo tengo. ¿Qué es "desbridamiento" exactamente?
—Con las quemaduras más graves, las capas destruidas de la piel tienen que ser fregadas y extraídas.
Se estremeció visiblemente. —Suena doloroso.
—Ahí es donde la morfina viene muy bien. ¿Cómo te ocurrió la lesión?
—Gajes del oficio. Soy la Sous Chef de Bite.
El estómago de Rachel hizo un pequeño descenso extraño al saber que se hallaba de vuelta en Atlanta, trabajando sólo a unas pocas cuadras del hospital.
—¿Has oído hablar del lugar? —preguntó cuándo permaneció en silencio.
—Eh, sí, creo que sí. Muy popular y un éxito entre los críticos locales. Es propiedad de Santana, ¿Esa chica que está en la televisión una vez a la semana?
Quinn sonrió y Rachel dio un paso atrás, como si esa sonrisa de alguna manera la metería aún más en su campo de fuerza. Ciertamente lo había hecho antes. —Esa es ella. Santana López es quien me contrató. Una gran chef y una buena chica.
Por alguna razón inexplicable, le preguntó—: ¿Cómo acabaste siendo un chef?
Se encogió de hombros, y la sonrisa se le escapó. —Supongo que fue algo que me encontró. Es una larga historia.
Una que no quería oír y, obviamente, ella no quería contar, sobre todo, no a ella.
Sólo era una chica desechable que había follado en la universidad durante siete meses y luego arrojó lejos como el par de guantes, que se quitaba de las manos y depositó en el cubo de la basura.
Rachel tomó su historial médico, sosteniéndolo contra su pecho para que sus temblorosas manos tuvieran algo a que aferrarse. —Una enfermera vendrá dentro de unos minutos para darte tu receta e instrucciones de cuidado. Buena suerte, Quinn. —Agarró el picaporte en un intento desesperado por huir de la sala de examen de repente claustrofóbica.
—¿Qué? ¡Espera! —Antes de que pudiera abrir la puerta, se puso de pie, bloqueando su salida con una gran mano extendida a través del marco—. Rach, no te vayas todavía. Hay cosas que yo... tengo que decir algo, ¿de acuerdo?
Durante mucho tiempo se quedó mirando a través de la estrecha ventana en la puerta, esperando que alguien la viera allí de pie y la convocara al exterior, solicitando su ayuda, cualquier cosa para alejarla de Quinn Fabray y los recuerdos que flotaban a través de ella, luego de que la represa que los había estado conteniendo, de nuevo hubiera reventado.
—Mírame, por favor —dijo Quinn.
Respiró hondo y se volvió hacia ella, sacudiendo la cabeza. —No necesito escucharlo, Quinn. Sea lo que sea que piensas que tienes que decir, no necesito escucharlo.
—Lo siento, Rach.
Realmente no tenía necesidad de oír esas palabras. —¿Por cuánto tiempo?
Frunció el ceño. —No te sigo.
—¿Cuánto tiempo lo lamentaste? ¿Ocho años? ¿O sólo por los veinte minutos que han pasado desde que caminé por la puerta? Mi apuesta está en la segunda. Incluso me atrevería a aventurar una respuesta: que ningún arrepentimiento ha cruzado por tu mente hasta esta noche.
—¡Eso no es cierto! —Pasó una mano por el pelo antes de colocarlas en sus caderas.
Rachel se negó a mirar sus pechos, la forma en que el suave algodón de su camisa se aferraban a ella. Ni siquiera era una camisa real, por el amor de Dios. Era una camiseta de resaque, lavada miles de veces y estirada a través de su torso. Y podría resistir estar en un tamaño más grande, por lo que no destacó claramente la llanura de sus abdominales y el balanceo de sus bíceps. Camisetas así deben permanecer ocultas debajo de otras piezas de ropa, de ahí la razón por la que fueron llamadas camisetas de resaque.
Si trataba lo suficiente, todavía podía recordar cómo olía su piel en ese espacio entre sus pechos, después de un entrenamiento, después del sexo. Estúpida memoria olfativa.
—Siempre lo he lamentado, Rach. Siempre. Tienes que creerme. Nunca hubiese querido dejarte si no hubiera tenido una muy buena razón para ello.
Se veía tan increíblemente sincero y arrepentido. Rachel tuvo que luchar para mantener su fachada de indiferencia ilesa y en su lugar. —Entonces vamos a escucharlo.
Tragó saliva. Su boca se movió como si quisiera formar palabras que no vendrían. Muda, negó con la cabeza en el suelo.
—Está bien, Quinn, de verdad —dijo con resignación, aunque no lo sentía—. Fue lo mejor de todos modos. Con mi pesada carga académica y tratando de entrar en la escuela de medicina, no necesitaba distracción.
El dicho era cierto: una mentira conduce a otra, y solo había dicho una mentira. Ella había sido nada más que apoyo en ese entonces, un oído dispuesto a escuchar, una distracción cuando lo necesitaba, su mejor amiga. Quinn había sido la única persona que la ayudó a aliviar su ansiedad sobre su futuro.
Y también estaba el buen sexo, un potente calmante para el estrés en sí mismo.
—Oh, ¿Así que eso es todo lo que era? Una distracción. Como una molesta avispa tratando de meter mi aguijón en ti. —Torció la comisura de su boca.
Si pensaba que iba a convertir algo pesado en algo ligero, se equivocaba. También se encontraba decepcionada de sí misma, por todavía aferrarse al dolor después de tantos años. Debería haber estado ausente mucho tiempo por ahora, al igual como pensaba que ella lo estaba, pero obviamente ese no era el caso. Al verla de nuevo trajo todo de prisa hacia la realidad.
Rachel alzó la barbilla. —Algo por el estilo.
—Oh. Recuerdo las cosas muy distintas. Me parece recordar que te gustaba mi aguijón.
—Tienes razón, Quinn. Me gustaba. —Forzó una sonrisa—. Bastante en realidad. Justo hasta el momento en que, junto como su dueña, desapareció. Sin una nota, ni una llamada, nada. Lo menos que podrías haber hecho por mí fue haber escrito una carta "Querida Jane" o algo, así no hubiese estado preguntándome si habías sido golpeado por un autobús. Tuve que saber que te habías ido de la escuela por tu compañero, Robbie.
Se acercó más y se echó hacia atrás. Dejarla en su espacio personal era peligroso.
—Es curioso, suena como a mucha preocupación por mí. Pensé que habías dicho que era nada más que una distracción.
Rachel apartó la mano de la puerta y la mantuvo abierta. —Ten cuidado con esa herida —dijo antes de prácticamente correr a la estación de enfermeras.
Empujó el historial a la primera enfermera disponible que encontró, dándole instrucciones rápidas sobre qué hacer mientras garabateaba su firma en los papeles, y luego se dirigió directamente a la sala de descanso y a su casillero. Su turno había terminado oficialmente. Pero no pudo salir del hospital con la suficiente rapidez.
—¿Estás bien? —dijo Colleen detrás de ella, haciéndola casi saltar fuera de su piel.
Puso una sonrisa falsa. —Por supuesto, ¿Por qué?
—Por una cosa, tienes tu suéter al revés.
—Mierda. —Rachel se lo quitó, apagada, y hurgó para darle vuelta al lado correcto.
—Creo que deberías saber que preguntó específicamente por ti, Rach.
Dejó caer el suéter, así que pateó la cosa nada colaboradora en su armario y cerró la puerta. A la mierda. Acababa de pasar frío durante unos minutos hasta que se metió adentro de su coche y se calentó. Era finales de marzo, no mediados de enero. Sobreviviría.
—Estoy adivinando que podrían haber significado algo el uno para el otro en algún momento en el pasado.
—Ah, has atinado allí, Colleen. En. El. Pasado. Te veré mañana.
Rachel se colgó la mochila al hombro y salió de la sala de descanso. Tomó la primera orilla de los ascensores y volvió en sí, pulsando repetidamente la flecha hacia abajo como si eso lo fuera a convocar más rápido. Tan pronto como las puertas se abrieron, se lanzó dentro y apretó el botón P1 para el primer nivel del estacionamiento. Por la forma en que el hospital fue diseñado, una buena parte de su estacionamiento se hallaba bajo tierra. Por desgracia, una mano femenina violó la brecha en el último segundo. Quinn entró, ligeramente sin aliento.
Debería haber tomado las escaleras.
El único otro pasajero, una pequeña señora mayor con un mechón de pelo blanco y un bastón púrpura, miró a Quinn interrogantemente.
—Oh, también voy al estacionamiento, gracias —dijo con una sonrisa que le diría a las flores que florecieran tempranamente. La mujer le sonrió y agarró el pasamano. Probablemente para mantener el equilibrio de toda la testosterona flotando sobre ella. Ya era bastante difícil para una persona joven. Una persona de su edad era susceptible de tener un ataque al corazón.
Rachel se quedó allí y lo miró, con la espalda pegada a la pared de acero inoxidable del ascensor durante la breve caída de dos pisos. No había aparcado en el estacionamiento. El estacionamiento de emergencias se encontraba en otra área del hospital. Y no puedes dudar que se veía aún más caliente en la chaqueta de cuero.
Cuando las puertas se abrieron, Quinn dio un paso atrás, apoyando su mano contra ellas, dejando a la mujer bajar. Tom, uno de los guardias de seguridad del hospital, se detuvo en su trucado carrito de golf.
—Buenas noches, Dra. Berry —dijo con un cabeceo.
—Hola, Tom.
—¿Necesita que la lleve?
—No, gracias, pero estoy segura de que a esta buena señora le encantaría.
Tom saltó y rodeó el carro para ayudar a la señora. Cuando estuvo seguro de que se sentaba en el lugar correcto, se alejó.
Rachel ignoró a Quinn y comenzó a caminar hacia su coche, pero, naturalmente, la siguió. Por supuesto, lo hizo. Iba detrás de ella hacia su Honda Accord de segunda mano que había tenido mejores días, para tratar de cauterizar la herida que había abierto de nuevo. Nada de eso importaba. Podía pedir disculpas hasta el cansancio, pero hasta que le diera una razón legítima por la que le había hecho tanto daño, no quería oír nada más de lo que tuviera que decir. Fue en el pasado, como le había dicho a Colleen, y ahí es donde necesitaba quedarse. O devolverse a toda prisa.
Buscó en su mochila hasta encontrar sus llaves, lo cual era otra cosa que le había hecho, la agitó tan a fondo que automáticamente no las tenía en su mano cuando apretó el paso del elevador. Una regla básica pero vital de la seguridad de las mujeres, y que Quinn Fabray la había hecho olvidar, como si no lo hubiera hecho sin falta todas las noches cuando su turno terminaba. Rachel quería dar vuelta y arrojarle las llaves a la cabeza en señal de frustración. En cambio, apretó los dientes y las metió en la cerradura en el segundo que llegó a su coche.
Quinn puso su casco en el techo del coche, la agarró por el brazo y la hizo girar hasta que su espalda quedó apoyada contra la puerta.
—¿Qué? —Fue todo lo que logró graznar antes de que su boca cubriera la suya.
Su resistencia se derritió más rápido de lo que se podría decir "stat"1. Con un débil gemido, abrió los labios para dejarlo entrar. Su lengua violó el espacio, mientras sus brazos se abrieron paso por la cintura de Rachel, alejándola del coche y estrellándola en su cuerpo duro y caliente.
Sabía que no debía permitir que eso sucediera. Permitir que la besara redefinió la palabra estúpido, pero con cada segundo que duraba el embriagador beso, otra capa de suciedad se despegó de los recuerdos que había enterrado hace tantos años. Hasta que la rodeaban, inundándola en su calor e intensidad. Hasta que juró que podía sentir su piel desnuda presionada a la suya y su peso entre sus muslos.
De alguna manera, sus manos habían hecho su camino hasta sus hombros, sus talones se separaron del concreto para poder acercarse aún más a esa deliciosa boca suya. Siempre había sido tan bueno en esto de los besos, acoplamiento, follando, lo que sea. Al igual que las dos mitades de un todo, cuando se reunieron fue magia.
Quinn Fabray era la mejor cosa mala que jamás había hecho.
Pero las palabras específicas se destacaron desde ese pensamiento... malo y hecho.
Recuperó sus pensamientos confundidos, la empujó lejos de ella, ampliando la brecha tanto como el espacio entre los coches le permitían. Ambas respiraban con dificultad, se miraban el uno al otro, con las bocas húmedas, sus dedos se cerraron en nada a falta de algo físico. Casi se estremeció ante la pérdida.
La chica era peligroso para todas las partes de su cuerpo, no sólo para su lívido oxidada.
—Regresé, Rachel. Esta vez para siempre.
—Voy a avisar a los medios de comunicación.
Se echó a reír. —No me di cuenta de lo mucho que echaba de menos esa listilla boca tuya hasta que tuve una verdadera muestra nuevamente.
Rachel recogió su mochila de donde la había dejado caer al lado de sus pies. —Saboréalo porque no habrá una próxima vez.
Quinn extendió la mano y pasó el pulgar por su labio inferior, que hormigueó. —Vamos a ver eso. —Agarró su casco de la parte superior del coche, metiéndolo bajo su brazo sano—. Conduce con cuidado.
Gruñendo por lo bajo, abrió la puerta del coche y se metió dentro, cerrándolo de nuevo al momento en que su trasero golpeó el asiento. Sólo que ahora no lo hacía para protegerse de algún atacante al azar.
