Hola a todos. Primero quiero agradecerles por entrar. Este fic surge como la continuación de otro de mis bebés llamado Casa Casa Mia, el cual como saben había dejado en un final trágico que ni a mí me parecía que debía ser el final, por esto decidí empezar a escribir Cercasi Amore, que se traduce como "Buscando Amor", continuando con esto de los nombres en italiano y lo que me queda por aprender.
Ah, por cierto: Digimon y sus personajes no son de mi propiedad, los utilizo sin ningún fin lucrativo.
Este será un fic más corto, le apuesto menos de veinte publicaciones, pero ya veré como me va en el camino, quizás terminen siendo más, quizás menos, no lo sé. Repito, igualmente, gracias por leer e interesarse en este nuevo proyecto.
.Cercasi Amore.
Por Miz-n-Rozh.
.Nostro Dicembre.
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"Y es que nada es realmente nuestro, lo que perdemos otro lo toma,
así que en realidad somos generosos."
La vuelta al mundo para abrazarte por la espalda - J. Porcupine.
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Mis pensamientos iban y venían con la misma intensidad de los vahos que se mostraban a la luz de la luna tras salir de mi garganta al respirar.
Me acerqué al vidrio de aquel pequeño lugar, curioseando una vez más, el borde de mi mano se dibujó sobre aquella superficie helada y la dejé allí. La contemplé estable y dejé que aquella sensación alimentara mi cuerpo entero.
Mi corazón estaba tan acostumbrado al calor emergente de un recuerdo, que buscaba cada señal de frío para perderse en él, como aquella retrospectiva hecha fotos y no caricias. Eso era lo único que me quedaba de mis viejos Diciembres: el frío que aturdía, la indiferencia que inquietaba bajo la suave manta, la pereza de las vacaciones y un chocolate caliente en lugar del café sin azúcar con sabor a nostalgia.
Cada copo de nieve me hacía sentir que no había podido hacer todo lo que quería hacer en aquel entonces… uno tras otro… como las horas que me quedaba clavada pensando en aquella imagen ausente. Sin embargo, dentro de mí sabía que recordarlo de este modo estaba mal. Todo se me hacía tan conocido que parecía un mal sueño, no una pesadilla, porque tras los últimos años la palabra «pesadilla» había adquirido una definición más dolorosa.
¿Por qué? Porque yo no debía estar allí. ¿Por qué? Porque él no debía estar aquí.
Me había vuelto, de cierto modo, tremendamente codiciosa. Me negaba a compartir mis recuerdos y mis pensamientos con los demás, sólo por eso me aguanté las ganas de abrir la boca, y traté de parecer calmada mientras me congelaba. Alimentaba mis nuevas malas mañas con silencio helado.
Él no debía estar sonriéndome. No debí haber dicho que sí. Me culpé, dándome golpes en el pecho mientras lo escuchaba acercarse. No debí dar segundas oportunidades… pero pensé que por una vez, una última vez no estaría mal.
El resentimiento se atrevió a colarse entre mis pulmones, y el aire me faltó. Sus manos pálidas me tocaron un hombro e hicieron intento de abrazarme. Había perdido la cuenta de las veces que trató de hacerlo en todo el día, pero yo me movía rápido, pues no me gustaba la sensación que me dejaba. Me daba calor. Y ya no me gustaba sentirme de ese modo.
De todas maneras, él no logró rendirse, era perseverante y eso se lo admiraba, pero de nuevo llegaba hasta una palabra simple y no pasaba de allí. Carismático, eso significaba.
Sus cabellos rubios chocaron con los míos cuando apoyó su cabeza en mi hombro.
Tenerlo allí no afectaba mis recuerdos de aquel lugar… la Daikanransha se movía tan lento como aquel día, sólo que ahora era mejor porque nevaba. El parque sólo me hacía pensar lo bien que la había pasado durante la noche con aquel que me daba frío, aquella temporada y la "época de mariposas"… así había empezado a llamarle, pues había una época de fuego, que de esa no quería hablar, y mucho menos de la nieve.
Cada recuerdo se iba a Diciembre, algunos a Noviembre y muy, muy pocos a Octubre y Septiembre. Se acercaba la Noche Buena, y al igual que cada año, guardaba mis más profundos deseos para ese día, como un consuelo donde me entendía con aquel hombre panzón llamado Papá Noel, a quien le pedía lo mismo todos los años.
Mis reflexiones se vieron interrumpidas por sus manos cuando éstas se escurrieron en mi cabello y trataron de acariciármelo, hice un mohín poco agradable y fue entonces cuando él comprendió mi incomodidad. Me daba más calor.
Me caía bien, no podía negarlo, no obstante la simpatía no me hacía lo suficientemente buena persona para decirle otra mentira o actuar como si me interesara conseguir algo con él. Él me veía con otros ojos, y no me gustaba que tuviera el mismo tono azulado que el suyo.
Aún los recordaba, y sabía que por más que se acercaran en el color, jamás serían tan perfectos.
—¿Has venido antes? —cuestionó con su voz poco gruesa—. Es un lugar maravilloso, solía venir aquí con mis hermanas —dijo, la ilusión de sus palabras me hacía morderme la lengua. De algún modo u otro me las arreglaba para seguir mintiendo a través de excusas.
—No —le dije sin mucho interés en explicar o hablar—. Sí, es un lugar verdaderamente hermoso —terminé diciendo.
Una de las tantas cosas que habían cambiado, era que ahora sólo les mentía a los demás, y no a mí misma. Seguía estando mal, pero era algo a lo que la humanidad se encontraba atada y yo seguía teniendo una parte de mí dentro de esa humanidad, aunque pertenecía a mi propia prisión… en mi propio exilio.
Wallace aún no entendía qué me pasaba, y no estaba dispuesta a contárselo de todos modos. No lo veía como un sufrimiento injusto, habían pasado tres largos años para poder conciliarme y ceder ante el dolor hasta superarlo lentamente, no del todo, porque sabía que eso significa romper las promesas que les había hecho a ciertas personas.
Tuve que aceptarlo, mis recuerdos me lo exigían. Una vez terminado aquel invierno, no me quedó más que vivir día a día bajo el sol. Descubrí que seguía siendo esclava de aquella sombra cantarina, y cómo no me molestaba pasar un tiempo así.
Las cosas habían cambiado tanto que era difícil establecer cuál era el verdadero inicio.
Aquella primavera del 2011 ocurrió una tragedia en Japón y toda Odaiba se vio afectada. En ese momento nos habíamos decidido por hacer un viaje previo a la reincorporación a clases, y estábamos en Corea del Sur, visitando a los padres de Mimi. Afortunadamente, mi madre se encontraba de vacaciones también junto a la familia adoptiva de Koushiro, lejos de nosotros, pero también en Corea del Sur.
Ese fue el primer vuelco y la advertencia más alarmante.
El barrio donde se encontraba la gran mansión se encontraba estable. Había daños menores, rajaduras y algunas puertas supuestamente sueltas y tras haber realizado una revisión y reparaciones, la vivienda volvió a ser tan impecable como antes.
De todas formas, los cambios era algo a lo que ya no podíamos escapar… la familia se había estabilizado, unos cuantos habían desaparecido y era hora de cambiar algunas cosas. El número de habitaciones disminuyó. La casa actualmente contaba con las habitaciones necesarias del tamaño necesario.
La vuelta en la noria había llegado a su fin, tras treinta minutos a solas donde él esperaba conseguir algo más que palabras congeladas. Un sentimiento agridulce me invadió, al reconocer que no deseaba dejar el aire helado que quedaba en mis pulmones a tanta altura.
Mi acompañante estaba cubierto como si fuera al polo norte, iba apresurado y comprar algo caliente para ambos, mientras yo había empezado a caminar lento entre la multitud y los niños jugando.
Me encontré parada frente a la enorme noria, admirando otro de esos recuerdos que volaban a mí en Diciembre.
—Toma, Sora, estabas congelándote allá arriba —dijo. Me atraganté un comentario, pero acepté el chocolate de buena gana.
—Gracias —solté sin tonos descuidados, fue un agradecimiento sincero. Probé un poco—. Está bueno —aseguré, queriendo ser amable. Sentía mucho cada vez que actuaba de mal modo con él, sucedía como una autodefensa y vivía disculpándome.
Wallace Cooper era cinco años mayor que yo. Se veía extraño que un joven a punto de pasar las tres décadas se fijara en una mujer que no era para él. Era lamentable, por supuesto, en mi cabeza era inconcebible que un hombre de su edad no se hubiera casado aún, pero si me ponía a mí bajo esa situación entendería porqué no podía casarme.
La concepción de la situación para Wallace era completamente distinta… yo era como un capricho del cielo: su capricho. Wallace sufría y esperaba sin razón.
Lo que él pedía de mí no iba a conseguirlo nunca. Esas eran palabras que no necesitaba decir para que una persona inteligente lo comprendiera, pero mi colega en la empresa y ex profesor universitario no lo captaba con tanta facilidad.
Recordé brevemente su llegada mientras me quedaba estática tomando aquel chocolate en medio del parque. Había recibido ya un par de cartas, las cuales no me había molestado en contestar pues jamás me sentí en un entero compromiso de mantener contacto con este hombre que me había dictado clases. La única persona que conocía de mí día a día era Henry a través de correos electrónicos, Henry, por otro lado también se compadecía de mi triste situación y siempre enviaba regalos por parte suya y sus hermanas.
Wallace era insistente, para el primer semestre de aquel año nuevo me había llamado un par de veces. Quería verme, decía, me deseaba lo mejor y que me encontrara bien. En aquel primer periodo de encarcelamiento me quedé con las clases a distancia, por lo cual no me había enterado que había ido a buscarme en la facultad.
No me sentía capacitada para otra experiencia con extraños profesores, refiriéndome a los recuerdos vagos que quedaban y los moretones ya transparentes que Kido había dejado, cuya existencia poco me importaba. Tampoco me sorprendió saber que Wallace había regresado a Japón, pero comprendí que sus intenciones no habían cambiando en el siguiente semestre cuando fui yo quien retomó las clases.
No le di mucha importancia, pues casi nunca lo veía. De ese entonces, el año pasó volando… yo me veía ocupada y trataba de mantener mi cabeza fija en la graduación, trabajos de grados, tesis, especializaciones y otras cuestiones importantes, pero en mi mente la superación propia era la meta primordial, la cual aún no había alcanzado por completo. Cada esfuerzo terminaba con un suspiro de resignación cuando encontraba mi cama al final del día, recordando su nombre otra vez.
Mi nuevo trabajo me trajo esperanzas para crecer y continuar formándome profesionalmente, todo fue bien la primera semana, pero luego me di cuenta que aquel lugar no era precisamente el correcto, y fue en ese momento en el que lo vi.
La vergüenza fue un primer factor, pues aún no había respondido ninguno de sus avisos, inclusive había pasado de leer las últimas cartas por falta de tiempo y ganas. No me motivaban, y para mí no tenían nada de especial. La primera cita ni siquiera merecía llamarse así; se limitó a un paseo por la plaza cercana al edificio de la compañía, unos jugos y un par de intenciones que sin querer destrocé con una cara de malestar que "misteriosamente" desapareció cuando logré encerrarme en mi oficina.
Esa era yo. Sora, la misteriosa y minuciosa chica encargada de verificar los pre-cálculos, pero para él no era más que la cambiada Sora. No le hacía bromas como antes, yo había madurado y él no había estado allí para verme hacerlo. No es que ya no disfrutara de la vida o que ya no sonriera, por el contrario, era mejor vivir en la sombra de las pequeñas cosas que hacer un escándalo por todo. Me reía a menudo, y esa era otra de las promesas que había hecho, de ese modo me cuidaba.
Cada día era igual, él buscaba el acercamiento substancial. Los buenos días se maquillaban con dobles intenciones, sus bromas continuaban en ciertos momentos, pero yo no las regresaba. Los recuerdos viejos se dispersaban con los nuevos, cargados de una actitud poco cooperadora, sin embargo su voluntad era más grande que mi esfuerzo por parecer desinteresada.
El chocolate terminó con un ruido y sus labios se despegaron para sonreír. Le devolví la sonrisa sin mostrar los dientes y miré al cielo, preocupada por la hora. Mientras estaba arriba me permití olvidar la fecha y la hora, pero ya abajo repasé mi agenda mentalmente, exhalé exhausta y tiré el vasito de plástico en una papelera.
—Gracias por lo de hoy —confesé con sinceridad, realmente extrañaba venir al parque.
—De nada —dijo, con la sonrisa intacta—. Gracias a ti por aceptar —me recordó, tras una infinidad de rechazos las semanas pasadas.
Volví a dirigirme al cielo. La poca nieve caía sobre mi cabello y me gustaba como se sentía, esas caricias heladas eran las que me hacían tanta falta en estos días.
—¿Podrías llevarme a casa? —pedí con amabilidad. De nuevo me limité a no dar explicaciones y él tampoco las exigió. Agradecí su poca curiosidad en ese instante.
—Claro —a penas asintió, comencé a dirigirme al estacionamiento, pero su mano tropezó con la mía con toda intención, llamando mi atención—. Sora —dijo—, ¿me permites abrazarte?
Sus ojos temblaron ante una posible respuesta desagradable.
Esa era otra cosa que aún admiraba de su ser, su inocencia que no traspasaba el carisma. Era la línea que yo le había trazado, pero él siempre buscaba llegar hasta allí. Me reí de él, no de mal modo, sino de uno bueno… me había enternecido y no podía evitar pensar que su actitud, contando las bromas, las llamadas y las insistencias, lo hacían parecer un niño… era un niño que buscaba un abrazo nada más.
No le respondí con palabras, sólo moví mi cabeza y dejé que pasara su brazo encima de mi hombro… de este modo me guió hasta su automóvil, unos cuantos metros de donde nos encontrábamos.
El motor encendió tras un par de ensayos. Tras pagar el estacionamiento nos dirigimos a la avenida principal, dirigiéndonos al centro, justo entonces recordé que ese no era el camino correcto.
—No voy a casa —olvidé mencionárselo, él me miró y no hubo necesidad de esperar que respondiera—. Voy a casa de Taichi.
En seguida retomó la curva más adelante y tomó un atajo para llegar más rápido. Manejaba con cuidado por la nieve, pero lo noté más paciente y cauteloso que de costumbre.
Yo trataba de mirar hacia el frente, la nieve no bajaba con intensidad y aún a la velocidad a la que íbamos eran pocos los que se quedaban en el vidrio y se volvían agua. Los veía convertirse imitaciones de lluvia, frágiles y suaves… estirándose de arriba hacia abajo, ese fue mi entretenimiento hasta que escuché su voz una vez más.
—Últimamente vas mucho allá —apuntó con un tono de voz que no supe identificar—. Creí que había salido del país.
—Sí, pero tengo otros asuntos que atender con mi hermano —contesté.
De hecho era más bien con Mimi. Los últimos días me había comprometido a arreglar todo para una buena bienvenida. Se seguía sintiendo comprometida a agradecerle de todas las formas posibles, pues aún vivían en esa enorme casa, yo no, pero igual era mi mejor amigo.
Ella y mi hermano llevaban una relación casi perfecta. Sus peleas se iniciaban por boberías, celos y casi, casi siempre por torpezas de mi mejor amiga, pero no duraban más de treinta minutos cuando ya iba uno tras el otro a pedirse disculpas.
Ambos trabajaban en el mismo hospital, Koushiro era el cardiólogo recién graduado y realizaba hasta tres operaciones al día, Mimi formaba parte del equipo diurno, siendo la única nutricionista aún en formación. Gracias a Dios, había abandonado sus tintes rosados, resultado de sus viajes a la capital que siempre traían productos extravagantes a la casa de Tai. Eran inteligentes y habían reivindicado sus habilidades en un bien para la ciudad. Estaba orgullosa de haber juntado dos almas que parecían ser eternas cuando estaban juntas.
Esa era una de mis razones para visitarlos aquella noche.
—De hecho, Taichi volverá hoy.
—Ha terminado su postgrado muy pronto —repitió con el mismo tono.
—No lo he visto en un buen tiempo —habían pasado alrededor de cinco meses. Se había ido a China para culminar sus estudios y recibir su nuevo título. No pudimos acompañarlo pues estábamos a final de año, todo empezaba a complicarse en la universidad (hablando por Takeru y Hikari) y en las oficinas. Se me escapó una sonrisa nostálgica que Wallace notó, y contestó con una mala cara, también—. Ya lo extrañaba…
Hubo un silencio incómodo el resto del camino del cual traté hacerme amiga, aprovechando esos minutos de tranquilidad donde el único sonido reconocible era el del motor. El auto se detuvo justo en la puerta, acostumbraba a bajar y marcharme, pero Wallace se adelantó cuando me vio bajar apresurada, porque ya no soportaba la tensión.
Se quedó conmigo hasta estar frente a la puerta.
Introduje la llave que me habían obsequiado y giré la perilla. Siempre que hacía esto esperaba identificar aquel chirrido aterrador que más bien era mi salvación… tontamente decepcionada, la abrí pero nada se escuchó. Nadie apareció por el corredor y me volteé para despedirme de mi acompañante.
Moví mi mano como adiós y volví a sonreírle, aún sin dientes, sentía que estaba dándole muchas razones erróneas y que me había comportado realmente bien hoy.
—Sora…
Me llamó con aquella voz que a veces usaba, y me obligó a no entrar.
Esperé callada a escuchar lo que debía decir, pero en lugar de eso fue su mano la que quiso decirme algo. Entre sus dedos enredó el cabello ahora largo que me bañaba los hombros, poco a poco, paso tras paso se fue viniendo, su cara se me acercó lentamente y se volvió un borrón mientras cerraba sus ojos y buscaba algo que no le permitiría conseguir.
Me moví bruscamente y lo hice retroceder con una mano.
—Lo siento.
Casi escuché el estruendo de sus pestañas al cerrarse nuevamente, con furia y desesperación. Antes de entrar a la casa, creí haberlo visto apretar los puños. Suspiré cansada… últimamente los días terminaban así, al menos cuando dejaba que Wallace me llevaba en su carro.
Dejé el chaleco y me estiré, entonces olvidé lo que había vivido afuera y me centré en mi misión dentro.
La cocina estaba en el mismo lugar, pero había cambiado. La tonalidad frívola se había perdido pero el minimalismo se conservaba en tonalidades distintas… aquel lugar se había vuelto la vida de Mimi, y la veían como su altar, por eso todo comenzaba a ser más un reflejo de la cocina del viejo departamento en Hikarigaoka.
Fue una sorpresa encontrar a los más jóvenes en la cocina, y no con mi mejor amiga.
Solté una risa al descubrir a Takeru vistiendo un bonito delantal rosado, Hikari estaba a su lado terminando lo que parecía ser sushi enrollado. Me acerqué a curiosear pero ninguno se había inmutado por mi presencia en ese momento.
Hikari y Takeru también habían formalizado más su relación. Taichi seguía dejándoles estar juntos hasta la medianoche. Ambos estaban por graduarse, por lo cual estaban más ocupados que nunca. Al menos vivían en la misma casa, por lo que verse nunca fue un problema. Kari había dejado crecer su cabello… desde que la conocía, cuando era una pequeña niñita, lo había usado corto, pero debía admitir que le lucía más de este modo. Por otro lado, Takeru había dejado sus estudios de Ingeniería aquel invierno cruel, y decidió seguir sus sueños de convertirse en escritor; tras mucho esfuerzo y noches de estudio logró ponerse al día hasta poder adelantar suficientes materias en la Facultad de Letras. El enorme parecido que tenía con su hermano mayor me hacía sentir aliviada. A veces me escapaba de mi esclavitud y me perdía en mis ratos con el novio de Hikari, tratando se sopesar un vacío al que todavía no me acostumbraba sólo porque él también tenía un hueco hecho por la misma arma.
Quienes se vieron más afectados fuimos Taichi, Tk y yo. Eso no lo podía poner en duda.
—¿Te divierte vernos trabajando en vez de ayudarnos, no?
Me reí y corrí al estante a buscar un delantal también. Hikari me explicó el procedimiento y comencé a enrollar el arroz tan bien como su ansiedad por terminar me lo permitió, ella miraba el reloj inquietada pensando, seguramente, en las horas que faltaban para volver a ver a su hermano.
Algunos días comparaba la forma en la que Hikari y Takeru extrañaban a sus hermanos, recordando que éste último poco podía comunicarse con el suyo… una vez al mes era exagerar, pero era algo parecido. Nunca estaba en casa cuando esto sucedía, y la llamada siempre venía de lugares distintos. Las primeras llamadas venían de Estados Unidos, según lo que Mimi me contaba, pero después comenzaron a ser poco constantes: Rusia, Alemania, Argentina, Canadá, México y otras veces de alguna parte del continente africano. En casa nadie hacía mención de él cuando me encontraba allí, pero estaba segura que cuando las puertas se cerraban a mis espaldas alguna voz susurraba su nombre y todo fluía como si nunca hubiese sucedido aquello.
Ayudé en lo que pude los primeros diez minutos de calma, pero tuve que detenerme cuando la mandamás Tachikawa hizo su aparición.
Había recogido su cabello largo y castaño, y caía a un lado de su hombro. Llevaba unos vaqueros y una camisa de seda con un estampado oriental. Pensaba que se le veía absolutamente genial, a pesar de ser la única no asiática en la vivienda, cuando vestía algo de la cultura japonesa lograba verse realmente hermosa. Mimi me abrazó dándome la bienvenida, e hizo un guiño de asco… pensé que se refería a la comida, me sentí decepcionada por un momento.
—¿Koushiro no ha llegado? —los otros dos negaron pues yo, prácticamente, acababa de llegar—. Bien, es mejor así, luego querrá venir a estropear esto. Hay que terminarlo, meter el pie que hice temprano y arreglar la mesa —ella pasó sus ojos hasta donde yo estaba, bajando la mirada pues sus tacones me ponían unos cuantos centímetros más abajo—. Tú ve a cambiarte, o no, mejor báñate, tienes el cabello hecho un desastre, Sora.
Rodé los ojos y me enjuagué las manos. Corrí a hacerle caso, no quería hacerla enojar.
Tomar un baño era fácil, pero algunas cosas habían cambiado al subir las escaleras. Lo que conocía como el cuarto de Mimi hace tres años ya no estaba, las paredes habían caído para agrandar las adyacentes. Ahora, si bien la relación con mi hermano se había fortalecido, su habitación, ahora al otro lado del corredor, se había unido y la compartían.
Al entrar se veía una sola gran cama, muy al estilo de Mimi. Siempre que entraba allí, mis ojos se rodaban a los ventanales del balcón que daba a la entrada principal… pero nunca había nadie. Algunas veces me quedaba a dormir por caprichos de mi mejor amiga, por eso mi habitación seguía en el mismo lugar de antes… al lado de la de Takeru, también vacía. Esas dos habitaciones, la mía y la del que ya no estaba se encontraban juntas y tal cual las habíamos dejado, como si el tiempo no se hubiera corrido dentro de ellas.
Esa era otra razón para quedarme allí.
Entré a la ducha, procurando ser rápida. Restregué el champú por todo mi cabello y disfruté el aroma que invadía el baño cuando me frotaba la esponja enjabonada que utilizaba para fundirme en mis recuerdos. Un movimiento de la mano contra la pared me hizo recordar que no estaba en mi departamento, donde la llave para cerrar el agua estaba al otro lado.
El edificio de mi madre se vio afectado tras aquella tragedia de los años pasados, y lo poco que pudo salvarse lo recuperamos con mucho esfuerzo, me sentía gratificada al saber que aún conservábamos unas fotos de papá y otros cuadros importantes. Mamá optó por irse a vivir con su prima, la madre adoptiva de Izzy, y juntos reconstruyeron lo que quedaba de su vivienda.
Bajo ningún motivo me permití aceptar la invitación de Taichi, y estanqué en mi cabeza la idea de empezar a ser independiente hasta donde pudiera.
Era un departamento pequeño, pero yo entraba bien, se adaptaba a mis necesidades pues sólo pasaba allí las noches, mientras que algunas, sin querer terminaba aquí con mis amigos, una vez más.
Mimi ya no era mi sombra al momento de vestirme, había aprendido a elegir sin equivocarme, o eso creía. No había ropa de niña, ni de adolescente. Opté por un vestido oscuro, una chaqueta de cuero y unas botas bajas. Me apresuré en bajar las escaleras mientras peinaba mi cabello escaleras abajo, mi hermano iba corriendo escaleras arriba. Lo saludé cuando chocamos las manos.
—¿Te acaban de dar la misión? —bromeé, refiriéndome a una exigencia de Mimi.
Él iba apresurado, quitándose la bata blanca.
—¡Así es! ¡Nos vemos en un rato!
Lo vi correr y adentrarse a una de las habitaciones.
Continué mi camino y me encontré con la acogedora sala de estar, el sillón marrón había desaparecido y se había agradando en uno de un color más claro. En uno de los extremos de la habitación, podía verse el pequeño bar con algunas bebidas tratando de esconderse. Los cuadros de algún pintor famoso y uno hecho por mí el año pasado mientras me aburría pensando en la inmortalidad del cangrejo, los adornos escaseaban, todos se habían desaparecido y el piso de madera oscura brillaba más que las paredes ahora blancas.
Consideré la idea de ayudar a los demás en los asuntos culinarios, pero la necesidad de visitar mi lugar favorito me consumía desde temprano en la noria y el egoísmo por regalarme tranquilidad era más grande que las ganas de subir y bajar escaleras por una hora.
Me encaminé lentamente para que los zapatos no sonaran, detrás de un cuadro pequeño saqué la llave maestra. Mis pies me dejaron frente al espacio que tanto conocía, un lugar congelado y lleno de recuerdos. Abrí la puerta y me encontré con todas las historias viejas esparcidas en el suelo, en las paredes… el aire había perdido su olor pero la temperatura era casi siempre la misma de la última vez, y era otro vistazo al pasado, el invierno y el ventanal me llenaban de lágrimas que no me permitía mostrar en ese momento.
Mis dedos se rodaron por el piano. Aquel viejo taburete seguía en su lugar esperando por otra noche donde me sentara frente a él. El cuadro que había pintado el dueño de la habitación se había movido hasta este lugar donde sólo había pensamientos escondidos, todo el malestar en mí salía cuando me encontraba allí y movía mis dedos sobre el teclado, como una medicina milagrosa.
El tiempo me había hecho refugiarme en él, y el piano blanco era el objeto que se más me lo recordaba. Me prometí conmemorar su desaparición de un modo u otro, pasaba días enteros encerrada en el salón de música buscando la manera de conciliar mi vacío con sus notas y los mismos sonidos que él creaba en aquellos días. Recordaba despertar entre refunfuños y una canción sin letra que flotaba entre la sala y las escaleras, pensaba en su rostro con las canciones que ahora había aprendido a tocar en su piano y en la inmensa intimidad y respeto que le guardaba a este lugar, como el único donde me permitía llorar.
Era como la tumba de una sombra que se había vuelto un muerto-viviente.
Por otro lado, también era la cuna de mis sueños. Tras cada canción que se repetía, una aventura se formaba en mi mente e imaginaba la vida de otra manera, en mi prisión pintada de paraíso.
Me conseguía pensando en el año nuevo perfecto… a veces me lo cuestionaba. ¿Cómo sería mi presente si él jamás se hubiera marchado? ¿Cómo se hubieran visto aquellos fuegos artificiales, el ruido de los mismos en otro lugar que no fuera el balcón solitario del departamento de mi madre? ¿Y el olor tras los colores en el cielo y los gritos de júbilo que expiraban los alegres, aún estaría allí?
Pensé en aquella noche. Sólo había pasado una semana, había conciliado la resignación y el exilio como mi única casa. Mi casa, pensé, sus brazos eran mi casa… pero ya no estaban, no tenía hogar. Me había quedado mirando estrellas mientras mi teléfono se reventaba a llamadas y me felicitaba a mí misma por un año más, esperé lo mejor, sin champaña o regalos, le confesé al viento lo mucho que lo extrañaba y lo arrepentida que me encontraba aún, esperando que el frío me trajera el perdón que tanto necesitaba.
Esa noche me prometí cumplir. Ser tan fuerte como pudiera, escuchar aquella canción todos los días y cosechar paciencia a un lado de mi cama, para que al despertarme entre lágrimas pudiera encontrarla y saber que podría esperarlo un día más, y otro y otro.
La velocidad de los años me sorprendió, pronto había dejado de sollozar.
Sin embargo, en las noches la fragilidad se hacía evidente… me encontraba con los ojos abiertos en un nuevo departamento, con ninguna habitación a mi lado y sin un balcón en el cual soñar. La tristeza me aplacaba en un sueño perdido con él… su voz y una canción que esperaba escuchar en vivo algún día. Ocasionalmente, no dormía pensando en eso.
Se había extraviado… el significado este aniversario ya no existía, mis Diciembre jamás serían los mismos. Quizás él pensaba en mí del modo en que era antes, yo también, no me había regalado tiempo para extrañar a alguien que probablemente ya no conocía, y luego pensaba que quizás él también lo vería igual, pero aquel viajero me había convertido en quién era ahora. Una sombra de la sombra. Ese era mi consuelo y mi excusa. Me estaba muriendo con mi corazón tirado en alguna esquina de la habitación, dividido en pedazos perdidos que nunca serían reemplazados.
Quería quererlo más, pero el sentimiento se había trastornado a una necesidad que me aplastaba el pecho y me daba dolor de estómago.
La luna me regresaba a la realidad y aprobaba mis sentimientos, pero reprochaba mis temores dándome razones para tenerlos, por eso terminaba aquí… para deshacerme de los malos pensamientos y buscar la fortaleza que me faltaba, mirar mi corazón regalado y ponerlo en su lugar, como un amuleto.
No sabía cómo se había dado todo, ahora que estaba tan dentro de mí no podía hacer más que aferrarme a las pequeñas cosas que me hacían recordar lo mucho que lo quería. Sólo por eso no podía mirar a más nadie…
Dejé de mover los dedos cuando alguien tocó la puerta. Esperé que se abriera pues sabía que sólo una persona podía interrumpir una canción.
—¿Ya no cantas? —preguntó, tratando de sonar divertido.
—Hoy no estoy de ánimos —contesté, encogiéndome de hombros—. ¿Ya está todo listo? ¿Necesitan que los ayude en algo?
—De hecho sí, pero no venía a llamarte para que me ayudaras, sólo tenía curiosidad de saber cuál canción tocabas —Takeru rió—. ¿Luciérnagas? —atinó a decir, yo moví mi cabeza y asentí—. De todos modos, ¿vienes?
Se detuvo antes de marcharse, sosteniendo la puerta con su pie. Se había cambiado de ropa y había arreglado su cabello con un sombrero gris. Tenía una camiseta blanca, muy informal y una chaqueta marrón.
—Voy en un momento —le respondí con una sonrisa blanca.
Me puse de pie dispuesta a cambiar de lugar. Me costaba dejar el piano una vez me hallaba cómoda, me abracé a mí misma mientras veía la nieve amontonarse del otro lado del ventanal que llegaba hasta el suelo. Dejé una mano encima del frío vidrio y la aparté luego de un rato.
Mi otra mano estaba más tibia, al juntarlas la diferencia se me hizo acogedora… como un recuerdo viejo de nuestras diferencias. ¿Estaría bien pensar en nosotros de ese modo? Me alegré al recordar que al menos yo no había cambiado del todo, que dentro de mí quedaba algo de la auténtica Sora que había soportado tantas cosas, le estaba agradecida por todo su labor pero su perpendicularidad me hacía no quererla devuelta tan pronto.
Despegué mis manos y miré al cielo, pocas estrellas eran las que se veían arriba se confundían con puntos blancos danzantes, las venas me temblaban y la luna buscaba escondite entre las nubes moradas. No importaba cuánto tiempo pasara, cuantos años de vida me quedaran… de todos modos no sería capaz de querer a alguien más.
Fue entonces cuando tomé la última bocanada de aire y salí de allí.
La ausencia de ruido era una costumbre cuando Taichi no estaba, pero en la preparación de una cena era normal ver a Mimi como una comandante y los demás solíamos quedarnos en una dictadura hasta la noche terminara.
No veía a nadie en la cocina, así que me vi obligada a asumir que ya se encontraban arriba. Efectivamente, estaba vacío, pero había algo extrañamente diferente. Un chirrido distinto provenía del patio trasero y me acerqué a la ventana y moví las persianas pero no alcancé a ver mucho de lo que fuera que ocurriera, todo estaba muy oscuro y no me atreví a abrir la puerta. Un nuevo sonido me asustó, pero comprendí la razón de lo que estaba mal… Momo, el gato de Mimi acababa de entrar y maullaba a mis pies.
—Vale, Momo, ¡qué atrevido! ¡Cómo se te ocurre asustarme así!
Me agaché y le di un par de palmaditas mientras se dedicaba a ronronear alrededor de mi cuerpo mientras estaba en cuclillas.
Por otro lado, me contenté al saber que no tendría que hacer mucho, pues todo estaba casi listo.
No pasó mucho rato cuando un ruido nuevo me tomó por sorpresa, y ahogué un grito que espantó a Momo hasta el otro extremo de la casa. El timbre se escuchó dos veces, al fondo la voz de Hikari anunció la hora alegre: "¡Ha llegado Taichi!".
Corrí hasta la puerta antes que ella. Los tacones bajos de mis botas hicieron música en el piso y al final terminé arrastrándolos, alcancé las llaves a una súper velocidad mientras escuchaba a los demás bajar las escaleras apresurados, uno tras otro.
La emoción por ver a mi mejor amigo me había hecho cambiar la perspectiva de todo y me coloqué la mejor sonrisa que tenía para darle, estaba lista para lanzarme a sus brazos y decirle lo mucho que lo extrañaba.
Él había cambiado mucho, el cabello corto lo hacía ver como todo un adulto de veinticuatro años, pero su actitud se había vuelto más vivaz. No se ataba al trabajo y buscaba más días libres que dinero.
Las llaves chocaban una con la otra mientras mis labios se estiraron más cuando una de ellas encajó. La moví con rapidez, esto les había dado tiempo a todos de acercarse más, pero una manada de emociones me azotó como una ola de agua fría y quedé tensa cuando por fin logré mover la puerta de manera.
Un aire de consolación me tomó por sorpresa y borró mi sonrisa como una cachetada. En el primer segundo me pregunté quién era aquella persona pero me tomó sólo un instante reconocer sus ojos azules… él no sonreía tampoco, se mantenía tieso como una estatua.
Pensé que se trataba de un holograma, la perfección en su rostro se había quedado pegaba en la eternidad y no había manera de equivocarme, el cabello corto me hizo recompensar mis sueños y me di cuenta que los de atrás también se habían quedado en silencio. Yo también me volví un borrón. Mi corazón se disparó como una alarma y en mi mente volaron los recuerdos. Habían pasado casi tres años, la nieve había empezado más temprano este año y los amaneceres se habían confundido con una medicación que acababan de quitarme, la noche acababa de empezar y me sentí renaciendo… pero algo no estaba en su lugar, no era su rostro, no era el mío, quizás se trataba de sus intenciones, porque sus ojos sólo expresaban una neutralidad escalofriante.
Temblé. Esta vez era él, y no otra alucinación nocturna. Me di cuenta que mis falsas ilusiones eran más imperfectas de lo que creía. ¿Qué debía hacer ahora? Nunca lo había visto más hermoso… yo nunca me había sentido tan indefensa a sus encantos.
Sentí una tranquilidad indescriptible que no se mostró en mi rostro, sólo en mí cabeza… donde acababa de guardar el recuerdo de una sonrisa. Los últimos tres años se desaparecieron en ese momento, el dolor, las noches en el remolino de sábanas y sus palabras en el piso de arriba. En mi mente quedó la promesa, un cambio y los mismos ojos. Una pregunta me atrajo: ¿Era yo la razón para que él estuviera aquí? Porque yo sí había cumplido mi palabra.
Notas de Autora.
Bueno, aquí está el primero. La finalidad de este primer capítulo era ponerlos al día con lo que estaba sucediendo y la situación de cada uno de los personajes.
No digo que deba ser completamente estricto leer Casa Casa Mia (pues sí, quizás sí sea un tremendo fastidio leer treinta capítulos larguísimos), debido a ello trataré de explicarlo de nuevo con cada capítulo, ya que la forma de pensar de algunos personajes se ha visto levemente trastornada, algunas reapariciones y otras cosas que luego les voy contando.
El nombre "Cercasi Amore", significa Buscando amor o queriendo amor. La idea básica del fic y el desarrollo del mismo es cómo, en esta oportunidad, Sora y Matt tienen que encontrar lo que se perdió antes de haber comenzado. Si es que de verdad existe en ellos, o simplemente es otra triste pérdida de tiempo. Cabe destacar que ellos no serán los únicos que estén "buscando amor". ¡Eso va después!
En el próximo vamos a seguir viendo cómo termina la situación entre Sora y Yamato, y las condiciones de otros personajes que se me escaparon en esta primera actualización.
Por favor, dejen REVIEWS. Este es un proyecto nuevo, así que de verdad quiero saber si les ha gustado y qué podría cambiar durante el proceso. Un beso a todos :)
Rose.
