Guardián del corazón.

El mundo donde vivía Kagome era un lugar que muchos humanos considerarían utópico. Avanzada en tecnología y sin conocimiento de lo que era el rencor o la tristeza, era el lugar ideal para vivir sin preocupaciones. Todo lo contrario al planeta Tierra, a pesar de ser muy parecidos geológicamente.

Kagome ya había visitado la Tierra en una ocasión, por curiosidad, y conoció a un humano llamado Inuyasha. Ella era muy tímida como para poder hablarle, así que lo visitaba en sus sueños, habilidad que todos los de su mundo poseían. Lo hizo durante un tiempo, hasta que tuvo que regresar a su planeta, aunque nunca olvidó a aquel joven.

Pasaron varios años. Inuyasha había cambiado mucho desde entonces. Su novia, Kykyo, lo había engañado con un hombre adinerado llamad Onigumo. Después de semejante traición, Inuyasha se había vuelto solitario y muy frío, como si tuviera una coraza a su alrededor. Sus padres y su medio hermano estaban muy preocupados por él.

—Inutaisho, me preocupa mucho nuestro hijo Inuyasha, ya no es el mismo de antes —decía su madre una noche, con tono apenado, en el balcón de un lujoso departamento en el centro donde vivían.

—Ya lo sé, querida. Me encantaría que dejara de ser tan solitario, pero hay que darle un poco más de tiempo para que supere esta situación —le respondió su marido, con calma.

—¿Tiempo? Pues yo creo que ha pasado tiempo suficiente como para que se recupere. Ojala esto termine pronto y vuelva a ser el mismo de antes —murmuró esto último mirando las estrellas, como si les pidiera un deseo o un milagro.

—Si esto continúa, tendremos que tomar alguna medida. Un psicólogo o algo así.

Ambos padres se metieron dentro del departamento. Pero Kaede, un espíritu bondadoso de las estrellas, había escuchado el deseo de ambos padres. Y sabía quién sería la persona indicada: Kagome.


Kagome retozaba a orillas de un río, disfrutando el paisaje, el cálido sol sobre su piel y el viento meciendo sus cabellos cuando Kaede se materializó delante de ella. Kagome no se sorprendió, ya que el anciano espíritu rondaba a menudo por esos parajes. Kaede no perdió el tiempo y le pidió que ayudara a Inuyasha a volver a creer en el amor.

—¿Pero cómo puedo ayudarlo, sí el ya no tiene sueños y no cree en el amor? —preguntó Kagome, insegura..

—El tiene que aprender a personar y olvidar —explicó Kaede con suavidad.

—¿Pero como?

—Tendrás que ayudarlo a que deje atrás el dolor de la desilusión y vuelva a amar otra vez, curando todas sus heridas del corazón y del alma. Sólo así se podrá. Confío en ti, Kagome.

Ella, algo confundida, aceptó ayudar a Inuyasha, pero Kaede le adviertió que tendrá que vivir en el mundo humano. Aún así, Kagome no vaciló en querer cumplir su misión. Ella iría al planeta Tierra, a pesar de no conocerlo muy bien y tendría que aprender a vivir como uno de ellos, por muy duro que eso fuera.


Con sus poderes de teletransportación, Kagome partió al planeta Tierra, no sin antes preparar un bolso con sus pertenencias, avisarle a sus padres para explicarle la situación y despedirse de ellos. Ambos la apoyaron en su decisión, prometieron ayudarla y le advirtieron que tuviera mucho cuidado con los humanos. Ella no comprendió muy bien, ya que su padre era un humano y era una persona tan bondadosa como cualquier habitante del planeta Luz.

—No todos son buenos —le había dicho su padre —. Allí hay gente que sólo piensa en dañar a los demás. Pero no te preocupes, porque Kaede te cuidará —al terminar de hablar, le dio una bolsa con dinero, le explicó cómo usarla y le dio algunos consejos básicos para aprender a vivir en la Tierra.

Con esas palabras en su cabeza, Kagome llegó a la misma ciudad donde vivía Inuyasha. Mientras caminaba por las ajetreadas calles de la ciudad, veía gente amargada, sin sueños y autodestructiva, cosa que ella no entendía. Gente que discutía a los gritos en las plazas, personas que apretaban el claxon de sus autos con una furia indescriptible para ella y niños revolviendo la basura, ignorados por el resto de la sociedad. Algunos hombres la miraban de una manera que ella jamás había visto y le daba miedo. ¿Por qué no podían vivir como en su planeta, un lugar lleno de paz y amor? ¿Por qué vivir en un lugar tan caótico como este?

Leyendo un papel con indicaciones que le había dado su padre, Kagome llegó a una modesta casa donde viviría por el tiempo que permanecería en la Tierra. Era pequeña y se notaba que nadie la había habitado hacía bastante tiempo, pero muy linda y con un jardín, aunque parecía que hacía años que nadie lo cuidaba. Según sabía Kagome, esa casa le pertenecía a su padre y había vivido allí hasta que conoció a su madre. Lamentó que no estuviera con ella. Él la hubiese guiado mucho mejor en ese mundo tan extraño y violento.

Kagome no quiso perder el tiempo. Buscó por debajo de la pileta de la cocina y encontró algunos elementos de limpieza. Una escoba y un trapeador estaban en un rincón. Con mucha paciencia, ella comenzó a limpiar todas las habitaciones. Barrió, pasó el lampazo en todos los pisos, ordenó sus pertenencias y tendió la cama. Ya se encargaría más adelante del maltratado jardín.

Una vez instalada, Kagome buscó información en su computadora personal sobre la familia Taisho y vio un anuncio sobre que necesitaban una asistente personal para Inuyasha. Ella mandó su solicitud y rogó que la familia la aceptara.

Apenas terminó de mandar el mensaje, se recostó sobre la cama de una plaza y se quedó dormida durante varias horas. Cuando despertó, ya casi oscurecía. Kagome se levantó, frotándose los ojos con una mano y se dirigió a la computadora, para ver si ya le habían respondido. Por suerte, los Taisho le habían concedido una entrevista para el día siguiente.


Kagome se levantó muy temprano para la entrevista. Se dio un largo y relajante baño y se vistió: unos jeans, una playera amarilla, un saco celeste y unas botas marrones. Anotó la dirección en un pedazo de papel y salió a la calle. Apenas salió, se dio cuenta que tenía hambre y que no había ingerido comida desde el día anterior. Se dirigió a un bar y, después de observar el menú cuidadosamente, pidió un té verde y unas tostadas. Pagó la cuenta apenas terminó de comer y siguió su camino hasta el edificio donde vivía los Taisho. Con un poco de timidez, ella tocó el timbre correspondiente. Nada. Volvió a tocar otra vez. Nadie la atendía. Siguió tocando el timbre una y otra vez, pero nadie la atendía. Kagome, pensando que no había nadie, iba a marcharse, pero luego vio a un hombre de cabello plateado y ojos dorados caminar hacia ella a través de las puertas de vidrio. Era Inuyasha y parecía muy molesto.

Kagome retrocedió un paso, bastante nerviosa. Inuyasha pasó de estar furioso a estar perplejo. La miraba de manera tan fija que Kagome no sabía cómo reaccionar.

—¿Qué quieres? —le preguntó Inuyasha bruscamente.

—Yo… vengo por la entrevista de trabajo —respondió Kagome, incómoda.

El joven hizo un gesto como si intentara recordar algo.

—Ah, eso —dijo Inuyasha, frotándose la frente —. Sí, pasa. Mi madre será la encargada de entrevistarte.

Kagome siguió a Inuyasha hasta el ascensor y subieron unos cuantos pisos hasta llegar al departamento. Inuyasha la guió hacia una sala amplia y lujosa, con sillones de cuero negro y cuadros con imágenes de bellos paisajes.

—Toma asiento —le indicó Inuyasha, señalando los sillones. Ella se sentó y esperó a que él hiciese lo mismo, pero, en lugar de eso, simplemente se dirigió hacia una puerta y desapareció tras ella.


Inuyasha estaba sentado en su despacho, mirando unos papeles. Estaba pensando en lo mucho que se parecía la muchacha que estaba en la sala a su ex novia, cuando su teléfono comenzó a sonar y atendió de mal humor. Era su madre.

—Hijo, no voy a venir hoy. Hace días que no veo a tu padre y voy a hacerle una visita —le dijo su madre.

—Pero mamá, aquí hay una chica que viene por el puesto de trabajo —respondió Inuyasha, molesto por lo distraída que podía ser su madre en ocasiones. ¿Cómo podía olvidarse de algo tan importante como una entrevista?

—¡Ah, la entrevista! —exclamó su madre, como si recién se acordara del asunto —¿Por qué no la haces tú? De todas formas, ella trabajará para ti.

Inuyasha resopló y se apretó el puente de la nariz con una mano.

—¿No puedes venir? No estoy de humor para atender a nadie. Puedes ver a papá cualquier día.

—Estoy en camino a ver a tu padre, Inuyasha. Pórtate bien y no ahuyentes a la muchacha. Un beso.

—Mamá…

La comunicación se cortó. Genial, pensó Inuyasha, con sarcasmo. Se levantó y se dirigió a la sala para la entrevista.