Sweet and insidious creature.»

Capítulo 1.

Desde que aquella mujer había llegado a Briarcliff, la hermana no dejaba de pensar en todas las cosas extrañas que ella traía consigo. Desde que había aparecido, desde que esa criatura había puesto a la hermana en el punto de mira, ella no podía dejar de soñar con la oscuridad y ya ni sus plegarias ni sus rezos la ayudaban a escapar de aquellos temores. El caso es que ahí estaba aquella mujer -o criatura- tumbada sobre la cama, atada de pies y manos con los ojos cerrados como si estuviese durmiendo, pero la hermana sabía perfectamente que no lo estaba haciendo. Ella era inocente, sí, pero en aquel caso nadie podría engañarla diciéndole que aquella cosa estaba soñando. Se quedó paralizada mirándola con el entrecejo ligeramente fruncido, con las manos entrelazadas en su regazo, la derecha sobre la izquierda acariciándose el pisiforme con su dedo corazón. La miraba como si en cualquier momento fuese a abrir los ojos, atemorizada sólo de imaginarlo pues sentía que aquel ser con apariencia humana era peligrosa. En cuanto los párpados de la mujer sobre la cama que la hermana tenía delante se abrieron mirándola directamente a ella, como si en todo momento hubiese sabido que ella estaba allí, ésta dio un respingo, soltándose las manos y apretando los labios, parpadeando varias veces, mirando de un lado a otro, nerviosa, con fugaces sonrisas que no dejaban de desaparecer una tras la otra. La criatura postrada sobre la cama, de cabellos negros como el azabache, lisos cual tela de seda. Ojos pardos, selváticos en los que podías perderte y observarte en la mismísima jungla rodeada de leones y bestias que acechaban desde las travesías de los árboles. El silencio no se rompió por muy necesario que fuese, nadie se atrevió a hacerlo, o más bien nadie quiso. La mujer sobre la cama podría haberlo hecho, sí, no fue por miedo que no lo hizo, sino porque el silencio le pareció de lo más acogedor al sentir cómo su contraria temblaba. Podía sentir su miedo desde allí, y sabía que gracias a ese silencio todo aquel temor se acrecentaba segundo a segundo, como si no pudiese escapar de aquella celda. La hermana se humedeció los labios y los apretó el uno contra el otro, entreabriéndolos para empezar a hablar. Tras varios intentos en los que su boca se abrió y se cerró finalmente logró decir algo trémula:

—He…, he de avisar a la hermana Jude de su despertar —se giró torpemente un par de veces, señalando la puerta y volviéndose de nuevo hacia ella. Tragó saliva y balbuceó sonriendo torpemente avergonzada por su comportamiento—. Qu-quédese aquí, señorita. No se mueva.

La chica atada alzó una ceja con parsimonia e ironía. Se le pasaron mil cosas por la cabeza en aquel momento y todas ellas insidiosas, de su bien aventurado carácter. La hermana asintió un par de veces contestándose a ella misma lo que la chica no había dicho y entonces se dio la vuelta, abrió la puerta y la cerró a su espalda. Allí estaba entonces sola, en aquella celda. Se ojeó rápidamente las correas que oprimían sus muñecas y sus tobillos y estiró de ellas para comprobar hasta dónde lograría aguantar aquel cuero si continuaba dándole fuertes tirones. Alzó la barbilla repasó la habitación de piedra, oscura y sin ventanas. La única luz que se adentraba en aquella negrura ahora era la de la rendija de la puerta y por un pequeño ventanal alambrado algo más encima del centro, oxidado y viejo. La luz se había apagado con la salida de la monja como si estuviese específicamente controlado por algún vigilante. Observó su alrededor en busca de algún orificio en la pared por el cual alguien estuviese poniendo el ojo para controlar todo lo que hacía pero no encontró nada. Se removió una vez más en la cama y fue entonces cuando se fijó mejor en sus brazos que a pesar de la escasa luz ella pudo ver muy bien: estaban enrojecidos y escamados, la piel se había abultado formando ampollas como si una cazuela de agua hirviendo se hubiese vaciado sobre ella. Maldijo en silencio recordándolo todo de pronto, como si alguien le hubiese lanzado un cubo de agua fría.

«

14 horas antes.

— ¡Cogedla!

El sol asomaba ya en el horizonte amenazándola a cada paso que daba. Corría rápido, algo de lo que los hombres de uniforme que la perseguían no tardaron en darse cuenta. Ellos no podían seguirle el ritmo y mucho menos bajando aquellas cuestas en medio del bosque entre tantos árboles y arbustos que rasgaban sus brazos. Pero eso a ella era lo que menos le importaba en aquel momento porque cada vez que sus ojos se fijaban en el nacimiento del cielo y de la montaña su miedo crecía consecuentemente. En uno de aquellos segundos en los que dejó de escrutar lo que tenía delante su cuerpo impactó con una ferocidad bestial contra uno de los gruesos troncos de un pino laricio de unos 40 metros de altura. Cayó de espaldas golpeándose contra una piedra lo suficientemente gruesa como para dejarla inconsciente. Tardó algo menos de 5 minutos en empezar a escuchar el crujir de las hojas del otoño y las hojas acículas de los pinos bajo los pies de los guardias.

— ¡Está aquí! ¡Está inconsciente!

— ¡Quietos! ¡No la toquéis! ¡No os mováis! Quedaos…, donde estáis.

—Se ha desmayado.

—Eso parece… Pero he dicho que os quedéis quietos. Basile, acércate con cuidado, despacio. El resto; cubridle.

La chica no podía ver porque no quería abrir los ojos aún, pero podía saber sin necesidad de advertir placa alguna que el último se trataba de lo que parecía ser líder del grupo. Notó como alguien se acercaba, despacio y pudo sentir por cómo vibraba el suelo que sus pies junto a su cuerpo estaban temblando.

— ¡Vamos! ¡Comprueba! —volvió a gritar la voz del superior.

Basile no contestó con palabras ni con gestos. Se agachó poco a poco hacia la chica y comprobó que en su cuello no había pulsación alguna a la vista. Se giró y negó como respuesta.

— ¡Tómale el pulso!

Éste flaqueó, dudando el tiempo que pudo porque su jefe no le permitiría más tiempo. Las armas lo protegían o lo pondrían en peligro si alguno se ponía más nervioso de la cuenta. Acercó su tembloroso brazo hacia la chica y al ver que no llegaba lo suficiente tuvo que apoyar un pie más, resbalándose contra las pequeñas piedras. El corazón se le aceleró lo suficiente como para empezar a sentir náuseas sintiendo las pulsaciones en sus oídos. Estiró los dedos, vacilantes hasta el cuello de la chica, primero despacio y luego los colocó rápidamente, de una forma brusca. Y tembló y tiritó hasta pasados unos segundos en los que comprobó que el cuerpo no se movía, fue entonces –y no antes- cuando empezó a pensar en lo que debía hacer y le prestó atención al pulso. Frunció el entrecejo atento a cualquier signo de vida, esperó en silencio y cambió de postura los dedos pues de momento no parecía sentir nada. ¿Pero cómo de un golpe iba a morir una persona? ¿Tan grande había sido? Después de varios intentos giró su cuello hacia sus compañeros, serio y su cabeza se movió de un lado a otro como negación. Éstos se miraron con los brazos relajados y las armas mirando al suelo. Basile le devolvió la mirada a la chica y sintió un vértigo en su estómago, como aquel que se enamora por primera vez y parecen brotar de los huevos las dichosas mariposas. Tartamudeó en su mente y la observó de forma egoísta como si se fuese a acabar su imagen. Decidió darle una segunda oportunidad al azar del destino y se acuclilló posando las rodillas sobre el suelo, clavándose las hojas de los pinos que rápidamente se filtraron en los filamentos de sus pantalones. Agachó el cuerpo contra el suyo y posó su mejilla sobre su pecho, esperando un rato al silencio. Los hombres se removieron con un sonido leve del crujir bajo sus botas así que Basile alzó el brazo hacia ellos y con la palma abierta les imploró silencio. Todos los dedos de su mano empezaron a bajar excepto el índice y el pulgar. Esperó hasta que se cansó de la esperanza y alzó su vista de nuevo hacia el rostro de ella para recuperar aquello que él creía suyo por estar muerto. Pero cuando lo hizo apenas le dio tiempo a levantar sus pies del suelo. Los ojos bien abiertos de la joven lo miraban como si estuviesen en el mismo infierno. Una mirada tétrica, asesina, insidiosa. Basile cayó hacia atrás torpemente raspándose las manos, arrastrándose hacia atrás como pudo. Los demás pronto alzaron sus escopetas, sin comprender absolutamente nada, pues al parecer la chica aún seguía sin mover ni un solo dedo. No fue hasta que se fijaron en sus ojos que descubrieron de qué se trataba el temor de su querido Basile. Las pistolas eran ya rápidas en aquella época pero las criaturas del averno lo eran más. Se accionaron varios gatillos, uno tras otro en milésimas de segundo mientras la muchacha se reincorporaba como si estuviese hecha de humo y mientras sus brazos bajo la luz del sol poco a poco se iban mutilando, de su espalda nacieron dos cartílagos más oscuros que sus cabellos –si aquello era realmente posible- que fueron creciendo hasta convertirse en unas alas cartilaginosas de aspecto viscoso y brillante que amenazaron sin escrúpulos al pobre Basile quien ahora se ocultaba tras sus manos. Todo su cuerpo temblaba y aquello pareció divertirla a ella pues una sonrisa se dibujó en su rostro. Qué dulce e insidiosa criatura. Qué pérfida y ruin. Qué belleza tenebrosa, qué maquiavélica escultura postrada ante los pies de un oficial de 30 años. Del final de sus alas nacieron dos únicas uñas, una para cada ala, afiladas como cuchillos y semblantes de poseer la ponzoña más peligrosa del planeta que fueron a adentrarse en las palmas del tan mísero Basile. Un grito se oyó en todo el bosque, un grito que llegó a oídos de todo Briarcliff.

Los disparos no cesaron hasta que se les terminaron las balas. Irremediablemente la mujer cayó al suelo desplomándose. Sus alas se guardaron rápidamente tras su espalda y el agujero del que surgieron al igual que éstas, desapareció en su piel como si de ahí jamás hubiese emergido pieza alguna. Los hombres se arremolinaron a su alrededor y ésta pudo sentir cómo algunos la agarraban de brazos y piernas, llevándola a algún lugar no muy alejado de allí. Algunos gritaban a punto de soltarla pues las ampollas de sus brazos empezaban a brotar a causa del sol, lo que los hizo darse prisa. No recordaba nada más después de eso, cuando abrió los ojos ya estaba en aquella habitación.

»

Un rostro severo y autoritario entró en la habitación repentinamente, haciendo chocar la puerta contra la pared. Detrás la seguía la joven monja que anteriormente había estado allí y que ahora mantenía la vista baja, mirando de vez en cuando a la chica sobre la cama. La hermana más mayor se acercó al lecho y se paseó alrededor de éste con las manos en sus lumbares. Tenía el ceño fruncido y unas expresiones muy marcadas. Los ojos castaños y los labios fruncidos. El poco pelo que asomaba de su flequillo era de un color bronce más oscuro que el de la otra hermana, que lucía un rubio platino tan claro como sus ojos.

—Así que es usted la famosa "criatura" —dijo con un tono de mofa, curvando una sarcástica sonrisa, negando lentamente, escéptica a pesar de que sus ropajes diesen a entender todo lo contrario. Al fin y al cabo quién iba a pensar que algún día se toparía con una monja que no creía en el mal, en los monstruos… La otra monja tragaba saliva de vez en cuando, atreviéndose sólo a mirar a la paciente durante unos segundos, atemorizada porque no sabía qué ocurriría a continuación si su superiora la hacía enfadar—. Ha llegado a mis oídos que has alterado a nuestros guardias con tus truquitos baratos —le echó un rápido vistazo a los brazos de ésta, completamente destrozados, rojos como el interior de los ropajes de la que le hablaba, a pesar de que ni un solo hilo de su vestido asomaba por el hábito—. ¿Cómo dice que se llamaba? —le preguntó a la otra monja, que rápidamente alzó la mirada con ojos brillosos y la boca entreabierta, removiendo su flequillo bajo el velo.

—N-no lo ha dicho.

La hermana Jude chasqueó la lengua con hastío y alzó la ceja, tomando asiento en un pequeño taburete de madera colocado a un lado de la cama, con ambas manos sobre su regazo. Unas manos de venas marcadas, grandes, huesudas pero fuertes.

—Apunte —le señaló a la otra monja que parecía despistada por no entender a qué se refería—. ¿Cómo se llama entonces?

Pero nadie respondió a su pregunta, de hecho la muchacha ni siquiera la miró. Seguía mirando a la hermana de cabellos dorados.

— ¿Le interesa mucho la hermana Mary Eunice? —preguntó Jude arqueando la ceja, con un tono receloso.

—Es un ser digno de admiración, me temo —fueron las primeras y las únicas palabras que partieron de sus labios. La hermana Mary Eunice se encogió, avergonzada buscando en sus zapatos algo con lo que distraerse de aquellas palabras que tan extraña sensación habían producido en ella. Una sensación que no podría explicar ni aunque quisiera.

—Deje las lisonjas para luego —de pronto parecía que la hermana Jude había dejado de tutearla, por alguna extraña razón y sin darse cuenta—. Le he preguntado su nombre.

Una sonrisa dirigida única y exclusivamente para Mary Eunice fue la única respuesta que obtuvieron. Ésta empezó a tamborilear el pie contra el suelo, nerviosa, incómoda. Jude se levantó impulsándose con las manos desde sus muslos.

—Tenemos muchas formas de hacerla hablar —declaró con pesadumbre—. No es la primera que nos lo pone difícil. Y tampoco será la última en decirnos lo que queremos. Por las buenas… o… por las malas —pero por supuesto aquella amenaza no iba a alterarla, ni siquiera se inmutó, permaneció con aquella sonrisa oscura y misteriosa, mirando a Mary Eunice, dedicándole a ella su toda entera atención. El cuerpo de Jude se movió, acercándose hacia la puerta, asintiéndole a Mary Eunice como orden. Ésta última apretó los labios y frunció el ceño preocupada, no convencida de lo que su superiora acababa de mandarle. La puerta se cerró y ahí la dejó, de nuevo sola y asustada. Respiró profundamente con el cuello encogido y miró de un lado a otro, girándose hacia la puerta, dispuesta a irse. Y justo cuando su mano rozó con la pesada puerta se oyó de nuevo la voz de la desconocida, que logró erizar la piel de Mary Eunice.

—Susan —dijo ella, respondiendo a la tan preciada pregunta. La hermana cerró los ojos durante unos segundos recreándose en su respuesta y finalmente abrió la puerta y salió.