Miraba atento aquella copa, se dedicaba a pasar sus pupilas por la plata decorada con algunas piedras preciosas, aunque de hecho no le interesaba en lo absoluto la forma de ésta, tampoco si estaba hecha con un material puro ni de lo costosa que era, lo que deseaba era el contenido.

El solo hecho de ver ese elixir rojizo lo hipnotizaba, primero pensaba en beberlo cual perro, tomar con fiereza la base de la copa y verter el líquido sobre su cara, dejar que sus poros tocaran aquello por lo que tanto pagaba con costales de oro y joyas, pero supo que sería un acto bestial. Decidió poner una servilleta blanca alrededor de su cuello y, tomar el pequeño recipiente repleto de sangre.

A medida que lo acercaba a su rostro, podía percibir un aroma muy fuerte, babeaba un poco debido al deseo de tenerla en su boca, respiraba con dificultad, sentía que el aire se le escapaba, inhalaba y exhalaba por la boca, era ya imposible respirar por la nariz.

Finalmente sus labios entraron en contacto con la plata, inclinó aquello que aprisionaba su néctar y bebió, la sensación de la sangre inundando su boca era exquisita, a veces dejaba que ésta permaneciera dentro de su paladar por un tiempo, para después darle un destino final al tragarla. No había encontrado otra clase de placer que aquél.

Sentía que no era dueño de su cuerpo, que sus emociones se transforman en grandes nubes y, él volaba, parecía una droga, una a la que no podía renunciar. Pronto se estaba volviendo adicto a ella, con tan sólo verla, tocarla u olerla su cuerpo compartía la misma idea, generando reacciones que eran de esperarse debido a la excitación, a esa increíble sensación que se volvía tan erótica.

Le pagaría algo extra a BB para conseguir un humano, ya no quería bolsas negras que mantuvieran esos rubíes hechos agua bendita, quería succionar desde la fuente, un humano para él solo que pudiera satisfacer esa dañina necesidad. No se le podía dificultar mantener a un invitado, hacerlo su esclavo para poder chuparle la vida poco a poco, hasta que se volviera una pasa, alimentarlo, cumplirle necesidades básicas para que ciclo se repitiera.

No deseaba tocar a sus preciosas esclavas, la sangre de todas ellas carecía de sabor, de ese algo especial que lo motivaba a beberla, que lo hacía decir "Podría estar así por toda la eternidad".

Por sus labios carnosos descendía una pequeña gota, con cuidado Demitri Maximoff limpiaba con la servilleta dicho rastro.

Parecía que la noche carecía de un final.

Necesitaba más.

Ya no le importaba el costo.