Un cordial saludo a todos.

En primer lugar, antes de las explicaciones de rigor, gracias a todos de corazón por darle una oportunidad a Ingenio Infinito. Son grandiosos.

En segundo lugar... aquí estoy. No pensé que volvería, pero aquí estoy. Las fuerzas han sido más grandes y no he podido resistir. Puede que lo estén imaginando y sí, es verdad. Esta es la continuación de Ingenio Infinito. Y es el cierre de la trilogía que inicié con Familia del Caos. Aquí espero cerrar todo. Ésta sería la última vez. La historia se acaba aquí. Y la consulta se cerrará ya sin retorno.

Antes, unas aclaraciones:

A diferencia de la historia anterior, el lapso de tiempo es menos prolongado. Pero menos tiempo no significa menos cosas. Será un poco enredado con acontecimientos y narradores. Cualquier inconveniente, no duden en hacerlo saber.

En cierta forma, para apreciar mejor esta historia, será necesario haber leído las otras dos. Ésta es mi carta de despedida para todos quienes me apoyaron desde el comienzo. Por eso he vuelto para el punto final.

Quiero dedicar esta historia a cuatro personas: Mi madre, que me dio la idea del título y me animó a seguir cuando estuve a punto de desechar la idea. Mi hermana, que se tomó la molestia de leer la primera historia que, casi con seguridad, habría odiado. Mi amiga Gozihr Izaro, como siempre atenta al avance de este emplumado mutante. Y por último, mi constante inspiración a pesar de lo que he dicho, UnderratedHero que tanto lleva sin aparecer. Viejo, siento mucho haber sido tan duro con mis palabras. También exageré y no merecías semejante descargo. No así. Espero que leas esto y sepas que lo siento.

Y sin nada más que agregar, salvo los descargos de responsabilidad (Nickelodeon... ¿En qué carajos pensabas con No such luck?), los invito a la lectura. Bienvenidos.

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El eco del impacto sobresaltó a no pocos.

Tenía su mérito. Después de todo, se trataba de un espacio concurrido.

Pero qué otra cosa podía esperarse de un hospital.

Como era de esperar, todos reaccionaron tarde. Incluso Luna. Tuvo que parpadear para terminar de creer lo que contemplaba.

No era la primera vez que estaba en un hospital, por supuesto. Pero quién demonios llevaría la cuenta de un dato tan desagradable.

Tampoco era la primera vez que presenciaba algo así. Sin ir más lejos, ella misma había tenido un rol protagónico en un hecho de similares características. Una pequeña parte de ella se avergonzaba de solo recordarlo. La otra, la de mayor envergadura, experimentaba cierto culposo placer, una irracional satisfacción al revivir las imágenes.

Una satisfacción comparable con la algarabía de un concierto.

¿Cuánto hacía del último concierto?

No, no demasiado. Pero en el hospital era muy sencillo perder la noción del tiempo o en última instancia, experimentar su lento avance. Su dolorosa lentitud…

En ese segundo, no obstante…

Parecían todos verse afectados por la inusitada lentitud del tiempo a un plano físico.

Cámara lenta. Repetición cuadro por cuadro…

No, repetición no. Sus hermanas. Su madre. Todos reaccionando en cadena ante lo que acababan de presenciar. Debatiéndose, tal vez como ella, entre la incredulidad o el deber de tomar la iniciativa.

Pero no podía sorprenderlas. Eran la familia Loud después de todo. Qué otra familia iba a saber de peleas tanto como ellas mismas…

Y ahí estaban todas. Volviendo a ser niñas. Más por el desconcierto que otra cosa. Porque ninguna parecía creer…

Personal del hospital hizo el intento de detener lo que ya no tenía retorno. En realidad, hicieron el amago, porque de ahí a conseguir algo…

Luna Loud, en cambio, necesitó retroceder un par de pasos y volver a parpadear para procesar el cuadro que tenía ante sí. Por el comienzo, funcionaba muy bien.

Sí, sí estaba en el hospital. Sí, la incertidumbre seguía en su sitio. Sí, seguían faltando sus hermanos menores. Sus queridos hermanos menores. Las pecas los unían más que ninguno…

Y todo aquello tenía que derivar…

Volvió a parpadear, incapaz de tomar la iniciativa. Incapaz de creer lo que veía.

Tirado en el piso de cualquier manera, despeinado (un milagro teniendo en cuenta el implacable avance de la calvicie), hecho un desastre a causa de la caída, Lynn Leonard Loud intentaba enfocar correctamente la mirada y recordar la función de sus extremidades mientras su esposa y sus hijas restantes intentaban ponerse de acuerdo en cómo ayudarlo. De la boca y la nariz manaban abundante sangre, la misma nariz no parecía en la posición correcta y entre los labios se apreciaban un par de huecos.

De pie a un par de pasos del patriarca Loud, siempre tan flaco, pálido y afilado, el psicólogo Paul Siderakis ahuyentaba al personal médico con su sola silenciosa presencia en tanto miraba al mismo patriarca con la misma frialdad que parecía crear un campo de fuerza alrededor. Los nudillos de la mano derecha, la única útil, lucían inflamados y manchados con sangre que no era suya.

Tardó unos segundos el psicólogo en dedicarle un breve vistazo a sus nudillos antes de volver a concentrarse en el patriarca Loud. Fue apenas un instante, pero Luna creyó apreciarlo. Lo conocía lo suficiente.

El atisbo de una sonrisa que apenas contenida.

Si cualquiera se lo hubiera dicho, Luna Loud no lo habría creído. Pero lo había presenciado. En primera fila.

Cómo el psicólogo, su novio, con un solo golpe, le partía la nariz y le tiraba los dientes a su padre.