¡Muy buenas, gente! Hoy no os traigo un pedido, sino un fic que, bueno, se me ocurrió un día. Va a ser una historia de dos capítulos.
Agradecimiento muy especial a Kyosha012, por tomarse la molestia de leerlo y corregirlo. También me ha ayudado a desarrollarlo, porque aunque yo tenía una idea de lo que quería, no tenía claro cómo llevarlo. Así que muchas gracias.
Ah, también quería agradecer a Anonymous D, I love Okikagu y Lu89 por comentar tanto mis fics. Me muero de amor cuando veo vuestros comentarios, y siempre me quedo con unas ganas horribles de contestaros, pero por ser Guest no puedo. Muchas gracias, de verdad. XD
También muchas gracias a los demás Guest, que me llenáis el corazoncito de azúcar con vuestras palabras.
Anotación: Aún a sabiendas de que este fic está en castellano, hago uso de honoríficos japoneses y algún que otra palabra japonesa. Sé que esto es estrictamente un error, debido a la costumbre de haberlo escuchado o leído de esta forma en traducciones y anime. Me interesaría mucho saber vuestra opinión respecto a este tema. Para entenderlo mejor, se trataría de sustituir cosas del tipo: "Gin-chan" por "Gin", "Kondo-san" por "Señor Kondo", etc, como habría en un manga corriente editado al castellano.
En el establecimiento se oía el último single de Otsu-chan. Lo había estrenado a principios de año, pero todavía sonaba insistentemente pese a que la primavera había hecho acto de presencia hacía unas semanas. Había sido un éxito.
—¡Pruebe el nuevo Eau à la vanille! —anunció la dependienta, frente a su puesto provisional en uno de los pasillos—. ¡Suave y delicado! ¡La exquisitez y ternura en una sola fragancia! ¿Quiere un poco, señorita?
En honor a la verdad, Kagura se detuvo porque tenía hambre. La dependienta había rociado el perfume de aquí para allá, llenando el aire de vainilla. Olía bien, ni muy empalagoso ni muy fuerte, y la joven Yato sintió el deseo de morder el aire.
—¿Le interesa, señorita? —insistió la anunciadora, ilusionada por haber conseguido parar a un cliente—. ¡Una caja tamaño pequeño de regalo por una compra superior a dos mil yenes! ¿No le gustaría sentirse femenina y preciosa?
Kagura observó el frasco. Era una bonita botella alargada, de relieves ensortijados y tapón dorado. Su contenido parecía agua visto desde fuera. Dudosa, la joven echó un vistazo al pasillo, donde había visto a Gin-chan y a Shinpachi por última vez. Estos debían haber cambiado de pasillo, porque ya no estaban allí.
Volvió a mirar el frasco.
~o~
—¿Hm? ¿Qué es eso que llevas ahí, Kagura-chan?
Sin inmutarse, la pelirroja depositó la cajita en la cinta transportadora junto al resto de la compra.
—Colonia.
—"Eau -à la- vanille" —leyó Shinpachi, con cierta dificultad—. Vaya. No sabía que te gustaban los perfumes, Kagura-chan.
Ella entrecerró los ojos.
—¿Y qué pasa con eso?
—No, no, si a mí no me importa —se apresuró a aclarar él, enseñando las palmas de las manos.
Fue entonces cuando un brazo musculoso se coló entre los dos jóvenes. y cogió la caja antes de que pudieran reaccionar.
—¿Eh? ¿Colonia? —Gintoki hizo una mueca fea con los labios, observando la caja desde todos sus ángulos—. ¿Es que hueles mal? Pues échate gel por encima, ya verás cómo se te pasa. Yo no pago esto.
Lanzó la caja con poco cuidado, y Kagura por poco no lo atrapa.
—¡Pero a mí me gusta! —insistió, sin rendirse—. Las chicas usamos estas cosas, ¿sabes? ¡Nos gusta ir guapas y bonitas!
Gintoki hizo una mueca.
—¿Y desde cuando tú te interesas por ir guapa? Porque, mira, si ahora sales con que quieres ponerte a dieta, yo lo apoyo. Lo que sea para no seguir comprando toneladas de arroz.
Kagura frunció el ceño y sostuvo la caja de la colonia junto a ella.
—Te recuerdo que soy una chi-…
—Sí, sí, sí... ¡Tooda una mujer! Vamos, deja eso en su sitio.
—¡Pero yo lo quiero!
—¡Y yo quiero unas vacaciones en Hawái y aquí estoy pringando! —estalló el albino—. ¡Si lo quieres, te lo pagas tú!
—¡Si me pagaras, tendría dinero para comprarlo, so rácano!
Gintoki se acercó a la cajera con una postura de cuchicheo, señaló a Kagura, y dijo:
—Oiga, señorita, no cobre ni un yen de lo que lleve esta chica, que yo no la conozco de nada. Se me ha arrimado como el mal olor a una m*****, y, claro, con esa piel tan pálida como un muerto y esos tapones en el pelo, pues me da cargo de conciencia mandarla a...
—¡A ti sí que te voy a mandar a la ******, Gin-chan!
—Ah, pobre —continuaba este—. Hasta lleva paraguas con el calorazo que hace. Esta generación perdida...
—Gin-san, no seas malo —le riñó Patsuan.
—O me lo compras —se encaró Kagura— o digo a la vieja del bar que te bebiste su Don Perignon y lo sustituiste por un licor barato.
—¡E-eso es mentira! ¡Yo no he hecho nada de eso! —El que fuera el terrible Shiroyasha apretó los dientes—. ¿Quién te crees que eres para chantajearme, niñata?
—Una pobre inmigrante —comenzó la Yato con una falsa voz de dolor, fingiendo estar a punto de desmayarse sobre el carro del supermercado— explotada por inútil que se emborracha por las noches.
Gintoki sonrió con suficiencia.
—Ja, ¿y te crees que la vieja cabrona te va a creer con eso?
Kagura le miró de soslayo, frunció el ceño y ocultó la mitad inferior de su cara con la caja de Eau à la vanille.
—La semana pasada llegaste borracho a casa, gritando y cantando a plena voz. Lo raro sería que no me creyera sobre alguna trastada tuya.
—Umm, señor… —La dependienta llamó la atención de Gintoki. No se habían dado cuenta, pero por su culpa la cola se había detenido, y tanto la cajera como los demás clientes estaban esperándoles—. ¿Va a comprar eso, o…?
"Padre" e "hija" se aguantaron la mirada. Kagura puso la caja en la cinta transportadora.
~o~
Sadaharu arrugó la nariz, estornudó, y retrocedió un paso, chocando con la puerta del baño.
—¿Qué pasa, chico? —Le preguntó la Yato. Se colocó el pelo suelto con coquetería, y sonrió orgullosa—. ¿Te gusta? Es nuevo. No-sé-qué-de-vainilla, se llama.
El perro sacudió la cabeza. Parecía querer decir: "No, no me gusta. Huele mal y es raro", pero Kagura le ignoró y se miró de nuevo en el espejo, observando su figura de arriba abajo.
—No está mal, ¿no? —Se acarició la cintura, escrutó la parte de atrás de sus muslos y se movió un poco. El vestido rojo se ajustaba bien a su cuerpo, aunque estaba escasa de curvas y, a lo más, tenía ligeramente marcada la cintura—. Mami era muy guapa también. Una mujer, con todas las letras. Creo que muchos hombres iban detrás de ella. Cuando se casó con Papi de penalty, muchos tíos se cabrearon. A Papi le ponía muy nervioso eso. —La joven sonrió, fue hasta Sadaharu y le frotó el cuello. El perro recibió la caricia con entusiasmo—. Yo también soy una mujer, ¿sabes? Aunque nadie parezca darse cuenta. Soy una señorita ya.
—¡Kagura-chan! —La voz de Shinpachi llegó desde el pasillo—. ¿Necesitas algo del supermercado?
Ella se recogió el pelo para ponerse el primer moñito.
—¡Pues sí, sukonbu! ¡Compra mucho!
—¡Ni hablar, de eso ya tienes bastante! —La voz del joven sonaba algo amortiguada por la distancia—. ¡Compraré cuando se acabe!
—¡Pero si se va a acabar rápido! —repuso la joven, haciendo un mohín. Entonces tuvo una idea—. ¡Ey, espera, Shinpachi, voy contigo!
—¿Qué? ¿En serio? ¿Tú?
Se puso el otro moñito a toda prisa y salió del baño. Cogió el paraguas y fue hasta su amigo, quien, con el carro de la compra junto a él, la miraba con recelo.
—¿De veras quieres venir conmigo a comprar? —No se lo creía—. ¿Dónde está la trampa?
Ella frunció el ceño. Abrió la sombrilla y se la colocó sobre el hombro.
—En que si sigues preguntando te tocará ir al supermercado en calzoncillos.
El chico suspiró.
—Bueno, vale. Si es que no sé por qué me intereso.
Salieron ambos de la Yorozuya. Aquel era uno de esos días en los que el sol apretaba más que las nalgas de un diarreico, y por eso no había mucha gente deambulando por la calle. Igualmente, como en un par de semanas iba a haber un festival, se notaba cómo los comercios iban proveyéndose del stock necesario para semejante evento. La emoción se olía en el ambiente, aunque por el momento estaba encubierta.
—Oye, Shinpachi —comenzó de pronto Kagura, curioseando por los escaparates como quien no quiere la cosa—. ¿Por qué es tan famosa la cantante esa? La que siempre que canta suenan pitos.
—¿Hm? ¿Otsu-chan, dices? —La pelirroja asintió. El chico estuvo a punto de preguntar el porqué de dicho interés repentino, pero en cuanto se acordó de la idol, de su preciosa sonrisa y de esa voz que tanto le embobaba, perdió el sentido común y empezó a hablar sin pensar—. Ah, qué pregunta. Pues porque es maravillosa. —Se acomodó las gafas—. Yo la seguía desde antes de que se hiciera famosa, ¿sabes? Y ya noté que tenía algo especial. Tenía, no sé, eso que la gente llama "encanto". A mí me absorbió desde el primer momento. Era tan pre-… ¿Eh? ¿Kagura-chan? ¿A dónde vas?
—Paso de oír chorradas —dijo ella, mientras se alejaba, con el dedo en la nariz—. Me voy por ahí.
Y lo hizo, se alejó del distrito, compró de paso algo de sukonbu, para pasar la tarde, y fue directa hacia su próximo objetivo: Yoshiwara.
~o~
—¡Kagura-chan! —Seita sonrió de oreja a oreja desde detrás del mostrador cuando la vio aparecer. Tanto a ella como a Gintoki les tenía mucho cariño—. ¡Cuánto tiempo!¿Cómo tú por aquí?
—Hola. —La pelirroja saludó con la mano y echó un vistazo rápido al establecimiento. Sabía que, de vez en cuando, al niño le tocaba supervisar el local, pero por regla general, tanto Hinowa como Tsukuyo, solían estar cerca—. ¿Tsukki está por aquí?—preguntó.
—Ah, ¿quieres verla? Está en la parte de atrás, con mi madre. —Seita señaló la puerta del fondo—. ¿La llamo?
Kagura asintió, y el niño, siempre tan diligente, fue a buscar a la mujer. Tras un rato, ambos volvieron a donde estaba la chica. Tsukuyo saludó con la cabeza, tranquila, y exhaló un poco de humo de su pipa antes de hablar:
—Es raro que vengas sola por aquí. ¿Pasa algo?
Kagura saludó alegremente.
—¡Ey, Tsukki! Ehm… ¿Todo bien por aquí?
La mujer frunció un poco el ceño. Apoyó la cadera en el mostrador del sitio y volvió llevarse la pipa a los labios.
—Sí, sin mucha novedad —respondió—. Algún que otro revoltoso, de vez en cuando, pero… lo solucionamos rápido. —La miró entonces de soslayo—. ¿Le ha pasado algo a ese idiota?
—¿A Gin-chan? —dedujo la Yato. Negó con la cabeza—. No, no, qué va. Está igual de vago que siempre. —Tsukuyo levantó una ceja, apartó la mirada. Kagura se sentó en uno de los taburetes y, con disimulo, escrutó la ropa de la mujer, desde las medias de rejilla hasta los recogidos para el pelo con forma de kunai. Luego miró sus propias ropas, aquel vestido rojo que tanto le gustaba. Arrugó la boca—. Oye, Tsukki... —comenzó—¿Cómo puedo hacerme una mujer?
La pipa casi resbala de la boca de la ninja.
—¿Q-qué? —tartamudeó con los ojos abiertos de par en par.
—Sí, ya sabes, hacerme mujer. —Columpió las piernas entre las patas del alto taburete—. Tengo catorce años, ya no soy una niña, pero todo el mundo me ve como tal.
—Bueno... —La ninja no sabía dónde meterse. Miró a Seita, quien estaba distraído haciendo exprimiendo naranjas para hacerse un zumo—. S-supongo que es cuestión de tener paciencia.
—¡Pero estoy cansada de esperar! Quiero hacerme ya una mujer. ¡Con todas las letras!
La ninja se puso roja como un tomate.
—E-espera, no estarás pensando en... ¡N-no puedes hacer eso!
Kagura parpadeó.
—¿Hacer el qué?
—¿Y por eso has venido aquí? —continuaba Tsukuyo, horrorizada, cada vez más colorada—. No, no, ni hablar. ¡Qué diría Gintoki! No, no, no. Hi... ¡Hinowa! —gritó de pronto—. ¡V-ven un momento, por favor! ¡Y-y-yo no puedo hacer esto!
—¿Que quieres hacerte mujer, dices? —Seita, que algo había escuchado, se unió a la conversación. Había manchado la encimera con zumo, y lo estaba limpiando con un trapo—. ¿Y cómo piensas hacer eso?
Kagura iba a responderle, pero la ninja la interrumpió con la fuerza de un vendaval.
—¡Seita! —En su voz había el tono de enfado que precedía a una bronca—. ¡Vete a tu cuarto ahora mismo!
—¿Quééé? —se quejó el chico—. ¿Por qué?
—P-porque... Porque... —Tsukuyo estaba como un flan—. ¡Ve a buscar a tu madre! ¿Cómo se te ocurre dejarla sola? —Cambió de tema, y la mención de su madre hizo que el niño obedeciera a regañadientes, con los hombros caídos y murmurando—. Y-y ahora, Kagura... ¿eh? ¿Kagura?
~o~
El pelaje de Sadaharu le hacía cosquillas en la nariz. Movió un poco la cabeza para acomodarse mejor en el lomo del animal, y gruñó. Ya calmadas sus ganas de estornudar, se sumergió en el placentero calor que emanaba su mascota. La brisa que corría por el parque era plácida y somnolienta. El perro deambulaba por las zonas de sombra de los árboles, para que la Yato no se abrasara la espalda con el sol.
Kagura suspiró. Era la tercera vez que lo hacía en diez minutos. Estaba un poco decepcionada: Había ido a ver a Tsukki con la esperanza de inspirarse para ser más... bueno, mujer, y en lugar de eso se había montado un follón que no entendía y no había conseguido respuesta alguna. Sopesó la idea (que ya había pensado varias veces) de ir a ver a Otae, pero no le convencía demasiado aquello. Anego era una mujer de armas tomar, eso era cierto, mas tampoco se asemejaba demasiado al estilo de feminidad que quería tener Kagura. Era demasiado basta, soez y masculina como para parecerse a la hermana de Shinpachi. Bostezó. Empezaba a adormilarse.
—Con este carácter nadie querrá tomarme como esposa —murmuró, rascando la oreja de Sadaharu por detrás—.
Por fin, se durmió.
No tuvo consciencia de cuánto tiempo había estado durmiendo. De vez en cuando escuchaba sonidos taponados a través de su somnolencia, pero no tenía ganas de desvelarse, de manera que los ignoró. No obstante, llegó un momento en que escuchó un gruñido. Seco y amenazante, pese a la modorra, reconoció perfectamente que pertenecía a Sadaharu. Esto le llamó la atención con la suficiente fuerza como para abrir en parte un ojo.
Vio una figura borrosa y oscura. No le importó, así que volvió a cerrar el ojo. Si era algún vagabundo o algo, Sadaharu se ocuparía de él. No era el tipo de animal con el que tenía que preocuparse de que le hicieran daño.
—Tienes un bicho en la espalda, amigo —escuchó de una voz que conocía demasiado bien.
Se incorporó instantáneamente, y miró al Capitán del Shinsengumi con una mueca de indignación propia de quien ha encontrado una mancha en un vestido nuevo. Sadaharu gruñía al recién llegado, cosa que, aunque no dijo nada al respecto, le agradó en sus fueros interiores. Estaba bien enseñado.
El policía sonrió, ignorando al animal.
—Tu perro está pisando el césped.
—¿Y? —repuso ella.
El joven señaló un cartel que había a varios metros de ellos. En él ponía: "Se ruega no pisar el césped". Kagura miró al suelo, se dio cuenta de dónde estaban y bufó.
—¿No tienes otra cosa que hacer? —preguntó con altivez—. Seguramente Gorila la esté liando en alguna parte, persiguiendo a Anego.
Okita se encogió de hombros.
—Estoy de ronda.
—Y yo no estoy de humor —se dejó caer de nuevo sobre Sadaharu—. Vete por ahí.
Okita volvió a sonreír, y se agachó ligeramente para intentar verla a la cara, oculta entre el blanco del animal.
—Oh, ¿entonces estás deprimidita? ¿Por qué? ¿Danna no te paga las golosinas ya?
—¿Me quieres dejar en paz, cara culo?—saltó ella —. Eres más insoportable que una montaña de mierda.
El chico se irguió, arrugó la nariz.
—Qué basta eres. Tú sí que eres inaguantable, China.
La pelirroja se incorporó, frunciendo tanto el ceño que parecía uniceja. Crispó los labios en una mueca bastante fea.
— ¡Ya, ya lo sé! —estalló ella—. ¿Te crees más listo por decírmelo? —Sacudió el brazo, y habría dado al policía si no se hubiera apartado—. Ya sé que tengo la feminidad en el culo, pedazo de imbécil, así que vete por ahí, y no vuelvas.
Silencio. Ella se recostó en el animal, que giró la cabeza en un intento de ver a su ama y averiguar qué le pasaba. Okita se quedó dónde estaba, ella ni siquiera le miró. Tras un par de segundos, el chico dio un silbido.
—Ya entiendo, ya entiendo... —su voz adquirió un tono malévolo—. La niña está triste porque es más basta que un arado y más guarra que un cerdo. Po-brecita. —Canturreó.
Esquivó la patada por poco, con un movimiento envolvente hacia atrás, parecido a uno de Matrix. Ella reaccionó rápido, bajó de su mascota con un salto ágil y se lanzó a por él como un animal furioso. Tras ello llegó una sucesión de golpes, esquives, patadas, intentos de mordisco, intentos de patadas en la entrepierna y acertados tirones de pelo que se prolongó durante casi una hora, sin descansos ni medias tintas.
Cayó la tarde. El cielo se pintó de naranja y rosa sobre ellos, enfrascados en destrozarse el uno al otro. La gente del parque se había alarmado por el jaleo que provocaban, cogieron a sus hijos nada más empezar la pelea y huyeron como alma que lleva el diablo. Estaban solos, porque incluso Sadaharu se había aburrido (no era la primera vez que les veía así) y se había echado a dormir bajo un árbol.
Por fin, después de una potente patada mutua, ambos jóvenes acabaron tirados en el suelo, a varios metros de distancia el uno del otro, jadeando profundamente. Okita, entonces, se empezó a reír. Cosa difícil cuando ya le costaba respirar.
—¿De qué te ríes, memo? —preguntó la pelirroja, boca arriba. Boqueaba como un pez.
—De lo idiota que eres.
Ella levantó la cabeza, sin levantar siquiera el torso, y le miró de refilón.
—¿Es que quieres más, Sadist? Si estás para el arrastre.
—Tú también —respondió él, mirando al cielo—. No, me río de lo estúpido que es tu cerebro. ¿Femenina tú? —Soltó una corta carcajada—. Esa sí que es buena. Ni dejando de soltar esas barbaridades por la boca serías una dama.
—Ya, bueno —refunfuñó ella—. ¿Y qué?
—Eso digo yo: —continuaba jadeando, con los brazos extendidos sobre el césped levantado por los golpes—. ¿Y qué? Si fueras tan señoritinga como una princesa, que ni en sueños lo eres, China, sería un coñazo partirte la cara. Seguro que te echarías a llorar y me tocaría a mí pagar los platos rotos.
Kagura bajó la cabeza, golpeándose con la tierra en la nuca. De pronto se sentía muy nerviosa, muy tensa. Le ardía la cara.
—Ah. —Logró decir.
—Bueno, ¿continuamos? —Okita se sentó, rascándose el cuello con desinterés. Cuando la miró, ella no había hecho ademán de moverse—. ¿No puedes moverte, China? ¿Te he hecho pupa?
Kagura hizo un esfuerzo titánico por disimular la sonrisa que, como a una estúpida, se le había puesto en la cara. Se pasó la lengua por los labios y, dándose impulso con las piernas, se levantó de un salto.
—Cállate. —Sonrió. Y su sonrisa era valiente y orgullosa—. Estoy mejor que nunca.
C'est fini! Espero que os haya gustado. Muchas gracias por leer y comentar. Cualquier error, queja o incoherencia que hayáis leído, no dudéis en decírmelo~. ¡Matta nee!
