COWBOY BEBOP
Capítulo 1
Corría por una calle empedrada, reía y el aire le daba en la cara. Era un día soleado pero la temperatura era muy agradable a la sombra de los árboles. Bajó rápidamente por la calle hasta llegar al paseo. ¨El mar¨. Siempre le había gustado el mar. Sabía nadar desde muy pequeña, sus padres la habían apuntado a clases de natación con tres años. ¨Mi pequeña pececito¨, así le decía su padre en aquel entonces.
Alzó la vista y el sol le calentaba las mejillas, oyó a las gaviotas que se afanaban por atrapar peces que nadaban cerca del muelle.
Su vida era fantástica.
Un gran estruendo la sobresaltó. Abrió los ojos y se fijó que la ventana estaba rota. Se levantó del sofá y cogió su arma. Con cuidado se acercó a la ventana. Afuera aún era de noche. Apenas había iluminación en la calle. Estaba en uno de los peores suburbios.
Tras estar un rato inmóvil vigilando se convenció que su ventana había sido desafortunadamente elegida al azar por algún gamberrete con ganas de armar jaleo.
Faltaba un par de horas para el amanecer y pensaba pasarlas durmiendo. Volvió al sofá y se tiró en él. Mañana se ocuparía de la ventana.
Había llegado el momento. Vislumbraba el amanecer mientras se encaminaba en busca de un medio de transporte, hacía mucho que no pilotaba y lo estaba deseando.
Llevaba mucho tiempo anclado en el presente sin poder avanzar por un pasado inconcluso, viviendo sin vivir, como en un sueño. Quiso abrir los ojos, despertar, y fue en busca de su destino, pensando que encontraría su final. Pero el destino siempre demostró que nada salía como esperaba. Tal es así que no murió ese fatídico día, que no murió junto con su pasado. Pero si el pasado está muerto, quién es el hombre del presente, cómo puede haber un futuro. Había pasado de dormir la vida a vivir como un espejismo, un hombre que ya no es nada, un hombre que ya no se conoce a sí mismo.
Algunos dirán que lo que sufría era depresión y no estarían equivocados. Había una falta de motivación que pesaba como nunca antes. No quería seguir ahí, se sentía como un fantasma condenado a vagar por el mundo, solo.
Laughing Bull, lo había salvado. Su amigo había obrado un milagro. Fue a buscarlo, recogió su cuerpo malherido y se lo llevó. Y lo había arrancado de las garras de un destino que no le pertenecía.
Él le decía que curar el cuerpo era fácil. ¨La recuperación es más tardía cuando se trata de remendar el espíritu. El mejor guerrero soportará todo tipo de males y no perderá en ninguna batalla, pues solo uno mismo puede acabar con el propio espíritu. Debes decidir si tu espíritu resistirá o si te rindes¨. A menudo era motivador escuchar sus palabras. A veces ese viejo indio decía cosas que parecían tener sentido. Pero la manera en que él se sentía en ese momento era muy diferente. Estaba tremendamente cansado, no lo consideraba una rendición sino su premio, su recompensa tras una vida difícil y dura. Así que se dedicó a languidecer. Unas manos sabias le obligaron a comer cuando correspondía, le atendían cuando la fiebre subía y velaban su sueño. ¨Hoy todo lo ves oscuro, pero el sol saldrá de nuevo y la oscuridad se marchará hasta la noche. Todo es un ciclo, lo uno necesita de lo otro. Al final tu espíritu buscará la luz¨.
Había encontrado la luz después de mucho tiempo, tal vez demasiado. Se había entrenado y recuperado fuerzas. Ahora debía reencontrarse con el hombre que quería ser.
Una mujer rubia se levantaba de la cama y cubría su desnudez con una bata.
¿Piensas quedarte hoy?
¿Piensas echarme?
Sabes que no, siempre andas con prisas. ¿No tienes a nadie a quien cazar?
Acabo de cobrar una recompensa- dijo mientras se sentaba en la cama, apoyaba la espalda en el cabecero y cogía un cigarrillo de la mesa.
No me gusta que fumes aquí, deja el olor impregnado en las sábanas.
La miraba salir de la habitación mientras se fumaba el cigarrillo. Venía a verla siempre que podía. Ella le había propuesto más de una vez que vivieran juntos, que hicieran lo suyo algo más formal. Pero, aunque siempre que estaba lejos deseaba verla, anhelaba su compañía, cuando estaban juntos se sentía atrapado. Atrapado por una felicidad que sentía que no le correspondía, que no merecía sentir. Un vacío interior le impedía asentarse. Se estaba haciendo viejo y aun así no era capaz de salir del círculo vicioso en el que se había convertido su vida.
Jet, ven a comer algo, te estarás muriendo de hambre. Tengo sobras de ayer.
Voy!- apagó el cigarro en el cenicero de la mesilla y se levantó.
Puede que no consiguiera alcanzar una felicidad absoluta al lado de una bella mujer, pero sí que podía aceptar la felicidad efímera de llenarse el estómago con comida hecha por otra persona, una persona que además tenía un don para la cocina.
Ed!- un chico con unos cascos enorme sobre las orejas y una gafas con lentes virtuales en los ojos gritó a la chica que se encontraba varias mesas detrás de él.- ¿Has visto el último mensaje encriptado?- La pelirroja fruncía el ceño mientras descifraba el mensaje. Llevaban toda la semana recibiendo mensajes similares. Tenía parte transcrita y se podía imaginar fácilmente el resto pero no quería que sus compañeros supieran nada de eso. Así que ella misma les mandaba mensajes imposibles de descifrar para mantenerlos ocupados y desviar la atención de los importantes, importantes para ella.
Había viajado mucho en los últimos años. Había reunido mucha información y era capaz de acceder a casi cualquier otra si así lo requería. Pero ya no era una niña. Había espabilado y sabía que ese mundo era un lugar demasiado peligroso para andarse con tonterías. Se había dado cuenta que sus anteriores compañeros jugaban mucho con la muerte. Y por lo que parecía vislumbrar en esos mensajes, la muerte estaba jugando ahora con ellos.
Que complicado es hacerse adulto, Ein- dijo la chica mientras acariciaba la cabeza del perro. Este la miró con cara de comprensión y juntos pasaron las horas meditando sobre lo que se debería hacer.
