El Señor del mar
Soy inmortal, real… existo… no soy una leyenda….
Cumplo con una misión que me costó el corazón y el alma….
Lo domino en su totalidad y así será por toda la eternidad, somos ya uno solo
Soy el único y auténtico SEÑOR DEL MAR
Prologo
I
Cuando la noche cayó, un viento frío se apoderó de su cuerpo por lo que se apresuró a cubrirlo con la enorme capa que lucía: Roja, como la sangre que por su causa se había vertido aquel atardecer.
La catástrofe había terminado. La aldea fue arrasada y declarada propiedad de su majestad el rey de Inglaterra.
Una sonrisa maliciosa llenó su rostro, pero pronto la apartó al ver como el resto de la tropa observaba la gran pira que se consumía en la playa.
Su rostro ahora serio y parecido al de un monstruo por esa fiera mirada asustó a algunos de sus hombres, quienes en contra de su voluntad solo cumplían la orden de deshacerse de todos los caídos de la manera más rápida y práctica que pudieran.
Otro grupo que permanecía alejado solo reía al notar el miedo que su superior despertaba. Para ellos era fácil ver toda aquella destrucción. No era la primera vez que lo hacían, ni tampoco ese montón de vejaciones entre mujeres y niñas en las que complacían sus lascivos placeres. Era un orgullo matar a sus hombres en su plena presencia y luego gozarlas hasta que murieran o se desmayaran, victimas del dolor no solo corporal sino también de su alma.
No quedó un solo sobreviviente, ningún testigo que pudiera notificar a su majestad los "métodos" que fueron utilizados para detener a sus enemigos, para finalmente arrasar con esa terrible isla llena de ladrones, traficantes y un que otro pirata que todavía sobrevivía a pesar de la cacería que hacía años terminó.
-Supongo que le diremos al rey lo de siempre ¿no es así capitán?- uno de los soldados se acercó a él con una sonrisa cínica que volvió a invocar la que esbozaba su superior.
-Hubo fuerte resistencia, fue necesario el ataque con cañones, todos huyeron, la isla quedó completamente desierta- confirmó y el hombre tras hacer una pequeña venia ante él volvió hacia la pira. Fue entonces cuando aquellos ruidos le alertaron. Entre el crepitar de los leños creyó escuchar un lamento. O tal vez no era eso, parecía un llanto fuerte y enérgico que provenía del interior mismo de las llamas.
-¡Son los espíritus de los caídos! ¡Seguramente no han sido acogidos por la muerte ya que añoran venganza!- soltó uno de ellos temblando de miedo. El capitán se acercó hasta él, el hombre sostenía con su mano una de las antorchas que encendió la pira. Observó como ésta le temblaba.
-¡Eres un idiota! ¡Son solo supersticiones!- rugió frente a él y el miedo se acrecentó en su interior pero ahora no por los espíritus. Con pasos seguros el Capitán de la guardia real se acercó al sitio donde provenía el llanto y entre los cuerpos que comenzaban apenas a arder alcanzó a ver un bulto protegido por los brazos de una mujer. Con sumo cuidado y tratando de no ser herido por las llamas logró tomarlo entre sus brazos.
Abrió con cuidado la manta. Sus ojos se abrieron sorprendidos al escuchar aquel llanto todavía con más fuerza y vigor. El bebé se tensaba en sus brazos, movía su cuerpo de un lado a otro, como si intentara escapar de él, tal vez reclamándole lo que por su causa acababa de ocurrir. No debía tener el año de edad, su cabello comenzaba a rizarse y esos ojos oscuros por un momento le hicieron volver al pasado, cuando todavía en su vida había una razón para ser feliz, para ser bueno y honesto.
-¡Arrojémoslo a las llamas!- sugirió otro de los soldados quien motivado por la curiosidad se acercó hasta su superior.
-¡Si, es lo mejor, así mitigaremos el dolor del chiquillo!- secundó uno mas.
-¡Vamos capitán, será un verdadero espectáculo!- terció aquel a espaldas de él esbozando una sonrisa que mas parecía la de un enfermo mental que la de un soldado de la corona.
Sin darle tiempo a nada el capitán se giró sobre sus talones. Una bofetada le rompió no solo el labio sino también el orgullo pues todos corearon su acción con carcajadas. Desde el suelo aquel hombre observó la imponente figura de su capitán: alto, fuerte, con sus ojos casi llameando como la enorme pira. Iba a decir algo pero inmediatamente él se le adelantó
-¡Guarda silencio sucia rata!- atronó haciendo a todo el mundo temblar- ¡No es un niño! ¡Es una niña! ¡Mi hija! ¡Y al que se atreva a negarlo lo lanzaré yo mismo a las llamas!- la súbita advertencia dejó al resto de quienes lo miraban sumamente sorprendidos.
-Pero señor esa niña….
-¡Es una criatura fuerte, vigorosa, solo puede ser hija de alguien como yo!- Ninguno se atrevió a decir una sola palabra mas. El capitán acomodó entre los pliegues de su capa al bebé.
-Es una locura- secundó el de la antorcha tomando un poco de valor. El capitán se acercó a él y sin dudarlo gracias a su poderosa fuerza lo tomó de su camisa y de un solo movimiento lo arrojó hacia las llamas, de donde salió corriendo con rumbo hacia el mar para poder evitar que éstas, ya en sus pies, siguieran recorriendo su cuerpo.
-¡El que diga algo mas, no dudaré en lanzarlo antes de atravesarlo con mi espada!- se hizo un silencio sepulcral, digno esta vez del ambiente frente a ellos. Fue interrumpido una vez mas por aquel vigoroso llanto que tiró de la tela del manto del capitán. Éste volvió a mirarla, sabía que era una niña con solo contemplar esos ojos, únicos y maravillosos como los de aquella dama que perdió y le dio felicidad antes que el destino se la arrebatara. La meció, provocando un murmullo generalizado que volvió a silenciar con su terrible mirada-Díganme soldados ¿Qué pasó con esa ultima casa que les pedí registraran hasta el último rincón?
-No había nada, seguramente se equivocaron cuando le enviaron la información. Ni siquiera había una señal que nos indicara era el lugar correcto- el capitán torció la boca en un gesto de desaprobación.
-No me importa cuantas islas tenga que arrasar, o que deba hacer para poder encontrar lo que busco- murmuró casi para sí mismo. Extrañamente la bebé le sonrió-si, tienes que ser mi hija pues aún sin comprenderlo estás de acuerdo con mis planes- se acercó un poco mas a ella-Eres hermosa…. Linnet- el nombre se le vino sin que siquiera lo hubiera pensado. La bebé volvió a reír- Linnet, ese será tu nombre.
Todavía confundidos por el extraño comportamiento de su capitán le siguieron y abordaron aquel grupo de galeones que sin compasión alguna acabó con la Isla Mont. Una de las tantas que conformaban los archipiélagos distribuidos a lo largo del Caribe.
Solo sus hombres sabían de sus verdaderos planes. Tal y como su majestad lo ordenó se dedicaba a restaurar el orden en aquellos inhóspitos lugares llenos de salvajes y delincuentes. Pero también, para su propio beneficio buscaba algo: un objeto en particular que serviría para cumplir sus maléficos fines.
No fue difícil para él convencer a la tropa de seguirle, muchos de los soldados eran farsantes, traidores que por conservar su vida en muchas de las incursiones en las islas le juraron fidelidad a cambio de dinero, poder y libertad.
El capitán era un hombre escaso de palabras, serio, perverso y cruel. Es por eso que lo ocurrido con el bebé no dejaba de preocuparles. ¿Se habría ablandado? Descubrieron que no cuando llegando a Rosman Island. Isla no muy lejana del antiguo Port Royal donde ejercía su autoridad el gobernador. Se encargo de darles un buen castigo a todos aquellos que a sus espaldas se atrevieron siquiera a insinuar que había perdido la cabeza. Esa misma noche, sin piedad alguna, se deshizo de todos los testigos que se negaban a confirmar su paternidad, solo algunos que juraron por sus vidas no comentar nada de lo ocurrido fueron los que tuvieron el privilegio de mantenerse a su lado.
Mandó llamar una nodriza, una niñera, y un par de damas para que se encargaran de la pequeña Linnet, pronto el lugar se llenó de vigorosos llantos y quejidos que muchos comenzaron a odiar pero soportaban por temor a sus vidas. El capitán no quería admitirlo, pero lo había hecho por ella, por su difunta esposa quien llevaba el mismo nombre y murió junto con su hijo durante el parto. Una gran pérdida que le costó mucho trabajo superar. Sabía que todo fue culpa de la comadrona, quien prefirió atender a la esposa de uno de sus superiores antes que a la suya. La mujer no vivió mucho, ni siquiera para saber cual fue el motivo por el cual querían matarle.
Un gran odio se anidó en él. La vida no podía castigarle mas, sin embargo lo hizo. Perdió a su hermano poco tiempo después en circunstancias que no fueron muy claras. Él fue quien le presentó a su adorada Linnet, su fallecida esposa. Gracias a él es que supo lo que era la felicidad plena. Sobre su tumba juró vengarse y eso es lo que haría. Encontró la mejor manera de hacerlo entre las pocas pertenencias que se pudieron recuperar de su valiente hermano. Y no cesaría. No importaba que le tomara años, encontraría la manera de cumplir con su misión.
No fue difícil para él encariñarse de la pequeña Linnet. Era lo único que lograba arrancarle una sonrisa. Se parecía tanto a su difunta esposa, solo el color de sus ojos era más oscuro, pero sus cabellos rizados y largos que formaban una cascada hasta su cintura por momentos le hacían pensar que ella había vuelto.
Era una niña enérgica, con una valentía sin igual. Cuando regresaba de sus incursiones en las diferentes islas cercanas siempre recibía quejas. Le gustaba robar caballos del establo y salir a montar, tomaba espadas de la colección que guardaba en su sótano y desafiaba a todo rival que se le pusiera en frente. Tres institutrices no fueron suficientes para controlarla por lo que la envió a Londres a estudiar durante un par de años, donde Linnet no solo aprendió a manejarse como una dama en la corte, sino que a escondidas de su padre, logró hacerse de un instructor de esgrima quien la consideraba aún mejor que sus alumnos varones.
Sin embargo, a pesar de saber su hija estaría a salvo en Londres, no pudo evitar ordenar que la trajeran de vuelta a casa, hecha toda una mujer. Convirtiéndose en el orgullo de su padre, quien ahora debido a su nombramiento de Comodoro, ganado a pulso por sus contribuciones a la corona inglesa, mismo que lo perfilaba con gran fuerza a ser el gobernador de todo ese grupo de archipiélagos numerosos; los cuales en todos aquellos años no había podido controlar del todo, pues las incursiones duraban semanas o incluso meses para conquistar los mas poblados.
Por supuesto que Linnet no estaba enterada del todo de las actividades que realizaba su padre. Pero su inteligencia y curiosidad le hacían saber que era algo muy peligroso. Su padre siempre intentaba controlarse frente a ella. La joven nunca observó su comportamiento cruel y despiadado hacia los demás. En parte su amor de hija le evitaba darse cuenta. Pero su rebeldía sería algo que muy pronto la sacaría de su error y le haría enterarse de toda la verdad.
Una mañana mientras peinaba sus largos y rizados cabellos oscuros, sus ojos del mismo color se abrieron en extremo asombro. Escuchó dos disparos que provenían del despacho de su padre. Esto le despertó un gran miedo y ansiedad pero aún con ellos su grácil y esbelta figura se incorporó con elegancia del banco del tocador y subiendo apenas un poco sus finas vestiduras, se deslizó sigilosamente hacia la salita a donde daba el despacho. Algunas voces se escuchaban desde el interior y algo nerviosa se escondió en un armario donde su padre guardaba algunas de sus capas, paraguas y sombreros.
-Llévense a este incompetente antes de que mi hija note sus presencias- el aspecto de aquel par de soldados le impactó: cubiertos de sangre, con sus caras y uniformes si hubieran regresado de una feroz guerra. Sus miradas eran frías, ausentes de total sentimiento. Cargaban con un hombre que no le costó mucho trabajo deducir que estaba muerto-encontró el lugar, pero no lo que necesitaba, según mis informantes quedó guardado ahí desde que desapareció esa maldita de Swann- Linnet se llevó la mano a la boca algo asustada. Acallando esos sollozos que comenzaban a formarse al ver en su padre todavía mas frialdad y odio en su mirada que en las de sus hombres. A su mente vino todo lo contrario. Los recuerdos de ese hombre que se desvivía por ella, le contaba cuentos, le enseñaba todo lo que sabía y le hablaba antes de dormir acerca de su madre. Se abandonaba al sueño observando su sonrisa y esos ojos azules plagados de una infinita ternura. Su padre no podía ser ese que estaba frente a ella- Encuentren el cofre, o pagarán su incompetencia de la misma forma en que Reynald- Linnet cerró sus ojos, hundió el rostro entre sus manos. Debía ser una pesadilla, de que otra forma sino su padre se habían transformado en ese monstruo que amenazaba a sus subordinados.
En cuanto se fueron salió corriendo a toda prisa a sus habitaciones. Se dejó caer en el lecho y dejó que su llanto fluyera libremente. Nadie se atrevió a molestarla ni siquiera alguna de sus damas. A pesar de no ser aún mediodía cayó rendida en un profundo sueño. El cual esperaba le ayudara a recuperarse de aquella gran pena que cuando despertó, solo le hizo pensar que debió ser una pesadilla.
-Apresúrese señorita que ya pasa del medio día y su prometido no debe tardar en llegar- escuchó pasadas unas horas la voz de Thelma, su dama de compañía.
-Él no es mi prometido, solo somos amigos. Nos conocimos en Londres…
-Si, lo sé, pero no me va a negar que su padre desea esa amistad se convierta en algo mas- observó sorprendida como Linnet entrecerraba sus ojos sintiéndose algo molesta, pero no le importó y continuó- Aivan Audrey, Gran Duque de Amneris- con un suspiro terminó aquella frase-es tan hermoso señorita: alto, apuesto, con unos ojos azules que…
-Es un idiota-le interrumpió ella secamente, contuvo la risa a pesar de la cara de espanto que tenía Thelma- es mi amigo pero es un idiota, te lo confirmo, además el ducado que tiene en Inglaterra no es suyo, creo que lo heredó debido a la desaparición del verdadero duque. Es apuesto, pero lo que tiene de buenmozo lo tiene de vividor e incompetente ¿Sabes que no lo quisieron admitir en la clase de esgrima de…- detuvo sus palabras, por poco quedaba al descubierto frente a su dama de compañía.
Thelma no dijo nada más y le alentó a que le ayudara a arreglarse. Linnet cambiando el tema rápida y astutamente logró que pronto se olvidara de lo que había dicho.
Aivan, era apuesto si, y se llevaba muy bien con él. Su padre nunca admitiría un matrimonio con alguien que no llevara un rango similar o mas alto que el suyo así que después de todo era una buena opción. Intentaría acercarse un poco mas a él, tal vez podría enamorarse. Algunas de sus maestras en Londres le explicaron que el amor no es como lo describen los poetas. Además nunca había experimentado ninguna de las sensaciones que relataban, seguramente tenían razón. Por el momento Aivan era su mejor opción.
De pronto cerró sus ojos. Un grupo de imágenes aparecieron en su mente: su padre, un hombre muerto. Sacudió la cabeza, era esa pesadilla. Tenía que serlo.
***
No muy lejos de ahí aquella figura maldecía su destino. Su figura estaba de pié, en aquel lugar que fue su hogar y que finalmente fue arrasado tal y como su madre lo predijo.
El viento jugó con los rizos abundantes de su melena salvaje y suelta. Su piel morena brillaba con la luz del sol, la cual le brindaba una delgada y fina capa de sudor que la hacía lucir más tentadora de lo habitual. Era ya todo un hombre: fuerte, ágil, tan hábil como alguna vez lo fuera su padre.
Entró en la casa. Solo la antigua pintura de aquel grandioso barco había sobrevivido. Encontró agujeros no solo en el suelo sino también en las paredes, las cuales lucían manchas de hollín que empañaban su antigua belleza.
Su hogar, aquella mansión que debido al esfuerzo de su padre fue construida. Pronto le volvería a ver y no comprendía como es que le explicaría lo ocurrido. Su madre huyó con aquel que fue su mejor amigo, abandonándole con su viejo amigo Gibbs hacía años, quien junto a ella ahora rendían cuentas al creador por la acciones realizadas a lo largo de sus vidas. Su madre murió de una grave enfermedad según se lo comunicó aquella dama ahora muy poderosa y amable que ella despreciaba debido a que juraba le robaba el cariño de su segundo esposo.
Él no juzgaba a Elizabeth Swann. Era su madre después de todo. Pero sintió como el honor de la familia se destruía cuando fue diagnosticada con una de esas enfermedades que solo las rameras padecen. Se llevó las manos al rostro sintiéndose abrumado. Todavía entre sus manos tenía la carta de la Condesa de Kenzy. Aquella criatura que a pesar de no compartir su sangre fue una gran amiga, casi una hermana, pero que no veía desde hacía muchos años. Precisamente cuando su madre huyó con el padre de ésta para formar una nueva familia, una a la que él no pertenecía, a la que se negó a unirse pues él seguiría cada diez años esperando aquella figura que provenía del mar, ese fantasma que alegraba sus días solo con su recuerdo y el cual lucía idéntico a él, como si se reflejara en un espejo.
Había acudido a la casona abandonada precisamente a buscar lo que su madre se olvidó de resguardar y que ahora le pertenecía a él. El lugar fue escondido muy bien tanto por él como por el viejo Gibbs, sin embargo eso no fue obstáculo para el maldito Jhon Beckett, el nuevo comodoro y probablemente futuro gobernador de los archipiélagos que formaban el cinturón del Caribe. Tarde o temprano ocurriría, se había enterado apenas hace poco debido a que desde muy pequeño Gibbs lo llevaba consigo como tripulación de algunos barcos no solo mercantes sino de uno que otro pirata que todavía sobrevivía. Vivieron algunos años en Inglaterra, pero volvieron al Caribe hacía apenas unos meses. Pensaba la mansión permanecería el tiempo necesario oculta pero no ocurrió y ahora se maldecía así mismo por ello.
Su padre. ¿Qué pasaría de ahora en adelante con él? Su destino estaba atado a ese tesoro celosamente guardado. No podía viajar con ese objeto debido a que despertaría sospechas, pero esa no era la excusa que podía darle a su progenitor.
-Jhon Beckett… pagarás caro tu osadía, posees el cofre pero no durante mucho tiempo- apenas se escucho su voz. Un susurro al viento que esperaba llevara su advertencia a ese maldito inglés- Conoces la historia detrás de mi padre y seguro te lo llevaste, pero él no se inclinará ante ti, de eso voy a encargarme yo…- sentenció y pronto la voz de un hombre le advirtió de la presencia de algunos soldados ingleses que se acercaban a patrullar, este venía a caballo y rápidamente le ofreció otro al joven quien miró por última vez aquel que fuera su hogar. Apretó los puños con fuerza y una vez mas juró por su vida que ese maldito pagaría por su delito, al igual que lo hizo su hermano.
-¡Debemos abordar el Greed of the Ocean, inmediatamente!- ordenó a aquel hombre joven que le acompañaba a todo galope- Volveremos a navegar.
-Creí que habías dicho jamás volveríamos a hacerlo- respondió él un tanto confuso.
-Será el último viaje Richard… - aseguró.
-Pero Capitán….
-¿Estas conmigo no es así?- arrugó el entrecejo. Observó detenidamente a los oscuros ojos de su joven amigo, quien hacía años le había acompañado en grandes aventuras al lado de Gibbs. Juntos es que conquistaron ese navío que ahora podían llamar suyo.
En un principio se dedicaron al comercio. Posteriormente a la piratería. Aunque solo lo suficiente para poder retirarse y llevar una vida tranquila.
Tenemos una misión que cumplir. Tal vez la mas difícil de todas, iremos a Rosman- la mirada del joven capitán estaba repleta de un extraño sentimiento que su acompañante no sabía como interpretar. ¿Odio? ¿Rencor? No tardaría mucho en averiguarlo.
-Amigo, espero después no te arrepientas- le habló ahora con menos formalidad. Él negó con la cabeza.
-Reúne a toda la vieja tripulación, son libres de elegir seguirme o no, y quienes acepten, diles que el capitán Axel Turner sabrá como recompensarles- agitó las riendas y tomaron ahora caminos separados, necesitaba preparar un plan.
II
Te necesito….
Por Favor… Ven pronto dama mía….
Cuando estés a mi lado…. Pobre de aquel que quiera apartarme de ti
De nuevo se encontraba en aquel lugar.
No podía distinguir si era una habitación, un sótano o el fondo de una enorme bodega. Estaba penetrado al aroma salino del mar. Las paredes que pasaban entre sus dedos y las cuales usaba para guiarse estaban cubiertas de coral, algas, y una que otra concha marina que lastimaba sus frágiles manos.
De pronto la luz del sol lo iluminó todo. Cubrió sus ojos al sentir como ésta le cegaba y como en tantas ocasiones, tal vez desde que era una niña, le contempló en absoluto silencio.
Ese hombre estaba ahí una vez mas, solo podía verlo de espaldas. Usaba una camisa color vino que se le entallaba perfectamente a sus formas. Era alto y su melena rizada caía con natural elegancia sobre sus hombros. Siempre que se acercaba a tocarle, a preguntarle que es lo que ocurría, la imagen se deshacía entre sus manos y despertaba en su cama sintiéndose angustiada. Con un dolor enorme atravesándole el pecho que le impedía respirar. Pero ésta vez no ocurrió así. Justo cuando iba a tocarle escuchó su voz: suave y gentil pero a la vez varonil, extrañamente se le hizo familiar.
-Descansen pero solo un momento- su orden fue firme. Imponía una gran autoridad y respeto, tal vez poder, como si fuera un gran señor. El mismo que comenzó a desabotonarse la camisa, y al deshacerse de ella causó que su respiración se le detuviera. Nunca había visto algo así: su espalda desnuda le conmovió. Había observado antes hombres desnudos pero esta vez fue diferente. Nada se comparaba con tan única visión. Sus músculos eran anchos, fuertes. Se contraían con ligeros movimientos que hacía para deshacerse de aquella prenda que ocultaba su imponente figura. Tal vez ningún hombre en la tierra podía compararse a él. Pues lo comparó incluso con un Dios pagano.
Sus pies se quedaron amurados en el suelo cuando se giró hacia ella. Quedó fascinada también con las facciones de su rostro: sus ojos marrones e intensos, el vello facial debidamente distribuido, sus labios delgados y finos que estaba segura harían a más de una gozar solo con un beso.
-¿Quién está ahí?- Ahora su sangre se heló al creer que podía verle. Parecía que así era, pero en ninguno de los sueños anteriores fue posible siquiera acercársele- Siento tu presencia… ¿Dónde estás?- cuestionó una vez mas pero ella no pudo responderle. Pronto escuchó un ruido atronador, balas de cañón probablemente y despertó asustada, como todas las madrugadas.
-¿Señora te encuentras bien?- cuestionó Gyssell. Una mujer ya de edad mayor que desde que ella era una jovencita estaba a su servicio- Es ya la tercera vez esta semana, deberías dejar que un médico te revise- insistió a su joven señora. Observó como se acomodaba su largo y liso cabello castaño y secaba el sudor de su frente con un paño que ella misma le había llevado. Gyssell también llevaba otro camisón de seda ya que el que la dama usaba se le pegaba a sus delicadas formas.
-Se parece mucho a él- soltó de repente la ama de aquella casona.
-Eso ya me lo has dicho muchas veces ¿pero como puedes saberlo si solo lo ves de espaldas?- Sin pena alguna la joven colocó las manos sobre su cintura y comenzó a halar el camisón, dejando a la luna deleitarse con su desnudez, pintando su perfecta piel y cada contorno de su ser con una exquisita luz plateada- Debo encontrar lo que estoy buscando, ya estoy muy cerca- tomó el camisón que Gyssell extendía hacia ella.
-Ya te lo he dicho Milady, es una locura- insistió ella- tenemos meses viajando en todas las islas, debemos volver a Londres. Además pronto será el aniversario de su difunto esposo y….
-Sabes muy bien que no me interesa lo que tenga que ver con él- le interrumpió algo molesta mientras acomodaba aquella fina tela sobre su cuerpo.
-Era un buen hombre. Se portó bien contigo y eso no lo puedes negar- la joven dama en efecto no pudo. Aquello era cierto (en parte) pues no todos conocían el secreto que ocultaba sobre la muerte de su esposo. Algo que ocurrió el mismo día en que él pasó a mejor vida.
-Elina esta muy lejos, no he llegado hasta aquí por nada- miró a través del enorme ventanal de su habitación la isla de Calix, lugar que le traía tanto gratos como tristes recuerdos.
Gyssell suspiró y no insistió más. Fue a la cocina por un té para su señora y se lo dio a beber para que pudiera dormir un poco. Sin embargo para ella fue imposible.
La Condesa Ainel Kenzy de Elina, tenía diez años de haber quedado viuda y a cargo de la mayoría de las propiedades de la isla Elina, otro de los tantos archipiélagos del Caribe. Desde muy joven tuvo un destino muy cruel. Su madre murió en el parto y apenas sabía de su padre pues era un pirata de mala muerte que mas gozaba de fama que de fortuna. Pero aún así, su afecto nunca le hizo falta, hasta que decidió casarse por segunda vez con una horrible mujer que le trataba como si fuera una criada y nunca estaba conforme con lo que su padre podría proporcionarles. Sus ausencias eran constantes, situación que aquella maldita mujer aprovechaba para justificar su maltrato. Sobrevivía gracias al hijo que ésta tuvo de su primer matrimonio, quien a escondidas le llevaba incluso la comida que su madre se atrevía a negarle a su hijastra.
Cuando apenas tenía trece años de edad es que Gyssell apareció en su vida. Tanto su hermanastro como ella le tomaron mucho cariño pues en incontables ocasiones los defendió de la amargura de aquella terrible mujer.
Una tarde. Cuando su terrible madrastra salió a visitar a una de las pocas amigas que tenía no pudo contener su curiosidad. Ella no se había dado cuenta que olvidó aquella llave que siempre llevaba pendiendo de su cuello. La guardó en uno de los cajones de un viejo armario escondido en un desván, pero justo cuando ya la tenía entre sus manos es que apareció su hermano.
-Esa llave será mía algún día- El pequeño observó aquellos ojos que no le comprendieron.
-Niños ¿Qué es lo que hacen aquí?- les cuestionó Gyssell- Salgan inmediatamente- Subieron a la sala de la casa no sin antes dejar la llave en su sitio. Aquella casona no era una mansión pero si lo suficientemente grande para que cada uno tuviera una habitación y la ama y señora un par de ellas.
-¿Por qué no le cuentas a mi hermana la leyenda del Holandés Errante Gyssell?- la petición del chico tomó por sorpresa a la dama- ¡Vamos! ¡No tiene nada de malo, estoy seguro que dentro de siete años, cuando Él vuelva estará feliz de conocerla!
La mujer miró a Ainel. No estaba muy segura de confiarle el secreto que alguna vez su madrastra Elizabeth Swann le revelara en una noche de copas y que le confirmara el pequeño Axel. Pero tras la insistencia de éste finalmente se lo relató, claro que omitiendo algunos detalles. La historia dejó fascinada a la joven, pero también le confirmó lo que ya sabía: la clase de mujer que era su madrastra. No entendía como su padre podía amarle.
-Se que mi mamá debe serle fiel para poder verlo una vez mas, pero en un sueño Calypso me dijo que si yo sigo siendo fiel a su cariño también podré verlo- la voz de Axel sonaba triste. Su historia era todavía mas terrible que la suya ya que tuvo que ser testigo de la traición de su madre y ahora vivir con ese hombre que le apartó de su padre.
Ainel se daba cuenta del cariño que Axel necesitaba. Se hicieron inseparables. Él no dejaba de hablarle de su padre y contarle detalles acerca de aquel barco que ya vagaba en la imaginación de Ainel, quien lo dibujaba una y otra vez en pergaminos utilizando algunos carboncillos. Todas las noches soñaba con el navío, el mismo que salía de entre las aguas y les rescataba tanto a ella como a su hermano de la vida miserable que llevaban.
Cuando cumplió los dieciséis años. Ainel tuvo por primera vez aquel sueño: la maravillosa figura de aquel hombre se encontraba de espaldas, nunca le miraba el rostro, ni le escuchaba hablar pero sabía que él era quien dulcemente la llamaba diciéndole que era su dama.
Axel, un par de años mayor que ella tuvo una fuerte discusión con su madre pasados unos meses ese mismo año. Ella decidió entonces que viviera con el viejo Gibbs, quien le ofreció las aventuras y beneficios que el mar le podía conceder.
Aquella vida fue demasiada tentación para él. Decidió enrolarse en la tripulación de un barco mercante y prometió a la chica enviarle parte de sus ganancias. Pero su madre, quien interceptaba las misivas era quien se beneficiaba de su generosidad. Situación que comenzaba a desesperar a Ainel.
No pasó mucho tiempo cuando Elizabeth descubrió que su hijastra estaba enterada de parte del misterio de la familia. Se encontró con uno de los dibujos del Holandés Errante pero antes de que pudiera reclamarle a su empleada el haberle revelado el secreto a esa chiquilla tuvo un desmayo. Inmediatamente llamaron al médico quien les informó debía trasladarla a un improvisado albergue de enfermos donde estaría muy bien atendida. Se apresuraron a comunicárselo a su padre, pero Ainel recibió la noticia por escrito que finalmente pagó sus delitos hacia la corona en la horca. No sabía que hacer, su madrastra se había gastado la fortuna de su padre en frivolidades. Lo poco que quedaba solo ayudaba a solventar su estancia en aquel albergue, dónde le informaron finalmente que enfermedad tenía y por vergüenza y para evitarle un dolor mas profundo se lo escondió a Axel. Lo único que le decía en sus cartas es que estaba delicada pero estable. Solo hasta que murió tuvo el valor de confirmarlo.
Para poder subsistir, ella y Gyssell comenzaron a trabajar en la casa de campo del viejo conde de Kenzy en Calix. Un hombre ya mayor que necesitaba del aire puro de la isla para poder sentirse mejor de aquella enfermedad que le aquejaba y muy pronto le llevaría a la muerte.
Durante dos años es que luchó contra el gran daño que el tabaco hizo a sus pulmones. Ainel era la encargada de su aseo personal y de administrarle las medicinas necesarias. El conde le tomó un gran aprecio y durante esos últimos días, cuando ya los médicos informaron que agonizaba es que le hizo una descabellada propuesta.
-Ordénale a mis hombres que me lleven a Elina, la isla que lleva el mismo nombre que mis tierras, esas que me vieron nacer en Inglaterra- al verla asentir el conde la tomó entonces de la mano, sorprendiéndole- sabes bien que no tengo herederos, tampoco parientes. Mi esposa murió antes de poder darme un hijo y nunca me enamoré. Cásate conmigo Ainel, así saldrás de esa maldita miseria en la que vives, lo haremos en articulo mortis- tosió fuertemente manchando las sábanas con su sangre. La joven haciendo caso omiso a su petición llamó al médico quien deseando cumplir la última voluntad de un moribundo decidió acompañarle él mismo hasta Elina.
Abandonaron Cálix y después de pensarlo mucho Ainel decidió que no había nada de malo en complacer a aquel anciano que las trató tan bien e incluso mandó traer el cadáver de su padre para darle una sepultura apropiada. Finalmente aceptó su propuesta y mandaron llamar a un sacerdote quien los pronunció marido y mujer en articulo mortis. Situación permitida cuando una persona esta muriendo y desea casarse por alguna razón.
Sin embargo ella no contaba con que a los días el Conde Kenzy tendría una extraña mejoría. Situación que la llenaba de horror. Pues a pesar del trato que hicieron de no cumplir con sus deberes de esposa, una noche, sin que ella pudiera impedirlo el conde se infiltró en sus habitaciones. Gyssell se había ido a cuidar a una mujer que tenía fiebre post parto por lo que no pudo hacer nada. Desconociendo completamente a ese hombre caballeroso que ahora parecía un monstruo que solo deseaba satisfacer sus deseos carnales es que se metió a su lecho tomándola por sorpresa.
-Eres mía. Nada de malo tiene que te posea, si engendras un heredero incluso nadie se atreverá a arrebatarte la fortuna que te espera- forcejeó con aquel hombre que sin contemplación alguna le arrancó su camisón.
Ella logró librarse de él y desnuda es que llegó hasta la puerta la cual estaba cerrada desde el exterior donde un hombre de confianza de Kenzy vigilaba
- No podrás escapar- haciendo acopio de una fuerza que ella no comprendía como es que llenaba su frágil cuerpo es que la aprisionó contra una pared tras desnudarse del todo. Ainel lloraba, gritaba, pedía por ayuda sintiéndose asqueada y sucia pues aquellos labios y manos recorrían su piel y cuerpo de una manera lasciva. Estaba el conde por lograr su objetivo cuando escuchó en su mente al mar rugir agitado. Su empleado abrió la puerta rápidamente. Pues dos más llegaban con noticias.
-Señor, su barco se hundió. Una gran ola apareció de la nada- se apartó de la joven quien corrió hacia el lecho y cubrió su cuerpo con la sábana.
-Iré enseguida- respondió el hombre buscando sus ropas- no podrás escapar dejaré a Jonás en la entrada- le advirtió- Vas a ser mía, aunque dudo que puedas complacerme. Veo que no posees tantos encantos como imaginé- aquello era una humillación, había atacado su femineidad. Aunque era de esperarse, apenas era una chiquilla de diecisiete años. Su cuerpo todavía no alcanzaba su total esplendor.
Muy bien, no solo le había ofendido sino que rompió su promesa de no tocarle. Juró entonces que nunca le dejaría cumplir con sus deseos, y en solo un instante trazó un plan.
Al día siguiente que Jonás le llevó su comida guardó algunos de los cubiertos, en especial el delgado cuchillo para cortar la carne. Pero no fue necesario. Cuando aquel hombre volvió por la noche, con tan solo siquiera intentarlo, su corazón no pudo resistirlo más y cayó muerto sobre el cuerpo desnudo de Ainel quien guardó el cuchillo y agradeció a la vida haber detenido finalmente a aquel hombre.
La lectura del testamento fue al mes de la muerte del Conde Kenzy. Ainel pronto se vio envuelta en un ambiente opulento que le hacía sentir tranquila en cuanto a su economía. Pero como persona, estaba segura que nunca encajaría entre aquellas pomposas damas de la nobleza.
Fue esa misma noche cuando los sueños con aquel extraño hombre comenzaron a torturarla con mayor intensidad. Gyssell estaba preocupada por ella, pues creía reconocer al hombre que su querida niña le describía aunque era imposible. Seguramente solo eran recuerdos que la atormentaban ya que en varios años no pudo localizar a Axel ni tuvo noticias de él.
-Debo ir a la isla Calix, buscar a Gibbs, alguna pista de Axel- le anunció a Gyssell un día- no vas a detenerme, algo me dice que la respuesta a lo que busco está ahí: en esa vieja casona- no supo porque pero la imagen de aquella llave que pendía del cuello de su madrastra una y otra vez invadía su mente constantemente. Fue a visitarle. El albergue para damas enfermas se había trasladado de Cálix a la Isla Suis, una de las mas alejadas del Caribe. Pues se decía era una de las últimas perteneciente a Inglaterra y comenzaban las que son propiedad de Francia.
La respuesta que encontró en su madrastra era la que esperaba. Incluso fue mas dura: "Eres una perdedora, como tu padre… y estoy segura que tu fortuna la derrocharás irresponsablemente, como él lo hizo" estuvo a punto de gritarle sus verdades, de confesarle que era ella quien la mantenía con vida pues las medicinas que necesitaba salieron siempre de su trabajo.
-Como siempre agradezco tus buenos deseos Elizabeth.
-¿Cómo te atreves a llamarme de esa forma?- chilló ella alterada- No eres mas que una vil sirvienta Ainel, y ahora una ramera que seguramente ofreció sus favores a Kenzy.- Elizabeth le viró la cara con una bofetada que resonó en todo el lugar. El resto de las enfermas se giraron a mirarle.
-Condesa para ti… Elizabeth…- las manos le temblaban rabiosas, de sus ojos solo podía desprenderse un gran rencor hacia esa maldita mujer- Eres tu quien no tiene derecho a siquiera mirarme a los ojos. Destruiste la vida de mi padre, la mía propia e incluso la de tu hijo ¡Tu sangre! Eres el ser mas repulsivo que he conocido- soltó con sorna, asustando a Gyssell quien nunca pensó pudiera guardar tanto odio hacia esa mujer.
-¡Te di un techo, comida, eres una malagradecida!- Elizabeth intentó írsele encima pero Ainel se apartó justo a tiempo para dejarla caer en el suelo.
-¿Darte las gracias? ¿Por qué? ¿Por una vida de humillaciones y desprecios? Pero ahora- su voz era un tanto irónica- Deberías verte… sufres como el vil gusano que eres- sus ojos se humedecieron pero ni una sola lágrima resbaló de ellos- mereces éste destino, pudrirte aquí como la ramera asquerosa que eres- se dio la media vuelta y salió de aquel pabellón. Inmediatamente y antes de arrepentirse le entregó a uno de los médicos un saquito lleno de monedas de oro para que siguieran encargándose de la atención de Elizabeth. Gyssell sabía que muy en el fondo su ama no era tan cruel, sin embargo tenía temor a sus palabras, a que la vida hubiera encadenado el alma de Ainel a la amargura.
Tomaron un barco de vuelta a Elina. En cierto modo la anciana se alegraba de que Ainel no conociera del todo la verdad sobre la historia del Holandés Errante. Esa que le obsesionaba y que ahora, teniendo toda libertad de realizar lo que deseara, plasmaba en hermosos cuadros. Intentando con ésta actividad que los detalles sobre sus sueños volvieran, pero siempre se borraban al amanecer, solo quedaba la silueta de él.
Él…
¿Estaría relacionado con la leyenda? ¿Sería él quien le diría como encontrar ese barco? Debía volver a Cálix inmediatamente, solo resolviendo el misterio de aquella llave sabría lo que sucede. Axel podría ayudarle, pero localizarlo se estaba convirtiendo en una labor titánica.
-No podemos ir a Cálix, debes viajar a Londres. Presentar tus respetos a su majestad y tomar posesión de tus tierras también llamadas Elina en Inglaterra. Además, el Nuevo Gobernador está prohibiendo las visitas a las islas, la cacería de piratas se está reforzando Milady, no puedes arriesgarte a perder toda tu fortuna.
El razonamiento de Gyssel le convenció aunque no de muy buena gana ya que en Londres tuvo que lidiar durante años como la gran señora feudal que era. Luchar contra la insubordinación de sus empleados que se negaban a seguir las órdenes de la nueva propietaria. Fue difícil pero logró ganarse su respeto, pero sobre todo estableció un estado de justicia para todos y contrató a un hombre de toda su confianza que se encargara durante su ausencia.
Pero la lucha mas difícil tal vez fue en la corte, donde cientos de pretendientes intentaban ganarse sus favores y a mas de alguno tuvo que incluso amenazarlo de muerte si se acercaba a tan solo unos cuantos metros de sus tierras.
-No soy una viuda tonta que tenga que depender de un estúpido para salir adelante- le espetó a ese ultimo pretendiente que incluso intentó propasarse con ella durante una de las tantas festividades del rey a las cuales obligatoriamente tenía que acudir.
Prefería dedicarse al trabajo, ayudar en sus tierras a todos esos trabajadores que se ganaban el pan honradamente, como alguna vez ella lo hizo. Observaba sus espaldas abolidas por el arduo trabajo, pues aunque Elina estuviera en Inglaterra, gozaba de un clima un tanto caluroso como la de su similar en el Caribe. Hubo ocasiones en que tuvo problemas con sus vecinos y demás, quienes la criticaban y juzgaban llamándola solo una maldita ramera con suerte. Hubo disputas, heridos, al grado de tener que contratar los servicios de un médico pues sus hombres le eran tan leales que si escuchaban a alguien insultar a su señora no dudaban en defenderla. Ella y Gyssell fungían siempre como enfermeras, pero cuando se hartaron de los disturbios y finalmente decidieron pedirle al rey que interviniera. En efecto, éste tenía en alta estima a la dama pues conocía de sus ideas innovadoras y el amor que su gente le tenía y todo quedó resuelto.
-Es hora de volver al Caribe Gyssell- le anunció cuando tras casi siete años de estar en aquellas tierras. Decidió tomarse un respiro, aunque su viaje tenía otras intenciones. Los sueños se habían alejado un poco más. Pero eso no iba a evitar que resolviera ese misterio que todavía le atormentara como si su vida dependiera de ello. Pero el viaje de regreso resultó ser menos que un respiro para la joven, pues la situación en Elina era muy crítica, había muchos refugiados de las demás islas, las cuales fueron arrasadas por orden del gobernador para terminar finalmente de cazar a los traidores a la corona. Fue en esa época que supo del paradero de Axel por una de las criadas de una casa cercana a donde vivía, quien recibió su visita hacía un par de años. Por supuesto ella le informó que Ainel se hacía cargo de su madre y recibía reportes cada seis meses sobre su estado de salud, el cual se iba deteriorando poco a poco a pesar de sus tratamientos.
-Está en la pequeña isla Dervort, a medio día de aquí, mi hijo irá hoy, ya tiene un permiso especial pues debe resolver un asunto. Si usted no quiere hacer el trámite puedo pedirle a él que le entregue una misiva suya al Señor Axel- Propuso la mujer y Ainel aceptó.
Le pidió que regresara pues necesitaba cuestionarle algo pero éste por vía carta le informó que era imposible, que esperara una semana pues estaba en esos momentos en tratos para un gran negocio que no solo le daría su propio barco sino que lo sacaría de sus antiguas actividades de "dudosa" reputación. Axel no llegó de vuelta a Cálix, le envió un mensaje pidiéndole le cuestionara lo que deseara, ahora estaba en la isla Dioran. Ella se la envió pero no hubo respuesta. Seguramente algo le había pasado. Algún contratiempo, y de nueva cuenta le perdió la pista. No insistió en averiguar mas pues le informaron que Elizabeth estaba muy grave. Y aunque ella no le acompañó en agonía, se instaló en Sius.
Tres meses después de aquello Elizabeth murió victima de esa enfermedad que poco a poco la fue consumiendo. El traslado entre las islas seguía siendo difícil por lo que argumentando que deseaba enterrar a su madrastra en la tierra que le vio nacer, consiguió un permiso del Comodoro Beckett, encargado de la seguridad en todas aquellas islas. Aprovechó la situación para entonces continuar la búsqueda de la casona de Cálix y encontrar las respuestas a sus pesadillas.
Como si realmente una misteriosa fuerza la guiara finalmente es que dio con ella pues estaba muy bien escondida. Alguien deseaba evitar que otra persona se apoderara de lo que en ésta se escondía. Como poseída es que dio con un desván, en donde en un mueble enterrado bajo la arena se encontraba aquel cofre. Ese que les fue imposible abrir pero ella sabía era la clave para descifrar sus sueños. La llave que la abría no estaba en poder de Elizabeth, pues no le fue entregada cuando murió. De alguna manera Axel era quien la conservaba. Pues aseguró sería suya, esa misma pregunta le hizo en la misiva que no llegó a sus manos al igual que la petición de decirle donde estaba la casona.
¿Seria ese cofre lo que la leyenda decía? ¿Tendrían entonces que ver sus delirios con el Holandés Errante como muchas veces el sueño con aquel barco y ese hombre se lo insinuó? Debía serlo pues desde que estaba en su poder los sueños eran diferentes pues ahora podía ver su rostro.
Por la mañana dejó una carta para Axel, informándole de su hallazgo del cofre. Buscó a uno de los hombres de confianza de Gibbs para que se la entregara pero decidió no hacerlo. El vendría a buscar la tumba de su madre, ya que ella desde que se enteró le informó en una carta que planeaba enterrarle en Cálix. No había alguien de su plena confianza a quien pudiera encomendarle la misión, la viuda de Gibbs se ofreció. Sin embargo, a los meses, extrañamente el comodoro invadió la isla registrando cada rincón de ella. Arrancándole la vida a esa buena mujer por querer defender lo suyo. Por lo tanto cuando Axel volvió y se encontró con toda aquella destrucción y el cofre desaparecido culpó sin dudarlo al comodoro Beckett.
Ainel se enfrascó después en una búsqueda por todos los archipiélagos para encontrar a su hermano ya que no hubo respuesta a su misiva. Se acercaba ya el aniversario número diez de su marido, por lo que Gyssell le pedía acudiera a Londres a realizar una misa por su eterno descanso e invitar a toda la nobleza. Pero ella se negaba rotundamente a tal tontería. No podía darse por vencida, mucho menos ahora que poseía el cofre. Objeto que Gyssell no sabía que ella tenía ya que lo sacó muy discretamente de la casa. Debía encontrar la llave y dar con la respuesta que tanto necesitaba pero lo que mas le urgía era saber quien era ese hombre que en sus sueños le llamaba tan dulcemente.
***
El viento movía con suavidad sus cabellos.
Hacía una semana que había pasado y no encontraba consuelo. Solo contemplaba el mar. La maldición no se rompió la última vez, no pudo volver a tierra. Su hijo tuvo que abordar un barco para poder mirarle una vez más. ¿Por qué? ¿Por qué le había hecho eso? Afortunadamente el pequeño Axel seguía siendo fiel a su amor y eso fue suficiente para Calypso quien compadeciéndose de la situación decidió no convertirlo en un monstruo siempre y cuando siguiera cumpliendo con sus obligaciones. Con esos tristes deberes que se le hacían eternos y ahora serían todavía mas largos gracias al dolor que su traición le había causado en ese corazón que ya no poseía.
-Por lo menos te tengo a ti, se que nunca me fallarás- pensó con orgullo en su hijo. En ese joven de ya veinte años que parecía un reflejo de él mismo- espero no sufras una suerte como la mía- sus ojos marrones se llenaron de lágrimas. Fueron cayendo una a una sobre el mar el cual se agitó embravecido, como aquella ocasión hacía tres años. Esa noche una gran ira se apoderó de él. Escuchó el lamento de una dama y sintió como un extraño fuego le consumió hasta el más pequeño rincón de su cuerpo. Misma fuerza que hizo al mar destrozar todo a su paso en aquel momento. Fue como si intentaran hacerle daño a su hijo. O tal vez no a el, sino a alguien que el amaba demasiado. ¿Gibbs? ¿Jack? ¿La propia Elizabeth?
Tenía que controlarse, su temperamento no debía alterarse o serían los marinos justos quienes sufrirían las consecuencias. En fin, quedaban diez años más para que pudiera ver a su hijo. Aunque sabía que viajaba por entre sus dominios no se acercaba por temor a que después no pudiera verle. Cumplía las reglas a pesar de que el alma se le destruyera en ello. Pero en su interior, en ese corazón de padre que todavía existia es que sabía cuando se encontraba bien o mal y cuando debía protegerle.
En las pocas horas de descanso que tenía, cuando las almas finalmente llegaban a su destino es que se encerraba en su camarote. Cambiaba sus ropas y se hundía en profundos sueños dulces, agradables. Era como si un alma le reconfortara. Se acomodaba sobre su cuerpo, trasmitiéndole su calor, llenándole con una paz que hasta ahora nadie le había otorgado, pues se olvidaba de todo, incluso de él mismo. Recorría sus formas como una suave caricia, despertaba incluso a su virilidad pues podía jurar era una mujer. Debía de serlo, pues solo una de esas inocentes y hermosas criaturas podía ser tan frágil y suave, pero sobre todo oler de aquella manera que le trastornaba.
-Se que de alguna forma tu alma esta unida a la mía… ¿Quién eres?- cuestionaba cada noche. Dejaba al descubierto su desnudez total, un escaso rayo de luz de luna pintaba sus formas plateadas y tenía el presentimiento que donde sea que estuviera también dibujaba aquellos contornos que se deslizaban tan tierna y a la vez pecaminosamente sobre él haciéndole recordar lo que era un hombre. Lo que un hombre necesitaba fervientemente.
Pero solo era eso: sueño, una añoranza de su amor. Ese que ya no existía, y que solo podía enamorarle en espejismos que creaban un consuelo para su desdichada existencia. Lo cierto es que siempre estaría solo. Era su destino, su perdición. Era tan difícil hacerse a la idea, pero esa enorme cicatriz que cruzaba lo ancho y musculoso de su pecho se lo recordaba a cada instante.
Una de esas tantas noches, cuando ya casi se cumplía el plazo para visitar a su hijo por tercera vez es que tuvo la sensación de que alguien le miraba. Se desnudaba aún cuando se sentía observado. Una presencia estaba en el interior de su camarote, pero siempre se escapaba de sus manos en cuanto se giraba hacia el lecho. Como si el espíritu desapareciera.
-Debes ser una sirena que me engatusa con su canto- concluyó él sonriendo- no me importaría que lo hicieras – terminó algo triste. Recordando sus largas y frías noches. Cuando aquel calor no le visitaba.
Una de aquellas noches se atrevió finalmente a hablarle directamente. Le exigió se identificara pero solo logró sentirse como un estúpido al notar que nada ocurría. Aún así seguía sintiéndose observado y le provocaba un gran deleite el percibir esa mirada posada en él. Hubo una ocasión en la que la sintió más que nunca, y todo su ser respondió con lujuria. Con un deseo incontenible de volver a disfrutar de los placeres que solo se gozan en brazos de una mujer.
-Podría vivir solo de esto.- dudó un poco- ¿Pero para que me engaño? Lo necesito, te necesito dama mía aunque seas un espectro de la oscuridad – rogó pero no hubo respuesta. Decidió olvidarse de todo o se volvería loco.
Pero su tormento, o más bien deleite seguía apareciendo cada noche. Escuchaba voces en ocasiones, unas que insultaban, otras que alababan, un suspiro se le escapó en sueños "Ayúdame…. Ayúdame por favor" escuchó y se incorporó de golpe. Con todo su cuerpo lleno de sudor, se hizo el cabello hacia atrás y entonces lo percibió, alguien mas tenía el cofre. Estaba seguro ¿Pero quien? La llave seguía estando en poder de su hijo, de eso podía darse cuenta y mientras así fuera nada podría pasarle.
-¡Segundo!- llamó inmediatamente. Éste se presentó en su camarote- ¡Debemos tomar rumbo al Caribe, rápido!- ordenó, se había colocado ya unos pantalones y una camisa roja pero al ver como ésta estaba algo manchada por lo salado del mar es que decidió cambiársela y de nueva cuenta aquella aparición le tentó.
-No se quien seas, pero te quiero cerca de mí….- se giró y entonces le miró. Solo un segundo. Un momento que se grabaría para siempre en su alma: el cabello liso, el rostro más hermoso que jamás hubiera contemplado nunca y ese cuerpo de tentación. El cual se transparentaba en el delgado y fino camisón de seda.
Los ojos del joven se desorbitaron de momento ¿Quién era esa hermosa criatura? ¿Realmente una sirena que había salido del mar para consolar su soledad? No pudo siquiera tocarle ya que entre sus manos se deshizo la magnifica imagen que no solo le alteró los sentidos sino también ese deseo que desde hacía años incendiaba su interior.
A partir de ese momento sus sueños tomaron forma. Sabía que era ella, no podía ser nadie más. Mientras contactaba a su hijo de alguna manera para comprobar sus sospechas ella sería su consuelo por las noches.
Ella…
¿Quién era? ¿Qué era ese dulce fantasma que le daba tanta dicha? Abrumado en felicidad es que esperaba con ansias el momento de descansar. Para poder volver a verla, pero no ocurrió mas. Solo sentía su mirada, tal vez tan intensa y cálida como la suya, recorriendo su cuerpo, como él lo había hecho cuando le miró. Recordaba cada detalle a pesar del corto tiempo. Rogaba por algún día verse en sus ojos, por rozar esos labios pequeños y deslizar sus manos en aquella piel delicada. Ni hablar de su varonía que se tenía que quedar atrapada en su ropa interior sin remedio alguno, casi a punto de destruirla debido a su ansiedad, pero una que no solo se basaba en la lujuria sino en algo más.
-Aunque si eres una humana, no espectro como yo…. No podré…- no quiso ni pensarlo, tenía que ser un espíritu corpóreo como él, alguien a que pudiera entregarle lo poco que restaba de él sin que sufriera el dolor de la separación. Una esperanza para su alma solitaria.
Pero cuando el día llegaba sus sueños parecían morir. Pues la realidad le pegaba duramente y pensaba todo no era más que un simple y maldito engaño. Sin embargo nadie iba a quitarle la ilusión, haría todo lo que estuviera en él para descubrir el misterio, pero antes que nada debía buscar a su hijo, contactarle para poder así recuperar el cofre.
III
El ruido del látigo no solo hacía arder su piel sino que destrozaba también sus oídos. Los recuerdos no dejaban de abrumarle a pesar de ya haber transcurrido un poco más de diez años.
La noche hacía juego con su atuendo: oscuro como esa madrugada que sobre el firmamento se extendía. Sus ojos estaban encendidos, como los de un feroz demonio herido que no soportaba más su ira. Había momentos en que hubiera preferido morir pero esa era la opción de los cobardes y se había jurado no darse por vencido y no solo a él sino a alguien más, a esas buenas personas que tanto hicieron por él ese día…
Ese día… debía haber sido el más feliz de su vida y resultó ser el que lo condujo a ese destino tan desgraciado. Ese que lo había convertido en un ser despreciado por los demás y temido por el resto. Incluso dudaba de las personas que estaban a su lado. Pensando que mas por lealtad era el miedo lo que les inspiraba a seguirle.
Fue el mejor, el más joven, el primero de su clase. Fue nombrado capitán con apenas dieciocho años de edad. Era el orgullo de su padre, de esa gran familia que gozaba de la simpatía del rey de Inglaterra. Sabía que su viaje a Port Royal iba a ser diferente, que cambiaría su vida por completo. Se prometió ser el mas fuerte, el mas justo. Sería no solo lo que su padre más apreciaba sino que terminaría complaciendo al rey y sería el gobernador de todo aquello. Ese era su objetivo. Debía luchar por ayudar a toda gente influenciada por los actos de piratería que todavía reinaban como forma de vida.
Traería paz, prosperidad, encontraría una hermosa esposa, tendría hijos y sería feliz. Terminaría sus días en aquella hermosa quinta en Londres, la cual su padre ya le había dicho heredaría en vida junto con todo lo suyo en cuanto cumpliera los veintiún años. Pero todos sus sueños comenzaron a venirse abajo al darse cuenta que la realidad en el Caribe era otra.
Todo comenzó cuando fue testigo de la invasión a la isla Galle. No había rastros siquiera de piratas. Su similar, el capitán Weill, registraba cada rincón de lugar sin importarle nada. Ni la vida de hombres, mujeres y niños inocentes que estaban bajo su protección.
-¡Déjenla!- soltó a uno de sus hombres cuando lo descubrió persiguiendo a aquella hermosa mujer-
-Señor... no tiene nada de malo que…
-¡He dicho….. Que la sueltes!- bramó y estuvo a punto de atravesarle con la espada para hacerle cumplir la orden, cuando éste contó a Weill lo ocurrido las burlas comenzaron.
-¿Acaso tienes gustos de otro tipo?- sonrió con picardía Weill.
-Jamás seré cómplice de ese tipo de vejaciones, estamos aquí para proteger a la población, no para matarle, esto no es una guerra…
-Creo que eres muy joven-le interrumpió el capitán- seguramente no has probado los placeres que una mujer te puede dar. Te invito a que hagas la prueba. Estoy seguro que a partir de ese momento estarás de acuerdo con nuestros métodos.
La actitud de su similar le pareció asquerosa, indigna. Con un resoplido y sus hermosos ojos verdes llameando como dos centellas es que se retiró a su tienda cubriéndose los oídos, sintiéndose terrible, pues no fue capaz de detener todas aquellas atrocidades. Solo un par de mujeres fueron salvadas de la maldad de los otros, pero el grito de aquellas a las cuales no pudo ayudar todavía los tenía clavados en el alma.
En cuanto regresaron a Port Royal estaba decidido a comunicar al gobernador lo sucedido, pero este le ignoró pues necesitaba estar presente en aquella masiva ejecución de piratas en la plaza principal. Acudió a ésta, no era la primera vez. Observó horrorizado como un par de niños, tendrían apenas unos trece o catorce años estaban de pié frente a aquella cuerda que segaría sus vidas. A su lado un grupo de campesinos y en el centro, aquel enorme corsario. Cuando se leyó la sentencia de muerte fue imposible para él no acercarse. Perderse en los tristes ojos de aquel par de jóvenes. Sobre todo en aquellos oscuros que al apartarle el sombrero que los semi cubrían se encontró con la cabellera castaña, casi rojiza de una jovencita.
-¡Esto no puede ser!- murmuró por lo bajo entre la gente. Volvió al sitio donde el comodoro y el gobernador contemplaban. A su lado Weill sonreía, como complacido por el destino de aquellos pobres diablos- Solicito su permiso para hablar Señor…- hizo una venia, el Comodoro Jhon Beckett quien tomaba apenas posesión del cargo, fue quien le atendió-
-Hable capitán- le instó.
-Con todo respeto, solo son unos campesinos y un par de jóvenes, no creo que merezcan un castigo tan severo, uno de ellos es una dama
-Es usted muy blando de corazón capitán, ya me lo habían advertido. A pesar de ser el mejor es muy joven, y no tiene tanta experiencia con éstos rufianes, tiene usted razón, no todos están acusados de piratería pero ese par de jóvenes se atrevieron a esconder a los otros en su casa y eso se paga con la vida- soltó tajante el Comodoro.
-Pero Señor en Inglaterra el rey dispone que…
-¡No estamos en inglaterra capitan! ¡Ahora guarde silencio o comparta el destino de aquellos traidores!- atronó el comodoro y también lo hizo él.
Desenvainó su espada consciente de lo que iba a hacer. Estaba harto de injusticias, de malos tratos, de todas esas vejaciones que sufría la pobre gente de todas aquellas islas. ¿Cómo no iba el rey a sentirse preocupado? Se revelaban precisamente por ese actuar indigno que tenían hacia ellos.
-No voy a permitir una sola injusticia más. ¡Hablaré con el rey sobre esto!- sin decir una sola palabra mas llegó hasta donde estaban los presos. Cortó de tajo cada una de las cuerdas que pendían sobre sus cabezas y ante la atónita mirada de todos los presentes el comodoro ordenó que se le apresara.
-¡Vamos soldados! ¡No le he dado órdenes al capitán de que los liberen! ¡Captúrenlo es un traidor!
El capitán sacó entonces su mosquete soltando un fuerte disparo que se llevó la vida del verdugo.
-¡Huyan! ¡Vayan a la casa de mi padre. Lord Julian! Él les ayudará- con una espada en cada mano es que comenzó a batir a sus enemigos. Uno de los jóvenes observó entonces como un par de mosquetes apuntaban hacia él.
-¡Capitán!- le advirtió aquel muchacho quien en su lugar recibió aquel par de impactos.
-¡James!- gritó la joven que huía pero el capitán se apresuró a tomarle la mano y hacerla correr lejos de ahí.
Un gran número de soldados les perseguía pero el conocía aquel cuartel como la palma de su mano. Los campesinos ya habían logrado huir pero ellos no. Se escondieron entre un montón de rocas para luego acceder a un antiguo pasadizo secreto del cuartel. Al parecer no era el único pues se conectaba con otros.
-¿Por qué estás haciendo esto soldado? ¡Van a matarte!- habló la chica. Él descendió un poco la cabeza y clavó sus verdes ojos en aquel rostro semi oculto en las sombras.
-Porque no puedo permitir que gente inocente muera… se que tu y los demás lo son, solo hiciste una buena obra y le diste de comer al corsario-
-¿Es por eso que a él no le liberaste?- cuestionó aquella voz casi infantil y dulce. El joven soldado cubrió con los dedos sus labios, sorprendiéndole la empujó contra la pared protegiéndola con su cuerpo a la vez que moviendo sus labios pero sin hablar le pedía que guardara silencio. Notó como ella comenzó a temblar. Más voces se acercaban entre los pasadizos pero pronto desaparecieron-
-No tengas miedo, voy a sacarte de aquí.
La dama sonrió en medio de todo aquello, la seguridad en su voz la llenó de una calidez y protección que no solo le brindaba el joven a su cuerpo sosteniéndola firmemente en su alta y fuerte figura, sino que también abrigaba su corazón y su alma. ¿Cómo es que había un hombre así entre las tropas de Beckett? ¿Cómo era posible que existieran hombres buenos entre aquel tropel de patanes que disfrutaban matando y deshonrando a las mujeres?
Las voces cesaron y salieron por una puerta de piedra. Pero justo en ese momento un contingente les avistó y salió a toda prisa tras ellos.
-Soldado entrégame, es tu última esperanza, pide perdón- casi suplicó ella.
-No, jamás lo haré-le aseguró y ella sintió que se formaban lágrimas en sus ojos- escúchame bien, yo ya no tengo porque vivir. Todos mis ideales han quedado destruidos, tal vez también soy un monstruo como ellos-ella negó con la cabeza una y otra vez- bajo los arbustos que están en el jardín que exhibe el cañón antiguo hay una pequeña compuerta, da a un almacén de armas que a estas horas está desierto, tiene una salida hacia el mar, encuentra esa puerta y corre, corre con todas tus fuerzas y vive por mí -tomó el rostro de la joven entre sus manos ya que parecía no querer escucharle- sino todo habrá sido en vano, huye, busca a los tuyos, organícense y hablen con su majestad, esto no puede continuar….-
-No soldado, no puedo hacer eso – seguía ella negándose. Él le miró con suma ternura, pasó su mano por su pelo casi rojizo y sus nudillos por su mejilla- no puedo abandonarte, vamos los dos…
-Si lo hago nos atraparán, yo les despistaré y te veré en el faro, a media noche - ella volvió a negar con la cabeza, sabía que le decía eso solo para tranquilizarle. Notó que el joven se acercaba todavía mas a ella, envolvió sus brazos en su cintura y sus labios rozaron la sien de ella mientras le hablaba suavemente.
-Es la primera vez que siento el calor de una mujer tan cerca de mí, perdona mi atrevimiento pero no puedo evitarlo -Sus labios dibujaron en suaves y tímidos roces el camino desde la sien hasta la barbilla de la joven, despertándoles a ambos una sensación excitante. Finalmente tomó su mano, ella se sorprendió al sentir lo callosa que estaba la de él pero quedó paralizada al ver la elegancia con la que la sostenía y se inclinaba a sus pies- por favor salva tu vida, te lo ruego.- ella soltó su mano, se abrazó al cuello del joven hundiendo sus labios en su cabellera castaña clara y sintiendo una opresión que le destrozaba el corazón se alejó a la puertecilla bajo los arbustos. Sin mirar hacia atrás.
Tal vez hubiera sido preferible morir ahí, que le ejecutaran como al corsario. Pero un traidor merecía un castigo peor, aunque el no se sentía como tal, había defendido los principios que aprendió en la milicia, y eso estaría siempre en su conciencia.
Como si fuera un terrible animal, o tal vez un ser inferior porque a uno de éstos no se le trataba tan mal, fue golpeado por sus propios hombres. El mismo Comodoro participó de aquellas acciones terribles que por poco acaban con su vida, pero no, debían hacerle sufrir todavía mas. Se le desnudó y cincuenta azotes se encargaron de destruir su espalda. Llevándose cada uno no solo parte de su carne sino de su alma, pues no solo su cuerpo era el que se despedazaba poco a poco. Pero ni un solo gemido de dolor salió de sus labios, no iba a darles el gusto. Cuando le desataron era ya prácticamente un cadáver, uno que merecía sufrir todavía más si esto fuera posible. Lo encarcelaron al anochecer, un día era suficiente para tener una muerte dolorosa y terrible, en aquella soledad. Y sino era así se encargarían de ahorcarle y acabar finalmente con su miserable existencia.
Durante aquellas horas, algo cambió en él. Su corazón se llenó de ira, rencor, un odio terrible hacia Inglaterra. Todo esto terminó de sepultarle aquella alma que poseía dejando solo paso a esa oscuridad que reina en cada persona. Pero ya que importaba si estaba a punto de morir. Cerró los ojos y el recuerdo de aquella piel bajo sus labios fue como un remanso para su cuerpo. No se lamentaba por haberle salvado la vida. Fueron sus ojos los que lo instaron a finalmente liberarse, dejaría el mundo, tal vez deshonraría a su familia pero aún así…. Caminaría a la muerte con su conciencia tranquila.
Llegaba su hora, el cuerpo comenzaba a dormírsele por completo, acabando así con ese dolor insoportable que sufría. Pero una voz logró sacarlo de la oscuridad, cuando estaba a punto de entregar su alma al creador el dolor volvió a él. Sintió aquella tela sobre su espalda, alguien le volteó y entreabrió sus ojos.
-Soldado tienes que resistir- aquella voz. Debía estar soñando.
Abrió sus ojos del todo y la contempló en silencio. No estaba sola, un puñado de hombres estaba a su lado, entre ellos los campesinos que salvó, algunos tenían el aspecto de ser piratas.
-Te han hecho tanto daño, pero yo se que eres fuerte y vas a sobrevivir. Un barco te espera, te llevaremos hasta allá, va hacia la Isla Ginvra. Ten mucho cuidado, lucha por tu vida, uno de los hombres de mi padre es curandero, te acompañará todo el viaje. Dijiste que tu vida había terminado al igual que tus ideales. Es la vida la que mata los ideales no éstos tu existencia, encuentra nuevos soldado. Encuentra la causa por la cual debes seguir viviendo, no mereces morir, eres un hombre bueno y la vida te recompensará por lo que has hecho por nosotros - fue ahora ella quien tomó las mejillas del joven entre sus frágiles manos-¿Estas todavía conmigo verdad? ¿Me estás escuchando? ¡Soldado!- le despertó el roce de los labios de ella en su sien, había escuchado todo, pero no tenía fuerzas para ni siquiera mantener los párpados abiertos. Ella se volvió a inclinar sobre él- Quiero saber el nombre de la persona que salvó mi vida arriesgando la suya- fue una súplica, él lo murmuró apenas y ella sonrió.
-dime el tuyo- suplicó también pero los alertaron algunos ruidos en los pasillos.
-Debemos irnos, te ayudaremos-entre varios hombres lo levantaron en peso y le llevaron hacia el puerto con mucho sigilo, hasta que estuvieron en el muelle es que se escuchó la alarma en la prisión.
-¡Espera! ¿Qué ha sido de mi familia? ¡Mi padre -leyó en aquellos ojos tristes que seguramente también habían sufrido el destino de los traidores.
-No están con nosotros. Odio tener que decirte esto… es mi culpa soldado y si alguna vez sientes resentimientos contra mí yo…-le mandó callar tocando sus labios apenas con sus dedos.
-Yo solo te agradeceré por haberme salvado, pues soy responsable de mis propias acciones…-murmuró apenas con fuerza.
-Señorita tenemos que irnos ya- le apresuró uno de los hombres, ella asintió.
-Dime tu nombre…- insistió él, ella se lo murmuró al oído, pero perdió la conciencia en ese momento así que nunca llegó a saberlo, pero siempre la llevaría en su corazón.
No supo como es que resistió aquel largo viaje, perdía la conciencia y al despertar adolorido habían pasado días enteros. El dolor era insoportable, el curandero que le acompañaba hacía todo lo posible pero en muchas ocasiones le escuchó murmurar para sí mismo que estaba exhausto y que no lo lograría. Sin embargo, la vida les sorprendió a ambos pues al llegar a la isla el joven se encontraba algo mejor.
Fue trasladado a una casona, nunca supo quien era el dueño ni porque se le trataba tan bien, todo era manejado con absoluta discreción. Incluso tras una larga y difícil recuperación se le pidió abandonara el lugar con una venda cubriéndole los ojos para no poder localizar el lugar una vez más. Supuso era la guarida de algún pirata que se compadeció de su estado disuadido por la joven. Como lo dejaron en el puerto se enroló en uno de los navíos mercantes, era difícil ganarse la vida, mas con su antiguo nombre. Vagaba entre uno y otro por temor a ser reconocido, aunque se dejó crecer un poco aquel cabello corto que usaba en la milicia, lo que si no pudo evitar es dejarse el vello fácil, afeitarse era una costumbre que jamás se le quitaría.
Una noche, mientras hacía su guardia en un barco de pasajeros, escuchó el grito horrorizado de una dama que paseaba con su esposo por la cubierta, el motivo era un halcón color negro que parecía agonizar sobre ésta. Sintiendo pena por él, pidió permiso al capitán para conservar al ave en los bodegones donde solían dormir. Se quedaba sin comer por ayudarlo, incluso su ropa estaba hecha jirones debido a los improvisados vendajes que colocaba entre sus alas. No pasó mucho tiempo cuando éste se recuperó y emprendió el vuelo cuando avistaron una lejana isla en el horizonte a la cual llegarían de paso. Para sorpresa de todos el ave volvió al hombro de su cuidador y desde ese entonces ahí permaneció durante aquellos largos viajes.
-Tienes una nueva mascota Sanders- otro de esos nombres estúpidos que inventaba para ocultar su verdadera identidad.
-No es una mascota, es mi amigo- les respondió él. Justo en ese instante el ave agitó las alas y emprendió el vuelo sobre ellos. Sanders se apresuró a subir al palo mayor y claramente distinguió aquella bandera pirata- Hay que informar al capitán- en efecto, aquel barco les atacó por la tarde. Era impresionante como los enemigos caían frente a él, incluso el halcón parecía avisarle con sus extraños sonidos cuando algún peligro le acechaba. Acabó con muchos, fue él mismo quien derrotó al capitán pirata y el suyo propio le aseguró recibiría una recompensa a llegar a puerto. Esto le alertó, podrían descubrirle. Huyó un poco antes de que el barco atracara, siempre acompañado de aquel inseparable amigo.
Continuó sus travesías intentando encontrar en aquellos viajes un ideal que pudiera nuevamente devolverle una vida. Comenzaron a llamarle "Hawk" debido a su amigo, nombre que no le desagradaba, y a él le llamó "Dark" ya que su pelaje mas parecía el de un cuervo, liso y completamente oscuro.
Poco a poco comenzó a amasar una pequeña fortuna. Logró comprarse una pequeña embarcación la cual le fue robada una noche que atracó en la Isla Tortuga por equivocación. Bastaron solo unas horas para que esos malditos se llevaran lo que tanto esfuerzo le había costado. Esa misma noche buscó al ladrón, sin compasión alguna le atravesó su acero al igual que a todos sus compinches que gozaban de una noche de licor y de mujeres. Eran unas basuras, una inmundicia total que le asqueaba. Se detuvo solo cuando vio a una niña, escondida bajo una de las mesas. El temor en sus ojos era tal que le comparó con un terrible demonio de ojos verdes. Quiso decirle algo pero de sus labios no salió una sola palabra, la alcanzó y para su gran sorpresa la pequeña le enterró una daga en el pecho que por poco termina con su vida.
-Malditos…. Malditos sean todos- farfulló por lo bajo, haciendo que ese odio y rencor sepultados en su corazón volvieran pero ahora no solo hacia los ingleses sino hacia todo el mundo, incluso aquella pequeña había sido corrompida por la maldad. Tal vez él también debía unírsele, llenarse de toda esa oscuridad que parecía dominar y la cual necesitaba para sobrevivir en ese mundo tan difícil.
Logró hacer suya la oscuridad, un hombre le ayudó con su herida en cuanto salió del lugar, sabía lo que había ocurrido y juntos es que huyeron en su pequeña embarcación. Cuando Hawk despertó le observó detenidamente.
-No me confunde, soy Rafael, el lacayo de su padre… Capitán Hawk…- el rió al escucharle llamarlo de aquella forma- ¿No se les llama así a los dueños de una embarcación?- cuestionó pero él no respondió- se lo que has sufrido muchacho, y quiero que sepas que estaré a tu lado en todo lo que necesites- Hawk asintió- He escuchado hablar de ti, de cómo ayudaste a los tripulantes de aquel barco, se que venciste a varios corsarios en duelos de espadas en navíos piratas, la vida te ha castigado demasiado.
-Si, pero ya no lo hará- le aseguró a él, en un tono que preocupó al hombre de ya mediana edad-sobreviviré, todavía no se para qué pero no dejaré que vuelvan a hacerme daño nunca mas.
-el rencor es algo muy malo Señor A…-él le mandó callar, se escuchaban unos ruidos afuera, ambos se incorporaron y sonrieron nerviosos al ver al halcón engullendo un animal que no alcanzaron a reconocer.
El tiempo pasó. Diez años y dejó de ser aquel joven confiado y con pleno sentido de la justicia. "solo MI justicia es la que cuenta ahora" solía decir. Se introdujo en algunos negocios sucios, trafico de armas, de mercancía, todo aquello moldeó su carácter, al igual que ese resentimiento que seguía carcomiéndole las entrañas. Con una sola mirada podía atemorizar al mas valiente, pronto se hizo de una flotilla de barcos, pero el que él capitaneaba llevaba ese apodo con el cual se hizo famoso "The Cursed Demon" y en varias ocasiones pensó que no era mas que su verdad, se había convertido en un demonio maldito que no encontraría nunca la paz mientras todo aquel rencor no desapareciera.
Había temporadas en las que desaparecía para no ser identificado por la guardia real, aunque al haber cambiado tanto su aspecto era difícil hacerlo. Era de estatura alta, hombros anchos, los rasgos de su rostro se hicieron todavía más finos y su porte, elegancia y presencia a muchos engañaba pensando que se trataba de alguien de la nobleza disfrazado de pirata. Era conocido por todo el mundo como el Capitán Dark Hawk, el demonio maldito. Aun así, no trataba a las damas como su reputación lo decía. La caballerosidad es algo que nunca olvidó. Todas las mujeres que pasaron por su cama se jactaban de haber quedado mas que complacidas, con solo un par de palabras es que sin dudarlo levantaban sus faldas para complacer a semejante hombre que lejos de causarles miedo les fascinaba pues era bien sabido que la belleza se acompañaba de lo diabólico. Vibraban entre sus brazos vigorosos y esos músculos firmes y pétreos que le daban forma. Muchas decían que su cuerpo era glorioso, forjado por la lucha y la espada, nadie podía tener un aspecto tan provocador y espléndido como ese enorme gigante que siempre vestía de negro y al desnudarse las deleitaba con un despliegue de virilidad exhibido con orgullo.
Pero todo aquello para él solo era eso, fama y estúpidos rumores pues pensaba en que aquellas damas que pasaron por su cama e intentaron calentar sus noches no lo lograron, pues nunca tuvo un contacto mas hermoso e íntimo que aquel recordaba en la suave piel de su salvadora, cuyo rostro con los años iba desapareciendo poco a poco en su memoria, pero no en su alma.
Intentó averiguar algo sobre ella en una ocasión que volvió a Port Royal y no fue reconocido. Hubo varias personas que le confirmaron se casó, otras que murió, no supo a quien creerle y desistió de la idea de fastidiar su vida, seguramente para ella no significó nada.
Se dedicó entonces a crear todavía más fortuna. Algún día llegaría al rey y acabaría con toda esa maldad que el Comodoro Beckett seguía esparciendo en todo lugar. Diez años en los que sembró el terror y no pudo detenerle a pesar de que lo intentó varias veces. Necesitaba ayuda, pero pocos eran los que deseaban seguir luchando. Esto le desanimó y de nuevo se quedó sin ideales. Sin nada porque vivir. Seguía el día a día creando más y más fortuna pero nada le brindaba la felicidad, nunca llegaría mientras su corazón estuviera lleno de tanto odio, de tanto rencor.
-Hola Dark- saludó al halcón que se posó en su hombro y acarició aquel pelaje oscuro con cariño- sí, no puedo dormir…- respondió a ese leve sonido que emitió el ave a través de su peligroso pico- los fantasmas del pasado siguen atormentándome, nada da calor a mis noches frías y tristes. La carne me arde todavía por la maldad de ese hombre que ni en diez años he podido destruir y que ruego no se convierta pronto en el gobernador.
Ambos miraron hacia el mar, esto trajo a su mente una ocasión en la que se enfrentaban con un navío pirata, estaban a punto de ser destruidos cuando unos potentes cañones aparecieron en una misteriosa neblina, él juraba que se trataba de ese barco fantasma que recogía las almas perdidas en el fondo del océano pero nadie le creyó.
-El Capitán Turner… mi padre me habló de él- miró al ave como si ésta pudiera entenderle- Un hombre justo con un destino tal vez todavía mas terrible que el mío…
-¡Hawk!- se escuchó de repente en la cubierta.
-¿Qué sucede Rafael?- cuestionó y tomó aquella carta entre sus manos.
-El pequeño navío con el que nos cruzamos por la mañana me entregó esa misiva, viene de Elina, una rica viuda solicita verte para un "trabajito" – él le miró sin comprender- parece que escuchó sobre lo que dijiste del Holandés Errante y quiere ir al sitio exacto donde apareció, ofrece una muy buena cantidad de dinero por viajar en el Cursed Demon- Hawk le miró no muy convencido de aquella propuesta- Se que ya tienes suficiente pero… ¿No crees que esa travesía también nos serviría para pedir su ayuda?-
-¿Su ayuda?- cuestionó el capitán sin comprender-
-Se que él Capitán Turner destruyó a Cuttler Beckett, contar con su apoyo podría…
-El Holandés Errante es solo una leyenda, tu lo dijiste- le interrumpió frunciendo el entrecejo.
-Pues…. Te diré que… algunas leyendas son verdad…- el joven abrió sus ojos sorprendido. Dispuesto a escuchar lo que sabía su segundo al mando le contaría.
Capítulo 1: El Amo de las Islas
La era de la piratería había llegado a su fin…
Eso es lo que quería creer Lord Jhon Erion Beckett, Comodoro nombrado por su majestad desde hacía poco más de diez años para lograr la paz en aquel enorme cinturón de archipiélagos del Caribe.
La distribución de las Islas había cambiado desde hacía tiempo, mucho se comentó que hubo enormes olas gigantes que partieron en dos a varias de ellas e incluso hicieron desaparecer a otras creando así nuevas provincias que fueron invadidas tanto por sus mismos coterráneos de aquellas aguas como de extranjeros.
Muchas territorios fueron reclamados por altos nobles de la corona, como el Conde de Kenzy que llamó Elina a una pequeña isla y logró se decretara fuera de su propiedad. Rosman fue obsequiada por su majestad al Comodoro desde que se convirtiera en capitán, otra llamada Sius fue utilizada como refugio para enfermos. Cálix y Tortuga fueron las únicas que quedaron intactas, no solo en su geografía, sino también en cuanto al manejo de éstas y su tipo de "gobierno" que siempre fue independiente y rebelde a la corona, una pesadilla para Beckett que pronto controló sobornando a aquellos mas poderosos. Lancylotte era la mas alejada, nombrada así por un par de jóvenes franceses que hicieron algo por su majestad y como recompensa les regaló ese pedazo de tierra, mismo que pronto fue conquistado por un par de piratas rebeldes que todavía se resistían a creer que su tiempo había terminado. Precisamente esta isla era el límite con aquellas que pertenecían al rey de Francia, mas allá de Lancylotte, solo los franceses podían navegar con total libertad y después les esperaba el atlántico, libre para ser cruzado por cualquier nación.
Las islas que pertenecían a Inglaterra eran muchísimas: Galvan, Mont, Deries, Altons, por mencionar algunas. Pero Port Royal continuaba siempre siendo la mas poderosa y con mayor número de habitantes, misma donde el gobernador Herald Rosen, quien no era mas que un ambicioso usurero que lejos de supervisar como es que el Comodoro Beckett lograba su cometido de mantener todo en orden, mejor se encargaba de inventar impuestos cada vez mas extraños para seguir llenando sus arcas.
Por supuesto todo el mundo estaba enterado que Beckett era quien realmente ejercía el control de todo. Muchos le temían debido al recuerdo de su hermano, el fallecido Cuttler Beckett quien acudió a Port Royal a destituir al antiguo gobernador por orden directa de su majestad y lamentablemente desapareció en altamar.
Tras pocos años de su llegada a Port Royal, Beckett se estableció en Rosman y mandó traer desde Londres a su hija, Lady Linnet, para que viviera a su lado. Mucho se cuestionó sobre esto pues se sabía que no tenía hijos. Claro que a todo aquel que se atrevía a comentarlo sufría las consecuencias pues su carácter era fuerte, vengativo, hasta cruel. Jamás se le podía contradecir, pues despertar su ira era como molestar a un terrible monstruo listo para devorar a quienes se atrevieran a siquiera mirarle.
Cuando Linnet Beckett se convirtió en una jovencita su padre decidió enviarla de vuelta a Londres, era obvio para todo el ejército la razón por la cual lo hacía, tenía miedo de que corriera peligro, pero sobre todo, que no descubriera esos maléficos planes que desde hacía tiempo alimentaban el deseo de venganza que le roía el corazón. Deseaba acabar con todos, con todos esos malditos piratas que a pesar del tiempo continuaban aún con vida y peor aún, algunos que aparentaban ser mercantes y se estaban convirtiendo en un peligro constante para sus deseos. Uno de ellos era el Capitán Héctor Barbossa quien a pesar de su ya avanzada edad seguía siendo uno de los mas temibles, otro era el capitán Dark Hawk a quien nunca le había podido acusar de nada pero mantenía en la mira, este era uno de los mas jóvenes. También estaba la Capitana Ana María, quien sabía buscaba su vida ya que dio muerte a una de las personas mas importantes en su vida: El capitán Jack Sparrow, a quien ejecutó hacía tiempo. Nunca pensó que éste pudiera caer en una trampa tan sencilla, solo tuvo que infiltrar a un traidor en sus filas. Pero también estaba la Dama Ching y el corsario Ammand quien a pesar de no infiltrarse mucho en sus aguas, sabía que enviaban cargamentos de contrabando a Barbossa y Ana María.
Tuvo en una ocasión el placer de conocer a Dark Hawk y en efecto le pareció solo era un marino mercante que se dedicaba a algunos ilícitos, pero algo en su interior le alertó. Y aunque pensaba no era un peligro lo mantenía vigilado discretamente. Ninguno de ellos podía intervenir en el plan que había trazado, para poder controlarlos del todo tenía que convertirse en el Señor del Mar y solo había una manera para poder conseguirlo.
Pero a pesar de sus esfuerzos, buscar aquel objeto que necesitaba y del cual su hermano le había hablado le parecía una labor titánica, tenía casi la edad de su hija buscando y comenzaba a darse por vencido cuando una pista lo llevó hasta la Isla de Cálix, en donde encontró rastros de Elizabeth Swann, la famosa esposa del Capitán William Turner, amo y señor del Holandés Errante. Sus teorías se comprobaron, realmente existía el cofre del hombre muerto, pero alguien... se le había adelantado.
Mandó asesinar al montón de incompetentes que fallaron en la misión, solo tenía que desenterrar el cofre y regresaron con las manos vacías. Por poco le descubre su hija, a quien trajo de regreso de Londres, pues una noche ejecutó al oficial al mando en su propio despacho. Linnet había justo para anunciar su compromiso con el duque Audrey de Amneris, claro que no se lo había informado aún, pero estaba seguro su hija estaría satisfecha con la elección que hizo de su marido pues había escuchado se conocieron y frecuentaron en Inglaterra cuando le mandó estudiar a una prestigiosa academia para convertirla en una dama. Y en efecto lo era, solo que le preocupaban esas explosiones de rebeldía que por momentos le causaban grandes sofocos no solo a él, sino a Thelma, su dama de compañía e incluso al reverendo de la iglesia a quien sus confesiones lo ponían de cabeza. Como esa de que estuvo observando "sin querer" a varios de los soldados más jóvenes de su padre tomando un baño en los patios a media madrugada después que volvieron de una incursión. Claro ella argumentaba que todo fue accidental y que no lo había visto con lascivia, por el contrario sino por fines educativos de anatomía. Su padre por supuesto le perdonaba sus imprudencias tronando en terribles carcajadas por las repentinas, ocurrentes y graciosas excusas que su hija daba cuando la atrapaba haciendo algunas de sus travesuras.
Pues solo eran eso, travesuras de una joven curiosa, sedienta de vivir y porque no tal vez de amar. Seguramente un marido podría controlar esa impetuosidad que poseía, él la domaría y sobre todo le daría un heredero a toda esa fortuna a la cual tenía derecho.
Vivían en una enorme casona en la Isla Rosman, por supuesto la usaban mas como casa de campo los fines de semana pues sus obligaciones estaban en Port Royal, ambas islas no estaban muy alejadas la una de las otras, pero prefería dejar a Linnet en esa casa que tanto le gustaba, aunque era de esperarse que entre semana se apareciera en su oficina, diciéndole que le extrañaba y estaba muerta de aburrimiento.
-Señor…- la dama hizo una venia antes de entrar al lujoso despacho del Comodoro- Ha llegado una misiva desde la Isla Mont, es de parte del Capitán Weill…- le entregó un sobre lacado con el sello de la familia de su subordinado, a quien encargó la seguridad del lugar.
-Puedes retirarte- le ordenó secamente, ni siquiera sabía su nombre a pesar de que tenía varios años trabajando en la mansión de Rosman- Vamos que esperas… tienes que prepararlo todo, hoy llega el Duque Amneris y mañana será el gran festejo- movió su mano de un lado a otro indicándole la salida. La joven no dijo nada, había llamado su atención aquella mancha de sangre sobre las cortinas de las ventanas, pero al ver la expresión del comodoro decidió mejor guardarse cualquier comentario que pudiera hacer- No puede ser…- murmuró al leer el contenido de aquel sobre. Empuñó en su mano aquella medalla que le diera hacía un par de años a su subordinado, le ordenó iniciara una investigación sobre ésta, antes no le había preocupado pero ahora era de suma importancia saber su procedencia- … es mía, es mí hija, y nadie se atreverá a negarlo…- escondió la carta y el sobre en uno de los cajones de su despacho, pues escuchó la voz de su hija quien descendía las escaleras.
-¿Quieres decirle a Thelma que no tiene porque hacer un escándalo cuando salgo a pasear hacia los acantilados?- Beckett miró a su hija, hermosa, espléndida, lucía su traje de montar. Su figura grácil y elegante se entallaba en las finas telas, su cabello largo y rizado estaba atado en una cola alta que resaltaba sus hermosas facciones, sobre todo esos ojos oscuros que le recordaban tanto a su esposa-
-Se dice buenos días hermosa y también se le da un beso a su padre- colocó su dedo sobre la mejilla y ella le besó- te pareces tanto a tu madre- ella descendió un poco la mirada. Siempre le decía aquello, sin embargo estaba reacio a ahondar en el tema de su madre, no había en la casa un solo retrato de ella, tampoco en la de Londres ni en la de Port Royal. Incluso en una ocasión tuvo un disgusto con él cuando insistió demasiado, sabía que le dolía su perdida a tal grado de no tolerar siquiera que le mencionara.
-Padre… no puedes engañarme, algo pasará en la fiesta que vas a dar- Lord Beckett por poco se atraganta con aquel sorbo que le había dado a su taza de té- ¿Tiene que ver con la presencia de Aivan?- el comodoro desvió la mirada de su hija, ésta se cruzó de brazos- ¡papá!- protestó ella-
-¿Si?- cuestionó él mirando hacia el techo-
-Te conozco muy bien y solo te advierto que no quiero ninguna sorpresa- No era un secreto para ella las intenciones que tenía su padre, casarla con el mejor pretendiente que tuviera. Aivan le simpatizaba, pero solo como amigo. Aunque si realmente tenía que casarse con alguien lo haría con él, pues tenía muy claro en su mente que los romances de los que hablaban los poetas no existían, pues nunca había sentido algo similar en toda su vida cuando algún joven se le acercaba. Pero si tan convencida estaba ¿Por qué una gran tristeza invadía su corazón?
Salió del despacho dejando a su padre sorprendido pues no siguió con su larga lista de preguntas cuando sospechaba algo. Volvió a sus aposentos y le ordenó a Thelma le prepara un baño tibio. Dejó caer las ropas de montar en su dormitorio y se metió en las delicadas aguas llenas de esencias. Pidió que le dejaran sola y apoyando su cabeza contra la bañera es que un suspiro escapó de sus labios.
-¿Amor? ¿Qué es entonces el amor?- dejó a su delicado cuerpo hundirse hasta el fondo de las aguas, emergió cuando vio a Thelma algo distorsionada en el exterior- ¿Qué sucede ahora?- la dama se sentó en un banco cerca de ella- ¡Suéltalo ya! ¡¿Que chismorreo has escuchado en la cocina?!- la chica se incorporó, también lo hizo ella e inmediatamente la enrolló con una fina y delicada toalla-¡Oh vamos te estas muriendo por decírmelo!- le alentó pero Thelma no soltó una sola palabra-
-Es ya muy tarde y su padre ha ordenado la lleve a probarse unos vestidos que trajeron desde Francia- soltó finalmente después de un buen rato- Quiere que luzca muy hermosa mañana- Linnet frunció el entrecejo-
-Mi padre va a comprometerme ¿No es verdad? ¿Por eso es que hay tanta expectación por la llegada del Duque a Rosman?- Thelma desvió la mirada. Linnet no quiso cuestionarle mas, a pesar de su valentía tenía miedo le confirmara sus sospechas- ¡Odio ser mujer!- pensó- Si fuera hombre podría hacer todo lo que deseara, me casaría con quien yo quisiera y pudiera tener una profesión- se vistió rápidamente, incluso Thelma estaba nerviosa al verla tan seria y no escucharle replicar, como siempre lo hacía. Salió de la habitación no sin antes comentarle que en media hora irían con una modista para probarse los vestidos- Si tan solo hubiera una manera de impedirlo, desearía ocurriera algo para que esa fiesta no se realizara- miró hacia el mar. La mansión tenía una vista muy hermosa pues estaba en una maravillosa colina por encima de las demás casas. Aquel ruido de las olas al romper en las rocas le gustaba tanto, le tranquilizaba, no como el bullicio y la vida tan rápida que se llevaba en Londres.
Pensó en huir, pero su padre le encontraría muy rápido. Otra opción era confesarle que no estaba enamorada de Aivan, pero no tenía el valor para decepcionarlo, debía encontrar una forma de que ese compromiso no se llevara a cabo. Estudió cualquier posibilidad camino a la modista, le llamó mucho la atención que ésta le alentó a llevarse puesto el vestido que usaba para así darle una sorpresa a su padre, pero la sorprendida fue ella, cuando al anochecer, al entrar a su casa observó todo iluminado. Abrió los ojos lo mas que pudo y soltó una maldición que hizo santiguarse a Thelma.
-¡Tu sabias esto! ¡Y no me dijiste nada!- le espetó a la vez que bajaba del carruaje ayudada por uno de los lacayos. El lugar estaba lleno de invitados, a lo lejos podía escucharse una orquesta que deleitaba a los presentes y de pronto ante ella apareció su padre-
-Querida mía que bien que ya regresaste- se apartó bruscamente de aquellos brazos que amenazaban con darle una cálida bienvenida- ¿Qué es lo que pasa hija, no te agrada mi sorpresa? – como era de esperarse el comodoro notó el enfado en la cara de su hija- ¿Linnet?- ella no le respondió una sola palabra, salió corriendo hacia el interior de la casa y subió las escaleras rápidamente ante la mirada atónita de los invitados, el comodoro salió tras ella. La encontró enfurecida en la puerta de su habitación- Hija, yo solo….
-¿Por qué hiciste esto? ¿Pero que demonios te pasa?- soltó sin mas-
-Ese no es el vocabulario de una dama- le espetó él- Solo quería complacerte y…
-¿Complacerme? ¿A mi? ¿Y cual es la ocasión padre? ¿Mi compromiso con Audrey? ¡Lo has estado planeando desde hace tiempo! ¿No es así?- la voz incriminatoria de su hija se le clavaba en el corazón, pensaba que estaría feliz al comprometerse pero ahora comprobaba que en verdad aquella fiesta sorpresa fue lo mejor que pudo hacer. Una idea que el propio duque le había sugerido.
-Aivan tenía razón, no tienes el menor interés en él- dijo para sí mismo y ella soltó un bufido- Pero él es un buen hombre hija, se casarán y vivirán en el Ducado en Inglaterra, así ya no estaré tan preocupado por tu seguridad…
-¡No! ¡No voy a casarme con Aivan!- soltó finalmente decidida-
-Pero ya habíamos hablado que lo conocerías mejor y lo reconsiderarías…
-¡Pero ya cambié de opinión! Justo en este momento cuando tu y él decidieron por mí. Soy yo quien voy a tener control de mi propia vida, no tú ni ese maldito cobarde que junto contigo se valen del truco mas sucio que pueda haber para comprometerme ¿Pero sabes que? No pienso seguirles el jueguito- su padre la tomó del brazo con fuerza, ella le miró desafiante, era la primera vez que lo hacía, estaba decepcionada de él, había pensado complacerle en muchas ocasiones y casarse con el duque pero desde aquella mañana percibía algo, sus sentidos no podían estarle fallando, algo iba a cambiar ese día, algo iba a pasar y tenía puesta toda su fe en ello.
-Eres mi hija y no me vas a deshonrar delante de todos éstos invitados, no voy a anunciar tu compromiso sino lo deseas, pero quiero que bajes y seas amable con Aivan… es todo lo que voy a pedirte- aquello fue mas una orden que otra cosa. La joven asintió algo aliviada y le sonrió, parecía finalmente comprenderle, así que respirando hondamente es que tomó el brazo que su padre le ofrecía. Se asió a él y descendió la gran escalera que daba al salón de baile, todo mundo aplaudió cuando ambos hicieron su aparición, la banda dejó de tocar y Jhon Beckett depositó la mano de su hija en la de aquel joven alto, rubio y de ojos azules que les esperaba abajo.
-Linnet… como siempre mis ojos se deleitan con tanta belleza…- besó su mano y ella sonrió forzadamente-
-Aivan ¿Cómo estás? ¿Cuando llegaste?- preguntó secamente, el comodoro hizo una señal y la banda volvió a tocar música suave y tranquila. El joven duque se quedó contemplándola embelesado, lucía maravillosa en aquel vestido que acentuaba cada una de sus perfectas formas.
-Un saludo un poco informal para quien va a ser tu esposo querida- Linnet se soltó de su mano bruscamente, llamando la atención de todos y provocando un barullo generalizado- ¿Qué es lo que te sucede?- le cuestionó al oído. Ella buscó con la mirada al Comodoro quien ya caminaba hacia ellos. Estaba furiosa, iba a subir la escalera una vez más cuando la voz de su padre le detuvo.
-¡Damas y caballeros permítanme un momento de su atención por favor!- la banda dejó de tocar y de nuevo aquel barullo fastidió no solo a Linnet sino a su padre, quien se daba cuenta como su plan iba en picada- ¡Es todo un honor presentarles al Gran Duque Aivan Audrey de Amneris, mi futuro hijo, quien esta noche nos ha dado la gran noticia…. Mi hija finalmente le ha dado el Sí!- la multitud rompió en aplausos y vítores hacia la joven pareja, Audrey se arrodilló y sin darle tiempo a nada colocó en el dedo de la joven un hermoso anillo de brillantes. Las mujeres dieron un suspiro generalizado, las rocas eran enormes y estaban incrustadas en una hermosa base de oro.
Linnet sintió que todo a su alrededor le daba vueltas, de pronto se vio atrapada en una vil pesadilla. Su padre le había traicionado, le engañó para que descendiera a la fiesta. Miró al duque quien se incorporaba y todavía se atrevía a darle un beso en la frente a petición de la multitud, sintió asco y repulsión, aquello había sido lo mas bajo. Estaba dispuesta a todo, ya no le importaba lo que su padre o el mundo entero pensara. ¿Pero quienes eran ellos para tomar las riendas de su vida? ¡Fuera las conformidades! ¡No iba a atar su vida a la de un infeliz que se valía de algo tan sucio para poder conseguir sus fines! Iba a quitarse el anillo, a lanzárselo por la cara y gritarle todo lo que pensaba de él, pero entonces se escuchó un estruendo en las afueras de la casa, estaba segura que fue una bala de cañón pues una gran cortina de humo comenzó a entrar a través de las enormes puertas que se comunicaban hacia el exterior. Beckett en un acto instintivo se colocó frente a su hija, y llamó rápidamente a sus hombres, pero ninguno apareció.
-Vaya, así que el gran Comodoro se olvidó de lo mas importante… no se debe bajar la guardia, primera regla de la milicia- aquella voz provenía de las alturas, todo el mundo fijó la mirada en la segunda planta de la casa. Las puertas se cerraron de golpe dejando a la mayoría de los invitados atrapados en el interior, se pudo vislumbrar entonces la silueta de un hombre, alto y esbelto, con cabellos rizados y oscuros que por momentos le ocultaban el rostro.
-¿Quien eres maldito?- la cortina de humo fue desapareciendo poco a poco. Él estaba apoyando la espalda contra un enorme pilar, se apartó con mucho cuidado el cabello y finalmente el Comodoro pudo observarle el rostro.
-¡Es… es….- balbucearon algunos de los oficiales de mayor edad invitados a la fiesta- ¡es… es…. – el joven clavó sus ojos marrón en ellos, estaban llenos de un fuego terrible que les inspiraba un gran temor, como si estuvieran delante de un monstruo, un espectro salido de ultratumba, o tal vez de un espíritu que solo clamaba su venganza-
-Veo que me conocen….- esbozó una sonrisa maliciosa, algunos de ellos intentaron huir pero las puertas estaban muy bien cerradas y custodiadas desde el exterior por los hombres de aquel joven. Linnet le observaba detenidamente, había algo en su voz que hacía su corazón latiera con fuerza. ¿Quién era ese extraño?- Les voy a suplicar que no se muevan de sus lugares, no quiero que haya un derramamiento de sangre innecesario…- se dirigió a la multitud que observaba sorprendida como sacaba su espada y cortaba la soga que detenía la enorme araña de velas que se balanceaba en el techo. Se balanceó en ella y cayó justo en el centro del salón donde todo el mundo le miró con los ojos desorbitados-
-No te muevas o te atravesaré aquí mismo- le amenazó Jhon Beckett, la única persona armada en el salón ya que cometió el error de pedirle a todos sus invitados dejaran sus espadas y armas en la entrada principal-
-¿Quieres matarme Beckett? ¡Vamos sino hemos sido presentados aún!- ironizó y de un movimiento que ni siquiera pudieron ver desarmó a su adversario de un solo movimiento, dejando mudos a todos los presentes. Linnet seguía contemplándole con una combinación de miedo y fascinación. Ni siquiera su maestro en Londres podría haberlo hecho. El desconocido vestía una camisa blanca, la cual más que vestir parecía adornar la anchura de sus hombros y su pecho con músculos tensos y bien definidos, el cabello rizado y castaño le caía por el rostro con una sensualidad un tanto salvaje y atrevida. Ni hablar de su rostro, que mas parecía el de un ángel que el de un delincuente que irrumpía en su casa de aquella manera tan sorpresiva y desvergonzada. Tenía los ojos marrón, las cejas rectas, los labios delgados se perdían en la distribución perfecta de un vello facial bajo su nariz y barbilla.
-¡Déjalo Jhon no hay nada que puedas hacer! ¡Él es inmortal!- se escuchó en el fondo del salón, algunos de los hombres del joven que estaban en el interior rieron a carcajadas, mismas que fueron silenciadas con un sencillo movimiento de la mano del joven-
-¡Es el espectro del capitán Turner que viene a atormentarnos!- secundó otro cuya lengua fue callada por la amenaza de la espada de uno de aquellos corsarios-
-No quise interrumpir tu fiesta Beckett pero tienes algo que me pertenece y debo recuperarlo- le miró el joven apoyando la punta de la espada sobre el pecho de su enemigo-
-¡Papá!- se apresuró a decir Linnet algo asustada saliendo de su protección. El caballero le miró de reojo-
-Señorita- murmuró haciendo una amplia venia- veo que tu hija ha crecido Beckett, es muy hermosa- Linnet tembló al sentir aquellos ojos fijos en ella- Mis felicitaciones por su compromiso Milady- volvió a hacer aquella venia solo que ahora mas exagerada- sino desea celebrar un funeral antes de sus esponsales le aconsejo que le pida a su padre me entregue lo que me ha robado…
-¡Mi padre no es ningún ladrón!- soltó ella ofendida ¿Pero quien se creía ese descarado? Es cierto que su padre tenía su carácter y le había hecho una jugarreta muy sucia aquella noche, pero de eso a ser un ladrón.
-¡Linnet no intervengas!- el duque la tomó con fuerza del brazo. Beckett aprovechó que el joven los miraba para sacar una pequeña daga de entre sus ropas y le atacó. Los reflejos del joven eran muy buenos, solo tuvo que lamentarse de un pequeño corte para luego una vez mas hacer gala de sus habilidades y despojar al comodoro de aquella arma-
-Vaya, los inmortales no sangran….- soltó altivo el Comodoro-
-Cierra la boca-lo silenció el filo de aquella arma en su cuello- entrégame lo que me pertenece Beckett hazlo de una vez o no me importará terminar contigo frente a toda esta gente- el comodoro le miró con mayor atención, no era el espectro de Turner, no por la sangre sino porque era imposible que abandonara el mar. ¿Quién era ese extraño? ¿Algún descendiente? Pero todos los antiguos miembros de la tropa juraban que era el mismísimo William Turner.
-No tengo lo que buscas- el joven amenazó con hundir todavía mas la daga en el cuello de Beckett- es verdad lo que te digo…
-¿Quién mas sino iba a querer el cofre? Has estado en todas las islas, buscándolo desesperadamente, sé que lo tienes y vas a entregármelo ahora- demandó con la voz mas tranquila que pudo. Los ojos de Beckett se llenaron de terror, el no poseía aquel objeto ¿Entonces quien? Pensó en algún momento que lo había recuperado, que había sido él mismo quien lo resguardaba pero no era así. Sus sospechas eran correctas, había alguien más.
-Mi padre le esta diciendo la verdad, por favor Señor, le ruego que…- empezó Linnet-
-¡Guarda silencio estúpida! ¿Qué no ves que van a matar a tu padre?- le espetó el Duque de Amneris.
El joven frunció el entrecejo al escucharle, hizo una seña con su mano y uno de sus hombres le acercó una espada.
-En lugar de gritarle a la dama deberías sentirte orgulloso, tiene mas agallas que usted y el comodoro juntos- replicó con cierta picardía haciendo que el rostro del Duque se ruborizara- ¿Y bien Comodoro? No lo diré una vez mas- el rostro de Beckett empalideció, comenzó a sudar frío al sentir ahora los dos filos sobre su pecho-Estoy esperando Beckett ¡Entregamelo!- soltó finalmente perdiendo los estribos. No estaba preparado para lo que ocurrió entonces.
Linnet tomó el ridículo bastón que usaba su prometido, lo interpuso entre los dos aceros y la espada salió despedida en el aire, se movió con agilidad y se colocó frente a su padre blandiéndola firmement,e atrapándola antes que el enemigo. Ante la atónita mirada de todos el joven retrocedió. Tomó otra espada que uno de sus subordinados le ofreció rápidamente, y les pidió no intervenir- Estoy en lo correcto, tiene mas agallas que ni su propio padre.- la estocada le sorprendió, la espada cayó de sus manos por culpa de aquel descuido, había clavado la mirada en los ojos oscuros y brillantes de la valiente dama.
-Quiero que se vayan de mi casa o sino….- el acero se quedó sobre el pecho del joven-seré yo quien no dudaré en matarle a usted delante de todas éstas personas- los hombres a sus espaldas rieron. Él les miró severamente- ordéneles que se retiren- insistió haciendo un corte sobre el pecho del joven, apenas una gota de sangre emergió de aquellos músculos que quedaron al descubierto a través de aquel pequeño agujero en la tela de su camisa- ¡No estoy jugando! ¡Ordeneles que se retiren!- demandó ahora enérgicamente.
-Es un gran honor tener como rival a una dama como usted, no esperaba esto, todo mi respeto y admiración hacia usted… Milady….- hizo una ridícula venia una vez más. Ella por poco pierde los estribos, que ganas tenía de enterrarle en el cuello aquel acero.
-No estoy jugando, téngalo por seguro que lo haré.- había decisión en sus ojos, fuerza, entereza, jamás pensó que Linnet Beckett fuera una terrible fiera en lugar de la niña mimada que todo el mundo pensaba. Le miró con más detenimiento. Ella sintió que aquellos ojos le atravesaron, una sonrisa un tanto maliciosa emergió de esos delicados y finos labios, fue la distracción perfecta. Su rival imitando sus movimientos solo que haciéndolos mas rápido ejecutó la misma acción pero con la daga que aún poseía en sus manos. Enrolló su brazo en la cintura de la joven quien inmediatamente sintió aquel filo ahora en su cuello.
-¿Qué se siente estar del otro lado Milady?- cuestionó apenas hablándole al oído, dejando que su aliento se deslizara por la suave piel del rostro de la joven- Yo tampoco estoy jugando, dígale a su padre que me devuelva lo que es mío.
-¡Sueltame, sueltame maldito!- soltó ella enfurecida, pero aquel brazo parecía una cadena que por más que forcejeaba le ataba aún mas a él, a ese cuerpo firme y definido que parecía amoldarse al suyo.
-¡Escucha Turner, no creo que seas capaz de….- empezó Beckett
-El cofre o tu hija se muere- amenazó.
-No lo tengo en mi poder, alguien se me adelantó- se hizo un silencio sepulcral. Los ojos de Linnet se llenaron de lágrimas ¿Estaría su padre dispuesto a sacrificarla por un cofre? ¿Y que es lo que había en su interior que tanto valoraban tanto él como el joven? La afirmación de que alguien se había adelantado le decepcionó, era cierto entonces que planeaba robarle al joven.
-¿Y piensas que voy a creer eso? ¡Eres aún mas vil que tu hermano, tanto que ni siquiera tu hija te importa!- aquellas duras palabras hirieron el corazón de la joven.
-¡Capitán, se acerca una gran guardia! ¡Nos hemos demorado demasiado!- se acercó uno de sus subordinados. El joven resopló con fastidio y profirió una maldición que a Thelma no muy alejada de ahí le recordó la que Linnet soltó en cuanto llegaron a la casa.
-¡Damas y caballeros, me temo que ya es tarde y es hora de que me retire!- soltó en ese tono irónico que desquiciaba a la joven- Tu hija vendrá a dar un paseo conmigo Beckett- los ojos del comodoro se desorbitaron.
-¡No voy a permitir que….
-¡Viene conmigo, el cofre por ella, ese es el trato.
la joven sintió como aquel brazo le apresó aún con mas fuerza incluso casi dejándola sin respiración. Él salió de la casa caminando lentamente tras ordenarle al comodoro que todo el mundo se apartara.
-¡Esta me la vas a pagar muy caro Turner!- gritó cuando le vio subir a su corcel y colocar a Linnet frente a él, ésta una vez mas sintió aquel brazo que se aferraba a su cintura fuertemente.
El joven tomó las riendas con su mano libre y las agitó fuertemente saliendo a una velocidad inaudita por el camino. Ella le miró, cabalgaba con una gran seguridad y arrogancia. Observó hacia el suelo, probablemente iban a esa velocidad pues pensaba tendría el impulso de saltar, aunque con esos vigorosos brazos apresándole sería imposible.
Al dar vuelta en un sendero sintió como él la estrechó todavía con más fuerza y la pegó a su pecho. Nunca antes había estado cerca de un hombre, nunca ninguno la había abrazado, pero extrañamente percibía una calidez suave contra su cuerpo y su poderosa presencia le hizo sentirse protegida, pero la frialdad que había en sus ojos cuando le miró, hizo que cualquier sensación desapareciera.
Se estremeció, aquel brazo si es que era posible se cerró todavía más en ella, y ese calor volvió llenándola de una extraña debilidad y agitación. ¿Quién era él? ¿Que planeaba al llevarla consigo? Era un patán, un rufián, y debía encontrar una forma de liberarse de él.
-¡Richard!- escuchó en su fuerte voz- ¡Quiero que mandes una nota a Beckett, fijaremos el sitio del cambio en tres días. Mientras tanto llevaremos a nuestra invitada al Greed of the Ocean!- el hombre asintió y se separó del resto.
Cabalgaban en conjunto. Los cascos de los caballos irrumpían fuertemente en el silencio de la noche. Linnet miró hacia el frente, entraron a un profundo bosque al lado sur de Rosman.
Pasaron un par de horas, o eso es lo que calculaba. Cansada y resignada es que no tuvo mas remedio que apoyarse contra aquel pecho, él no podía culparle por sentirse así pues el mismo propició aquella situación. Cerró los ojos y de nuevo aquella cálida sensación le envolvió. Pero hubo un momento en que se sintió observada y los abrió nuevamente. La luna reflejó los rizos alborotados del joven e iluminó la luz marrón de sus ojos que por unos instantes no le pareció tan arrogante como los había visto en el salón de la mansión. Iba a apartarse pero él se lo impidió.
-Descanse Milady, todavía queda un largo camino- apenas escuchó y notó como aquel brazo terminaba de encerrarla contra el abrigo suave de aquellos músculos firmes.
Se detuvieron en mitad de la noche. El capitán ordenó a dos de sus hombres que montaran guardia en los límites de aquel claro escondido entre las rocas. Nadie sabía de su existencia a excepción de él y su padre, le habló de éste hacía años cuando le conoció. Estaba rodeado de árboles y en el centro un pequeño lago reflejaba majestuosamente la luna. Era extraño que no se pudiera ver desde lo alto de las montañas pero entre los follajes se creaban extrañas sombras que en conjunto con las luces del cielo tanto de día como de noche parecían esconderlo de cualquier curioso. Ni siquiera sus hombres sabían como llegar, él tenía que guiarlos a través de senderos escarpados y a campo abierto para que pudieran localizar su ubicación exacta.
Se movió con mucho cuidado antes de desmontar, envolvió con su capa a la hija de Beckett quien parecía estar sumida en un profundo sueño, pensó que despertaría en cuanto llegaran a aquel sitio pero no fue así, no era para menos si el joven la trataba muy sutilmente. La acomodó en un montón de pieles y capas que sus hombres acomodaron en un sitio fresco, bajo los árboles, no muy lejos del lago.
-Tiene que vigilarla-le advirtió Onel, el miembro mas joven de su tripulación- jamás había visto a una mujer usar una espada como ella lo hizo- el joven asintió para luego darle una palmada en la espalda.
-Lo sé, no tenía planeado hacer esto, no es mi estilo pero lo que Beckett me robó es muy importante.
Onel hizo una venia, sus cabellos cortos y oscuros brillaron con un destello de luz de luna. Su superior rió
- Hay que practicar, esa reverencia en lugar de impresionar a una dama solo le causará risa- se retiró el joven con las mejillas encendidas.
Se alertó al escuchar un pequeño quejido. Su subordinado tenía razón, esa mujer era peligrosa. Cuando le desarmó no podía creerlo, se valió muy bien de todos los recursos que poseía a su alcance para vencerle, incluso de su belleza, esa que se quedó atrapada en su ser solo con el brillo de aquellos ojos oscuros y valerosos. No debía dejarse engañar, seguramente era una arpía, tal y como lo era su padre. Por un momento hasta pensó en tenerla maniatada, pero deseaba hablar con ella, habló del honor de su padre, se le notaba en su voz que estaba orgullosa de ser su hija. ¿Pero como podía ser esto posible? Beckett mataba a diestra y siniestra, sin importarle nada, saqueaba las aldeas, mancillaba a las doncellas, si es que ella estaba enterada es que realmente debía ser una arpía como lo pensaba y debía andarse con mucho cuidado.
Sin embargo, no podía negar que era la arpía mas bella que hubiera visto. La luz de luna que se filtraba entre las hojas de los árboles creaba sombras en su rostro joven y delicado, el cabello largo y rizado se movía despacio gracias al viento que reinaba en el claro. Traía consigo un perfume suave y delicado.
-La esencia de una mujer- susurró apenas con voz y sus dedos atraparon uno de aquellos rizos el cual acarició despacio y sin poder contenerse llevó a su nariz para quedarse con su olor- Linnet, creo que ese es su nombre- sacó un pañuelo de entre sus ropas, se apresuró a apartar con cuidado algunos restos de polvo que durante el camino se atrevieron a tocar las facciones de la jovencita. Tomó algo de agua, esperaba realmente estuviera cansada para que no despertara ya que si lo hacía seguramente su caballerosidad sería pagada con una buena bofetada o un golpe.
-¿Capitán?- le llamó uno mas de sus hombres- ¿quiere cenar algo? Los muchachos han capturado un par de conejos- él asintió-
-comeré aquí, tal vez Lady Beckett nos quiera acompañar- el hombre sonrió-
-No creo que esa fiera tenga hambre- fue ahora el capitán quien sonrió- Me alegra que sea usted quien le vigile, por un momento pensé que lo haría Onel, el pobre apenas tiene dieciocho años, podría engatusarlo- miró a la dama que dormía-Aunque con lo linda que es podría engatusar a cualquiera- echó una mirada un tanto cómplice al capitán.
-Trame mejor solo algo de beber. Yo vigilaré a la dama- el hombre asintió para luego volver al enorme fogón en donde cocinaba. Al instante volvió con un tazón que humeaba y le entregó una camisa al capitán.
-Creo que debe cambiarse, también lavarse esas heridas, le traeré agua tibia y algo para que las cubra- se apresuró y no tardó demasiado en llevarle unos retazos de tela limpia que podrían servir como vendaje.
El joven miró de reojo a la chica, parecía dormir, le pidió entonces a aquel hombre que le ayudara, poco a poco se fue sacando la camisa, justo en ese momento ella abrió los ojos lentamente. Debía estar perdida en un sueño, pues observó al hombre mas apuesto que jamás había visto en toda su vida. La espalda amplia, los músculos tensos, poderosos como su figura alta y esbelta que estaba de pié a tan solo unos pasos de ella. Se pasaba un paño con mucho cuidado por los hombros, las gotas de agua se deslizaban por cada rincón de su maravillosa anatomía, como lágrimas plateadas gracias a la luz de luna. La melena parecía oscura, rizada y algo desordenada, el viento la acarició suavemente, enredándola. Aquellos brazos vigorosos que reconoció en seguida se levantaron como haciendo una exclamación al cielo, se tensaron ligeramente al igual que su espalda cuando le colocaron algo sobre el pecho; después un vendaje comenzó a cubrir lo que supuso eran sus heridas. Se maldijo por pensar que era atractivo. Era su captor.
Él se sintió observado, giró la cabeza rápidamente pero la joven continuaba durmiendo tranquilamente.
Linnet había alcanzando a cerrar los ojos antes de que él le viera. Volvió a abrirlos cuando calculó él estaría frente a la persona que le ayudaba a limpiar sus heridas, una de ellas causada por su valentía. Detalló el perfil del joven, solo un momento en el que se colocó de lado para facilitarle a su ayudante el terminar de colocar aquella tela. Cerró los ojos rápidamente sintiendo una mezcla de aversión y agitación a la vez.
-El corte no era profundo pero no podemos descuidarnos – el joven asintió y ella entreabrió sus ojos.
-No te preocupes, estoy bien, he sido herido de peores formas- respondió el joven sonriendo. Ella vio aquel gesto, no parecía el mismo que esbozó mientras estuvo en el salón. Su sonrisa en aquel momento fue pícara, maliciosa, y ahora solo era gentil, y podría jurar que hasta dulce. ¿Pero que tonterías estaba pensando? Era su enemigo, había atacado a su padre, la había secuestrado, era su rehén no una invitada a su campamento.
Volvió a cerrar los ojos al percibir como el joven se acercaba. Le costó trabajo contenerse para no darle una bofetada. Ese maldito atrevido le limpiaba el rostro con un paño y acomodaba su cabello tras sus orejas. Debía quedarse quieta, fingir que dormía para así poder idear un plan y escapar ya que su padre tardaría en localizarle pues supuso estaba en el bosque; sitio que no exploraba muy seguido debido a su espesura y por temor a las criaturas que habitaban en él. Pero en ese momento no podía pensar, estaba demasiado agotada debido a la larga cabalgata. Poco a poco, el sueño volvió a ella, uno mas profundo y tranquilo, no supo si lo soñó pero creyó percibir una caricia sobre su mejilla. Seguramente era el viento que hacía las hojas caídas se deslizaran en su piel. Pero… no conocía ninguna que tuviera una textura tan suave y cálida como aquella.
El amanecer llegó junto con el canto de una alondra no muy lejos de aquel lugar. El capitán miró hacia la joven, continuaba durmiendo profundamente, pareciéndole esto sospechoso pues la joven no descansaba en su mullida cama de colchón de plumas en su habitación. Planeaba algo, lo presentía, iba a ser un gran problema controlar ese espíritu rebelde que gobernaba a Linnet Beckett.
-No debí tomarte como rehén, tal vez debí raptar al estúpido de tu prometido- soltó un bufido y la joven se movió entre su improvisado lecho- ese niñito si se que veía un completo inútil- ¿fue su imaginación o creyó ver como los labios de la joven se curvearon mostrando una leve sonrisa?- estoy seguro que tu serías aún mas hombre que él- la sonrisa volvió- Señorita Beckett, voy a retirarme solo un poco, dejaré algo de agua y un paño para que se lave el rostro. Después iré por algo de desayunar, así que ni siquiera lo intente- apenas se apartó y la joven propinó una maldición a todos los demonios por permitir que le descubriera. Pero no pudo soportar la risa al escuchar los comentarios del capitán.
-Si quiere hacerse pasar por un caballero créame que no ha logrado ¡Nada!- le espetó la joven- si lo fuera me enviaría de vuelta a casa y sobre todo no me miraría mientras me lavo, es de mala educación.
-Si usted fuera la mitad de educada como dice, si se comportara como una dama entonces yo no tendría que ser un perfecto patán-espetó desde la distancia en que estaba- además no se porque quiere que me voltee, no veré nada que antes no haya visto…
-¡Majadero! ¡Degenerado!- soltó ella aventándole el cuenco que sorpresivamente golpeó en su cabeza-
-Ve a lo que me refiero, anoche tuve que curarme el pecho, ahora tendrá que ser la cabeza, será mejor que se levante de una buena vez sino tendré que atarla y seré YO mismo quien la lave.
Linnet le miró horrorizada, fue ella quien ahora le dio la espalda. Limpió su rostro y parte de su cuello con el paño que había humedecido, le habría gustado empaparlo una vez mas pero era demasiado orgullosa como para pedírselo a su captor-
-¿Qué?- le espetó ella después de un rato en que estuvo observando cada uno de sus movimientos-¿Va a estar observándome todo el tiempo?- el capitán asintió con una sonrisa un tanto cínica- entonces supongo que es igual de estúpido que mi prometido- aquel comentario le borró la sonrisa de golpe- Si asume que voy a escapar, no lo haré mientras me observa- volteó su cara. Altiva. Mirando de nueva cuenta hacia el tronco del árbol que le dio cobijo toda la noche- mi padre va a venir por mi, no tengo necesidad de escapar- era irritante la manera en que le hablaba, ahora si que sonaba como una de esas chiquillas mimadas, se acercó y la tomó del brazo bruscamente para luego encararla-
-Se lo que hace, intenta engañarme, pero la imagen de niña asustada yo no me la trago- frunció sus cejas- usted es muy peligrosa y esta lejos de ser esa joven en apuros que espera por su padre, pero le advierto- sus alientos casi se rozaban debido a la cercanía- ni siquiera intente escapar, porque entonces me olvidaré que es una dama y la trataré como un rehén- sus miradas se encontraron, llenas de fuego, desafiantes, ninguno de los dos quería ceder a la fuerza del otro. El capitán la acercó aún mas a él, por poco su nariz roza la de ella, finalmente perdió la batalla cautivado por aquellos labios sonrosados y dulces, tentadores, que necesitaban mas que agua para ser saciados, tal vez…
-¡Capitán!- escuchó que le llamaban y se apartó de la joven con cierta brusquedad- ¡He enviado la misiva a Lord Beckett!- Richard había vuelto demasiado rápido. Él mismo le fue poniendo señales en el camino para que les siguiera, ya que en la oscuridad no sabría como llegar al claro, tuvo que hacerle marcas con tinta a troncos de árbol, mismas que Richard iba borrando en el trayecto para que no dejaran huella.
-¿Alguien te siguió?- se incorporó despacio, la joven se cubrió con la capa y giró la mirada hacia el árbol-
-No capitán- Richard miró a la joven- Buenos Días señorita-ella no le respondió-
-Creo que la majadería esta en otra persona, no en mí- la joven se giró enfurecida, como si fuera una niña pequeña tiró de sus cabellos con fuerza, esto alertó a Richard quien desenvainó su espada pero un movimiento de mano del capitán evitó que le hiciera daño a la chica. Con su mano libre tomó la de Linnet y sin esfuerzo la apartó de su cabellera, pensó por un momento que tendría una daga escondida y la colocaría en su cuello pero no fue así. El joven colocó sus largas y fuertes manos en las mejillas de ella en un acto que la sorprendió e hizo éstas se encendieran. Pues una vez mas el aliento del joven rozaba su piel delicadamente- Son dos ocasiones ya en las que me ha ofendido… se-ño-ri-ta….- remarcó la última palabra-no toleraré una tercera. Usted no es nadie para exigir como debo comportarme, son ustedes, los grandes nobles de la sociedad inglesa los que creen tener la mejor educación, cuando lo único que poseen son esos "buenos" modales que solo esconden su ego, su avaricia y orgullo.
-Yo no… ¡como se…- empezó ella pero él la tomó con mas fuerza, ahora sujetando sus manos a su cintura-
-Guarde silencio señorita, o no solo tendré que atarla sino también me veré en la penosa necesidad de silenciar esta boquita- tocó apenas con un dedos sus labios y ella sintió una corriente eléctrica recorrerle el cuerpo. El tampoco se dio cuenta en que momento lo hizo, pero el solo roce de aquellos labios le inquietó.
-¡Onel!- se apartó de ella y el joven se acercó a ambos- Tráele algo de comer a la señorita. Espero sea de su agrado el banquete que tenemos por desayuno- hizo una ridícula reverencia, la misma que había hecho Onel la noche anterior- Richard no la pierdas de vista, es muy peligrosa, yo regresaré en unos minutos.
La joven le echó una mirada asesina, se sentó bajo el árbol sintiéndose furiosa. Era un descarado, un palurdo, un maleducado de primera. ¿Cómo se atrevía a tratarle así? "su ego, su orgullo, su avaricia…" resonó en su mente. Lo había dicho con tanto rencor, podría jurar que hasta odio. Aquellos ojos marrones se tornaron fríos, el calor de sus mejillas desapareció cuando se encontró con ellos, y sabía esa frialdad no estaba solo ahí sino también en su corazón y tal vez en su alma. ¡Pero que importaba! ¡Le haría ver a ese maldito su suerte!
-Señorita perdone al capitán, es muy claro en sus…- la boca de Onel fue silenciada por la mirada severa de la joven. Sus mejillas se enrojecieron y le entregó aquel cuenco con algo de comida a la joven. Ella se sintió algo avergonzada también, al ver la reacción que había causado en el chico. Tal vez si poseía algunas de las características que había mencionado el capitán pero le costaba admitirlo.
-discúlpame…- soltó de repente sorprendiendo a Onel- ¿Te llamas Onel no es verdad?- el chico asintió-
-¡No la escuches!- la voz del capitán atronó en el lugar-ten cuidado, solo es amable para ganarse tu confianza, después te convencerá de que le ayudes a escapar…
-¡Pero que…- empezó a protestar ella-
-¡Guarde silencio su alteza, ya se lo advertí!- ella apuñó sus manos con rabia- Y si va a comer algo le sugiero que lo haga pues su flamante carruaje la está esperando- extendió ambos brazos y volvió a hacer otra de aquellas tontas reverencias, si hubiera tenido una espada en mano lo hubiera atravesado sin contemplación alguna aunque después le hubieran matado a ella. Lo odiaba, era un tremendo patán, ya estaba convencida y haría todo lo posible por burlarse de él, por escapársele en sus propias narices.
