Fic para el Reto: Música que inspira del grupo: DSTLO Resident Evil Behind the horror. La canción que me tocó es: Hola de Il Divo. Los personajes no me pertenecen únicamente la trama.
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Hola desde el más allá.
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Silenciosa como un suspiro y ligera como una pluma, Ada se adentro en la mansión que llevaba varios meses sin visitar. Utilizó la ventana cómo si fuera una ladrona, alguien ajeno y no tuviera las llaves o su propio retrato no formara parte de la decoración central.
Olisqueó las sombras ayudada de su avanzada tecnología (una lamparilla y lente de visión térmica adheridos al comunicador en su oído) corroboró que no había nadie en el interior aunque no es como si Derek tuviera por costumbre dar esta ubicación a cualquiera.
Suspiró con nostalgia y algo de incomodidad.
¿Qué esperaba encontrar aquí? ¿Por qué se sentía tan turbada? ¿Y por qué…aún después de limpiar su nombre se sabía responsable de todo el caos que inició con la muerte del presidente?
Recorrió la estancia que aparecía cubierta por una fina capa de polvo y cerró los ojos pensando en los momentos que compartieron los dos.
Jamás se lo diría a nadie. Apenas si podía confesárselo a sí misma: lo que inició como una relación laboral se fue transformando en un juego de seducción que terminó en obsesión.
Tampoco diría que no se lo buscó porque le agradaba saberse deseada a pesar de su edad. Sin embargo, Derek…
Dolía, atemorizaba y estremecía pensar en él. Admirar todo ese espacio dónde tantas veces se amaron.
Resopló, aún reacia a encender la luz o aceptar que por fin, había regresado a su hogar.
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Lo estuvo pensando durante los últimos meses, mientras le daba vacías explicaciones a Leon, soportando su mirada de decepción y quizá hasta desprecio.
Las preguntas importantes se las tragó, pero ella las veía latiendo en su rostro.
Kennedy quería saber ¿Qué clase de relación tenía con Simmons? ¿Por qué se obsesionó al grado de crear un clon? Y a pesar de tener las respuestas quemando en su lengua, golpeando dolorosamente en el pecho, juró que nadie se enteraría de lo débil que había sido Ada Wong.
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Todas sus barreras, todas sus defensas, todas las identidades creadas a base de sudor y sangre, una a una las derribó.
Lo peor de todo, es que fue ella quién lo dejó.
Permitió que la cortejara y sedujera, que la llevara de la pista de baile a la cama. De la mansión donde se encontraba a su laboratorio secreto. (No sólo en los Estados Unidos, sino los que tenía repartidos por el mundo)
Tan idiota había sido, que se atrevió a devolver el cortejo y llevarlo a su país natal: los jardines, los lagos y museos. Todos los lugares que amaba los visitó con Derek C. Simmons y estaba tan nublada por la idea del amor, que a penas si se percató de lo peligroso que se volvía cuando encontraba a alguien más a su alrededor.
Los hombres la notaban.
Enfundada en aquellos reveladores vestidos, por supuesto que la notaban y ella, que siempre había sido libre y dueña de sí misma correspondía las sonrisas, declinaba las invitaciones pero solía aceptar sus tarjetas de presentación y los tragos.
Derek ardía en su jugo cada que lo hacía y a ella le gustaba. Sacarlo de sus cabales, llevarlo a la perdición.
Claro que olvidaba la parte en que él, era diferente a todos los demás.
No es que controlara sus impulsos o desatara sus manías asesinas con ella en la cama. Es que comenzó a secuestrarlos, utilizarlos como sujetos de pruebas o simplemente asesinarlos.
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Un escalofrío le recorrió la espina dorsal cuando miró a la puerta que daba hacia el sótano.
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Tardó demasiado en notarlo porque no quería reconocer lo mucho que Derek estaba cambiando: la oscuridad de su rostro y la amenaza constante que irradiaba su cuerpo.
El peligro, la adrenalina, desde siempre habían incentivados sus sentidos. Le gustaba jugar con lo prohibido, danzar en el infierno y después regodearse en el cielo, pero Simmons resultó ser mucho más impredecible de lo que había sido Wesker.
Su antiguo empleador le había sugerido que arrancara toda clase de sentimiento de su corazón: la empatía, compasión, el amor. ¿En serio creía que personas como ellos podían darse el lujo de experimentar amor?
No, jamás lo pensó.
Sin embargo, los años se hacían cada vez más pesados. Seguir en el juego ya no era tan sencillo como antaño. Había nuevos agentes secretos, nuevas estratagemas para las que ya no era requerida y por tanto, se permitió el privilegio de desear una compañía para lo que le restara de vida.
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Tomó un portarretratos del esquinero en el que aparecían los dos mirándose con encanto, acarició la superficie con dedos enguantados, deseando poder olvidar, dejar de sentir, parar de odiarse a sí misma pero no podía.
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Cuando encontró los cuerpos mutilados, torturados y cruelmente deformados en uno de los laboratorios de China, apenas sí podía dar crédito.
Yacían en capsulas transparentes, desde el primer bastardo que le guiñó el ojo hasta el último que se atrevió a tomarla por la cintura, atraerla a su figura y sugerirle que se fuera con él y dejara a ese viejo enclenque y feo.
Lo enfrentó.
Aunque no sin antes, maldecirse a sí misma por olvidarse de quiénes eran los dos.
No eran un prominente científico y una acaudalada mujer viajando por el mundo para demostrarse su amor.
Eran un par de dementes que ponían el futuro de la humanidad en la balanza y jugaban a ser Dios.
Pelearon en esta misma estancia y ella se odió aún más por ser tan patéticamente humana.
¿Cómo olvidó los planes que tenía Simmons para el virus que le robó a Svetlana? ¿Cómo pudo creer que mientras ella paseaba por las calles bien iluminadas de la City, él se quedaba a esperarla en casa?
Jamás dejó de experimentar, de perseguir y ambicionar lo que ni Wesker logró conquistar.
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Dejó el portarretratos en la mesa, apagó su lamparilla y se acomodó en el sillón de tres piezas. Al hacerlo un sensor se activó y el televisor frente a ella se encendió. Su instinto se puso en alerta máxima. No quería más sorpresas, más llamadas o videos, pero a pesar de sus resistencias eso fue lo que sucedió.
Su antiguo amante. Su casi esposo le hablaba desde el otro lado de la pantalla plana.
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—¿Qué tal? Soy yo...
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Su voz.
Su maldita voz y el rostro afable de la persona que alguna vez amó. Pensó en desenfundar su arma y dispararle al punto medio de los ojos, salir de ahí como una cobarde (y es que Wesker podrá haber sugerido que se arrancara el corazón pero no le enseñó a hacerlo)
Sintió las lágrimas quemando por el largo de sus mejillas a medida que Derek se aclaraba la garganta y continuaba hablando. Cómo si la observara a ella, cómo si no hubiera tenido una muerte de lo más horrenda.
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Me pregunto si querrías encontrarme una vez más,
para hablar de ayer.
Dicen que el tiempo cura todo pero no sé qué pensar.
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Su cuerpo tembló, sus manos buscaron con desesperación el mando inalámbrico por el largo del sillón.
Esto era una pesadilla, un juego cruel. Una demostración más de lo patética que había sido ante él.
¿Por qué lo decía?
Pues porque Derek siempre supo que algún día volvería a él.
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—¿Qué tal? Puedes oírme…
Vivo envuelto en un sueño de un pasado más feliz.
Todo era nuevo junto a ti.
He olvidado que sentí antes de llegar al fin.
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Encontró el control remoto y se levantó.
En este instante, ella no era más que una sombra vacilante en el interior de una mansión congelada en el tiempo, agobiada por infinidad de recuerdos que torturaban y flagelaban porque parecía una mentira que existiera un momento en el que bailaran de la mano sobre aquella alfombra Persa.
La misma dónde él…
No podía mirar más.
Esto era demasiado, la estocada fatal, el tiro de gracia que tal vez…
…
Le dispararon.
…
Alguien la siguió hasta ahí y le disparó a distancia por una de las ventanas. Sintió el dolor atravesándola como un puñal, la sangre hirviendo, su cuerpo cayendo.
En aquella apacible quietud, entre las brumas de la conciencia y la inconciencia, de sus deseos pueriles de ser una mujer común que sueña, ama y desea, le pareció escuchar a Derek decir:
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—Hoy la distancia entre los dos es mas débil años luz.
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—2—
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Con que este era el final de su vida.
Dilucidó cuando sintió su cuerpo estamparse cruelmente contra el piso. Cerró los ojos dominada por el dolor y se mordió los labios para acallar las dudas y los temores que la estaban consumiendo.
Jamás imaginó que llegado este momento tendría miedo.
No de la muerte en sí misma o de arder en el infierno, sino de encontrarse con Derek C. Simmons.
No quería escucharlo, no quería verlo, no quería admitir que fue humana por tan solo un momento.
Sin embargo, él estaba ahí rodeado de un halo de luz incandescente, impoluto, sereno. El traje de dos piezas en color negro, aderezado por una de las corbatas que le obsequió en su aniversario. Humedeció sus secos labios y le dedicó lo que parecía ser una encantadora y diminuta reverencia.
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—Hola desde el más allá…
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—No…
Ella no quería irse así, junto a él. En la mansión dónde se lo entregó todo a él.
Advirtió su rostro, los rasgos que si bien no eran apuestos, encajaban a la perfección en él. Sonreía como en sus primeras entrevistas: galante, arrogante, insignificante.
Lo subestimó.
Y a pesar de saberlo, Derek no la miraba con satisfacción o alevosía, parecía compadecerse de su condición. Le sonrió suavemente, dulcemente y continuó charlando.
Hablaba de los meses pasados, el tiempo que se la pasó evadiendo la mansión.
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—Te llamo y no sé donde estás.
Yo lo siento tanto por todo lo que he hecho mal,
Y te llamo y nadie me contesta jamás.
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Cerró los ojos, apretó los puños y rechazó tanto su imagen como los recuerdos. Aún así, Derek insistió. Siempre fue esa su mayor cualidad y defecto. Sentía su presencia, percibía su aroma, cálido, exótico. Una mano que conocía bien acarició su rostro y en ese instante, se convenció de que esto sería su tormento eterno.
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—Hola desde el más allá.
Al menos lo voy a intentar,
Perdóname si yo te rompí el corazón.
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Sus lagrimas quemaban como fuego líquido, el tacto de sus manos intentaba consolarla, consumirla, tranquilizarla y a pesar de todo lo ocurrido entre los dos, se descubrió a sí misma pronunciando su nombre, devolviendo el contacto.
—Derek…—el científico le devolvió la mirada, profunda, íntima, tierna. Ella sintió que las palabras se atoraban en su garganta porque sí, había odio pero también…amor.
—Ya no importa,
pero el tiempo te ha dado a ti la razón.
…
Escenas de su ruptura le vienen a la cabeza ahora. El momento en que ella lo llamó un monstruo, maldito, traidor y loco.
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Derek lo admitió todo: Los secuestros, experimentos y homicidios, cometidos bajo el pretexto de su amor.
Eres mía. Sólo mía…
Odió esas palabras desde la primera vez que las pronunció hasta la ultima. Su pelea, culminó con un movimiento a traición. (Leon ya se lo había advertido bastantes años atrás, pero como una necia lo seguía obrando: la patada para desarmarlo y la voltereta hacia atrás)
Al contrario de Kennedy, Simmons no le apuntó con un cuchillo al cuello sino que le enterró una aguja con una sustancia que gracias a todos los cielos, sólo la inmovilizó.
Pudo inocularle el virus, hacer con ella todas las atrocidades que le hizo a Carla Radames pero tal vez, se contuvo porque muy en el fondo de su caótica y retorcida mente, se había convencido de que lo que sentía por ella era amor.
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¿Amor…? —escupió la palabra y sintió sus pulmones vaciarse.
¿Esta era la clase de amor que las personas como ella y Wesker debían merecer?
Se negaba a aceptarlo aunque fue así como sucedió.
…
Derek la encerró en el sótano de la mansión, la mantuvo drogada, golpeada y maniatada en lo que iba recabando toda su información genética para duplicarla. De más está decir que desde entonces, se negó a compartir lo que fuera con él.
No más palabras emulando a lo eterno, no más miradas, no más besos que te roban el aliento.
Escapó meses después, apelando a la formación que inicialmente rechazó.
No había cárcel, droga o instrumento que pudiera mantener cautiva a Ada Wong. Se arrancó la piel, quebró algunos de sus huesos, perdió más sangre de la necesaria pero salió con un gusto amargo quemando en sus labios y una nueva promesa en su corazón.
No volvería a soñar, desear o amar.
No volvería a ver la luz del día si es que lo podía evitar. Trabajaría desde las sombras como un fantasma y aquello se habría vuelto su modus operandi de no ser porque Derek la encontró.
Le envió el cubo, aunado al video de su aniversario: ella saliendo de la crisálida, muriendo una y otra y otra vez hasta que tuvo éxito con Carla.
Lo odió, como jamás había odiado a nadie en su vida y también se despreció.
Aún lo seguía haciendo, así que no iba a compartir con él su pedazo de infierno.
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Cómo si pudiera entrar en sus pensamientos, el letrado lo intentó de nuevo, modulando su tono de voz, manteniendo una distancia que sabía no la haría sentir amenazada.
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—¿Qué tal? Cómo has estado.
Es tan típico de mi querer hablar de mis problemas.
No sé si estás bien.
Sólo espero que este tiempo te haya dado cosas buenas.
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—¿¡Lo decía en serio!?
¿Qué había de bueno con ser perseguida y odiada por toda la humanidad? ¿Con morir baleada como una vil criminal? Ya había tenido una muestra de esto cuando admiró el cuerpo de Carla con una herida en el pecho y el cráneo destrozado contra el pavimento.
Pero a pesar de saber que merecía este destino, se atrevía a ambicionar algo más.
Una muerte tranquila, junto a la persona amada o alguien que cómo mínimo la recordara.
Derek sonrió cómo si comprendiera el significado de sus palabras, cómo si él mismo esperara ese final para su amada.
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—No es secreto que para los dos, no hay tiempo más allá.
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—¿Tiempo…? —sonrió con melancolía porque tenía razón.
Si se moría ahora, ya nada quedaría para los dos. ¿Entonces qué es lo que Derek esperaba de ella? ¿Redención, absolución?
¿A caso no era lo mismo que fue a buscar ella en la mansión?
Iba a decirle a Derek que todo estaba bien porque era una masoquista o una idiota, porque lo había perdonado a pesar de todo lo pasado. Pero en ese instante, sintió una descarga eléctrica que la arrebató de ese mundo de ensueño.
….
Electroshock.
…
Alguien intentaba devolver la vida a su cuerpo y ella no sabía si quería quedarse o marcharse. ¿No era más cómoda la condena eterna a ser una fugitiva por lo que le quedara de vida?
Se resistió y Derek también la buscó. Entre las brumas del sueño o del inframundo, lo escuchó preguntar por su paradero.
—¿Dónde estás…?
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—3—
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Ingrid Hunnigan interceptó un mensaje que hablaba sobre el paradero de Ada Wong.
A pesar de la evidencia y de los testimonios presentados por agentes de la D.S.O, los gobiernos de muchas naciones necesitaban un cerdo para el matadero y no les importaba que fuera un clon la que comenzó a diseminar el virus.
La orden de capturarla viva o muerta llegó desde muy alto y es así que lo único que la analista pudo hacer fue avisar a Leon Scott Kennedy.
La mansión dónde se ubicó pertenecía a los Simmons desde hacía varias generaciones, la ausencia de luz interior hizo suponer a sus captores que se encontraba ahí trabajando en algo turbio: escondiendo o tomando nuevas muestras de virus.
Los rumores a voces hablaban de toda clase de atrocidad cometida por la encubierta.
Desde la muerte del presidente hasta el desafortunado evento que contaminó a todo un escuadrón de la B.S.A.A.
Los nuevos cadetes le tenían pavor, preferían disparar antes que preguntar y fue por esto qué cuando la mujer se levantó con el mando inalámbrico en manos, alguien gritó que estaba armada y abrieron fuego.
Había peores formas de morir. —pensó Cristopher Redfield para sus adentros, pues si se lo preguntaban a él, debían inocularle una dosis de su propio veneno o mantenerla en confinamiento solitario hasta que comenzara a confesar todo lo malo que había obrado.
Lamentablemente para él, luego de que cayera, su ángel piadoso apareció.
Leon Scott Kennedy se lanzó en su auxilio, la protegió con su cuerpo, mientras Helena Harper se daba a la labor de llamarlos a todos "jodida manada de enfermos"
Redfield sonrió con superioridad, recitó palabra por palabra la orden de captura contra la asiática.
Kennedy ordenó a Hunnigan enviar un equipo médico a su locación, la analista lo hizo de inmediato y Harper se aferró a su versión de los hechos: Ada no estaba armada y en ningún momento del holocausto representó una amenaza para ellos. Al contrario, los ayudó.
Chris volvió a sonreír, más amenazante e intolerante ahora. En la pantalla de televisión, Derek C. Simmons continuaba hablando.
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—Yo lo siento tanto por todo lo que he hecho mal
Y te llamo y nadie me contesta jamás.
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—¡Apaguen eso! —ordenó el Capitán con el ceño fruncido. El mando inalámbrico se hizo pedazos con la caída de Ada así que tenían que hacerlo de manera manual.
Helena dirigió su atención hacia la ahí. El científico lucía de lo más espeluznante: sereno, elocuente, arrepentido, calmo.
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—Hola desde el más allá.
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Aquellas palabras la hicieron estremecer de la cabeza a los pies. Ya sabía que miraba a la cámara y no a ella, pero su expresión la atravesaba como una lanza. Le indicó al soldado que estaba por apagar el televisor que se detuviera.
Había algo extraño, algo oculto.
Ada Wong fue ahí a escuchar ese mensaje y tenían que conocer la razón.
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—Al menos lo voy a intentar.
Perdóname si yo te rompí el corazón.
Ya no importa, pero el tiempo te ha dado a ti la razón.
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Leon sintió la sangre congelarse en el interior de sus venas. Ya sabía que no eran imaginerías suyas, que sí sucedió algo entre los dos pero escucharlo tan profundo e íntimo, instalaba un sentimiento desconocido en su corazón.
El video en apariencia terminaba ahí. Tras aquella declaración continuó algo de estática y cuando los paramédicos llegaron, Redfield ordenó a sus hombres que registraran la habitación.
No había nada especialmente macabro ahí. (Si ignorabas la parte en que la estancia transmitía verdadera sensación de hogar) El cuadro central representaba a Ada con un vestido coqueto de color rojo intenso, los hombros desnudos, una gargantilla negra en el cuello, los cabellos cortos, los labios cerezos, la sonrisa romántica y sincera.
El agente de la D.S.O iba a retirarse a sollozar en privado, cuando las imágenes en la pantalla plana volvieron.
Describían una pelea pasional, trágica y de lo más violenta.
El científico, haciendo alarde de lo estúpida que Ada había sido, le inyectaba una sustancia en el cuello y en ese instante, Leon ya no fue dueño de sí mismo.
Los paramédicos iban en el tercer intento por devolverle el pulso. Lo consiguieron y Kennedy pidió a Helena que fuera al hospital junto con ellos. Él tenía que verlo todo, saber lo que había sucedido entre los dos. La castaña asintió y poco después, los hombres de Redfield encontraron un armario a rebosar de cintas de video.
La función fue privada.
Leon se empeñó en que solo él y Chris los miraran. No cómo un favor personal sino por respeto a la que más que una amiga o una mujer, había sido su aliada. Su puerto seguro, alguien en quién confiar cuando literalmente, ardió el mundo.
Todas las cintas describían su cruel privación de la libertad, las promesas rotas, los anhelos vanos.
Leon tenía ganas de revivir a Simmons y asesinarlo con sus propias manos. Redfield no la miraba a ella sino a Jill Valentine. Imaginó que así debieron ser sus días bajo la influencia y el dominio de Albert Wesker.
Los videos que describían su escape a ambos caballeros les dieron escalofríos porque la mujer que salió del sótano era instinto puro: La asesina, el agente secreto, la mujer fatal que en el último instante amenazó a Derek con destruirlo si volvía a acecharla.
El científico rió, comenzó a gritar a los cuatro vientos que ella era suya, solo suya, por siempre suya.
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—Supongo que esto sí la exonera. —comentó Kennedy al militar que lo más que hizo fue apretar la mandíbula.
Los videos finales tenían que ver con los intentos fallidos de clonarla.
Crisálidas.
Ambos estaban hartos de esas malditas crisálidas.
—Hablaré con mi oficial al mando y le diré que Wong murió de camino al hospital.
—Aún así querrán ver un cuerpo. —objetó.
—Haz una de tus grandes entradas: vuela la maldita ambulancia, que todo se queme y no quede nada.
—¿Seguro que vas a dejarla en paz esta vez?
—Ya conoció el infierno. No se me ocurre nada más terrible que eso.
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—/KoriNuri\\—
