Con cariño, para kikitapatia y oxybry, por su ayuda y consejo con esta historia, pero especialmente por estar ahí cuando los días malos atacan. Y cuando son buenos, también :)

AVISO: esta es una historia oscura. Bastante oscura. Si no es lo que buscas, no lo leas. Como esta, ya existen otras, pero yo quería/necesitaba escribir mi propia versión.

Los capítulos serán cortos, de hecho, algunos serán muy cortos. No pidas por más, por favor. Salen del tamaño que salen :)

Descargo de responsabilidad: Skip Beat no me pertenece, como ya supongo que sabemos todos.


SOLA

Cinco horas

Se despertó de un salto, dando manotazos a su alrededor, peleando a solas en el aire, con el miedo apretando sus tenazas en sus entrañas y un grito en la garganta que no llegó a salir. No quería despertar a sus caseros.

Sus manos solo tocan el vacío en la oscuridad. No hay nadie. Claro que no. Pero no puede evitar los escalofríos de su espalda. En su pecho, crece la sensación de que algo no iba bien. ¿O quizás era un recuerdo? No, no puede serlo. Es el dolor de cabeza, que no la deja pensar…

Kyoko inspira para serenarse y deshacerse de las telarañas de la pesadilla. Porque eso ha sido. Una pesadilla. Cuando su mano busca la manta para intentar volver a dormir, advierte que no está en su futón. Ni en su dormitorio.

El miedo vuelve, frío y helado, convertido en pánico, extendiéndose desde el centro de su pecho, recorriendo sus venas, hasta llegar a la punta de sus dedos. El miedo congelando su carne, sus huesos, mientras devora su alma. No se mueve. No puede moverse. Los gritos llenan su garganta, atascados, robándole el aire, dejándola sorda, convertida en un bulto paralizado que no puede respirar.

Luego vienen los temblores. Siente en sus manos un hormigueo, como si mil insectos estuvieran caminando sobre ellas. Solo se escucha el sonido de sus dientes chocando entre sí. Luego el maldito hormigueo de los insectos recorre sus brazos desde dentro hasta llegar a sus hombros, que se sacuden involuntariamente, instándola a moverse. Le sigue una inhalación brusca, terriblemente escandalosa en medio de ese silencio, y el aire llega por fin a sus pulmones. El miedo sigue ahí, moviéndose por sus venas, llenándolo todo, mientras su cuerpo tiembla.

Pero se mueve. Consigue moverse.

A oscuras, se pone a cuatro patas, y se arrastra sobre el suelo de madera, sin reparar en las astillas que se le clavan en las palmas de las manos. Moverse, moverse, tiene que moverse. Tiene que salir de dónde diablos esté. Sigue moviéndote. Huye, huye. Muévete, no te pares.

Pero la detienen. Kyoko grita. Alguien tira de su pie. Alguien que no la deja irse. Tira y tira, y Kyoko, sin saber cómo, se descubre gritando y dando patadas a la oscuridad, peleando por deshacerse de quien la retiene. Una patada, y otra, y otra más, pero solo golpea al aire, mientras una risa de metal se ríe de sus vanos intentos. Sin pensarlo, se dobla sobre sí misma, para que a las patadas se le sumen los arañazos y los mordiscos.

Pero allí no hay nadie.

Solo la risa de metal.

Kyoko tira una vez más de su pierna, y la risa de metal vuelve. Y cada vez que se mueve, la horrible risa llena la oscuridad.

Se lleva las manos al pecho, haciendo un arrugado puño con la tela de su ropa, luchando por reunir el valor en su alma para enfrentarse a la risa. Un suspiro hondo, profundo, nacido en el mismo sitio donde se gesta el miedo, sale de su garganta. Se espanta las lágrimas con las dos manos y luego alarga los brazos hasta sus piernas para tocar la risa.

La risa de metal.

Una cadena en su tobillo.

Encadenada.

Está encadenada.

Como un animal.

Y vuelve el hielo del pánico, como una ola, como un tsunami, arrollándolo todo, destrozándolo todo, devorándola desde dentro, arrastrándola hasta el abismo negro de la inconsciencia.