¡Saludos! El siguiente fic es una secuela de Promesas y Palabras. Aún así no es necesario haberlo leído para entender este, o al menos esa es la idea.
Críticas y tomatasos, siempre son bien recibidas.
Disclaimer: Los personajes del manga y anime InuYasha pertencen a Rumiko Takahashi, esta historia no tiene ánimos de lucro, solo entretener.
-La Gran Señora del Oeste ha pasado a mejor vida.
Aquellas palabras resonaron por todo el palacio, por todo el Oeste, por todas las tierras habitadas por demonios. Las respuestas a ellas no fueron demasiado variadas, "se lo merecía por ser una simple humana", "eso le pasa por meterse con demonios". Pero tales nunca llegaron a oídos del Gran Señor del Oeste. Este se había prácticamente recluido en el jardín interior del palacio, donde se había erigido la tumba a la humana que le había demostrado tener corazón. ¿Cómo era posible que le hubiera fallado? ¡A ella! A Rin. Su Rin.
No lloraba, claro que no lo haría, él, el gran y poderoso Sesshomaru no demostraría tal debilidad. Pero no por no derramar lágrimas podría ocultar su pesar. Como todo inugami, solo tenía una pareja a la cual amar con todo su ser, y ahora aquella chiquilla humana que había destrozado los muros que resguardaban su corazón, descansaba en la eternidad.
Las formas en que hubiera podido salvarla en su mente eran millones, pero por más que aquel número aumentara, no podía cambiar el pasado. Por más que deseara volver al momento exacto en que aquel condenado kitsune había decidido asesinar a su compañera, no podía hacerlo. Ni siquiera él tenía tal poder. Gruñó por millonésima vez al pensar en aquello.
- Oh, Sesshomaru ¿Aún sigues aquí? - Comentó Irasue con fingida sorpresa, manteniéndose a una distancia prudencial de su hijo.
- ¿A qué vienes? - Preguntó el aludido, conteniendo su furia por respeto puro a la tumba de su amada.
- Solo quiero saber el estado de mi cachorro, por más ingrato y desagradecido que seas, tu madre siempre se preocupa -. Respondió, con la indignación más teatral que pudiera hacer -. Sé que no te interesa verme, pero hay algo que la piedra Meido me ha mostrado que deberías tener en cuenta.
El demonio blanco la observó fastidiado, detestaba que aquella mujer se permitiera tales maneras con él. Si, era su madre, mas no por ello tenía derecho a ser tan detestable. Estaba jugando con su inexistente paciencia, y la única persona inmune a su ira ya no se contaba entre los vivos.
- ¿No adivines? Claro que no lo harás, estás aquí, observando una piedra como si aquello pudiera traer de entre los muertos a tu humana -. Comentó Irasue con un tono particular en la última palabra -. Sesshomaru, así como tu madre se preocupa por ti, por más desagradecido que seas, tu debes preocuparte por tu cachorra. Es una hanyou, y en el estado que muestras no tardarán en llegar demonios ilusos en osar atacarla, queriendo debilitarte.
- Ushio.
- ¿Te acuerdas el nombre de tu cachorra? Eso es bastante más de lo que ella cree de ti. Sesshomaru, desde que la humana murió no te has apersonado ante ella en ningún momento.
Tenía razón ¿Cómo se había podido olvidar de su hija? En su propio dolor ignoró el hecho de que la pequeña estaba sufriendo la perdida de su madre. Levantó la vista hacia la demonio quien sonreía con petulancia, por aquel breve momento le permitiría tales gestos e iría a lo importante. La cachorra. Irasue alivió el gesto al verlo partir rumbo hacia su nieta, en verdad la estaba descuidando y no quería perder a aquella adorable criatura. Irónico, era la primer híbrida que en verdad le agradaba.
La pequeña de ojos dorados estaba en su propia habitación, rodeada de los tantos juguetes que poseía, con la mirada fija en la nada, siendo vigilada desde la entrada por un desolado Jaken. Había intentando que la pequeña jugara, hiciera lo que fuera para distraerse, pero el dolor de la perdida seguía haciendo mella en él y principalmente en la niña, quien no solo había perdido a su madre, sino que lidiaba con el propio dolor de su padre.
- Ushio -. Le llamó Sesshomaru, apersonándose en la entrada del cuarto de su hija. La pequeña volteó a verlo, casi como si fuera una ilusión verlo. En aquel momento le pareció aún más magnánimo de lo que ya era. Al demonio sapo, sin embargo, le pareció que jamás había visto a un ser tan adolorido en sus largos años de vida.
- ¡Padre! - Gritó la niña, corriendo a las piernas de su progenitor, abrazándose a ellas. El inugami acarició con ternura la cabeza de su hija, intentando de alguna forma contener el dolor de la pequeña, de ambos.
Se arrodilló para que la pequeña pudiera abrazarse a su cuello y llorar en su hombro, no tenía palabras para responder a tal dolor, puesto que él mismo estaba luchando con la perdida. Ushio acomodó la cabeza en la estola de su padre, quien no tardó en sentir las lágrimas de la heredera del oeste. Aquello dolía cada vez más.
- Estoy aquí -. Murmuró el demonio, tratando de consolar a la niña, dándole un abrazo.
- Padre... Hoy... - Gimoteó, tratando de reunir toda la fuerza que le quedaba -. Hoy... Hay luna nueva.
El inugami abrió los ojos de par en par. Aquella noche, su hija tornaría la imagen de una humana, y no solamente eso, se vería tal cual se veía su madre en su tierna infancia. Si había algo para lo que no estaba preparado, era para ver aquella imagen de Rin repetirse. Contuvo un suspiro antes de besar los cabellos de su hija, intentando contener el dolor que sentía en aquel momento.
- ¿En verdad... Soy... parecida a madre? -. Preguntó la niña, tratando de no ahogarse en sus lágrimas.
- Así es, su viva imagen -. Respondió escuetamente el demonio.
- Entonces... Hoy la voy a volver a ver -. Afirmó la niña, soltando un poco a su padre para mirarlo a los ojos, este asintió levemente, haciendo que su hija sonriera de una forma un tanto dolorosa de ver.
Sesshomaru bajó a su hija, quien por aquel momento se sentía levemente menos desolada, y la observó mientras buscaba entre sus cosas, hasta dar con una caja de madera finamente tallada. La niña la abrió y comenzó a sacar de ella las partes de un tablero de go. Una vez armado todo, miró a su padre y levantó una pequeña bolsa negra.
- La abuela Irasue me regaló esto hace unos años... Pero no sé jugarlo ¿Me enseñarías? - Preguntó la niña, dejando perplejo levemente al demonio.
- ¿Ella no te enseñó? - Respondió el peliplata, ubicándose delante delante del tablero.
- No, ella dice que padre es mejor para esto ¿Me enseñará? - Volvió a preguntar la niña.
Sesshomaru echó un leve instante a la ventana, aún faltaban horas para el anochecer, y no sabía si estaba preparado para ver a la niña en su forma humana. Recordó las palabras de su madre, reprochándose a si mismo por darle la razón nuevamente a aquella despreciable mujer, pero tenía razón, su hija la necesitaba mucho más que la tumba de Rin.
- Esto es así -. Comenzó a explicar Sesshomaru, encontrando por primera vez que podía pensar en algo que no fuera su dolor.
