Era monstruo, eso era lo único que sabía.

Por su mente pasaron imágenes terribles, horrorosas. Él había causado todo ese dolor, él había le había arrancado a toda esas criaturas la vida, y arruinado la de cientos de otras.

No merecía vivir, lo sabía, no lo haría.

La espada lo mataría, dentro de unos momentos iría al Infierno, aquel lugar al que pertenecía desde el momento de su nacimiento.

Pero en su pecho sentía algo, una tortura incluso mayor que la de cientos de almas agónicas: jamás podría demostrarles que en realidad, de bajo de toda aquella oscuridad, había un joven cazador de sombras tan normal como los que estaban allí.

Una persona, un alma. Él tenía alma.

Ella lo miró con sus enormes ojos verdes, como la esperanza, una esperanza que él no tenía.

Pero se sentía iluminado frente a aquella mirada, se sentía amado, un sentimiento inexplorado para él, porque jamás había sentido aquello. La razón por la que envidiaba al resto del mundo.

Amor.

A pesar de todo lo que él representaba, un destello de amor había en esos ojos verdosos.

Sonrió un poco y dijo con su último aliento, sus últimas palabras.

"Nunca me he sentido tan iluminado"

Amado.

Fue lo último que pensó antes de convertirse en muerte, a pesar de que eso había sido desde mucho tiempo atrás.