Prólogo: Princesa
Miré por la ventana por octava vez. Aun no podía creérmelo, estaba en la habitación más alta de la torre sur del castillo de Linphea. Según los amables trabajadores al servicio de la monarquía, había pertenecido a mi madre en el pasado. Desde que me enteré, supe que iba a convertirse en mi pequero rinconcito personal en donde dormir y alejarme de las ajetreadas tareas que me esperaban. Pensé que, de alguna forma, iba a sentir su calor o que iba a encontrar algún escondite secreto con objetos que le pertenecieron. Pero al final solo me sentí abrumada por la exagerada extensión de metros cuadrados que me rodeaban. Al menos era capaz de entender por qué mi madre se escapaba al bosque cada día.
El sonido de alguien golpeando la puerta hizo que me volteara estrepitosamente. A pesar de que ya habían pasado meses de mis misteriosas misiones a las espaldas de las Winx y casi un año desde la Guerra de Lipnhea, seguía sintiendo la adrenalina correr por mis venas siempre que escuchaba un ruido inesperado.
—¿Sí?
—Princesa, ¿puedo pasar? —respondió una voz masculina.
Fruncí el ceño. Esas tres sílabas solo me recordaban la etiqueta en la que se me encasillaba ahora, y todo lo que conllevaba.
—Claro.
Sabía por los cientos de novelas que había leído y por las distintas monarquías del Universo Mágico que había visitado, que debería haber dicho algo más formal como "Adelante" o "Pasa". No obstante, a quien quiero engañar. Vengo de una familia en la que compartíamos todo el espacio que teníamos entre nosotros y con los demás. Además, con las Winx perdí totalmente el poco espacio personal que tenía, algunas no conocían la palabra "intimidad".
Un joven alto, de piel bronceada y pelo castaño oscuro cruzó la puerta con delicadeza y prudencia. Llevaba una camisa del color del mar que hacía juego con el color de sus ojos y unos pantalones de pana largos y negros. Con una firme compostura se acercó a mí para decir:
—Princesa…
Le corté tajante antes de que pudiera continuar la frase.
—Por favor Eric, llámame por mi nombre.
—Perdona, Flora. Es la costumbre de casi seis años de servicio a la antigua prince… Digo, de la usurpadora al trono.
Sonreí.
—Y tampoco tienes que ser tan formal y perfecto. Si vas a ser mi mano derecha durante estos meses quiero que estés lo más relajado posible para que luego, por mi torpeza, no te irrites en exceso…
—¡Prin…! ¡Flora, ya sabes que para mí es un placer y honor servirte y ayudarte!
Una brisa destellante apareció en sus ojos, cautivando mi atención.
Eric era el antiguo ayudante personal de Krystal. Tenía que estar veinticuatro horas a su disposición por cualquier asunto y, por lo que tengo entendido, abusó bastante de él en ese sentido. No solo se dedicaba a organizar su ajetreado horario, sino que también era el encargado de traer a su habitación su ropa lavada, la comida cuando no estaba dispuesta, los productos que pidiese… En definitiva, era su secretario y sirviente personal sin descanso. Claro que, en teoría, ahora realizaba ese mismo servicio para mí.
—Lo sé, el brillo de tus ojos te delata —Hice una pausa para echarle un último vistazo. Este chico era impresionante, de los pies a la cabeza su ropa estaba inmaculada; sin manchas ni arrugas visibles. —¿Qué querías? ¿Ha pasado algo malo?
Negó con la cabeza.
—No, tranquila. Simplemente era para preguntarte si querías que dejara pasar a las Winx a palacio, han venido a visitarte.
Volví a girar la cabeza hacia el ventanal. La nave de los especialistas había aterrizado en una de las explanadas por fuera de las murallas del castillo y las compuertas principales estaban abiertas dejando pasar a una pequeña multitud de figuras a las que no les podía poner cara. ¿Estaría Helia con ellos?
Cerré los ojos frustrada, reprimiéndome mentalmente por pesar en él.
—Por supuesto, que pasen –le contesté con una sonrisa forzada.
Las Winx me habían dicho ayer, tras una larga videollamada, que iban a pasarse para despedirse antes de comenzar sus vacaciones en Magic Beach. Lo que no mencionaron es que iban a venir acompañadas. Solo con sentir su presencia cerca me perturbaba.
Tras vestirme con algo más presentable y arreglar mi pelo, bajé al patio central. Por seguridad, nadie que no tuviera una autorización previa y con antelación puede acceder a las plantas superiores del gigantesco monumento en el que vivía. Desde los famosos juicios de los antigua Casa Real el ambiente que se respiraba en palacio estaba cargado de tensión.
—¡Flo, qué guapa estás! —exclamó Stella, alejándome de mis pensamientos y dándome un buen repaso de aprobación con la mirada.
—Ser princesa te sienta bien, ¿eh? —bromeó Layla después de intercambiar sonrisas.
«No, es que estoy obligada a dar la mejor imagen de mí en todo momento», quise decirle y soltar todo lo que me había estado guardando desde hacía días. La nostalgia no paraba de azotarme cada noche con sus fuertes incontrolables ráfagas. Sin embargo, no quería arruinar sus vacaciones con mis problemas de adaptación al mundo monárquico.
—Si es que nació para ello —añadió Bloom, mirándome con orgullo.
—Se podría decir que sí —respondí incómoda y cruzándome de brazos, mientras trataba de elevar la vista por encima de sus cabezas y localizar al chico de pelo azul que tanto echaba de menos.
—Si buscas a Helia, se ha quedado dentro de la nave —soltó Musa, desviando mi atención hacia el origen de ese nombre que tanto me distorsionaba. Al observar mi silenciosa reacción, continuó: —Sabes que puedes venir cuando quieras con nosotras. Vamos a estar un mes entero en un gran apartamento con todo incluido y hay espacio para ti de sobra —Se calló por un momento, dudando de sus palabras. —Y él va a venir con nosotros, así que podrás verlo.
Suspiré.
—Ya hemos hablado de esto, Musa. Ahora mismo lo mejor es mantener las distancias —Las caras de intriga y disconformidad de las Winx aparecieron al unísono. Helia era también su amigo, después de todo. —Entiendo que no compartáis mi decisión, pero al menos respetadla.
—Y lo hacemos —contestó rápidamente Tecna—, solo que nos sigue sorprendiendo. Claro que esa no es suficiente excusa para no visitarnos en Magic Beach, ¿verdad? —agregó en tono bromista cambiando de tema.
Traté de relajar los músculos de mi cuerpo y responder con naturalidad.
—No puedo prometeros nada porque no sé si tendré un hueco, pero lo intentaré.
Después de continuar hablando sobre sus planes para hacer windsurfing, bañarse alrededor de tiburones y participar en un concurso de esculturas de arena, me despedí de cada una de ellas con un fuerte abrazo. La última fue Layla, quien se demoró unos segundos para susurrarme al oído sigilosa:
—Cualquier cosa llámame, ¿vale? Me tienes para lo que sea, aunque esté de vacaciones.
Abrí los ojos de golpe, sorprendida. La princesa de Andros parecía que era capaz de leer mis expresiones como un libro abierto. Eso, o que tenía que aprender a disimular mejor.
—Lo haré.
Y por segunda vez en el día, mentí.
¡Hola a todos! Ha pasado bastante tiempo, ¿eh? No os voy a mentir, tuve un gran bloqueo a principios de año con esta historia. Tras acabar los exámenes traté por todos los medios empezar la tercera parte de Supervivientes de la Guerra, pero no me salía nada. No fue hasta ayer que comencé dos párrafos que me convencieron y que me permitieron hacer volar mi creatividad. Por eso aún no tengo una sinopsis hecha, claro que no podía demorar más la espera de esta última parte cargada de sorpresas.
Muchísimas gracias por todo el apoyo recibido y espero que disfrutéis de este pequeño inicio.
Blake Reese
