Cuando eres inmortal, el tiempo pasa mucho más rápido que el de una persona normal. Los meses se hacían segundos, los años minutos, y los siglos años. Cuando estaba contigo, recuerdo que la rapidez del tiempo se multiplicaba por dos, al igual que las palpitaciones de mi corazón.
"Hey Toris, ven a ver esto."
Tu voz es irreconocible, ese tono levemente agudo, seguida con esa forma de arrastrar las palabras, esa música que me hacía obedecer como un idiota (aunque a veces no tuviese ni una pizca de ganas de ello). Me acerqué, agotado después de un día de trabajo duro que, por suerte, daría sus frutos meses después. Estabas agachado de cuclillas, bajo la sombra de un árbol, llevabas algo entre tus manos que en un principio no pude reconocer, pero que al acercarme y al fijarme lo hice.
-Tiene rota un ala. -Murmuraste con un tono levemente preocupado, pasando la yema de los dedos por la extremidad de aquel pájaro, era uno muy pequeño y de colores oscuros. Antes de que te pudiese decir nada, me tomaste de la muñeca y me arrastraste de nuevo a casa. Te habías empeñado en querer ayudar al animal fuese como fuese. Tuve la suerte de que quisiese comer de mi mano. Mientras los días pasaban, el animal mejoraba su estado. Un día acabamos yendo a la colina a la que solíamos ir, y lo liberaste. Lo perdimos por el cielo y nunca lo volvimos a ver.
"¿Sabes? Creo que todo el mundo debería ser como ese pájaro. Siempre que estés herido, debes esforzarte en curarte para luego poder extender tus alas y volver a volar, y siempre que no puedas hacerlo solo, debes apoyarte."
Aún no he olvidado esas palabras.
...
"Ah."
Abro mis ojos en la oscura penumbra, perdido, creo que por un momento he olvidado dónde estoy. Me intento levantar pero en cuanto hago el mínimo movimiento, un enorme escozor en la espalda me azota y no puedo evitar dar un jadeo lastimero. De repente me acuerdo de todo lo que ha pasado: de la vasija rota, de la mirada fría, del látigo, de las lágrimas contenidas y el corazón latiendo a mil. Tengo miedo, muchísimo.
En silencio, las lágrimas de vergüenza y pánico que había retenido en aquel momento, comenzaron a manchar mi almohada.
Feliks, Feliks, ¿dónde estás? Quiero extender mis alas, pero me las han arrancado, y el reloj que antes iba rápido, se ha detenido, al igual que mi corazón roto y desquebrajado.
Por favor, ayúdame.
