Disclamair: Cada personaje a sus respectivos autores, de parte de la novela Os dez mandamentos, basada en los libros de la biblia.


Tonto, tonto y estúpido viejo de hermosos ojos azules. Cierta vez, Joana notó los ojos azules de Aaron y nunca más los pudo sacar de su mente. No es que le hayan gustado, pero cuando él pasaba cerca de ella, o le daba una mirada, una de las primeras cosas que notaba, eran sus ojos azules.

No, ella negó para si misma mientras juntaba la ropa sucia en el canasto. Ella, Ana, Radina, Yarín y Noemí, se turnaban para lavar la ropa, hoy era su día, pero no lograba concentrarse muy bien.

–Joana, estas mezclando la ropa sucia con la limpia –advirtió Ana.

Su amiga se detuvo y empezó a separar las prendas otra vez, todo por culpa de Aaron, si no fuera por él, ella podría estar más concentrada y su hijo Avihú la podría dejar de molestar menos. Cuando todas las prendas estaban en su lugar, y esta vez confirmó que así era, se levantó dispuesta a llevarlas al río más cercano y lavarlas.

–Tonto, tonto anciano –susurró a la vez que apretaba sus dedos en la canasta, sus dedos comenzaron a palidecer de el apriete.

¿Mala suerte? ¿Mala jugada del propio Dios? Ella no entendió bien el porqué, pero al doblar por una carpa, lo atisbó. Se paralizó ¿Qué hacer? Debía continuar, llegar al río y lavar las prendas, pero no podía, sus pies no respondían. Aaron estaba allí, guiando a sus hijos, a los constructores para completar el tabernáculo.

Por favor, no levantes la cabeza, no levantes la cabeza. Rogaba en su interior, si alzaba la cabeza, ella vería sus ojos azules y quedaría más estática de lo que ya se encontraba. No es que le gustara sus ojos azules, para nada y la razón por la que sus pies no respondían no era para poder verlos, obviamente esa no era la razón. Pero aun así, no podía apartarse.

–Aaron –susurró su nombre inconsciente de sus palabras.

–¿Joana? –preguntó alguien detrás suyo, ella respingó de un susto y volteó a ver quien le hablaba. Era Avihú.

–Oh, Shalom Avihú –saludó de mala gana–, ¿Qué estás haciendo?

–Shalom también Joana y lo mismo te pregunto. Yo solamente fui por una herramienta que me indicó mi padre –señaló el joven el instrumento en su mano.

–Bueno... yo pasaba por aquí, es todo. Iba de camino a lavar mi ropa y la de mis amigas –levantó su cesto como prueba.

–Ya veo ¿Quieres que te acompañe? Lo haré con mucho gusto –el joven sacerdote estaba dispuesto a llevar el canasto, pero Joana se rehusó a tiempo.

–¡No! Digo, no gracias –apaciguó su voz para no sonar tan molesta como estaba–. No es muy pesado y el río no se encuentra muy lejos, puedo ir sola.

Avhiú se apartó un poco, en un gesto de disgusto, a él le gustaba Joana, muchísimo, pero por más que intentaba ser cortes y amable, ella terminaba rechazándolo fríamente. Empezaba a perder las esperanzas, pero no se rendiría tan fácilmente.

–¿Estas segura? Quién sabe, tal vez un malhechor del desierto podría capturarte y venderte como esclava.

–Estoy bien Avhiú. Y pobre de aquel que intente poner un solo dedo encima mío, puedo ser mujer, pero no tonta y débil.

Estaba cansada de su insistencia y quería sacárselo lo más pronto posible de encima al futuro sacerdote ¡Maldición! ¿Por qué Aaron no podía darle un trato así? ¿Por qué no podía ser él quien insistiese en acompañarla, llevarle su canasto, charlar con ella? ¿Por qué no podía ser él quien albergara esos sentimientos por ella, en vez de su hijo?

–Pero, quisiera acompañarte –siguió insistiendo.

–¡No! Te dije que estoy bien sola –antes de que dijera algo más, otra voz a lo lejos interrumpió su discusión.

–¡Avhiú! ¿Trajiste lo que te pedí? –Aaron llamaba a su hijo desde lejos, pero con solo escuchar su voz, Joana no evitó estremecerse.

–¡Ya voy papá! –respondió Avhiú y le dirigió otra mirada a Joana antes de correr con su padre y hermanos.

Ella suspiró mentalmente agradecida con Aaron por ayudarla a evitar a su hijo. No tenía ganas de seguir discutiendo, hubiesen llegado a una terrible pelea, quizás.

–Tonto Avhiú –masculló en su camino al río, gracias a él, no pudo apreciar por unos segundos los ojos azules de su padre.

Si no fuera por Avhiú, ella tal vez le hubiese declarado sus sentimientos a Aaron hace mucho tiempo. Detuvo su caminata por ese último pensamiento ¿Sentimientos? ¡No, nunca! Ella no sentía nada por Aaron, más que un simple aprecio. Lo odiaba, no, no lo odiaba, solamente lo apreciaba como persona, como le había dicho a Ana, pero no más que eso. No lo amaba, nunca llegaría a amarlo, de hecho, no dejaría que nadie pusiera un dedo en su corazón, nunca. Pero de alguna forma, él tenía el don para saber como irritarla, en especial cuando le hablaba y la miraba a los ojos, con sus iris brillantes y azules.

–Tonto viejo –musitó.

Si, tonto viejo... de bonitos ojos azules ¿Por qué debían ser azules? ¿Por qué no mejor de otro color más normal, como el marrón? No, Aaron era especial en algún modo, no por nada iba a ser el sumo sacerdote. Pero era un tonto, un tonto con cada palabra.

Tan ensimismada estaba que no notó lo cerca que ya estaba del río, ni la colina abajo o la piedras del suelo. Paso por paso daba y si no volvía a concentrarse en su realidad, podría terminar mal. Sin darse cuenta que una piedra estaba en su camino, ella terminó tropezando y su cesto se escapó rodando, en camino al río. Presenció como el canasto chocó y se mojó con toda la ropa dentro. Masculló enfadada, el agua iba a arruinar el mimbre. Intentó pararse, pero el golpe de la caída, había entumecido su pierna.

–Dejame ayudarte –escuchó la reconocida voz de Aaron cerca, se pregunto qué hacía allí.

–Aaron ¿Cómo es qué...

–Avhiú me dijo que ibas a lavar ropa cerca del río, sin ningún acompañante. Estaba tan preocupado, que me pidió venir a vigilarte, pero no quería que se distrajese de su trabajo, así que vine en su lugar para que estuviera tranquilo. Dejé a Eleazar a cargo de la construcción, se que él hará un gran trabajo.

El futuro sumo sacerdote extendió una mano a Joana, para ayudarla, pero ella tuvo dificultades para levantarse.

–¿Qué pasa, Joana?

–Mi pierna, me duele, la siento rara, como si cada movimiento que hiciese me lastimara más.

–Entonces... dejame cargarte –el hombre intentó agarrar su brazo, pero ella se lo apartó.

–Tal vez pueda sola –intentó levantarse, pero cayó resignada al suelo, adolorida. Aaron volvió a acercarse para socorrerla, pero ella seguía negándose, ahora entendía de donde había sacado Avhiú esa obstinación–. Te digo que no hace falta, no quiero que me cargues.

–¿Por qué? ¿Porqué soy un viejo y tonto? –preguntó con un tono de ironía, de la misma manera que aquella vez.

–Tonto, pero no viejo –repitió también sus palabras Joana. Aaron no pudo evitar sonreír de que ella entendiese a que se refería.

–Deja de ser tan obstinada –replicó él y apretó con fuerzas sus brazos para ayudarla a levantar y después poder cargarla.

La joven mujer sintió a su corazón latiendo frenéticamente, nunca había estado tan cerca de él antes, ni tocarlo como ahora lo hacía. Ignoró todas esa señales de su cuerpo e intentó endurecer su corazón otra vez, aunque pareciese imposible en tal situación.

–Mira quien habla de obstinaciones –murmuró ella, pero él pudo escucharla perfectamente.

–En parte tienes razón, a veces pienso que somos más parecidos de lo que creí.

Sonrió a sus adentros, él estaba comparándolos, lo tomó como un cumplido, le gustaba parecerse en algo a Aaron, aunque no fuera lo mejor de ambos. El recordatorio de la ropa la devolvió a la realidad y le pidió al futuro sumo sacerdote que retrocediese por las prendas.

–Las prendas y el canasto, rodaron colina abajo al río. Debo ir por ellos –quiso obligarlo a que la soltase, por lo que Aaron la dejó sentada en una roca gigante.

–Esperame aquí, iré por tu canasto y trata de no hacer un movimiento involuntario u otra cosa estúpida que podría lastimarte peor –advirtió.

–Como si eso pudiera llegar a pasar –comentó sarcástica. Él rio entre dientes.

–Verdaderamente, humor no te falta –dijo por último, antes de irse en camino a el río. Volvió en poco tiempo con sus prendas–. Toma, sostenlas.

–¿Por qué debo cargarlas yo, si soy la lastimada? –replicó.

–Porque si yo cargara el cesto, no podría cargarte a ti –respondió con lógica Aaron. Joana suspiró derrotada e irritada, realmente Aaron tenía el don de hacerla enojar.

Luego de que ella agarrara el cesto, él la cargó otra vez en los brazos y la llevó a la carpa donde Simut siempre se encontraba. Joana intentaba no pensar de la situación y rogaba -si es que Dios la escuchaba- de no encontrarse con nadie conocido en el camino, en especial con Avhiú. Miró por algunos segundos a Aaron para observar sus ojos azules. Lo peor de todo, es que él usaba telas azules que resaltaban más el color de sus orbes.

–Espero que Simut esté disponible –comentó el hombre mayor cuando llegó a la tienda.

Ella agradeció mentalmente de que nadie conocido los haya visto, aunque eso podía ser imposible, siendo Aaron alguien muy reconocido e influyente en el pueblo de Israel.

Por suerte, Simut se encontraba disponible para atender cualquier herida. No pasó mucho tiempo para que se diera cuenta de que Joana solo tenía un entumecimiento, sin alguna fractura. Por si acaso, le dio un cuenco con una pomada para aplicarla en la pierna herida.

–Seguro ahora ya esta mejor, no es nada grave –concluyó el ex-sacerdote egipcio.

–Te lo dije –acotó Joana a Aaron en tono burlón–. De seguro no hacía falta que me cargases.

–Solo me preocupé de que algo malo te hubiese pasado –contestó el mayor molesto de que ni siquiera un gracias pudiera devolverle la joven.

–Aunque si la hubieses presionado por mucho tiempo y en el instante del accidente, entonces... tal vez... –Simut dejó las palabras al aire, sin saber como completarlas.

–¿Tal vez, qué? –preguntó la mujer.

–Tal vez si fue bueno que Aaron te ayudase, no se vería, ni estaría tan bien la herida si presionaras la pierna tan pronto como te la heriste ¿Me expliqué bien?

–Creo que muy bien, gracias Simut –el ex-sacerdote egipcio, dejó que se retirasen tranquilamente de la carpa.

Joana volvió a agradecer de que esta vez Aaron no tuviera que cargarla y así no tener que estar más cerca de él, o de su cuerpo. Ella sacudió su cabeza, en gesto de negación, deseaba olvidar todo lo ocurrido media hora antes.

–¿Te encuentras lo suficientemente bien? –preguntó el mayor preocupado a la joven.

–Claro, si lo suficientemente bien como para caminar –confirmó ella sin apartar la vista de sus pies. No debía mirarlo a los ojos, o una catástrofe podría pasar.

–¿No quieres que te ayude con eso? –preguntó en referencia al canasto. Ella volvió a negar.

–No, se lo daré a Ana para que lo lave y yo tomaré su turno la próxima vez.

–¿No está muy pesado, verdad? Sabes que no tengo problema en ayudarte, aunque sea un viejo tonto –comentó lo último con gracia, pero ella se empezaba a fastidiar de su insistencia.

–¡Estoy bien! ¿Por qué tú y tu hijo deben ser tan insistentes? –exclamó expresando su fastidio, pero sin levantar sus ojos, no debía ver esos orbes azules por nada, o la garganta se le secaría.

–¿Te refieres a Avhiú? Él solo quiere hacerte feliz porque esta preocupado por ti, igual que yo. También quisiera ayudarte y hacerte feliz.

Después de tanto tiempo, la cabeza de Joana se levantó sorprendida hacía los ojos de Aaron. ¿Había escuchado lo que escuchó? ¿Él deseaba verla feliz? Si ojalá pudiera responderle que ya la hacía feliz con solo estar cerca suyo, pero no podía. Su garganta se secó como el desierto al ver sus ojos. Maldito, tonto, viejo de hermosos ojos azules.

–¿En serio? –fueron las únicas palabras que atinaron a salir de su boca.

–Si, claro, como mi futuro trabajo de sumo sacerdote, será atender a todo aquel que venga a pedirme ayuda o quien vea que la necesite. Y yo siento que necesitas mucha ayuda.

Ella suspiró decepcionada, no era la única, jamás sería la única para Aaron o alguien especial, solo una jovencita más que necesitaba de ayuda. Deseaba retirarse, marcharse lo más pronto posible, pero cometió el terrible error de mirarlo a los ojos, y estaba pagando por eso. No podía salir, ni moverse, aunque lo quisiera. Solamente yacía allí, con la boca semiabierta, embobada por sus iris.

–Joana ¿Te encuentras bien? –preguntó Aaron preocupado de su silencio, pero ella a penas oía palabra alguna.

–Tus ojos son azules –musitó inconsciente de sus palabras y cuando se dio cuenta de que dijo, se arrepintió terriblemente, pero no podía remediarlo, era demasiado tarde.

–¿Qué? –no es que él no la haya escuchado, pero no comprendió su acotación ¿Qué tenía que ver eso con su estado?

–¡Perdón! No quería decir eso, solo salió –se disculpó muy arrepentida e intentó encontrar una forma de remediar sus palabras.

–No, no te preocupes. No me ofende –la interrumpió Aaron tranquilo y siendo muy sincero, no le molestaba el comentario, lo tomó como un cumplido–. Y si, tienes razón, se el color de mis ojos. Se que son azules, es un color muy raro, pero mamá me decía de pequeño que yo era especial por eso.

–Son bonitos –volvió a hablar sin pensar y dejándose llevar por las emociones de su cerebro viendo los orbes. Otra vez quiso golpearse o algo, que estúpida estaba siendo.

Aaron no pudo evitar hacer una expresión de sorpresa ¿Qué era eso? ¿Un cumplido de una joven como ella a un anciano como él, otra vez?

–¿Oí lo que creí? –preguntó irónico–, ¿Será posible Señor, que esta bonita joven acaba de hacerme un cumplido? –siguió su interrogante con la mirada a el cielo.

Joana no pudo evitar ruborizarse y caer en cuenta de sus palabras ¿Cómo podría remediarlas ahora?

–¡No! Yo no quise decir eso. Lo dije por... –bajó la vista para no seguir cometiendo o diciendo estupideces a causa de los orbes índigos–. No importa, perdón por mis palabras, fueron producto de un estúpido error mio.

–¿Te disculpas por un cumplido que me dijiste? No tienes porque avergonzarte –le sonrió el hombre mayor, con intenciones de tranquilizarla, pero eso provocaba el efecto contrario en ella.

–Como digas, debo irme a avisarle a Ana de lo ocurrido y no puedo tardarme más –habló rápidamente, con intenciones de marcharse antes de pronunciar otra tontería–. Shalom, Aaron.

–Shalom, Joana. ¡Ah, por cierto! –llamó antes de que ella se marchase–. Gracias por el cumplido, Elizeba solía decir las mismas palabras respecto a mis ojos.

De no ser porque mencionó a su esposa, tal vez hubiese vuelto a la carpa sonriendo. Pero Aaron no había olvidado a su esposa y no la olvidaría por largo tiempo, de eso estaba segura, aunque recordó con exactitud sus palabras cuando le dijo "bonita joven". Si, él podría pensar que ella es una bonita joven, pero eso no significaba que sus sentimientos fueran tan intensos como los que ella sentía por él.

Llegó a su carpa confundida y angustiada sobre la situación, dejó caer el canasto en el suelo y por suerte, Ana estaba cerca para explicarle lo ocurrido.

–Muy bien, yo las lavaré hoy mientras te recuperas, aunque tú tomarás mi próximo turno –afirmó Ana luego de escuchar que se había lastimado por tropezar y caer en suelo duro.

–De eso no tienes de que preocuparte Ana, yo tomaré tú turno la próxima vez.

–Espero que te mejores Joana, pero... –comentó antes de irse y mirándola muy sonriente.

–¿Qué? ¿Pero qué, Ana?

–¿Por qué fue que te tropezaste? Siempre eres muy cautelosa.

Su tono de voz comenzaba a indagar algo que Joana sospechaba como nada bueno para ella. No pudo evitar ruborizarse, recordando la razón de porque se tropezó, pensando en él, en Aaron.

–Eso no importa, vete –contestó a la defensiva, cruzándose de brazos y desviando su cara, para que no viera su leve sonrojo.

–De acuerdo, no insisto más, pero deberás hacer que alguien te revise tu herida.

Joana se sentó sobre su cama y farfulló desinteresada del consejo de su amiga.

–Ya lo hice, Aaron me llevó con Simut –tragó en seco y deseó golpearse la cabeza ¿Para que había abierto la boca y nombrado a Aaron?

–¡Ah, con que Aaron! –confirmo sus sospechas Ana en un tono de voz burlón y risueño.

–¿Qué? ¿Qué pasa con él? Solo tropecé y el apareció para ayudarme –respondió rápido, pero tratando de ralentizar su velocidad para hablar y no levantar sospechas de como su corazón se aceleraba.

–Que hermoso, justo aparece un apuesto hombre para ayudar a su damisela herida –suspiró su amiga y si no fuera porque llevaba el canasto en brazos, abrazaría su pecho.

–Cállate, Ana –negó levemente ruborizada y de brazos cruzados–. ¿Cuantas veces te debo repetir que solo lo aprecio como persona?

–¿En serio? ¿No piensas que tiene algo muy especial? ¿No hay nada que te guste de él?

A su pregunta, Joana no pudo evitar pensar, sin querer, en sus ojos azules, pero negó con su cabeza.

–Claro que no, ¿Cómo me gustaría un anciano anticuado de ojos azules, como él? –atragantó su lengua y se maldijo por las últimas palabras dichas inconscientemente ¿Cómo podía ser tan tonta en revelar algo así?

–Te fijaste en sus ojos –canturreó Ana y luego rio entre dientes.

–Solo me fijé porque debo verlo a sus ojos cuando hablamos ¿No? –explicó en su tono más normal posible y que le dejaba su pulso acelerado. Su amiga asintió como entendiendo, pero por su sonrisa, Joana podía leer que no le creía–. Deja de perder el tiempo y lleva esas ropas a lavar.

–Esta bien, ya me voy, Shalom –saludó sonriente y sin dejar de suspirar por su amiga.

–Shalom –contestó desganada.

–Descansa, deja que tu pierna se sane y trata de dormir –aconsejó, casi en marcha.

–Tal vez lo haga, gracias amiga.

–Y ten dulces sueños, en especial si está cierto anciano de ojos azules en él –comentó lo último con sorna, antes de salir corriendo a su trabajo, pero no sin antes notar el gran sonrojo en la cara de su amiga.

–¡Callate, Ana! –gritó ella y si tuviera alguna almohada cerca, se la hubiese tirado en la cara.

Ella bufó irritada, más irritada y enojada que nunca y se recostó sobre su cama pensando en todo lo que había ocurrido la última hora y en los estúpidos, pero lindos, ojos de Aaron sobre ella cuando hablaban o la miraba, y en sus brazos cuando la cargaron para llevarla.

Rezongó otra vez, y se dio la vuelta en su cama. Estúpido Avhiú por molestarla y haberse enamorado de ella, estúpido Aaron por ser el padre de Avhiú, ser tan sabio y tener ojos preciosos, y estúpida Ana por tener razón en todo.


Sentía que debía hacer si o si un fic basado de mi pareja favorita, Aaron y Joana, espero que alguien lo haya disfrutado. Me encanta q el actor que hace de Aaron tenga ojos azules, porque cuando utiliza esas túnicas o su traje de sacerdote, se resaltan más.