Witchfinders

Summary: Desde la Era de la Condenación, otro linaje ha permanecido en la sombra, perseguidores implacables del Poder y la Alianza. En 1982, el último de sus descendientes fracasó en su intento de acabar con la Alianza. Ahora, en 2006, ha llegado a Ipswich y no piensa volver a fallar.

Género: Acción / Aventura / Romance

Pairings: Caleb / Sarah, Pogue / Kate, Tyler / OC

Rating: PG–13 (T) por lenguaje vulgar.

Disclaimer: "The Covenant" y sus personajes pertenecen a sus creadores y productores Renny Harlin, J.S. Cardone y Sony Pictures. Este fic sólo tiene el propósito de entretener, no pretende fines de lucro ni hay violación intencionada del copyright.

Los personajes no reconocibles en la película han sido creados por mí.

Editado

AVISO:

Éste y los dos siguientes capítulos son de introducción, hacen referencia a distintos aspectos de la mitología y universo de The Covenant (más algunos elementos creados por mí, y que no reconoceréis en la película ni en el website). He incluido estos capítulos para crear un marco de contexto a la historia y explicar algunos puntos al respecto que no quedaron muy claros en la peli.

LA VERDADERA HISTORIA COMIENZA EN EL CAPÍTULO 4, así que si no tenéis mucho tiempo para leer y/o os aburre el rollo teórico, os recomiendo que empecéis por ahí, habrá más acción y es como verdaderamente irá la historia… y en el caso de que no entendáis algo, podéis volver a la introducción para leer las explicaciones.


NA: Hola a todos. Como comenté en mi primer review que dejé al interesante fic Duvet de Naomi Eiri y Snuffle's Girl (el cual recomiendo, sobre todo si os gusta el slash, y aprovecho para pedirle disculpas a la segunda por haber olvidado mencionarla como autora en un primer momento), me parece una pena que no haya más fics en español de The Covenant (en español, La Alianza del Mal), en comparación con todos los que hay en inglés. Aunque la película tenía sus fallos, el planteamiento de la historia y los personajes son muy atractivos para profundizar en ellos. Por eso, y para que más gente pueda conocer y apreciar un fandom que parece no está muy extendido entre los hispanohablantes, me he tirado a la piscina y he decidido empezar un fic sobre ellos. Seguramente no lo lea mucha gente, pero como me lo he pasado genial haciéndolo, pues eso es lo de menos. Mi escritura es regular, así que os agradecería que no seáis demasiado exigentes y perdonéis los pocos o muchos fallos que pueda cometer, y si tenéis alguna manera de orientarme o ayudarme de forma constructiva, pues mejor.


Introducción (1):

Sobre el Poder. La historia de la Alianza y de las Cinco Familias. La caída del linaje Putnam.

Ni siquiera un Hijo de Ipswich, uno de los Herederos del Poder, podría explicar con claridad en qué consiste el Poder. Como mucho, podría hacerte una demostración. Pero seguramente no lo haría delante de un extraño.

Para ellos, el Poder, es simplemente un don, algo innato que les es tan natural como respirar para nosotros. Saben lo que es, lo sienten, lo usan, lo viven… pero el concepto en sí, está casi tan lleno de misterios para ellos como para nosotros. Simplemente, lo han aceptado y viven con ello, como vivirían con el color de pelo que han heredado de sus padres o abuelos.

Realmente no hay explicación lógica de por qué los primogénitos varones de ciertas familias concretas nacen, generación tras generación, con la capacidad de desafiar la gravedad, provocar transformaciones en personas o cosas, o desarrollar telequinesis, piroquinesis, telepatía, teleportación, fuerza sobrehumana y otras muchas capacidades consideradas sobrenaturales. Es también un misterio el por qué esas capacidades, latentes durante la infancia de estos chicos, no despiertan levemente hasta que cumplen los 13 años; y de forma completa cuando cumplen los 18.

Nadie sabe a ciencia cierta cómo surgió el Poder, ni de dónde procede. Ni siquiera en el Libro de la Condenación se registran datos fidedignos sobre sus orígenes. Sin embargo, el Libro sí recoge una leyenda que se les cuenta a los Hijos de Ipswich de cada generación:

El origen del Poder.

Se cuenta que Dios le dio a Adán, el primer hombre, una compañera. Y esta compañera se llamó Lilith.

Lilith era igual que Adán en todo punto, pero superior en inteligencia y belleza. Y su inteligencia y belleza atrajeron el corazón de Luzbel, que le concedió el Poder para ganarse su amor.

Y eso disgustó a Dios, que dijo a Luzbel: "Es grave pecado conceder dones por beneficio propio, sin contar con el permiso de tu Señor". Y Dios expulsó a Luzbel de su hueste celestial y le condenó a vagar por los páramos hasta el fin de los tiempos.

Lilith era inocente, pero tenía el Poder concedido por Luzbel y ahora era superior en todo a Adán. Era más fuerte que él, más inteligente, y podía realizar prodigios como hacían los propios Ángeles del Señor.

Viendo esto, se burló de Adán y le dijo que ahora él debía estar bajo ella y no ella bajo él, puesto que ahora lo superaba en todo lo que hiciera gracias a su Poder. Le amenazó con que, si no reconocía su superioridad sobre él, se marcharía de su lado para vivir libre.

Adán no pudo sufrir tal afrenta y la maldijo:

"Mujer maldita", le dijo, "No sufriré tal humillación de una mujer por culpa de un Poder que el Señor no autorizó. Márchate, pues. Pero no disfrutarás tranquilamente de ese don abominable, no serás libre ni feliz con él. Ese Poder perverso devorará tu parte humana, hasta que no seas más que un despojo marchito y ruinoso de la bella y joven mujer que una vez fuiste." Y ésa fue la primera Condenación de Adán.

"No me importa. No te temo", dijo Lilith, pero Adán no tuvo suficiente y volvió a maldecirla.

"Y te diré algo más, mujer. Podrás realizar prodigios y ser superior a mí y a toda mi casta, pero, adonde vayas, tú y los tuyos seréis odiados, maldecidos y temidos por mí y toda mi estirpe, que por causa de ese Poder os perseguirán y darán caza como a animales mientras quede una de las dos familias. La sangre correrá por cientos de años y vuestra vida no será más que miedo y sufrimiento". Y ésa fue la segunda Condenación.

"No me importa. No te temo", repitió Lilith. Ella abandonó a Adán, tal como dijo, y se marchó a vivir libre.

Adán se quejó a Dios: "Oh Señor, mira lo que me ha hecho la compañera que me diste. Nunca debiste hacerla mi igual, porque ahora con el don que posee es superior a mí, y me ha despreciado". Dios le reconvino: "Y tú no debiste maldecirla, porque, al igual que sólo Yo puedo conceder dones, juzgar y maldecir es también un derecho que Me corresponde sólo a Mí". Pero se compadeció de él y le creó otra compañera, Eva, de una de sus costillas, para que pudieran perpetuar la especie y continuar su Obra.

Sin embargo, las palabras de la maldición de Adán permanecieron en el destino de Lilith, al igual que había permanecido el Poder que Luzbel le había concedido. Y ésa fue la primera y la segunda Condenación, que han marcado desde su nacimiento, como el Pecado Original a los humanos, a todos los Herederos del Poder, hasta ahora.

Lilith, en su libertad, tuvo descendencia. Muchos cuentan que sólo dio a luz a monstruos y demonios, pero sólo son habladurías inventadas bajo la influencia de la superstición y la envidia hacia los Herederos del Poder. La realidad es que dio a luz a cinco hijos, cinco niños humanos.

Nunca se supo quién fue el padre, si era del lado de la luz o de la oscuridad, pero sus hijos nacieron fuertes, hermosos y sabios. Y los cinco estaban dotados del Poder que Luzbel le había concedido a ella, y eran más poderosos de lo que nunca fue ella. Eran casi como ángeles del cielo, aunque por donde iban, eran mirados con temor y con odio por los hijos de Eva y Adán por la marca que los distinguía, el Poder.

Sucedió que uno de estos hijos era más ambicioso que los demás, y Lilith se dio cuenta con espanto de que este hijo miraba mal a sus hermanos por tener que compartir con ellos el don del Poder. Temió que aquel hijo dañara a sus hermanos para quedarse con su Poder.

"No", se dijo, "Podemos defendernos de la Condenación de Adán que causó en sus hijos el odio hacia nosotros, pero si empezamos a indisponernos entre nosotros, la familia será destruida".

Y tomó la decisión de separar a sus hijos para que ninguno de ellos se viera contaminado por la simiente de la ambición y entrara en su corazón el deseo de hacer daño a sus hermanos.

Tomando a sus hijos, los repartió por diferentes lugares de la tierra, diciendo:

"Hijos míos, hemos de separarnos, así debe ser. Reproducíos y prosperad; sed cautos con el odio de los hijos de Eva con que Adán nos condenó; y haced que el linaje de Lilith sea fuerte y el Poder se propague por todas las civilizaciones de la tierra".

Y profetizó:

"Cuando pasen miles de años y el sol blanquee nuestros huesos sobre la arena, nuestros descendientes, Herederos del Linaje del Poder, volverán a encontrarse, y si para entonces han aprendido a amarse como hermanos, formarán la Alianza más poderosa que el mundo nunca conoció o conocerá. Pero si, por el contrario, la semilla de la ambición o la crueldad aún reside en uno solo de sus miembros, la Alianza será débil y la sangre correrá por cientos de años más".

Sin embargo, el propio Libro no admite esta leyenda como verdadera, siendo como es que el Poder es patriarcal y se transmite, de generación en generación, únicamente a través de los varones primogénitos, por lo que en ningún caso el Poder podría haber procedido de una mujer. Por eso, cuando se cuenta a los Herederos, apenas se hace como curiosidad, como un simple cuento para niños.

En cualquier caso, la leyenda parece encontrarse con la Historia, cuando, años después del descubrimiento del Nuevo Mundo, cinco familias, todas poseedoras del Poder, coincidieron en Europa y decidieron emigrar para escapar de las cruentas persecuciones de brujas practicadas en el continente, especialmente en Francia e Inglaterra. América fue el lugar de destino elegido, cuando uno de ellos, John Putnam, consideró que era una tierra de oportunidades. Putnam, Danvers, Parry, Garwin, Simms; éstos eran los nombres de las Cinco Familias que desembarcaron en la Bahía de Massachusetts en 1666.

Decidieron fundar una colonia a la que llamaron Ipswich, como la ciudad inglesa. Gracias al trabajo duro y, en parte, a sus poderes, la colonia se levantó y progresó rápidamente. Sus fundadores trabajaban duro, pero el uso, más o menos discreto, del Poder, era una ayuda extra nada despreciable. Una vez, las cosechas estuvieron a punto de arruinarse debido a una pertinaz sequía, pero las Cinco Familias recurrieron a su Poder para convocar nubes de lluvia y salvaron la temporada. Aquél fue un año de fiesta para todo el poblado.

Las Cinco Familias Herederas del Poder crecieron y se enriquecieron, y pronto fueron respetadas y consideradas por todo el condado. La fama de la llamada "colonia de los milagros" se difundió por toda Nueva Inglaterra, y decenas de familias de otras partes de Norteamérica e incluso del viejo Continente, respondieron al canto de sirena de la prosperidad de Ipswich y se trasladaron allí, enriqueciendo aún más el lugar. Las cosas parecían ir sobre ruedas.

Pero no todo podía ser siempre felicidad y dicha. Los ecos de persecuciones y cazas de brujas procedentes del continente no tardaron en alcanzar también el Nuevo Mundo, propagándose por todo Massachusetts. Las acusaciones de brujería se hacían sin fundamento, sólo basadas en ignorancia, supersticiones o en muchos casos en envidias; y se hizo patente que no pasaría mucho tiempo hasta que alguien volviera sus ojos sobre ellos y se preguntara el motivo de su repentina y ostensible fortuna. Las Cinco Familias, los Cinco Linajes del Poder, recordaron estremeciéndose las épocas de terror en el Continente y decidieron tomar medidas.

Así, tras mucho deliberar, forjaron una Alianza secreta de Herederos del Poder, que sellaron con un Pacto de Silencio constituido por unas férreas reglas que estaban destinadas a evitar que los cazadores y perseguidores de brujas descubrieran su existencia, y que todo el horror de las persecuciones en el Continente se abatiera sobre ellos tal como se había abatido sobre muchos antes que ellos.

La Alianza se erigió para velar y escudar al Poder y a sus Linajes Herederos. Paradójicamente, su símbolo, la Estrella de la Alianza, brilló por encima de todo secreto y se convirtió en el estandarte de la libertad de los Herederos del Poder contra la opresión de las persecuciones de brujas, al igual que el ichthys, el pez cristiano, fue el símbolo de la esperanza de los primeros cristianos contra la persecución romana.

Dicha Estrella consistía en un pentagrama con una punta de estrella por cada Linaje miembro. Cada una de las puntas representaba uno de los cinco atributos que debían poseer los miembros de la Alianza, que a su vez estaban encarnados por un miembro de las Cinco Familias:

Philip Danvers – La nobleza. Philip Danvers siempre había sido el líder tácito de la Alianza, pese a ciertos celos por parte de Garwin y la oposición puntual de Putnam… el primero, porque estaba convencido de ser él el que merecían presidir la Alianza; el segundo, porque no estaba de acuerdo con muchas de las reglas que Danvers hacía acatar. Pero, como Danvers tenía la completa adhesión de Parry y Simms, solía ganar en todas las votaciones. Todos los miembros de la Familia Danvers poseían cierta naturaleza innata que obligaba a cada Heredero Danvers a erigirse en figura paterna y protectora de sus compañeros de cada generación, y Philip arbitraba los asuntos de la Alianza con una prudencia y justicia proverbiales.

Daniel Garwin – La inteligencia. Daniel Garwin, perspicaz y calculador, era el rival más directo de Danvers en lo relativo al mando sobre la Alianza, aspecto en el cual se consideraba legítimamente más preparado que éste. Su sabiduría y pragmatismo estaban fuera de toda duda, pero las demás Familias de la Alianza estaban de acuerdo en que Philip Danvers era más juicioso y equilibrado que Garwin, que venía de una familia cuyos miembros, pese a su inteligencia, eran conocidos asimismo por su impulsividad y una forma un tanto radical de hacer las cosas. Sin embargo, pese a esa suspicacia soterrada, Daniel Garwin, haciendo gala de sensatez, comprendía que aunque no le agradara ese arreglo, debía ceder y respetarlo si quería perpetuar la paz de la Alianza. Por eso, salvo algún enfrentamiento verbal contra Danvers, nunca se rebeló contra él y permaneció tan fiel al Pacto como el resto.

Benjamin Parry – La fortaleza. Parry era el opuesto de Daniel Garwin, gente de pocas palabras e ideas, pero de muchos hechos. Su constante y duro trabajo había sacado adelante unas tierras que en principio no eran demasiado buenas, y había acabado enriqueciéndose como el resto. Tal vez fuera un poco impulsivo también, pero era fiel a muerte a Philip Danvers, no importaba la circunstancia.

Jonah Simms – La lealtad. Simms, pacífico y en absoluto ambicioso, siempre había actuado como conciliador cada vez que había distensiones entre algunos de los otros Herederos. Su devoción a la Alianza era notoria… se habría dejado matar para proteger su secreto y a quienes él consideraba sus hermanos.

Y John Putnam – La libertad. Si Danvers era el alma de la Alianza, Garwin el cerebro, Parry la fuerza y Simms el corazón, John Putnam era el instinto rebelde y cambiante que suele llevar a las personas a la gloria… o a su destrucción. Él era el que hacía las propuestas más novedosas, el que más arriesgaba en su hacienda, y el que más a menudo ponía en tela de juicio las decisiones, a veces demasiado conservadoras, que tomaba la Alianza presidida por Danvers para mantener el secreto del Poder. Putnam era el menos preocupado de todos por los dobles efectos de la Condenación… Solía utilizar sus poderes más a menudo que el resto, y era ciertamente menos discreto en mantener el secreto.

Sin embargo, aun con sus diferencias, con sus frecuentes tiras y aflojas y diversidad de opiniones entre ellos, las Cinco Familias se las arreglaron para permanecer unidas ante la adversidad externa en una prudente armonía. Su supervivencia dependía de ello.

Durante un tiempo, eso fue suficiente. La prosperidad de los fundadores de Ipswich y Herederos del Poder continuó, aunque atenuada. Seguían trabajando y haciendo las mismas cosas, sólo que con más discreción. Era difícil, después de haberse acostumbrado a deslumbrar al resto de colonias con la abundancia y la riqueza que obtenían del uso provechoso de sus poderes, y también a la libertad de poder usar el Poder y que lo tomaran por un milagro en vez de por acto demoníaco, pero todas las Familias se adaptaron como pudieron, y el Pacto se mantuvo.

Philip Danvers había temido durante mucho tiempo que, si algo amenazaba la Alianza y al Pacto, eran la distensión y la rivalidad que existían entre él y Daniel Garwin. Aunque éste le había jurado que, pese a no estar de acuerdo, permitiría que él fuera el líder con tal de asegurar la paz entre las Cinco Familias y no crearía problemas, Danvers no acababa de creérselo del todo. Siempre pensó que el pequeño residuo de celos que había en el corazón de Daniel era la semilla de la destrucción de la Alianza de la que hablaba Lilith en su profecía, y por eso se dedicó a vigilarlo atentamente. Pero se equivocó: a pesar de que Garwin era el sospechoso más claro, no fue él quien primero rompió las reglas del Pacto y los puso a todos en peligro de muerte. Fue otro.

Todo comenzó cuando la relevancia de las Cinco Familias decayó en favor de los nuevos clanes que se habían instalado en la colonia después de ellos. Las Familias callaron prudentemente y aceptaron el vaivén de la fortuna. Después de todo, no se habían arruinado, seguían siendo ricos y respetables; solamente ocurría que se habían quedado en un segundo plano. Y tampoco era tan horrible. Era más, con el peligro que les acechaba, casi era lo mejor, pensaron.

Pero no todos opinaban igual. John Putnam, el último representante de la familia Putnam (y pronto único, a menos que se casara pronto y engendrara al siguiente Heredero, ya que sus padres eran ya bastante ancianos), era un hombre fuerte, vigoroso y con mucho carácter, muy terco, y poco respetuoso de las normas. Y ambicioso, muy ambicioso.

Él siempre fue la nota discordante de la Alianza en esa época. Cuando firmaron el Pacto, él, como representante de la familia Putnam, discutió y porfió con los demás miembros sobre muchos de los puntos en los que no estaba de acuerdo. Siempre opinó, y nunca se molestó en ocultarlo, que era una humillación el hecho de que los Cinco Linajes tuvieran que esconderse y replegarse en sus caparazones, mientras que otros grupos y familias más recientes en Ipswich se aprovecharan del duro trabajo que ellos habían realizado.

– No sólo el trabajo – afirmaba – Sino que hemos dejando nuestra vida... ¡nuestra sangre!... en esta colonia. Cada vez que usábamos el Poder por levantar este sitio, hemos ido dejando pedazos de nuestra vida, y… ¿para qué?... ¡Para que esos haraganes vengan y engorden con los beneficios que nos pertenecen legítimamente! Lo que deberíamos hacer, es difundir al mundo que existimos, que somos superiores a ellos y que nos lo deben todo.

– ¿Y qué hay de las persecuciones? – le preguntaba Jonah Simms.

– Si viene alguien a dañarnos por lo que somos, será él quien resulte destruido. No por nada somos la Alianza del Poder.

– Recuerda las normas del Pacto – decía Parry. – No se puede usar el Poder para dañar a los demás.

– Esas normas no son más que un montón de bosta de caballo.

Evidentemente, no era en absoluto lo cauto que requería ser un miembro de la Alianza. El que, además, le gustara utilizar algo más de lo aceptable sus poderes y lo hiciera sin ningún tipo de discreción, empeoraba las cosas.

Pero lo que ya traspasó el límite fue que la Alianza tuviera conocimiento de que Putnam, a sus espaldas, estaba usando el Poder para realizar una jugada política y económica que le permitiera mantener el poder absoluto y para reforzar su superioridad y la de las familias de la Alianza sobre las otras, para, algún día, llegar a gobernar todo aquel lugar como reyes. Esto iba en contra de una de las principales reglas del Pacto: no usar el Poder para beneficio propio y mucho menos para obtener dominio sobre los seres humanos. De modo que la Alianza pidió a John Putnam que cesara de sus planes y se retractara de su actitud errónea, y éste se negó.

– ¡Vamos, hermanos! – protestó – Todos sabéis que no hago más que mantener lo que nos merecemos.

– Pero con métodos prohibidos – le contestó Jonah Simms.

– Qué importa eso, estamos en guerra.

– No, John Putnam. – dijo Daniel Garwin – No hay guerra, aún no. Intentamos mantener el equilibrio como podemos para que dicha guerra no estalle, pero un comportamiento como el tuyo puede dar la voz de alarma y desencadenar una masacre.

– ¡Pues defendámonos!... ¡Somos más poderosos que ellos!

– Entonces sí que habría guerra, John, y podría caer más sangre aún de la que está destinada a caer. La única solución es que reflexiones y te retractes de tu actitud, o de lo contrario, tendremos que pedirte que abandones la Alianza. – sentenció Philip Danvers.

John Putnam miró arrogante a cada uno de los miembros de la sociedad. Uno a uno les miró a los ojos hasta que los vio bajar la cabeza a todos, menos a ese santurrón de Danvers, que le sostuvo la mirada con firmeza.

– Así que de eso va todo... ¿no? De obedecer todas tus órdenes y puntos de vista, o la expulsión de la Alianza.

– No son nuestras órdenes, son las reglas de un Pacto que firmamos entre todos.

– ¡Un Pacto con el que nunca estuve de acuerdo!

– Decide, John: respeta el Pacto o márchate.

Putnam, arrogantemente, abandonó el amparo de la Alianza, afirmando que no los necesitaba para nada. Y a partir de ahí, al no tener la sombra de un Pacto cuyas reglas cumplir, paulatinamente fue perdiendo la poca cautela que le quedaba. Mostraba sus poderes en público, se metamorfoseaba en insectos o arañas para vagabundear y conocer los secretos de sus vecinos, incluso se llegó a rumorear que sedujo a una de sus vecinas mientras ésta dormía, en forma de íncubo.

Los miembros restantes de la Alianza se inquietaron: esas prácticas sólo eran propias de los Herederos que se apartaban del camino de la virtud y convertían el Poder en algo tenebroso y maligno que del abusaban sin parar, sin el menor escrúpulo y sin poder detenerse, y que las Familias daban en llamar Oscurecidos, puesto que personificaban la parte oscura de poseer el Poder. Estos seres, de ser Herederos de la luz, virtuosos y justos, pasaban a ser verdaderos hechiceros malévolos y temibles como los que eran temidos por las gentes. Ninguno de los miembros de la Alianza había sabido de la existencia de un verdadero Oscurecido hasta el momento, pese a que se hablaba de ellos en las leyendas que se transmitían de generación en generación; y temblaban ante la idea de que John Putnam, uno de sus hermanos fundadores, fuera el primero conocido en su Historia.

La conducta temeraria y ambiciosa de Putnam no podía permanecer oculta por mucho tiempo. Es difícil determinar si eso fue la verdadera raíz de la histeria colectiva contra las brujas en Massachusetts, o apenas fue la gota que colmó un vaso que ya venía lleno desde Europa. Pero, cuando en el vecino poblado de Salem, las acusaciones de brujería formuladas por dos niñas histéricas comenzaron a hacer rodar las cabezas de la mitad de las mujeres del pueblo y buena parte de los hombres (metafóricamente hablando, ya que se los condenaba a la horca), todo se convirtió en una bola de nieve que no hizo sino crecer. Bajo las declaraciones de testigos de algunos de los supuestos "milagros", muchos dedos señalaron a John Putnam y éste fue detenido.

En el proceso, se sucedieron las declaraciones de los testigos contra Putnam y su familia. Algunos de ellos afirmaban que lo habían visto con grandes cuernos de carnero y cuchillas en lugar de manos, pero una de las que más le perjudicaron fue la de la mujer a la que había, aparentemente, seducido en forma de íncubo. No era un secreto que Putnam deseaba a la viuda de Jacob Pope y que la había cortejado en muchas ocasiones, ya incluso cuando su marido se encontraba en su lecho de muerte. Agnes "Goody" Pope le había rechazado en todas, porque, según sus palabras, ella se consideraba una sierva temerosa de Dios y no quería tener nada que ver con brujos ni con secuaces del demonio. Y ahora estaba allí, denunciando que, de hecho, sí se había introducido en su cuarto mientras ella dormía, sin respetar siquiera el que ella estuviera esperando un hijo póstumo de su esposo muerto… (tras realizar su testimonio, se echó a llorar).

Putnam fue llevado hasta la cámara de tortura y allí fue torturado, golpeado, azotado con un látigo y se le aplicaron mil tormentos, pero no confesó. Sin embargo, sentía que menguaban sus fuerzas con cada tortura, y cuando vio que no le quedaba salida alguna, Putnam volvió sus ojos hacia sus antiguos compañeros de la Alianza. Aún encerrado en un inmundo calabozo de la cárcel de Ipswich, donde recalaban algunos de los acusados procedentes de allí, una noche se las arregló para sacar el espíritu de su cuerpo y visitar a sus antiguos amigos en forma incorpórea. Se apareció ante ellos mientras tenían una de sus acostumbradas reuniones de la Alianza en los cimientos subterráneos de la casa colonial de Philip Danvers. Éstos se quedaron de piedra: la traslación extracorporal era también una de las prácticas prohibidas y algo peligrosísimo de hacer mientras estaba preso en Salem. Pero a Putnam no le importaba: ya no tenía nada que perder.

– ¿Por qué no me ayudáis, hermanos, por qué no ayudáis a uno de vosotros? – les interpeló, desesperado.

– Ya no eres de los nuestros... ¿recuerdas? – estableció Benjamin Parry, el que más a menudo solía tener discusiones con Putnam – Tus imprudencias te han llevado hasta tu destrucción. No respetaste las reglas de la Alianza, y vas a pagar el precio por ello.

– Os denunciaré – jadeó Putnam – Si no me ayudáis, caeréis todos conmigo.

– ¡No nos amenaces, John! – la voz de Danvers atronó la sala – Ya no tienes salvación. Acéptalo, y sométete al castigo que tú mismo provocaste con tu orgullo y tu ambición. Si intentas arrastrarnos en tu caída, te juro por todos mis antepasados y mis descendientes que no lo conseguirás y que lamentarás haberlo hecho.

Putnam miró a los ojos de Danvers y leyó en ellos una determinación inquebrantable. Supo que Danvers y los demás estaban dispuestos a todo con tal de proteger su secreto.

– Como queráis – replicó – No me ayudéis si no queréis. ¿A qué le tengo que temer, siendo un Heredero del Poder? En cuanto esté en la picota, usaré mis poderes para escapar, y además eso será contemplado como un milagro por esas estúpidas gentes.

– Ya no, John. Se acabó la época de los milagros en Ipswich, ahora sólo queda la brujería. No puedes utilizar el Poder para escapar – le reconvino Daniel Garwin con suavidad, pero con firmeza – Si lo haces, acabarás por confirmar las sospechas y temores de nuestros perseguidores y esto se convertirá en algo más que un incidente aislado: será un auténtico baño de sangre que asolará Massachusetts y destruirá todo aquello por lo que hemos trabajado durante años. Y no sólo irán a por nosotros, sino a por tus padres. Ellos serán los que peor parte se lleven en todo. Aunque no sea por nosotros, hazlo por ellos.

Putnam volvió a mirar a su alrededor, con furia. Los rostros que lo rodeaban eran severos, pero tristes. No se alegraban de perder a su compañero, pero no podían hacer nada para evitarlo. No sin arriesgar todo lo que tenían, sus haciendas, sus familias, sus vidas.

– ¿Me estás diciendo que debo entregarme a esos fanáticos para que hagan conmigo lo que quieran, y sin hacer nada?

Philip Danvers suspiró.

– Es un gran sacrificio, pero es necesario. Sólo así podrás purgar tus errores y mantener a salvo todo lo que has puesto en peligro.

– Cualquiera de nosotros lo haría, si estuviera en tu lugar. – añadió Simms.

– Sí, pero ninguno de vosotros estáis en mi lugar. No seréis ninguno de vosotros el que será torturado y ahorcado. ¡Seré yo! – protestó Putnam.

Pero el Consejo de la Alianza había hablado. No lo ayudarían. Y, cualquier intento de evadir la situación tan sólo empeoraría las cosas.

– Resígnate, hermano. Confiesa y acepta el destino que quieran imponerte, tal como hizo nuestro Señor Jesucristo. Si lo haces así, la Historia te recordará como una más de tantas víctimas inocentes, y serás un mártir a sus ojos y a los nuestros. Si no... esto no acabará jamás.

John Putnam cerró los ojos durante unos segundos, intentando hacerse a la idea. Un Heredero del Poder, uno de los individuos potencialmente más poderosos del mundo... juzgado y condenado como un vulgar criminal. No era justo, no. Pero no tenía salida. Él también había trabajado muy duro para ver a Ipswich floreciente y rico, y no quería verlo todo reducido a cenizas. Y ellos tenían razón: si no se doblegaba ante las acusaciones, eso era exactamente lo que pasaría. Y, además, estaban sus padres.

– Lo haré – declaró con amarga resignación – Me someteré.

Todos respiraron con alivio.

– Gracias, hermano – le dijo Danvers – Siempre te tendremos en nuestros corazones.

John Putnam confesó, y fue declarado culpable de brujería y tratos con el diablo y sentenciado a la horca. Se decretó que, por ser un brujo especialmente peligroso y perverso, no sería ejecutado en la plaza municipal de Salem como las demás víctimas. Lo colgarían en su propio granero de Ipswich, donde había cometido muchos de aquellos "actos perversos", para que su espíritu, al morir, no pudiera escapar de su cuerpo y merodear como un espectro por su poblado, contaminándolo de maldad.

En el momento de su ejecución, en su propio granero, donde tanto había trabajado y tantas esperanzas había tenido (¿por qué la ambición y la valía recibían tal castigo?), todos sus acusadores estaban allí. El Reverendo Samuel Parris, el padre y tío de las niñas que habían comenzado las acusaciones; el Juez William Stoughton, presidente del Tribunal que había pronunciado el veredicto y dictaminado su sentencia; todos los magistrados y el jurado de dicho Tribunal; y todas aquellas autoproclamadas "gentes de bien y temerosas de Dios" de Ipswich y Salem que habían tenido el valor de venir para ver morir al "hechicero"… También estaba allí, en lugar preeminente, el reverendo Cotton Mather, Puritano e ilustre Pastor de la Segunda Iglesia de Boston. Mather, autor de escritos y encendidos sermones contra la brujería, era considerado una autoridad en la lucha contra las brujas y el poder del demonio, y por ello fue el asesor de Stoughton y los demás durante los Juicios. Se decía de él que podía localizar a las brujas simplemente con su instinto, y eso, y el celo con el que las perseguía y atacaba, pronto le hicieron ganarse entre las gentes el sobrenombre de Witchfinder o "cazador de brujas" que otros hombres supuestamente santos ya ostentaban en el viejo Continente.

De sus antiguos amigos, los miembros de la Alianza que habían sido sus compañeros, sus hermanos, no había nadie. Todos se habían quedado en sus casas, temiendo que, si asistían a la ejecución, Putnam hiciera o dijera algo que pudiera relacionarlos con él, y atraer las iras de la gente. O tal vez, incluso sin que Putnam hiciera nada.

Cuando la soga rodeó su cuello, la resignación de Putnam se convirtió en furia.

"Ni siquiera habéis venido ninguno a verme morir", pensó con rabia, dirigiéndose a ellos. "Cobardes bastardos. Me habéis convencido de dejarme matar para que vosotros quedéis indemnes, he sido traicionado por aquéllos a quienes creí mis hermanos. Pero no importa. Incluso desde la tumba, encontraré la manera de vengarme. ¡Malditos seáis, miembros de la Alianza, vosotros y vuestros descendientes hasta la vigésima generación! Llegará el día en que vuestros hijos tengan que pagar con sangre lo que vosotros me habéis hecho."

Con su Poder, hizo llegar sus pensamientos a cada uno de sus antiguos compañeros que se encontraban en sus hogares, transmitiendo su espíritu con tal fuerza que traspasó sus mentes inundándola de dolor, y llenando a sus dueños de temor y culpabilidad. Nada le importaba a Putnam usar de nuevo su Poder ahora, en el patíbulo improvisado en su granero. De nada servía ya la cautela o la discreción. De cualquier forma, nadie se apercibió del ligerísimo destello de fuego oscuro que brotó de entre sus párpados fuertemente cerrados.

O casi nadie. Cotton Mather, el Witchfinder, de rostro pétreo, gesto adusto y mirada de pedernal, tocado con la capa y el sombrero de la época, tampoco vio la señal óptica del uso de poderes, pero aun así lo supo. Dirigiendo un implacable dedo acusador hacia Putnam, clamó con una voz vibrante que resonó por todo el granero:

– ¡Lo está volviendo a hacer, delante de nosotros!... ¡Vuelve a conjurar sus poderes maléficos concedidos por el demonio!... ¡Puedo sentirlo en mis entrañas!... ¡Vade retro Satana!

Aquella dramática declaración tuvo un efecto impactante sobre el morboso público que había acudido a la ejecución. Algunas mujeres se desmayaron, muchas se echaron a llorar y a lamentarse, mientras los hombres prorrumpían en maldiciones e insultos. "¡Brujo!... ¡Demonio!... ¡Matadle!" era lo que más se oía.

El Reverendo Parris, el principal instigador de las acusaciones, que sostenía entre sus brazos a su pequeña hija Betty para que ella misma, presenciando la ejecución, pudiera comprobar que muchos de los brujos a los que ella y su prima habían acusado eran realmente colgados, terminó por decir despectivamente:

– Acabad con él de una vez.

Una seca patada al taburete, y Putnam perdió todo punto de apoyo con el mundo salvo la soga que rodeaba su garganta. Unos segundos de angustiosa agonía, y después… la nada.

Pero, un instante antes de que todo se volviera oscuro, John Putnam sonrió astutamente. Porque estaba seguro de que la viuda de Jacob Pope no estaba embarazada cuando él se había deslizado dentro de su cama aquella noche, él podía sentir esas cosas. Y, si estaba embarazada durante el juicio, aquello sólo podía significar una cosa…

"Mi linaje no morirá conmigo… Algún día, no importa cuánto tarde, uno de mis descendientes me vengará con la sangre de los descendientes de mis verdugos, al igual que la de los de aquéllos que con su pasividad contribuyeron a mi muerte. Ese día sucumbirá vuestra patética Alianza, y sólo el legado Putnam prevalecerá", fue su último pensamiento antes de hundirse en el vacío de la muerte.