La II Guerra Mundial coincidió con la Guerra de Grindelwald. Es sabido que algunos nazis buscaron objetos con supuestos poderes esotéricos, y también sabemos, porque nos lo ha contado Rowling, que el famoso mago tenebroso hizo tratos con ellos. Esta es una historia de espionaje mágico, en la que dos miembros de la familia Black que aparecen en el Arbol de Familia dibujado por la propia Jo, Cassiopeia, hija de Cygnus Black I, y su hermano Marius, el Squib, participan de manera trascendental en el proceso que llevó a descifrar los mensajes en clave del bando enemigo, ella como una auténtica agente secreto infiltrada en el epicentro del enemigo, y él como uno de los descifradores del que llegó a ser llamado El Oráculo de Bletchley, el equipo que interpretaba los mensajes cifrados con las máquinas Enigma.

Vive con ellos una aventura llena de acción en el Potterverso que pertenece a Rowling, sorgexpandido a la Comunidad Mágica española. ¡Qué disfrutes con la lectura!

Disclaimer: El potterverso y sus personajes pertenecen a Rowling. No obtenemos ningún lucro de ésto.

Copyright: La sorg-expansión y sus personajes está bajo mis derechos de autor.

AVISO: HISTORIA EN RE-EDICION ACTUALMENTE (22/5/2012)


I

Un trueno ahogó los gritos por un instante. El pueblo, si es que podía llamarse así a unas pocas casas de madera en la ladera del valle, ardía por los cuatro costados mientras una figura huía hacia el bosque con un paquete pequeño aferrado contra el pecho. Los bordes de su túnica se desgarraban al engancharse con las ramas y un relámpago iluminó por un instante el camino. No lo dudó, y corrió aún más deprisa. Podía oír el crepitar de las llamas mientras los resplandores rojos hacían que los árboles, cada vez más grandes y más juntos, parecieran terribles gigantes mudos. No se atrevía a usar un encantamiento para iluminar la senda por miedo a que la localizaran. Los sentía demasiado cerca, casi le parecía que los maleficios pasaban rozándola.

De pronto, ocurrió lo inevitable. Perdió pié y notó cómo rodaba por una pendiente golpeándose a veces con piedras que parecían hachas afiladas y arañándose con plantas de espinos. Fueron unos instantes terribles en los que, aferrada a su preciada carga sin poder usar la varita y sin saber si terminaría despeñada por un precipicio, con algún hueso roto o simplemente desnucada contra alguna piedra, tuvo la certeza de que ahí terminaría todo. Finalmente dejó de rodar. Jadeaba exhausta. Sin fuerzas para moverse, y menos para aparecerse, un sentimiento de desesperación absoluta la invadió y quiso gritar y llorar, pero no podía. Entonces sintió algo que la aferraba por detrás, a la altura del cuello de la túnica. Después, una sensación parecida a la que producen los trasladores. Y todo se volvió oscuridad...


En Londres, en el Ministerio de Magia, Albus Dumbledore se frotó las sienes con los índices.

-Nuestros Inefables siguen atascados en el mismo sitio –. Comentaba un hombre alto, delgado, de pelo abundante y blanco cortado al cepillo. - Poseer la clave es vital, y seguimos sin avanzar.

- Y... ¿El otro plan...? –. Dumbledore hizo una pausa de duda antes de terminar de formular la pregunta.

- Esa es la razón por la que te he llamado –. El mago se levantó, una expresión ceñuda en un rostro aún atractivo a pesar de la edad y las circunstancias. Agitó su varita hacia la pared blanca frente a su mesa y en ella se formó un mapa de Europa. Se acarició la fina perilla mientras se acercaba al mapa. Dumbledore le siguió.

- Hemos perdido contacto con La Rosa justo aquí –. El mago indicó con su varita un punto del sur de Francia cercano a los Pirineos. - Hace dos días que no hemos tenido noticias –. Añadió antes de que el otro mago volviera a preguntar.

Dumbledore trazó con su largo dedo índice la línea roja que marcaba la ruta que La Rosa, el nombre en clave de la espía, había seguido desde Suiza hasta el norte de los Pirineos y que habían trazado según los contactos informaban de su paso. Frunció el ceño por un momento, la mirada fija en el último lugar en el que la habían visto.

- Hubo una refriega muggle en esta localidad –. Continuó el otro mago señalando otro punto del mapa cercano al anterior –. Y La Rosa escapó hacia el sur con la ayuda de algunos miembros de la resistencia mágica hasta esta villa al pié de las montañas. Apenas cuatro casas destartaladas, apartada y completamente mágica. Hace dos noches fue asaltada por las fuerzas de Grindelwald.

- ¿Hay indicios de que la hubieran descubierto?

- No podemos descartar ninguna opción, aunque es posible que en ese momento todavía no supieran nada. En cualquier caso, a estas alturas ya tienen que haberse dado cuenta de que algo ha ocurrido, aunque confío en la habilidad de La Rosa para que tarden mucho tiempo en descubrir lo que realmente les falta.

Una expresión sombría recorrió el rostro de Dumbledore. - ¿Qué sabemos sobre lo que le haya podido ocurrir? - Inquirió pensativo.

- De momento no hay ni rastro aunque es difícil que nuestros colegas franceses se acerquen al lugar, al menos por ahora...- Su interlocutor hizo una pausa -...Lo siento, Albus, lo siento muchísimo.- Añadió después con gesto contrito.- Pero en estas circunstancias lo más sensato es ponerse en lo peor...

- Una bruja valiente...debería haber sido Gryffindor.. –. Dijo Dumbledore como si hablara para sí mismo.- No te interrumpo más, Cygnus, gracias por todo. Son tiempos terribles...

A Cygnus Black le pareció que Albus Dumbledore caminaba más cansino, mas cabizbajo, con menos energía que de costumbre. Y entonces recordó a su amigo proponiéndole a La Rosa para la misión más arriesgada que habían llevado a cabo hasta entonces. Y, por un momento, Cygnus Black, Director del Departamento de Espionaje Táctico del Ministerio de Magia, aparcó su condición de funcionario en tiempos de guerra y sintió pena.


Cuando abrió los ojos pensó que debía haber muerto y aquello era el más allá. Se sentía bien, nada le dolía, no notaba frío, ni calor, ni hambre ni sed. Una luz suave iluminaba el lugar donde yacía. Era una especie de cueva de techos elevados, como una catedral de roca de tonos ocres, rojos y negros. Sin duda debía haber muerto. Curiosamente, no sintió angustia al llegar a semejante conclusión. Por el contrario consideró que, si estaba muerta, nada le impedía levantarse. Y lentamente se sentó. Echó un vistazo a su alrededor y lo primero que constató fue que estaba en una especie de cama hecha de hojas que indudablemente habían sido hechizadas para formar un lecho confortable y cálido. Tomó una entre sus manos y la observó con atención. Parecía roble, pero de un color rojo intenso que jamás había visto. Se levantó totalmente y comenzó a caminar por la gruta.

Era un lugar hermoso. Sin duda un encantamiento producía la luz que la iluminaba...¿o era simplemente cómo son las cosas en el otro mundo? Con decisión tocó la pared de la gruta. Era rugosa pero no parecía áspera y no estaba fría como hubiera esperado. Entonces miró a sus pies consciente por primera vez de que estaba descalza. No sentía el suelo frío ni duro. Y repentinamente pensó que aquel era el lugar más confortable del mundo. Comenzaba a preguntarse si habría alguien más en esa eternidad cuando un ruido sordo le hizo darse la vuelta. Sonrió al observar cómo un trozo de la pared de la gruta estaba transformándose dando lugar a una especie de puerta. Aquello le hizo recordar vívidamente la entrada del Callejón Diagón.

Cuando la puerta en forma de arco terminó de construirse, y antes de que se le ocurriera traspasarla, una mujer entró.

Era imponentemente alta, con trazas de haber sido muy, muy rubia, y unos ojos de un azul tan pálido que parecía que no tenían color. Pensó que sería una Sídhe o cualquier otro ser del ultramundo. Y cuando la mujer habló lo hizo en un lenguaje que ella no comprendió, lleno de sonidos como "cas" y "ches" y "sus" que no entendió ni siquiera identificó.

-Lo siento...no hablo su idioma... – Se atrevió a replicarle en francés. Después lo repitió en inglés y finalmente en alemán.

La anciana contestó algo en su inescrutable lenguaje y le hizo un gesto hacia una parte de la habitación donde, por primera vez, se fijó en que había una mesa, sillas y comida. En ese momento se dio cuenta de que sentía hambre y por primera vez se le pasó por la cabeza que tal vez no estuviera muerta. La anciana volvió a gesticular indicando indudablemente que se sentara y comiera, y ella la obedeció.

Caminó hasta una mesa de piedra similar a las paredes, con la superficie tan pulida que podía ver su cara pálida reflejada en ella. Por primera vez tomó conciencia de su aspecto y le pareció que estaba bastante desaliñada. El pelo largo estaba enredado. Tenía una brecha larga y roja en su frente, aunque parecía bien cicatrizada y limpia. Instintivamente alzó una mano pero otra, mas grande, le impidió alcanzar la herida. La anciana la soltó y volvió a hacerle gestos para que comiera. La bruja suspiró. Tenía razón, no era buena idea tocar una herida reciente. Entonces recordó su misión y, mirando fijamente a la anciana y acompañando sus palabras con gestos, preguntó por sus cosas.

La anciana respondió en su extraño lenguaje y volvió a indicarle que comiera. Por primera vez sintió cansancio y comprendió que lo mejor era hacerle caso. Echó un vistazo a la mesa. Sobre la misma yacía una jarra con un líquido naranja que muy bien podría ser zumo de calabaza, un cuenco de madera con una especie de yogur, una jarra de miel y frutos secos. También había un vaso y cubiertos de madera. La anciana le sirvió zumo y le indicó con gestos que echara frutos secos y miel en el cuenco del yogur, lo mezclara y lo comiera. Le hizo caso y bebió un poco del zumo. Tenía un sabor muy, muy suave, ligeramente dulce. No era calabaza aunque tuviera el mismo color. La anciana le hizo gestos para que siguiera comiendo y después le sonrió. A continuación se dio la vuelta y se marchó por donde había venido.

La huésped nebió otro poco y sintió que un calorcillo reconfortante le recorría el cuerpo. Probó una cucharada del cuenco y constató que tampoco era yogur sino un producto más suave. Siguió comiendo y poco a poco sintió como las fuerzas volvían a ella.

Cuando había comenzado a sentirse reconfortada la anciana regresó acompañada de otra mujer mucho más joven, más baja, con el pelo más oscuro y los ojos cálidos como la miel que estaba sobre la mesa. La bruja joven sonrió y en un francés un poco atropellado y brusco se presentó

- Hola, yo soy Sara.