Diclaimer: Axis Powers Hetalia no es de mi propiedad.
Advertencias: Ya vendrán, imagino.
Pareja: Inglaterra/Francia.
Notas: Pequeño regalito para Noebell, quien hace un tiempo pidió en un meme de fics uno donde hubiera un tercero en su relación, más o menos. En realidad fue muchísimo más específica, pero si lo digo aquí, ¡vaya spoiler sería!
Capítulo 1
Esa mañana había sido uno de esos días en donde todo avanza más lento de lo normal, donde hay retrasos y errores por parte de sus empleados nuevos. Definitivamente, era un típico día donde iba a tomarse una copa al final de la tarde, pese el prometerse siempre que iba a moderar su consumo de alcohol si no quería seguir recibiendo desagradables sorpresas al recuperar la conciencia. Peso, se dijo, sólo sería un trago.
Dejó la montaña de papeles, ya revisada, a un lado del escritorio. Se estiró en su silla, restregándose los ojos intentando alejar el sueño ligado con el cansancio, que le causaba pesar en la vista y le obligó a cerrar los parpados una vez hubo terminado con el último documento oficial. Al menos en su despacho se encontraba solo y nadie podría verlo caer ante una debilidad tan humana.
Abrió nuevamente los ojos para fijarse en el reloj de pared situado a su izquierda, para darse cuenta que la hora del almuerzo había pasado hace una hora. ¿Cómo su propia alarma, configurada en el celular, no le había avisado? Revisó su iphone y comprobó que estaba en modo silencioso. Maldijo entre dientes, preguntándose por qué se le olvidaba cambiarlo cuando estaba en el trabajo. Solía perder la noción del tiempo una vez metido de lleno dentro de sus responsabilidades. A veces, en las reuniones con otros países, se congratulaba de ser de los pocos que pasaban gran parte de su jornada trabajando por su país —por sí mismo—, mientras que otros holgazanes vivían de fiesta en fiesta o de estupidez en estupidez (Francia y Estados Unidos se hacían los desentendidos a pesar de captar la indirecta, que no era tal cuando Inglaterra los miraba sin disimulo al comentar este detalle).
Tenía una reunión con Donald Dolder, el ministro de economía, a la una y media. Se levantó, tomó su maletín y salió del despacho apresurándose al cafetín de unas calles más abajo. Casi corrió, saltándose los semáforos que no quisieron cambiar de color con puntualidad, y compró un sándwich relleno con hígado que le ayudaría a opacar el hambre. Se lo devoró en tres mordiscos, sin detenerse en el sabor, y volvió a apresurarse a la oficina. Le quedaban diez minutos.
En la entrada del enorme edificio reconoció a Francia caminando con paso lento, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Siempre le había irritado esa manía de él, porque obviamente ni se avergonzaba de llegar tarde a sus citas, como si fuera un juego el retrasarse a perpetuidad. Le chocó el hombro con intención y éste se volvió a mirarlo, adoptando una expresión de desagrado al verlo. Pero Inglaterra no le dejó quejarse.
—Me tomas en un mal momento, imbécil. Te podré atender a las tres y cuarenta en un lapso de diez minutos —y antes de que Francia aceptara, salió disparado hacia su destino.
Estuvo en el despacho del ministro de economía a la hora exacta. Entró y le dio los saludos de rigor, antes de sentarse frente a su escritorio y sumergirse a fondo en el tema a discutir. Cuando estuvo listo, a las dos y media, se encontró con Francia instalado en el pasillo de espera sentado en un sillón, mientras leía una revista de farándula con sumo interés.
—Ah, no, que no te voy a atender hasta las tres y cuarenta. Me da igual si me sigues o no —le apestó, encaminándose hacia su próxima cita y sin, nuevamente, dejar que Francia protestara por ello.
A la hora fijada Inglaterra estuvo esperándolo hasta transcurrir los diez minutos pautados sin que hiciera acto de presencia. Volvió a maldecirlo: a Francia y a su renombrada impuntualidad. Le daba igual, no lo recibiría hasta dentro de dos días, para conseguir abrir un hueco dentro de su agenda, por mucho que protestara montándole un drama francés. Así, al menos, esperaba enseñarle una lección. Pero Francia no apareció en lo que quedó de horario laboral; a cinco para las seis Inglaterra se levantó de su escritorio y agudizó los oídos con la intención de captar una voz pomposa exigiendo entrar al despacho de la nación británica a todo costo. Sin embargo, los pasillos permanecían en calma.
Recogió sus cosas, tomó su maletín y salió del despacho. Lo cerró con llave antes de acercarse a su secretaria, quien a estas alturas ya se encontraba libre de cualquier obligación.
—Miss Phy, ¿aquí no ha llegado nadie preguntando por mí? Hablo de un hombre francés que da la apariencia de mendicidad.
—¿Un mendigo? No, señor, aquí no ha venido nadie con tal aspecto.
—¿En serio? Tiene el cabello largo y se viste como salido de un circo de fenómenos.
La secretaria pareció pensar.
—¿Con barba y el cabello rubio y la piel blanca? —Arthur asintió—. Ah, el que parecía una pintura.
Inglaterra rodó los ojos. Excelente que la mujer estuviera versada en la corriente artística del expresionismo, él no iba a criticar la cultura de sus empleados, aunque sí aquel sentido de la belleza propia de un grotesco sátiro.
—Sí. Seguramente es ése.
—Señor, ha salido hace unas horas con el señor Dolder.
Aquello lo confundió, porque ¿qué asuntos tenía Francia que resolver con un ministro suyo sin pedirle su mediación? Inglaterra se despidió de su secretaria y se marchó con la duda carcomiéndole la cabeza hasta por fin darse por vencido, luego amonestaría a ambos, ahora no le apetecía seguir ocupado en asuntos del trabajo.
Le apetecía un trago, sólo uno.
Las ménades lo aceptaban dentro de su fiesta desenfrenada cada vez que entraba a su recinto,
acomodándose en su asiento y serle entregado el primer trago,
que pronto aumentaba su número por influencia dionisíaca.
Con el alcohol en su cuerpo,
desdibujaba a las personas
y al paisaje,
lo convertía en pinceladas imprecisas,
se perdía dentro de la realidad.
Cuando se quiso dar cuenta, caminaba tambaleándose por las nocturnas calles de Londres, con el traje manchado de distintas sustancias inidentificables y sin tener conciencia del trayecto que recorría. Sólo daba pasos por mero automaticismo y éstos lo llevaban a distintas partes de la ciudad, con una botella de ron en mano. Insultaba, lanzando improperios, y buscaba pelearse con los borrachines con quienes se tropezaba. Les ganó a la mayoría, porque aún sin sus facultades lúcidas seguía siendo un experto en las peleas callejeras, con el puño izquierdo cerrado y con el otro sosteniendo la botella quebrada a la mitad, con sus puntas afiladas y amenazantes.
Justo iba a meterse en otro enfrentamiento cuando dos brazos se lo impidieron, abrazándolo por detrás y arrastrándolo contra su voluntad hacia la luz de una farola. Escuchó a otro individuo alejar a su contrincante con un educado tono inglés, diferente al francés apestoso que le rogaba por un poco de calma, sonando vulgar incluso cuando no tenía intenciones de serlo, llegó a razonar Inglaterra.
Entornó los ojos cuando estuvo bajo la farola, aún en los brazos de aquella rana inmunda que no dejaba de mover la boca para soltarle una regañina larga e intensa, que le provocaba dolor de cabeza. Y nauseas. Tal vez demasiadas nauseas. Inglaterra lo empujó, soltándose de él, para vomitar sobre la acera.
—¡Mis zapatos! —chilló el otro e Inglaterra, cuando se detuvo, esbozó una media sonrisa.
Francia lo tomó del cuello de la camisa y le reclamó cosas que Inglaterra no se molestó en entender. Le apartó las manos con las suyas con brusquedad para agarrarlo de la camisa a su vez y estamparlo al farol procurando que le doliera el golpe en la espalda. Francia soltó un gemido y, antes de alcanzar a tomar aire o que Inglaterra se limpiara el resto del vómito de su boca, fue besado como única maniobra para callarlo.
El pensamiento de partirle los labios a punta de besos era tentador. Al separarse, Inglaterra se apoyó en él, ocultando su rostro en el cuello y siendo abrazado por unas manos inusualmente temblorosas y torpes. Lo siguiente que supo Inglaterra fue el ser metido en un taxi, con Francia despidiéndose del otro individuo del educado tono inglés, antes de cerrar la puerta del auto e indicarle la dirección al conductor.
Al bajar, Francia lo ayudó a llegar al interior de la casa. Hubo una lucha intensa porque Francia llevaba sus manos al pantalón e Inglaterra lo recibía con patadas sin estar a gusto de su intromisión. Unos cuantos golpes e insultos después, Francia consiguió sacar la llave del bolsillo de Inglaterra, quedando sus manos quietas, como si no tuviera intenciones de volver a manosear sus piernas. Cuando se volvió hacia él pensó que lo haría, preparándose para una respuesta contundente que no llegó a ver la luz, porque Francia lo que hizo fue sostenerlo con extraña solicitud, para ayudarle a avanzar por la casa hasta acabar en la habitación correcta. Una vez adentro, Inglaterra se tiró en la cama.
—Estás hecho un desastre —le acusó Francia en un susurro.
—Cállate, pintura de cabaret —le dijo Inglaterra e intentó apartarlo cuando le comenzó a quitar la chaqueta del traje, con tanta insistencia que Francia no llegó a hacer nada de avances en su esfuerzo por desvestirlo y ponerle una pijama—. Sé lo que pretendes, degenerado, y no te saldrás con la suya.
—¡Por dios! Ya, compórtate como adulto para poder terminar con esto —le repuso Francia.
Inglaterra se rió, encontrándolo gracioso sin ningún motivo en especial, antes de tomarlo por el cuello sin importar ahorcarle y luego morderle los labios, hasta provocarle un pequeño corte en ellos. Francia lo empujó, llevándose entonces uno de sus dedos a su boca. Al retirarlos los miró llenos de sangre. Antes de hacer algo más, Inglaterra lo tiró en la cama, colocándosele encima de manera que no pudiera huir. O defenderse. Le aferró ambas muñecas, acercándose al cuello.
—Estás equivocado, bastardo. No vamos a terminar hasta haberte cogido como te lo mereces —farfulló sin ninguna conciencia de sí mismo.
Le besó en la boca con la torpeza de un borracho, en un beso que duró más de lo que podían sus capacidades, alargándolo hasta apoderarse de todo su aliento. Retiró las manos de sus muñecas y las llevó hacia su rostro, levantándoselo ligeramente con el fin de poderlo besar mejor. Abrió los ojos ligeramente y vio que Francia tenía los ojos cerrados. Se iba relajando poco a poco hasta acabar pasando una mano por su cuello y la otra por su espalda, aceptando su intromisión con lo que ello implicaba para él.
Así de fácil era.
C'est tout ! Por ahora. Continuará pronto, no como El ensueño (que no he actualizado por razones fail ;_; se me ha olvidado las correciones en otra ciudad).
Generalmente acabaría aquí con un "recuerda que por cada review que no dejas, un gatito muere en alguna parte del mundo" —o tal vez con menos chantaje emocional—, pero les tengo una información que espero les llame la atención :D
Es que se está organizando un evento FrUK en livejournal. Se trata de un amigo invisible navideño, con intercambios de fanfiction y fanarts. Las normas las pueden encontrar aquí: http: / fruk-me-bastard . livejournal. com / 37476. html (sin espacios en blancos, es que esta página se come los links) y las inscripciones por acá: http: / fruk-me-bastard . livejournal. com /37881. html
Puede entrar todo el mundo que quiera compartir con otras fans de la pareja y pasar un buen rato y recibir un regalo maravillo (y darlo, por supuesto). Es indispensable una cuenta de LJ para inscribirse solamente, que es bastante sencillo de hacer, del resto~ bueno, ya se explica en las normas :)
En serio me encantaría que se animaran a participar. ¡Nos vemos! Ojalá se pasen por allí :333
Aquí ahora debería terminar con una frase inspiradora como un: "¡Por unas Frukers unidas!" o "¡Que todos sepan que el mundo es FrUK!" o algo así.
