Descargo de responsabilidad: como si no supiera que SB no es mío, pero soñar no cuesta nada ¿verdad?
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El primer síntoma fue, desde luego, el hecho de que las grabaciones del dorama tuvieran que ser suspendidas, por lo menos las partes en donde él participaba, ya que el joven actor se ponía verde con el simple hecho de que su coprotagonista se acercara a él. Cosa por lo demás molesta para la joven, que se sentía rechazada por el primer actor. En cuanto ella estaba a menos de un metro de distancia de él, este salía disparado como alma que lleva el diablo hacia los sanitarios. Lory, preocupado por los rumores que se suscitaban en el set, pues era la primera vez que habían visto al famoso Tsuruga Ren, sucumbir ante un desgraciado bicho estomacal, había acudido a las grabaciones para constatar con sus propios ojos la situación. Aun en sus peores tiempos, cuando se emborrachaba, jamás se había presentado a trabajar con resaca a un trabajo, o por lo menos siempre había sabido esconder los síntomas. Por eso esta situación llamaba demasiado la atención.
Fue ahí, en la soledad de los sanitarios, donde lo encontró con la cabeza casi metida en el trono real. A su mánager no le había ido mejor, pues de tanto escuchar los quejumbrosos sonidos parecía querer acompañar a su representado en la elección de cierto tono verdoso para el color del rostro. El muchacho seguía castigándose devolviendo hasta la cena del día anterior y eso que a pesar de cierta pelinaranja que había puesto el grito en el cielo, se la había saltado.
Cuando por fin pareció dejar su nueva amistad con el Waterloo, por fin pudo dirigirse medio borracho de cansancio hacia los lavabos a enjuagarse la boca y hacer gárgaras con un enjuague bucal que su mánager hizo aparecer mágicamente, sabrán los dioses de dónde. Al percatarse de que no estaban los dos solos, se enfrentó a la mirada burlona de Lory.
—Presidente, no es que no me alegre verlo por aquí en este preciso lugar —comentó con ironía—, pero por su cara, está muy claro, que parece divertirle que me haya sentado mal el desayuno pues no creo que sea costumbre suya venir a los sanitarios a verme vomitar hasta los intestinos, ¿o sí? —decía molesto Ren, a lo que el aludido contestó:
—¡Ah, mi muchacho! ¿Pero es que no te has dado cuenta? —decía en un tono más que burlón—. Ren, ¿sabes tú cuál es el síndrome de Couvade? —el pálido chico, puso cara de "¿ahora con qué me va a salir este hombre y yo para qué diantres quiero saber qué es ese famoso síndrome?", pero, con una sabiduría que le venía de tratar tantas veces al presidente, porque "más sabe el diablo por viejo que por diablo" recita el dicho, solo movió de un lado a otro la cabeza dando a entender su negativa en cuestión al tema.
—Darme cuenta ¿de qué, si se puede saber? Es obvio que a ese bicho que anda rondando por ahí le causó la máxima gracia venir a fastidiarme precisamente a mí, ahora que estoy... —se interrumpió a sí mismo, pues necesitó continuar con las gárgaras después de ver la cara de asco que ponía su amigo y mánager cuando su inesperado aliento le llegó al pobre desgraciado. Esperaba que con esto el tema terminara pero no era tan afortunado.
—¡Vaya, sí que eres ciego! —se reía o mejor dicho se carcajeaba a mandíbula batiente, mientras alzaba las manos al cielo en gesto de incredulidad por lo obtuso de Ren—. ¿Qué no ves que nadie más que tú se ha enfermado? ¿No sabes qué es el síndrome de Couvade? —antes de que Ren pudiera tan siquiera empezar a mover negativamente la cabeza, Lory siguió con su diatriba—. Bueno, pues déjame decirte un pequeño secreto —sonrió circunspecto y a Ren, esta sonrisa le hizo tener náuseas de nuevo, además de ponerle los pelos de punta—. Es un síndrome donde los hombres presentan los achaques propios de sus mujeres —el joven actor se quedó inmóvil aún más confuso tratando de averiguar lo que Lory le estaba dando a entender, quien, ya impaciente, recalcó—. No hay ningún bicho como tú le llamas rondando por aquí. Date cuenta Ren, de que vas a ser padre.
El joven escupió a su pobre mánager, quien para su infortunio no se había podido quitar a tiempo, todo el resto del enjuague. Las toallas que había dispuesto para pasárselas a su amigo las tuvo que utilizar para limpiarse él. Esto no creía que fuera parte del trabajo de un mánager pero como amigo eso era otra cosa. El desdichado y mojado hombre (el mánager, no el representado), se quedó con la mandíbula en el suelo y los ojos abiertos, grandes, grandes. Bien había valido la pena la ensopada solo para ver caer (literalmente) al joven actor.
De Tsuruga Ren, pues, solo dijeron que se había desmayado debido a la debilidad producida por la enfermedad estomacal, cuando lo tuvieron que sacar cargado entre los dos hombres.
