DISCLAIMER: Esta historia es una adaptación del libro "Una Nueva Imagen" de Jamie Denton. Los personajes de Sailor Moon son propiedad de Naoko Takeuchi, yo solo los tomo prestados.

CAPITULO 1

Serena Tsukino arrugo el papelito que había galleta de la fortuna y lo guardó en el bolso mientras salía del ascensor. ¿Cuántas personas habían leído el mismo mensaje y lo habrían creído? ¿Cuántas personas caerían victimas de aquellas tonterías?

Las videntes, los horóscopos y el tarot no eran más que bobadas para ingenuos; y Serena no pensaba perder más tiempo con una galleta que decía: El hombre perfecto aparecerá hoy en tu vida.

Ella no creía en la buena o mala suerte ni en la sabiduría de Confucio. El destino nada tenía que ver con el éxito o el fracaso y solo el trabajo duro aseguraba una recompensa. Pero mientras sus primos, los Kou, y a la vez jefes, compartían esa misma filosofía, no la aplicaban a ella. Después de trabajar durante diez años en la asesoría de imagen creada por su padre y su tío, quienes ya estaban retirados, no había recibido recompensa alguna.

Llevaba casi seis meses esperando conseguir el ascensor que tanto deseaba, pero la respuesta de sus primos seguía siendo la misma una y otra vez: NO.

Serena entro en su diminuto despacho, un "regalo" de Seiya y Taiki cuando consiguió la licenciatura en dirección empresarial. Un despacho pequeño, pero agradable, en el que, lamentablemente, solo se dedicaba a labores administrativas.

Su educación no había terminado al graduarse de la universidad. Hacía casi un año había terminado un Máster de tres años en publicidad y relaciones públicas y estaba convencida de que sus primos, por fin, le darían una posición ejecutiva.

No podía estar más equivocada.

Tanto para los Kou como para los Tsukino, si una chica quería trabajar, su sitio estaba en puestos tradicionales como secretaria, administrativa, bibliotecaria o enfermera.

¿Tradicionales? Ridículos, anticuados y machistas, pensó Serna furiosa, mientras miraba el montón de papeles que había sobre su mesa.

La igualdad de derechos era algo desconocido para ellos y la culpa era de sus abuelos. Las mujeres de su familia nunca habían trabajado. Iban de la casa de sus padres a la casa de sus maridos. Y el hecho de que Serena trabajara, tuviera un título universitario, viviera fuera de casa y, por sobre todo, que siguiera soltera a los veintisiete años era causa de sofoco y preocupación.

Quizá no era realmente parte de esa anticuada familia. Quizá era adoptada, pensó con ironía.

Con un suspiro, abrió uno de los cajones del escritorio para guardar su bolso. Tenía que probarle a sus primos que era capaz de hacer lo que ellos creían un "trabajo de hombres". Y no podía hacerlo metida en un diminuto despacho con una computadora, copiando un informe tras otro.

_ ¿Es usted la señorita Tsukino?

Sobresaltada, Serena cerró el cajón y se pillo los dedos. Su sonrisa se convirtió en una mueca mientras intentaba disimular el dolor.

_Sí, soy yo. Y debería haber venido ayer –dijo, levantándose-. La fotocopiadora esta en otro despacho.

_ No he venido a arreglar la fotocopiadora –replico el extraño de voz profunda y ronca.

La hermosa voz aterciopelada contrastaba con el aspecto del hombre, muy alto, con anticuadas gafas y una sencilla camisa blanca de manga corta, que se inclinaba un poco hacia adelante con las manos en los bolsillos del pantalón.

_ Quiero contratarla.

Serena lo miro, sorprendida. El extraño tenía unos preciosos ojos de color azul zafiro. Era una pena que estuvieran escondidos tras esas gafas.

_ ¿Cómo que quiere contratarme?

_ Dicen que necesito un cambio.

¿Un cambio? ¿Quién le había dicho eso? ¿Los médicos, la policía?, se preguntó ella. No parecía un loco, pero una nunca sabe…

_ ¿Perdone? –murmuro Serena, dando un paso hacia la puerta por si acaso.

Mina, su mejor amiga y contable de la empresa, debía seguir almorzando, de modo que su única ayuda sería Lita, la recepcionista. Estaba sola… sola con un hombre que quería un "cambio".

_ Necesito un cambio –repitió él, subiéndose las gafas con el dedo-. Ya sabe. Un cambio… de imagen.

_ Me parece que se ha equivocado de sitio.

_ No me entiende, señorita –insistió él. Pero Serena lo entendía. Los psicópatas también parecen muy amables al principio-. ¿No es usted una asesora de imagen? –pregunto el hombre, con una nota de desesperación en la voz. Una nota que le hizo recordar a toda prisa los movimientos de defensa personal que había aprendido en el gimnasio.

_ Sí, pero…

¿Era un golpe en el plexo solar con el codo o un golpe seco en la tráquea…?

_ Necesito un cambio de imagen –repitió el extraño, señalando el nombre de la empresa, escrito en el cartel de la entrada.

Serena dejo escapar un suspiro de alivio.

_ ¿A qué se dedica usted, señor…?

_ Chiba. Darien Chiba –contesto él-. Soy contable.

_ Una empresa de contabilidad –repitió ella, pensativa. Aquel día no había nadie en la oficina, excepto Mina, Lita y ella. En alguna ocasión, había sido Serena quien hacia la entrevista preliminar a algún cliente, pero después sus primos se encargaban del asunto. Si entrevistaba a Darien Chiba sin decirle nada a nadie…

La idea, aunque no muy profesional, le parecía meritoria. No le gustaba tener que engañar a nadie, pero ¿de qué otra forma podía probarle a sus primos que era capaz de ocupar un puesto ejecutivo? Por supuesto, habría preferido algo más interesante que una empresa de contabilidad, pero no podía elegir. Un cliente era un cliente. Y podría significar un cambio sustancial en su vida.

Serena regalo a Darien Chiba su sonrisa más profesional.

_ Acompáñeme, señor Chiba –dijo llevándolo al despacho de Taiki, el mayor de sus primos-. ¿Por qué no empieza por decirme que clase de imagen quiere conseguir? –pregunto, sentándose e indicándole que hiciera lo mismo.

Darien empezó a golpetear con sus dedos sobre el brazo del sillón.

_ El termino que uso mi secretaria fue: "más moderna".

Serena se dio cuenta de que parecía un poco apenado.

_ No tiene que avergonzarse, señor Chiba. Las empresas de contabilidad son famosas por su… sobriedad –dijo, intentando darle confianza-. Yo, personalmente, me siento mas cómoda sabiendo que mis intereses económicos están en manos de profesionales serios y no en una casa de locos.

Darien seguía golpeando el brazo del sillón y Serena lo miro, sorprendida.

_ Perdone. Es una costumbre.

_ Como estaba diciendo, los clientes se sienten cómodos sabiendo que su dinero está en manos de…

_ Señorita Tsukino –la interrumpió él.

_ ¿Sí?

_ Es mi imagen.

_ ¿Cómo? –pregunto Serena, confusa.

_ Necesito una nueva imagen –dijo él, con aquella voz aterciopelada que le recordaba a… ¡los anuncios de sexo telefónico!

Así era la voz de Darien Chiba, como las de las hot lines. Si cerraba los ojos, podía sentir aquella voz como una cascada cayendo sobre ella…

Serena abrió los ojos y se obligo a si misma a concentrarse.

_ ¿Usted necesita una nueva imagen?

_ Si. Dicen que no tengo el aspecto… adecuado para tratar con los clientes.

_ Entonces es usted quien quiere un cambio, no su empresa.

Darien sonrió y Serena noto que tenía una sonrisa preciosa. Y una boca muy sensual. No era el tipo raro que le había parecido al principio. En realidad, era muy guapo.

_ En Eaton y Simms, si no pueden darte un ascenso, te despiden.

¡Menuda oportunidad de probarle a sus primos que podía manejar a un cliente por si misma! Serena se levantó, intentando simular la desilusión. Algún día llegaría su oportunidad, solo que no sería esta vez.

_ Me gustaría ayudarlo, pero Imagen y Estilo es una asesoría de imagen para empresas –dijo, ofreciéndole su mano como gesto de despedida-. Por favor, no se ofenda, pero creo que no somos los indicados para solucionar su problema.

Él se levantó y Serena tuvo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara. Se preguntó qué aspecto tendría sin esas horribles gafas.

_ No tengo tiempo de buscar otra empresa.

_ Siempre hay tiempo para mejorar –murmuró ella, mirándolo de arriba a abajo. Por ejemplo, cambiando su forma de vestir, con un buen corte de pelo, eliminando la gomina pasada de moda…

_ Solo tengo unos días, señorita Tsukino.

_ ¿Para qué?

_ Para que el consejo de administración de Eaton y Simms tome una decisión. Me han salteado dos veces en los ascensos y si vuelven a dejarme fuera… la tercera vez es la definitiva. Si no me ascienden a la categoría ejecutiva, me despiden.

_ ¿Y usted cree que el problema es su imagen? –preguntó Serena, con sorpresa. Los contables solían ser serios y aburridos. Si Darien Chiba se sentía mas cómodo haciendo números que hablando con la gente o llevando ropa de marca, ¿no era el contable ideal?

_ Soy muy bueno en mi trabajo –dijo él entonces-. Pero mi secretaria oyó que el presidente de la empresa me llamaba… anticuado y aburrido.

_ Me gustaría poder ayudarlo, pero nuestra empresa no es una…

_ Necesito una nueva imagen o tendré que buscar otro empleo –la interrumpió Darien-. Pero lamento haberle hecho perder el tiempo, señorita Tsukino.

El hombre luego se volvió para marcharse y Serena sintió una punzada de remordimientos. En realidad, entendía perfectamente como se sentía. Sabía lo que era desear que apreciaran la habilidad profesional de uno, no el aspecto exterior. Durante años había tenido que soportar los prejuicios de su familia impidiéndole formar parte de la empresa en la categoría que le correspondía.

Cuando se cerró la puerta, sintió que su oportunidad se escapaba con aquel hombre. Una ridiculez. Lo que Darien Chiba buscaba, Imagen y Estilo no podía dárselo.

¿O sí?

Serena salió del despacho de su primo a toda prisa. Seguramente Darien había tenido que enfrentarse con los prejuicios de los demás durante toda su vida. Sobre todo, con el mito del hombre perfecto. Los modelos de los anuncios tenían entrenadores personales y seguramente habían agotado la cantidad de esteroides que había en el planeta. No todos los hombres eran perfectos. Algunos eran como Darien: normales, sencillos, trabajadores.

Imagen y Estilo era una asesoría de imagen empresarial, pero no había razón alguna para no hacer lo mismo con una persona. El reto sería diferente, pero el resultado, el mismo: un cliente con una imagen más contemporánea, más atractiva para los demás.

Lo que tenía que hacer era realizar el trabajo con Darien fuera de la oficina. Y atraparlo antes de que saliera de edificio.

_ Volveré enseguida –le dijo a Lita, corriendo hacia el pasillo.

Darien estaba entrando en uno de los ascensores y se quedó perplejo al verla.

_ ¡Señorita Tsukino! –exclamó, sujetando la puerta.

_ Lo ayudaré, señor Chiba. Podemos ayudarnos el uno al otro.

_ ¿Usted va a ayudarme? ¿No su empresa?

Serena asintió, sonriendo.

_ Imagen y Estilo no trata con clientes individuales. Nuestro trabajo consiste en mejorar la imagen de grandes empresas. Esto tendrá que quedar entre usted y yo.

Él la miro, escéptico, sin dejar de sujetar la puerta automática del ascensor.

_ ¿Cómo vamos a ayudarnos el uno al otro?

_ Digamos que tenemos un objetivo común, señor Chiba. Además, ¿Qué tiene usted que perder?

_ Mucho –contesto él.

_ Yo también.

_ ¿Por ejemplo?

_ Todo lo que es importante para mí –contesto Serena-. Mire, usted ha venido a mi buscando ayuda y yo, precipitadamente, le he dio que no, pero sé que puedo ayudarlo. ¿Qué le parece si nos vemos esta tarde a las seis en el bar del puerto? Si no se me ha ocurrido un plan para entonces, no volveremos a hablar del asunto. ¿De acuerdo?

Él la miro durante unos segundos sin decir nada.

_ De acuerdo –respondió por fin.

_ Se alegrará de haber aceptado –sonrió Serena, estrechando su mano. El calor de la mano del hombre hizo que su corazón diera un vuelco.

_ Gracias.

Después de eso, Darien soltó la puerta del ascenso y ella se dio la vuelta, preguntándose como un simple roce podía haberle causado tal conmoción.

Se dijo que solo estaba nerviosa por tener su primer cliente, pero la convicción del pensamiento no llego a su corazón.