BIFROST

-Si pudieras volver, ¿lo harías?

-No tengo nada que me espere allá. Te lo habré dicho unas cien veces, tu memoria humana falla con demasiada frecuencia para mi gusto.

-Uhm

Ella no dijo nada, sólo se limitó a acomodar los brazos bajo su cabeza y contemplar el cielo nocturno. Había sido una buena idea salir a caminar, la Luna Nueva permitía contemplar las estrellas en todo su brillo y esplendor.

-Cuando era niña y veía el cielo por las noches, me daba miedo. Me abrumaba la sensación de infinito, y a menudo me sentía insignificante…

Su acompañante hizo un ruido indefinido con la garganta, mientras ella quitaba la vista de las estrellas para verlo ceñuda.

-Es que lo eres. Eres solo un punto en medio de todo, frágil, prescindible, pequeño… Eres una humana.

-Tal parece que fuera una ofensa tener mi condición…

-No me malinterpretes, simplemente dije la verdad. Es lo que eres, es tu lugar en el universo en general y por mucho que te esfuerces no podrías cambiarlo.

Un nudo se le formo en la garganta y volvió contemplar el cielo estrellado. Aquella cabaña, lejos de todo le permitía una vista impresionante. Casi había olvidado lo hermoso que era tirarse en el pasto y contemplar por horas la inmensidad del universo. Le relajaba, casi podía olvidarse de todo lo que habían dejado pendiente en New York. Sintió como la veía, llevaba más de cinco minutos sin quitarle la vista de encima. Suspiró.

-¿Y ahora que hice?

-¿Siempre eres tan poco elegante? Mírate, despatarrada en la tierra como si fueras un vulgar perr-ella estiró un brazo y le pescó del cuello de la chaqueta, jalándole hacia el suelo, junto a ella- ¡¿QUÉ DIANTRES HACES MUJER?!

-SHHH! Cállate y mejor ve de lo que te estás perdiendo-dijo ella volviendo a acomodarse en su posición original, mientras lo escuchaba refunfuñar cosas acerca de ramitas en su cabello y lo mucho que odiaba ensuciarse. Finalmente se quedó callado, y lo único que se podía oír eran sus respiraciones y uno que otro grillo a la distancia.

La bóveda celeste se extendía sobre ella como un manto de color oscuro tachonado de estrellas; y allá un poco al centro, justo sobre ellos se extendía majestuosa la Vía Láctea; con su forma curva, sus puntos brillantes, tan enigmáticos y sublimes, tan lejos y tan cerca; justo como…

-Loki, ¿Cuál es tu color favorito?

El príncipe parecía estar años luz perdido en sus pensamientos, con sus ojos esmeraldas clavados en un punto del cielo.

-Bifrost-contestó con voz grave –Tiene todos los colores que existen en el universo.

-Algo así como un arcoíris, ¿no?

-Supongo que los midgardianos dirían que es parecido, pero hay muchos más colores que…bueno tu mente humana no comprendería porque se hallan fuera del espectro que conoces.

-Debe ser hermoso…

-Lo era antes de ser destruido por Thor, ahora Heimdall custodia un pedazo de camino que no sirve para nada.

-Me gustaría poder verlo-dijo cerrando los ojos intentando imaginarse aquello que le describían. Escuchó como Loki se ponía de pie, al parecer la conversación había terminado. Ojalá decidiera adelantarse a casa, quería seguir imaginando un poco más. Se quedó así cerca de diez minutos y cuando abrió los ojos al incorporarse del suelo se dio cuenta que el dios jamás se había ido. Se puso en pie y se sacudió la tierra del trasero; era tiempo de volver a casa.

-Yo puedo mostrarte-dijo salvando la distancia entre ellos y colocando una mano en su hombro. De inmediato todo a su alrededor se volvió de un verde intenso, obligándola a cerrar los ojos un instante. Al abrirlos ya no estaba más en aquel bosque perdido en las montañas, se encontraba al pie de un abismo, nebulosas, estrellas y planetas se extendían ante sus ojos allá donde pusiera la vista. Un enorme palacio de color claro y brillo inexplicable se veía a lo lejos, escuchaba el sonido de agua caer que le llegaba de algún punto y cerca de ellos una enorme cúpula dorada; con un único centinela de piel oscura y ojos profundos.

-¿E-esto es Asgard?-pregunto titubeante

-Es un espejismo formado de mis recuerdos. Así es como era.

Y allí parada donde estaba, un largo camino se extendía frente a ella destellando de mil y un colores, como si estuviera hecho de diamantes o algún tipo de piedra preciosa. Loki no le había mentido, había muchos más colores de los que pudiera conocer jamás. Era tan hermoso, tan perfecto… la vista no le alcanzaba para contemplar todos los detalles de aquel reino de dioses y sabía que su memoria humana nunca podría recordar las cosas que veía en ese instante. Caminó sobre aquel puente deleitándose en todo, cuando sintió que el centinela –Heimdall- posaba su vista en ella; sabía que no era real, que todo era a base de un recuerdo de Loki, pero la mirada de aquel ¿dios? le decía que la podía ver, la traspasaba leyendo sus secretos. Nunca se había sentido más expuesta que ante los ojos de aquel antiguo guardián, éste le dirigió una mirada cargada de secretos y así como empezó la visión, esta terminó.

De nuevo el bosque y de nuevo ella; Loki tocándole el hombro y con la mirada fija en su rostro.

-Eso fue hermoso, gracias-

La mirada de Heimdall le había provocado una sensación ambigua. Como si al revelarle sus secretos, él le hubiera entregado uno aún más grande.

-Eso me dejo cansado, una ilusión de ese tipo requiere mucha magia- mentira, haz hecho cosas mucho más grandes sin apenas sudar una gota – Deberíamos volver-

Contempló a Loki avanzar a grandes zancadas por el bosque mientras pensaba en lo que había visto, en lo que el dios le había mostrado. Y en Heimdall aquel hombre que vigilaba eternamente el puente para alertar al reino, para vigilarlo todo y tal vez para esperar a que alguien volviera.

Tal vez el puente estaba roto, pero el camino estaba trazado desde hacía eones. El príncipe debía retornar a casa algún día.