La emancipación de la culpa

Ese día aún seguía fresco en su memoria, como una acuarela en un lienzo. Un lienzo de 24 años que resistía a los aires del tiempo...

Ella lo observó caminar hacia la puerta, evitando su mirada. Llevaba su vida en tres valijas marrones, y tenía una sonrisa aliviada en el rostro, como si estuviera escapando, finalmente, de una prisión.

La puerta se cerró con un estrépito que rompió su mundo para siempre, y él no miró hacia atrás.

Papá se fue, pensó.

No hacía falta decirlo en voz alta. No hacía falta confirmar lo obvio; el hecho de que su padre las había abandonado estaba fuertemente marcado en los ojos vidriosos de su madre. En la ropa masculina resecándose en el sol que nunca volvió a ver. En el beso de buenas noches que jamás volvió a sentir.

En la sensación de ser amada que desapareció junto con él, sus valijas, y la felicidad del que en algún momento, fue un hogar.

Su madre había cerrado las ventanas, como intentando que algo se quede en su lugar; que el viento arrasador que se llevó a su marido no la alcance a ella, ni a su hija.

Papá se fue.

Y sintió la culpa desplegando las alas en su garganta, como un cuervo.

Papá se fue.

Recordó las discusiones de sus padres, que avanzaban de susurros a gritos, y terminaban en silencios glaciares.

—¡Maldita sea, Evelyn! Lo único que quiero al llegar del trabajo es disfrutar de algo de paz. Y tengo que lidiar contigo, tu biblia, ¡y esa niña que cada día es más extraña!

Los gritos aumentaban de intensidad. Sus padres se lanzaban su nombre como si fuese una pelota; un grave error que alguno de ellos cometió y ninguno era lo suficientemente valiente para reconocer.

Papá se fue.

Su madre aprendió a ocultar sus lágrimas tras un helado escudo de indiferencia; y le enseñó a hacer lo mismo.

Papá se fue.

La maestra citó a su madre cuando tuvo un ataque de llanto en medio de la clase.

Papá se fue.

Su madre empezó a encerrarla en el armario cada noche.

Papá se fue.

Las pesadillas comenzaron a atacarla, en forma de los ojos acusadores de su madre. La perseguían, era su madre, era un armario; eran sus padres odiándose por su culpa.

Papá se fue.

Y su madre la golpeó cuando le preguntó si él volvería algún día.

Papá se fue.

Y su madre asintió cuando le preguntó si era culpa suya.

…papá se había ido, pero fueron 24 años de sufrimiento. El duelo había acabado, y debía dejarlo ir.

La acuarela debe secarse, las ventanas abrirse. Y el mismo viento que se llevó a su padre correría con la fuerza de un huracán, amenazando con llevarla. Pero no podría hacerlo.

Observó la lápida de mármol en dónde rezaba "Theodore A. Fowler". Y sintió la culpa caminando hacia alguna puerta, huyendo finalmente de su prisión.

La puerta se cerró con un estrépito que ventiló su mundo para siempre, y ella no miró hacia atrás.

Buen viaje, papá.

Fin

Nota de autora:

Escribí esto de una sola vez, y fue sorprendentemente catártico. Me hubiera gustado darle algo más de ritmo a la narración, pero así me salió, y siento que si hago algún cambio terminaría por estropear lo que realmente quise volcar en Amy.

¿Críticas?